INCORREGIBILIDAD, MENTIRAS E INFAMIAS
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mié., 19 feb. 18:45 (hace 17 horas)
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INCORREGIBILIDAD, MENTIRAS E INFAMIAS
Borges
se equivocó cuando con su frase- “…los peronistas no son ni buenos ni
malos, son incorregibles”- individualizó a una facción.
En verdad, hubiera estado acertado si esta sentencia hubiera estado
referida a la mayoría de los argentinos.
Aceptémoslo,
los argentinos somos incorregibles; a lo largo de los últimos años
hemos pedido cadalsos públicos para los terroristas pero
treinta años después de la guerra los hemos votado para diputados,
senadores o concejales; hemos increpado a militares, gendarmes y
policías tildándolos de “blanditos” por no matar a muchos más de los que
la guerra antisubversiva obligó a eliminar- sin darnos
por enterados que esos pedidos de dureza configuraban autoría
intelectual- pero cuando un Juez de la suprema corte, Presidente de
ella, el único que en ese muladar jurídico merece mayúsculas, dice que a
aquellos que fueron condenados por presuntos excesos
en la guerra antisubversiva también les corresponde, al igual que a
cualquier hijo de vecino el 2 X 1, peronistas, radicales, zurdos y
muchos otros bellacos hideputas llenaron la Plaza de Mayo para protestar
por esa igualdad.
Esta
incorregibilidad argentina es hija de la guaranguería y la prepotencia
que el exitismo nacional conlleva, y es un compendio de todos
nuestros vicios. Sobran ejemplos: cuando la vicepresidente nos refriega
en la jeta su impunidad, mostrándose junto a otros encausados de la
banda que dirige, para hacernos ver que ella es una argentina de primera
clase para la que no hay leyes ni códigos a
cumplir, está mostrando su altísimo nivel de incorregibilidad. Cuando
Albertico, luego de vociferar que el legalizará el aborto en Argentina,
comulga en el Vaticano de manos de un pollerudo que no puede ignorar
esas declaraciones, no hace otra cosa que equipararse-
con su burla a los preceptos religiosos de muchos argentinos- a la
mujer que tantas veces en el pasado denostó y con la que ahora se ha
asociado en esta nueva fullería nacional.
No obstante, hay veces que la incorregibilidad
se desmadra y se convierte, simplemente,
en
infamia. Lo hicieron los obispos de la conferencia episcopal argentina
cuando se inventaron
un mártir de cartón pintado al cual, pese a la flojera de papeles que
presentaba, el papa Bergoglio hizo beato. Hoy también lo quiere hacer el
presidente, quizás movido por este ejemplo rastrero, al tratar de
conseguir, ¡por fin! Una carta de reconocimiento
para el “genocidio” argentino tratando de imponer una ley contra el
“negacionismo” de aquellos que saben y no se callan que los 30.000 es
una mentira manifiesta.
No está mal, para desasnar ignorantes, recordar como define la Real Academia la palabra genocidio:
“Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad.”.
Esta definición cabe perfectamente para los seis millones de judíos
exterminados en los campos de concentración nazis o para el millón y
medio de armenios eliminados por el estado turco, pero, ¿cabría esta
explicación para asimilar como genocidio la desaparición,
muertes por enfrentamientos o simples asesinatos de aproximadamente
ocho mil terroristas en los años de la guerra contra la subversión en
Argentina? No, ni cuantitativamente, ya que esos ocho mil no dan el tipo
para ser algo más que una módica matanza, ni,
menos aún, cualitativamente pues no eran ni un grupo racial, ni étnico,
ni religioso y menos aún, político ya que entre ellos había diferencias
profundas que incluso los llevaron a traicionarse muchas veces. Eran
simplemente pistoleros que eligieron la violencia
como modo de vida y de expresión política, aunque ahora los sospechosos
sobrevivientes se victimicen hoy disfrazándose de “jóvenes
maravillosos”.
La
infamia de este proyecto presidencial reside en que banaliza el
Holocausto y la carnicería sufrida por los armenios y, por extensión,
los genocidios que después vinieron. Digamos las cosas como son,
ninguno de estos hijos de la gran puta que se buscaron su destino
trágico iniciando una guerra tiene un mínimo punto de comparación moral
con los judíos asesinados en Auschwitz, Majdanek y el
resto de los Konzentrazionenlager
o con los armenios
que dejaron vidas, sueños y familias en Deir-es-Zor y en los otros
veinticuatro campos de la muerte turcos. Querer igualarlos, querer que
se diga que en Argentina también hubo un genocidio y por eso obligarnos a
que digamos que es verdad la patraña de los
30.000 desaparecidos es más que una burla, es una enorme ignominia.
A
pesar de esto y, aunque a estas alturas de la soirée pocos son los que
dudan de la deshonestidad moral de la izquierda también es cierto
que Albertico- cuyas convicciones tienen la firmeza de un sabayón
italiano- probablemente siga adelante con esta felonía y veamos como,
con repugnante docilidad, diputados y senadores, de todo el arco
político, votan este proyecto.
No
olvidemos que el difunto cortabolsas decía que había que estar bien con
la izquierda ya que esta daba fueros y, tal como viene la
mano, el camino hacia Venezuela no se puede hacer sin ella.
Pehuajó, zona rural. 17/02/2020
JOSE LUIS MILIA