El Rey David, Perón y Alberto Fernández en el Vaticano. Una misa peronista
– ¿Padre: los que viven en adulterio pueden comulgar?
– Depende, hijo, depende –dijo el sacerdote.
– ¿Depende de qué? –preguntó el monaguillo asombrado.
–
Y…, depende de… si se arrepintieron, se confesaron, viven en castidad,
etc., etc. Son cosas complicadas que ahora no tengo tiempo de explicarte
–dijo el cura, mientras se quitaba los ornamentos luego de la misa de
7AM.
– Pero… ¿por qué lo preguntas? –preguntó el viejo cura.
–
Es que…, acabo de ver recién en la televisión, antes de venir para acá,
que…, el presidente argentino, Alberto Fernández, comulgó con su pareja
en el Vaticano…
–
No puede ser -respondió el cura, que era peronista pero que antes era
católico. ¡Te habrás confundido! Si Fernández, aunque sea «compañero»,
quiere instaurar el aborto en Argentina…
– ¡No padre! -dijo el joven que, a pesar de estar de novio, intentaba guardar la pureza contra viento y marea. ¡Mire! ¡si hasta lo muestran los diarios del día de hoy!
– ¿A ver, che? –dijo el cura desconfiado.
El
cura miró la secuencia en la pantalla. Era una misa oficiada por Mons.
Marcelo Sánchez Sorondo, en plena Cripta de la Basílica de San Pedro,
frente a la tumba del primer Papa.
En el altar, había imágenes del padre Carlos Mugica, conocido
sacerdote izquierdista de la Argentina que, en la década de los ’70,
apoyó a los grupos armados guerrilleros y terminó, muy probablemente,
fusilado por ellos mismos luego de arrepentirse.
Todo
parecía una comedia (“divina comedia”, claro); la primera lectura,
tomada del segundo libro de Samuel (Sam 11), era leída por Gustavo Béliz
(Secretario de Asuntos Estratégicos) y allegado al Opus Dei.
¿De qué trataba la lectura? Pues del adulterio del Rey David con la hermosa Betsabé:
“Una
tarde David se levantó de la cama y se puso a pasear por la terraza del
palacio. Desde allí divisó a una mujer que se estaba bañando, de
aspecto muy hermoso. David mandó averiguar quién era aquella mujer. Y le
informaron: «Es Betsabé, hija de Elián, esposa de Urías, el hitita».
David envió mensajeros para que la trajeran”.
– Hijo…
-dijo el cura. Cualquiera puede participar de una misa, aunque no
cualquiera puede comulgar, claro… Pero que el presidente se haya casado
por Iglesia y luego separado, es algo que duele, pero son cosas que
pasan… Y que ahora tenga una amante y la haya puesto como primera dama…,
bueno…, en fin… También son cosas que pasan. ¡Es más!¡quizás se juntó
con esta mujer para darle ejemplo a su hijo, que, al parecer, no sabe
cómo autopercibirse!
– Ahhh…, padre…, entiendo –dijo el monaguillo un tanto extrañado. Pero entonces: estando en concubinato, ¿pueden comulgar?
–
Bueno…, eso no…, salvo que…, en fin…, ahora hay como unas “normas
nuevas”, pero yo que no entiendo mucho, sigo mejor el Catecismo y lo que
me enseñaron en tiempos de Juan Pablo II. ¿Por?
– ¿Es que vio el vídeo completo? Ambos comulgaron sin problema.
–
A ver, a ver… Sí…, tenés razón dijo el cura… Comulgan… quizás se
confesaron antes, hicieron votos de vivir en castidad y…, querían
comulgar en privado, pero alguien indiscreto filmó ese vídeo… Mirá: ¡si
hasta comulgaron bajo las dos especies! Seguro que lo hicieron así para
dar ejemplo de que no es bueno comulgar en la mano…
– Ahhh…, claro padre –dijo el monaguillo un tanto desconfiado.
–
Bueno, bueno… hijo. Te voy a contar un secreto. Vos sabés que yo soy
peronista, hincha de San Lorenzo y católico. Todo en ese orden.
–
Sí, padre, lo sé. Me contó mil veces que, su papá, la primera vez que
tuvo vacaciones, fue con Perón. Y también me repite a menudo ese famoso
dicho que el “General” habría dicho y que, cuando era chico, me
escandalizaba un poco.
– ¿Cuál?
– Ese que dice: “A los amigos, hasta el c…; al enemigo, por el c…; y a los demás, el reglamento”.
– ¡Jajajajaj! Es verdad; era famoso, tiempo atrás – respondió el cura.
– Bueno padre, lo dejo –dijo el joven. Debo irme.
– ¿Pero a dónde vas tan apurado y tan temprano? –preguntó intrigado el cura.
– A dos lugares: primero, al comité peronista. Tengo que afiliarme urgente.
– ¿Y después? –preguntó el sacerdote.
– A casa de mi novia…
Que no te la cuenten…
Javier Olivera Ravasi, SE