jueves, 27 de febrero de 2020

EL DERRUMBRE DE LOS IMPERIALISMOS


EL DERRUMBRE DE LOS IMPERIALISMOS

La mayor parte de la humanidad,
durante la mayor parte del tiempo,
ha vivido en imperios.
Hermann Kahn - Anthony J. Wiener
"El Año 2000"
Tenemos voluntad de Imperio.
Afirmamos que la plenitud histórica
de España es el Imperio. (...)
España alega su condición de eje espiritual
del mundo hispánico como título de preeminencia
en las empresas universales.
José Antonio Primo de Rivera
Punto 3 de la Norma Programática
de la Falange Española.


Los imperios de la postmodernidad

La Segunda Guerra Mundial tuvo muchos participantes pero, en realidad, solamente dos vencedores: los Estados Unidos y la Unión Soviética. Ambos con aspiraciones imperiales aunque ambos sin el talento ni las condiciones necesarias para ser un imperio.
El proyecto imperial soviético implosionó por su propia inviabilidad intrínseca. Después de ocupar militarmente varios países y de sojuzgar varias naciones, realmente nunca supo muy bien qué hacer con sus conquistas más allá de la teoría de la dictadura del proletariado. Al final, toda su estructura socioeconómica y política se volvió insostenible porque ni pudo ganar más espacio aparte del logrado por la fuerza de las armas, ni pudo tampoco hacer funcionar el espacio ya obtenido de un modo satisfactorio para sus habitantes.
Lo que pocos han advertido – o han querido advertir – durante los últimos treinta o cuarenta años es que el proyecto imperial norteamericano está transitando muy cerca del borde del mismo precipicio.

Imperio e Imperialismo

Si hay una cosa que deberíamos diferenciar en las construcciones políticas multinacionales es la diferencia histórica entre imperio e imperialismo. El primero es una construcción principalmente política; el segundo es una estructura principalmente económica. Por eso es que los imperios crecen por conquista de provincias, a las que incorporan e integran, mientras que los imperialismos solo establecen colonias a las que invaden y explotan.
El fracaso del proyecto imperial soviético se debió – en forma principal aunque no en forma exclusiva – a que los bolcheviques no consiguieron seguir con la construcción imperial del antiguo zarismo y terminaron tratando de hacer funcionar su proyecto como el imperialismo de un Estado cuya ideología – con sus limitaciones, miopías e inviabilidades – lo llevó a tratar a sus ciudadanos como una masa potencialmente infiltrada de enemigos solo controlables por medio de una policía política y a sus conquistas como colonias potencialmente enemigas solo controlables por medio de tropas de ocupación.
En el caso del proyecto imperial norteamericano la cuestión es algo más sutil pero en esencia también más simple todavía: fieles herederos del criterio económico del imperialismo británico, tan fuertemente imbuidos de la ética protestante calvinista como sus primos ingleses, ya desde sus mismos orígenes los norteamericanos arrancaron con un criterio imperialista en materia de política exterior.
De cualquier manera, lo que no hay que perder de vista es que, tanto los norteamericanos herederos de Adam Smith y David Ricardo como los marxistas rusos herederos de Marx y Lenin, jamás entendieron la enorme diferencia que hay entre imperio e imperialismo.
El espectro político actual, desde la "izquierda" más recalcitrante hasta la "derecha" más testaruda, sigue sin entenderlo hasta el día de hoy.

Síntesis y equilibrio interno

Para especular acerca del futuro del imperialismo norteamericano lo que hay que tener en claro, además de lo ya señalado, es que toda construcción multinacional es capaz de sostener con éxito su posición de poder mientras sea capaz de mantener en armonía las corrientes de energía que fluyen en su interior. Esto no es más que la extensión al área de la política internacional de la función esencial de síntesis que le corresponde a todo Estado en materia de política interior.
El problema está en que el establecimiento y el mantenimiento de esta síntesis armónica se vuelve algo muy complicado en el mundo actual por el concurso de factores tales como la interconexión, la extensión y la heterogeneidad que presenta el mundo globalizado.
Las fronteras "nacionales" se han vuelto muy permeables, en algunos casos hasta están bastante desdibujadas y las dependencias mutuas ya no se hallan tan unilateralmente establecidas como en las épocas de los Imperios tradicionales. Con lo cual, lo que hay que investigar es por qué – como es notorio – el imperialismo dominante tiene cada vez más problemas para hacer funcionar su sistema global de flujo de bienes, servicios y fuentes de energía.

La sustentabilidad del sistema

No es un secreto para nadie que, en un esquema imperialista, las colonias de la periferia están para que el poder central extraiga de ellas precisamente lo que su sistema necesita para funcionar. Pero sucede que la posibilidad de mantener a largo plazo de este flujo de energía de la periferia al centro depende de por lo menos dos factores:
  1. La intensidad y el volumen de la extracción no debe terminar impidiendo el funcionamiento adecuado de las colonias periféricas mismas.  
  2. Además de eso, la sustentabilidad también exige – y no en última instancia – que los bienes extraídos de la periferia colonizada no sirvan solamente para el bienestar hedonista del centro sino también para mantener funcionando el complejo sistema de regeneración y renovación de las fuentes de bienes, servicios y energía de todo el conjunto. 
Si observamos más de cerca la situación en función de estos dos criterios fundamentales, podemos ver que el imperialismo norteamericano, al igual que el soviético en sus últimos años, no solo tiene ya serias dificultades para mantenerse en el largo plazo, sino que se ha vuelto seriamente autodestructivo en virtud de decisiones catastróficamente equivocadas.

El balance de los últimos 70 años

Si hacemos el balance de los últimos 70 años podemos ver que, aproximadamente desde fines de la década del 1970, de pronto comienzan a surgir ciertas extrañas pautas en el funcionamiento del imperialismo norteamericano.
A partir de ese fin de década, la dirigencia imperialista norteamericana empieza a dar por sentado, con cada vez mayor naturalidad y arrogancia, que tiene derecho a inmiscuirse en cualquier parte del mundo, a propósito de cualquier excusa, y que puede hacerlo dejando cínicamente de lado sus propias y vanagloriadas glorificaciones de la democracia occidental.
Paralelamente también se hace cada vez más evidente que, sea donde fuere que los norteamericanos se meten, la situación del lugar invadido infaliblemente empeora en lugar de mejorar.
Ejemplos de esto los hay de todos los colores: el conflicto de Medio Oriente, el armado de la guerra de Iraq-Irán de los años 80, Haití, Somalía, los descalabros de Afganistán, las revueltas en el área de la ex-URSS, la invasión a Iraq, la imposición de principios étnicos arbitrarios en los Balcanes, las consecuencias catastróficas de la "Primavera Árabe"... y sigue la lista.

Las dos Norteaméricas

La cuestión es que tendríamos que entender por qué sucede todo esto. Por de pronto, la causa más probable es que estamos asistiendo al principio de un proceso de desintegración – o al menos de descontrol –del sistema interno que regula el flujo de poder dentro del imperialismo mundial. Las operaciones estratégicas de este poder requieren enormes gastos militares, financieros y administrativos. Estamos hablando de inversiones, no de miles de millones, sino de miles de billones de dólares.
Muchos no lo saben o no se animan a decirlo, pero no solamente las colonias de la periferia adquieren deudas externas prácticamente impagables. El Poder Central norteamericano mismo se va endeudando en forma exponencial y su deuda propia va creciendo a velocidades cada vez mayores.
Aquí lo que hay que tener en claro es que los EE.UU. no constituyen un solo organismo político sino dos. Por un lado tenemos a los EE.UU. como Estado-Nación, igual a muchos otros Estados del planeta. Pero a este Estado-Nación se le superpone en forma simultánea un "Imperio" que lo domina y parasita, siendo que los gastos efectivos corren siempre y solo por cuenta del "Estado-Nación".
Esto es así porque la superestructura imperialista es algo inmaterial desde el momento en que está basada sobre el dinero y, para colmo, sobre un dinero de valor totalmente arbitrario y contingente. Es un dinero que se halla al servicio de múltiples intereses privados sobre los cuales el Estado-Nación no tiene prácticamente ningún control desde el momento en que, tanto la Reserva Federal norteamericana como la cascada de empresas financieras en cuyo interior se toman las decisiones financieras importantes, son todas instituciones privadas.
La existencia de la plutocracia imperialista, que se superpone al Estado-Nación norteamericano y lo domina para canalizar sus energías hacia las aventuras más extravagantes, hasta es negada en forma oficial. Es obvio que resulta relativamente fácil ocultarla cuando su existencia política se esconde detrás de la financiación de los partidos políticos y las campañas electorales mientras sus enormes ganancias solo aparecen en asientos contables y balances bastante fáciles de maquillar. Por ello es que se nos repite a cada paso que ese centro de poder es un "ente imaginario" que solo existiría en las fantasías conspiranoicas de los apóstoles del odio, de los eternos disconformes y, por supuesto, de los fascistas más otros apocalípticos irrecuperables y políticamente incorrectos.
Que existen teorías más o menos conspirativas increíblemente ridículas es algo muy cierto. Pero eso no impide que el poder de la plutocracia internacional, el poder global de los dueños del dinero, sea algo bien real.

El costo insostenible del imperialismo

Sea como fuere, el hecho es que el propio pueblo norteamericano debe llevar sobre sus espaldas, al menos en algún grado, el costo de las aventuras económicas de la plutocracia. Pero esto tiene un límite.
Los Estados Unidos, como nación, pagan por buena parte del enorme gasto militar que representan sus drones, sus bombas atómicas, su electrónica, y sus miles de diferentes clases de armas. Pagan por los inconvenientes surgidos del comercio exterior norteamericano que beneficia a las grandes empresas pero de cuyos beneficios la gente común y corriente a veces casi ni se entera. A veces pagan con la vida de sus hijos cuando alguna operación en Afganistán o en algún otro lado de repente sale mal. En principio al menos, el Estado-Nación norteamericano paga las "operaciones" financieras de la plutocracia.
Pero, como decíamos, eso tiene un límite y los norteamericanos están bastante cerca de él. Y cualquiera con dos dedos de frente en los EE.UU. sabe que eso puede llegar a ser muy peligroso.
Un derrumbe definitivo del "sueño norteamericano" tendría efectos muy traumáticos en la sociedad; especialmente en la clase media y media-alta cuyo ingreso anual está muy por encima del valor real de su producción. Agréguese a esto un detonante como, por ejemplo, un conflicto racial – que es algo siempre subyacente en EE.UU. – y ya tenemos un escenario muy explosivo que puede terminar en cualquier cosa. Sobre todo si tenemos en cuenta la existencia de algo así como 200 millones de ciudadanos armados de los cuales la estadística demográfica nos dice que un 62% serían blancos y un 44% negros.
No hace falta mucha imaginación para prever que una conflagración de esas dimensiones y fuera de control podría llegar a ser una catástrofe colosal.

Los pararrayos

Y la plutocracia lo sabe. Ésa es la clave que nos permite entender a un personaje como Donald Trump. Con Obama intentaron calmar a los afroamericanos. No lo consiguieron demasiado bien: los negros esperaban mucho más de ese presidente y los blancos esperaban mucho menos. Por ejemplo, el sistema de salud promovido por Obama (el llamado "Obamacare") que favorecía a los afroamericanos y a las personas de escasos recursos terminó volteado por el gobierno republicano. En su lugar, Trump reacomodó la economía, bajó el desempleo y le dio un gran impulso al patrioterismo norteamericano.
Lo que hay que entender es que en la política norteamericana de los últimos años, personajes como Obama o Trump ofician de pararrayos. Trump fue diseñado para bajar a tierra la tensión de la población blanca del mismo modo en que Obama fue diseñado para conducir a tierra las tensiones de la población negra. Entre ambos constituyen un buen ejemplo de ingeniería social. La pregunta del millón es por cuánto tiempo se puede hacer funcionar el truco.
Porque este arreglo interno en los EE.UU. no solamente es inestable sino que depende de un modo muy fuerte de la capacidad de extraer de la periferia colonial lo que ya no se puede extraer del cuerpo central so pena de terminar desestabilizándolo por completo. Pero aquí entra a jugar otro problema no menor.

Dólar, colonias y deuda externa

Es un secreto a gritos que el dólar norteamericano está teniendo dificultades para funcionar como "moneda mundial". Todavía mantiene ese status y una parte decididamente sustancial del comercio exterior se lleva a cabo en dólares, pero ya no de un modo indisputado. Es más: resulta notorio como en varios casos – por ejemplo el de Saddam Hussein, o el de Muammar al-Gaddafi – la plutocracia hasta estuvo dispuesta hasta a ir a la guerra para frenar, entre otras cosas, el intento de desacoplar la comercialización del petróleo del dólar norteamericano. Putin en su área está impulsando parte de su comercio fuera del área del dólar y los chinos serán más cautos pero tampoco lo ven con malos ojos. Y demás está decir que buena parte de la animadversión que se cultiva para con Irán responde (también) a esta tendencia.
Frente a esta incipiente huida del dólar la oligarquía plutocrática no ha tenido más remedio que incrementar la presión sobre la periferia para poder seguir garantizando la sustentabilidad de su moneda global. Y una de las mejores herramientas para lograr esto son las monstruosas deudas externas expresadas, precisamente, en dólares. Hay muchos que no lo ven, pero la explicación es bien simple: un país que no tiene una moneda fuerte propia y que está endeudado hasta la coronilla (o incluso más allá) en dólares, no tiene ninguna posibilidad de desarrollar su comercio internacional en una moneda que no sea... el dólar. No hay mucho misterio en eso. ¿Hará falta señalar a la Argentina como ejemplo típico?
La cuestión es que el saqueo cada vez más inescrupuloso de la periferia aumenta progresivamente las tensiones en las colonias. Las respuestas que elaboran las élites plutocráticas para dominar estas tensiones son en muchos casos tan inadecuadas que las situaciones se vuelven patológicas. De este modo, con soluciones carísimas y equivocadas, impuestas en varios casos con extrema brutalidad, lo único que logran es llevar al mundo y a la propia plutocracia a una situación peor que la anterior.  Consecuencia de ello es que, para arreglar de algún modo el desaguisado, tienen que aumentar aún más la intensidad del saqueo de las colonias, lo cual por supuesto genera más tensiones todavía, y todo el macabro círculo vicioso comienza de nuevo.
Y continuará así hasta el día en que se rompa.

La solución: creatividad y realismo

En la Historia es muy difícil hallar algún ejemplo que nos ilustre como se puede salir de un huracán autogenerado de esta clase. Hay que dejar de autoengañarse: no hay modelos para copiar. No hay ideologías para trasplantar. No hay experiencias para imitar. Si queremos salir del laberinto no nos queda más remedio que ser creativos.
Por supuesto que existieron propuestas de soluciones en el pasado y algunas de ellas fueron muy buenas. Pero, seamos realistas. Por un lado y lamentablemente, los ámbitos y los entornos en que se propusieron fueron muy diferentes a los actuales. Y por el otro lado, esas propuestas fueron destruidas y estigmatizadas por los vencedores de las dos guerras mundiales que hundieron al Occidente en la decadencia actual.
También es cierto que a lo largo de toda la Historia Universal hubo muchos huracanes sociopolíticos y económicos pero hasta ahora, ninguno con el volumen, los alcances y los recursos tecnológicos del que hoy asoma en el horizonte. Y no menos cierto es que, así como en todos los casos la decadencia moral precedió siempre a la degeneración completa de todo el organismo político, nadie hasta ahora consiguió evitar el colapso una vez que esa decadencia consiguió instalarse en el poder.
De modo que mirar para atrás no ayuda mucho.
De hecho, en política al igual que en la calle, el espejo retrovisor solo sirve para saber qué dejamos atrás; no para distinguir la mejor forma de salir del embotellamiento.