La Patria: su ser y su destino - Jordán B. Genta
Nada
se estudia ni se enseña acerca de lo que hace que la casa sea casa y no un mero
refugio contra la intemperie; acerca de lo que hace que el alma sea alma y no
un mero reflejo del proceso corporal; acerca de lo que hace que el movimiento
sea movimiento, la actualización de una potencia y no mero espacio recorrido
por un móvil; acerca de lo que hace que la Patria sea Patria y no una mera
colonia o factoría; acerca, en fin, de lo que los filósofos llaman la pura
esencia o la forma sustancial de los seres: la identidad consigo mismo y su distinción
de los otros.
Por
esto es que Aristóteles observa, en el libro VII de la Metafísica, “que nada
que sea común puede ser sustancia de nada. La sustancia sólo se pertenece a sí
misma y a aquello que la posee y de lo cual es sustancia. Agréguese que lo que
es uno no puede estar al mismo tiempo en muchas cosas y sólo a lo que es común
le acontece tal cosa”.
Pero
el estudio y la enseñanza han sido desaristotelizados
que es como decir, apartados de la “nebulosa metafísica” o de “las vaguedades
filosóficas”. Y el resultado es que no se habla de la casa misma, tan sólo de
cosas que pertenecen a la casa; ni del alma misma, tan sólo de cosas que
pertenecen al alma; ni del movimiento mismo, tan sólo del elemento espacial que
pertenece al movimiento; ni de la Patria misma, tan sólo de cosas que
pertenecen a la Patria: territorio, población, riquezas, instituciones,
gobierno.
Nada o
casi nada se estudia ni se enseña de aquella antigua sabiduría a la que
Sócrates consagró su vida y por la cual tuvo una muerte humanamente perfecta.
La Atenas decadente y corrompida que sólo ostentaba ya el brillo de las piedras
falsas, la grandeza aparente de una opulencia material alcanzada sin moderación
y sin justicia, no tenía oídos para escuchar al más sabio y virtuoso de sus
ciudadanos.
SÓCRATES.
- [...] mi único objeto ha sido procurar
a cada uno de vosotros, atenienses, el mayor de todos los bienes, persuadiéndoos
de que cuidéis de vosotros mismos antes que de las cosas que os pertenecen, a
fin de haceros más sabios y más perfectos, lo mismo que debéis preocuparos por
la existencia misma de la República antes que por las cosas que pertenecen a la
República.
El
cuidado de la existencia misma de la República es el cuidado de su soberanía
política; así como la identidad del ciudadano consigo mismo se define en las
virtudes morales por excelencia: la sobriedad, la fortaleza, la prudencia y la
justicia.
La
soberanía política es la Patria misma en su existencia perfecta, en la plenitud
de su acto; y tiene su raíz y su principal sostén en el alma individual que
impera sobre sí misma, sobre su cuerpo y sobre los bienes exteriores; en el alma
que es tanto más ella misma, cuanto más alta es la deuda que le reconoce a su
Patria.
La
República se levanta y se sostiene en el alma de los ciudadanos, principalmente
de los ciudadanos rectores. También se desintegra primero en el alma de sus
constructores y de sus dirigentes, antes de ser arrasada de la existencia
exterior, concreta y objetiva.
El
problema de la Patria, de la República misma, de su ser y de su destino, no es
el problema geográfico o demográfico, ni el problema de su economía y de su
riqueza, ni el problema del capital y del trabajo, ni el problema de las obras públicas,
ni el problema de los analfabetos. El problema de la Patria misma es el
magisterio de Sócrates en su vida y en su muerte; es la escuela de la verdadera
libertad que enseña a cada uno de los futuros ciudadanos a no reservarse nada,
ni su alma, ni su cuerpo, ni sus riquezas, con exclusividad. Una dura escuela
donde se aprende a vivir para una muerte justa, generosa y soberana.
Y este
problema no cambia jamás ni los términos de su planteo ni su única solución
verdadera; no depende de las circunstancias variables sino de una invariable
fidelidad.
No se
trata, pues, de la riqueza, ni del bienestar, ni del progreso, ni de la garantía
de las libertades individuales, ni de los intereses de grupos, partidos o
clases, ni de la justicia de los trabajadores o de los patronos; se trata exclusivamente
de la soberanía política, cuando está en juego la Patria misma.
Y esta
es la razón por la cual no son las virtudes del pequeño burgués –cuya
importancia para la economía social y doméstica nadie discutiría razonablemente-
las virtudes del trabajo útil y productivo, del ahorro, de la puntualidad, del
tiempo es oro, de la consideración pública, las que forjan el alma del
ciudadano y tampoco las que fundan y sostienen una Patria. Son virtudes
menores, segundas, siempre posteriores como el arado que abre el surco sobre la
tierra después que la espada la regó con sangre generosa. El guerrero precede
al trabajador; el conquistador es antes que el colono.
Jordán Bruno Genta: “El filósofo y los
sofistas”
Nacionalismo Católico San Juan Bautista