domingo, 9 de febrero de 2020
PANORAMA
Panorama político nacional de los últimos siete días
Una nueva etapa y un
cambio de atmósfera
Alberto Fernández ha regresado de una gira que ha dado resultados
excelentes. Se sabe que del dicho al hecho hay un trecho que no siempre
se transita con eficacia, pero Fernández se ha encontrado durante su
viaje con gobernantes serios: consiguió respaldo para encaminar sus
negociaciones sobre la asfixiante deuda que pesa sobre Argentina de
cuatro gobernantes europeos (entre ellos, pesos pesados como Emmanuel
Macron y Angela Merkel) y, como frutilla del postre, el nuevo embajador
argentino en Washington, Jorge Argüello, recibió de Donald Trump un
mensaje prometedor: "Dígale al presidente Fernández que cuenta conmigo".
Se refería también al tema de la deuda, en particular a las
conversaciones con el Fondo Monetario Internacional.
Un cambio de atmósfera
Es posible que Argentina se beneficie de un cierto cambio de atmósfera
mundial que empieza a observarse. Durante un encuentro realizado esta
semana en El Vaticano (Taller sobre Nuevas formas de solidaridad,
organizado por la Pontificia Academia de Ciencias Sociales de la Santa
Sede) economistas, funcionarios, pensadores y sacerdotes trataron la
cuestión de un abordaje solidario a la situación económica mundial.
El Papa Francisco exhortó allí a impulsar ue nuevo clima mundial: “El
tiempo presente exige y reclama -dijo- dar el paso a una lógica capaz
de promover la interconexión que propicia una cultura del encuentro,
donde se renueven las bases sólidas de una nueva arquitectura financiera
internacional”.
Francisco describió con cifras signos inequívocos de un
mundo atravesado por crueles desigualdades: “El mundo es rico y, sin
embargo, los pobres aumentan a nuestro alrededor. Según informes
oficiales el ingreso mundial de este año será de casi 12,000 dólares por
cápita. Sin embargo, cientos de millones de personas aún están sumidas
en la pobreza extrema y carecen de alimentos, vivienda, atención médica,
escuelas, electricidad, agua potable y servicios de saneamiento
adecuados e indispensables”. Francisco estableció un principio moral
por sobre los datos: “No existe un determinismo que nos condene a la
inequidad universal. Permítanme repetirlo: no estamos condenados a la
inequidad universal. Esto posibilita una nueva forma de asumir los
acontecimientos, que permite encontrar y generar respuestas creativas
ante el evitable sufrimiento de tantos inocentes. Un mundo rico y una
economía vibrante pueden y deben acabar con la pobreza.” En ese
contexto, el Papa abordó el tema de la deuda y citó a San Juan Pablo II
(Centesimus Annus): “Es ciertamente justo el principio de que las
deudas deben ser pagadas. No es lícito, en cambio, exigir o pretender su
pago cuando éste vendría a imponer de hecho opciones políticas tales
que llevaran al hambre y a la desesperación a poblaciones enteras. No se
puede pretender que las deudas contraídas sean pagadas con sacrificios
insoportables. En estos casos es necesario encontrar modalidades de
reducción, dilación o extinción de la deuda, compatibles con el derecho
fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso”.
El Fondo cambia el libreto
La mirada del Pontífice no sorprende: su pensamiento es conocido y, si
se quiere, previsible. Por eso vale subrayar como más significativo el
discurso de la directora general del FMI, la búlgara Kristalina
Georgieva, porque confirma la idea de que el cambio de orientación ha
penetrado en las grandes instituciones financieras.
Georgieva inició su exposición con una pregunta y una respuesta:
“¿Cuáles son las nuevas prioridades para la economía mundial? Permítanme
responder brevemente(...)la primera tarea es poner la economía al
servicio de los pueblos”.
Que la jefa del Fondo coincida tan marcadamente con el Papa Bergoglio sí
es una sorpresa. Georgieva dejó claro que no considera que “poner la
economía al servicio de los pueblos” implique retroceder en materia de
globalización, sino en reformar la globalización: “La integración y la
cooperación mundial, los increíbles avances tecnológicos y –desde luego–
las muchas políticas económicas adecuadas han transformado nuestro
mundo. En las últimas tres décadas, la mortalidad infantil se ha
reducido a la mitad y más de mil millones de personas han logrado
abandonar la situación de pobreza extrema. Estos logros son
extraordinarios, sin precedentes en todo el período de la historia de la
humanidad. Esta economía –la economía que ahora tenemos– puede ser una
importante fuente de esperanza, un rayo de luz”. Pero -describió- “esta
misma economía ha proyectado sombras oscuras. Pensemos en la excesiva
desigualdad: desde 1980, el 1% más rico de la población a escala mundial
ha capturado el doble de beneficios del crecimiento que el 50%
inferior”.
Georgieva subrayó que “no resultan sorprendentes los resultados de una
reciente encuesta global, en la que más de la mitad de los participantes
afirman que el capitalismo causa más perjuicios que beneficios. Las
implicaciones son alarmantes: desde la disminución de la confianza en
las instituciones tradicionales hasta el aumento de la polarización
política y las tensiones sociales. Así pues, ¿cómo podemos contribuir a
crear una economía que esté al servicio de los pueblos?”
El enfoque revela una mirada diferente de la conducción del Fondo. Por
otra parte, la preocupación por las graves tensiones que produce la
inequidad social ya se había observado en la última cumbre de Davos, ese
ámbito de debate de las cúpulas políticas y empresariales del planeta.
Esa atmósfera es favorable para la pretensión del gobierno argentino de
lograr una renegociación razonable de la deuda que abra un espacio para
acumular fuerzas, estimular la inversión y el crecimiento, aliviar la
dramática situación social y a mediano plazo, crear las condiciones de
saldar o renovar normalmente el stock de deuda.
El ministro de Economía, Martín Guzmán, que también participó en el
encuentro de El Vaticano, tuvo la oportunidad de conversar largamente y
mano a mano con Georgieva y verificó que las ideas generales también
empiezan a manifestarse en cuestiones concretas. El diálogo con el Fondo
progresa positivamente.
Ahora, en esas condiciones en principio favorables, se inicia una etapa
diferente. Fernández prometió tener despejado el paisaje de la deuda
para fines de marzo y el calendario no se detiene. Se aproximan dos
compromisos exigentes para el ministro de Economía Martín Guzmán: la
semana entrante recibirá la visita de los técnicos del FMI (ellos hablan
un idioma diferente: las comprensivas palabras Georgieva, no absuelven
al ministro de dar un examen técnico, mostrar sus números y demostrar la
sustentabilidad de su programa). Guzmán también deberá enfrentar al
Senado y presentar allí detalles de su plan que, en algunos casos, será
analizado con la mirada crítica que alimentan las diferencias
domésticas.
“Tenemos un plan, pero no queremos mostrarlo por ahora”, explicó el
Presidente en París. Pues bien, empieza el tiempo en que hay que
mostrar. Tanto a los ajenos como a los propios.
El bluff Kicillof
El país superó, entretanto, el episodio bonaerense, donde la principal
jurisdicción subnacional tenía que afrontar un vencimiento pequeño pero
inoportuno.
Contra lo que pretendía el gobernador Axel Kicillof, después de
prorrogar con reiteración el plazo establecido para que los acreedores
aceptaran sus ofertas de renegociación de la deuda de 270 millones de
dólares vencida a principios de febrero, los bonistas no aceptaron sus
condiciones.
Del otro lado, contra lo que vaticinaban analistas de mal agüero, la
provincia no entró en default, ya que Kicillof encontró el dinero que se
necesitaba para pagar esa obligación.
El gobierno nacional cumplió con su palabra: el Tesoro no aportó para
sacar del apuro a la provincia de Buenos Aires, que tuvo que conseguir
recursos en su propio distrito (por ejemplo: aportes de algunos
municipios y retrasos en incrementos salariales de los docentes).
Toda estrategia se mide por sus resultados: la del gobernador (hacer
pata ancha y proponer una negociación dura a los acreedores,
amenazándolos con su propia insolvencia) fue una estrategia fracasada.
Kicillof debió ablandar sus condiciones en dos oportunidades y eso
tampoco fue suficiente: los bonistas más avezados le habían tomado el
tiempo y sabían que no podía arruinar la negociación nacional de la
deuda declarando un default provincial por 270 millones. Sabían que el
pago saldría de algún bolsillo.
El gobierno nacional bancó la estrategia de Kicillof mientras se
desarrollaba: si hubiera conseguido resultados (un cambio de plazos, por
ejemplo) la habrían aplaudido. Siempre estuvieron claras dos premisas
para las dos jurisdicciones: uno, el ballet de la provincia no contaría
con fondos nacionales y, dos, esa jugada no podía concluir con un
default.
En rigor, el propio gobernador lo había adelantado: “no pensamos ni
queremos el default”. Pero amagó con esa posibilidad.
Con los hechos consumados, Santiago Cafiero, jefe de gabinete de
Fernández, resumió lo ocurrido: “El gobernador estaba definiendo las
limitaciones y mejores condiciones para encontrar un sendero de deuda
sustentable y sostenible en el tiempo, y se topó con una visión
totalmente distinta de lo que proponemos como gobierno nacional y
provincial. Finalmente tuvo que hacer el pago y no era lo deseable pero
actuó con responsabilidad".
¿Tiene sentido atribuir la estrategia de Kicillof a un estilo impregnado
de ideología o a una orientación dictada desde el Instituto Patria? Esa
parece la interpretación favorita de los analistas opositores, que
encuentran hasta en la sopa “contradicciones” entre el kirchnerismo de
Cristina y la Casa Rosada.
No hace falta esquivar el hecho de que las formas, procedimientos y
talantes que impulsa Alberto Fernández son diferentes de los que
imperaron bajo las presidencias (particularmente la segunda) de la
señora de Kirchner, pero rebuscar divergencias permanentemente termina
siendo un ejercicio estéril, que desgasta más bien a quienes lo
practican.
No todas las diferencias de estilo responden a esa matriz.
Por otra parte, la señora de Kirchner no es hoy aquella presidenta, sino
esta vicepresidenta. “Es dueña de los votos”, se suele argumentar. Y es
cierto, pero ahora no hay elecciones hasta dentro de dos años.
Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires intentó jugar un
bluff creativo para gambetear una zona de debilidad de su distrito. No
tuvo éxito. En realidad, quedó más débil que antes, ante el poder
nacional y ante los acreedores.
Jorge Raventos