sábado, 30 de mayo de 2020

NUESTRO HOMENAJE AL PUEBLO MEXICANO. ANTE LOS «ARREGLOS» DE LOS CRISTEROS






Nuestro homenaje al pueblo mexicano. Ante los «arreglos» de los cristeros

Como lo detalláramos en nuestro libro «La Contrarrevolución cristera. Dos cosmovisiones en pugna» (disponible en Amazon, AQUÍ) hace poco más de siete décadas que, luego de casi tres años sin Misa pública, comenzaban a gestionarse los «Arreglos» entre la Iglesia y el Estado mexicano para reanudar el culto público (suspendido por los obispos ante la persecución inicua del gobierno de Plutarco Elías Calles). SEGUIR LEYENDO

Tres inviernos habían pasado y la guerra cristera no cedía. A pesar de ser menos, los católicos venían ganando terreno y esto preocupaba no sólo al gobierno sino también a Estados Unidos que no veía con buenos ojos las pérdidas económicas que el conflicto desataba.
«Valentín de la Sierra»
Homenaje a los cristeros mexicanos. Tomás Alonso / P. Javier Olivera Ravasi, SE
La banca judía J.P. Morgan, por medio de uno de sus socios, el Dr. Dwight Morrow, embajador a la sazón en México, comenzaba a actuar para llegar a un arreglo entre ambos bandos. Por su parte, gran parte de la jerarquía eclesiástica que se hallaba exiliada en Roma o Estados Unidos, pensaba que de seguirse con la guerra y la suspensión del culto, podía terminar con el olvido de Dios y de los sacramentos.
Y comenzaron los “arreglos” (se firmarían el 21/6/1929), si arreglos pueden llamarse… Se decía que Roma quería arreglar a toda costa a sabiendas de que el gobierno nunca cumpliría con su palabra. Era como meter la cabeza en la boca de un león hambriento. Entre las voces, las más esclarecidas voces, surgirá la del General Gorostieta, Comandante en Jefe de las fuerzas cristeras que dirá a voz en cuello en una memorable carta pública:
“No son en verdad los obispos los que pueden con justicia ostentar (una) representación. Si ellos hubieran vivido entre los fieles, si hubieran sentido en unión de sus compatriotas la constante amenaza de su muerte por sólo confesar su fe, si hubieran corrido, como buenos pastores, la suerte de sus ovejas…Pero no fue así (…). El (…) poder del tirano (…) hubiera caído hecho añicos si (los obispos) hubieran estado de acuerdo para declarar que: ‘La defensa es lícita y en su caso obligatoria…’ (…). Que los señores obispos tengan paciencia, que no se desesperen, que día llegará en que podamos con orgullo llamarlos en unión de nuestros sacerdotes a que vengan otra vez entre nosotros a desarrollar su sagrada misión, entonces sí en un país de libres. ¡Todo un ejército de muertos nos mandan obrar así! (…)”[1].
Pero los arreglos se hicieron y lo que iba a ser un “modus vivendi” se convirtió en un modus moriendi. Los cristeros, presionados en sus conciencias por el pedido de sus obispos, entregaron las armas cual ovejas que van al matadero. Y en vez de perdonárseles la vida como se había estipulado, comenzaron a caer uno tras otro en las manos de los verdugos, por lo que algunos afirmaron que murieron más cristeros después de la guerra que durante la misma. La afirmación no es tan así, pero sí sucedió que, por más de 20 años, se continuó persiguiendo a los cabecillas católicos del levantamiento.
Se cumpliría entonces la profecía que el último Comandante en Jefe, después de la muerte en combate de Gorostieta, diría:
«Debemos, compañeros, acatar reverentes los decretos ineluctables de la Providencia: cierto que no hemos completado la victoria; pero nos cabe, como cristianos, una satisfacción íntima mucho más rica para el alma: el cumplimiento del deber y el ofrecer a la Iglesia y a Cristo el más preciado de nuestros holocaustos, el de ver rotos, ante el mundo, nuestros ideales, pero abrigando, sí, ¡vive Dios!, la convicción sobrenatural, que nuestra fe mantiene y alimenta, de que, al fin, Cristo Rey reinará en México (…). La Guardia Nacional desaparece, no vencida por nuestros enemigos, sino, en realidad, abandonada por aquéllos que debían recibir, los primeros, el fruto valioso de sus sacrificios y abnegaciones. ¡Ave, Cristo, los que por ti vamos a la humillación, al destierro, tal vez a una muerte ingloriosa, víctimas de nuestros enemigos, con el más fervoroso de nuestros amores, te saludamos, y, una vez más, te aclamamos Rey de nuestra patria! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe! México, Agosto de 1929. Dios, Patria y Libertad. Jesús Degollado Guízar, Soldado de Cristo Rey”[2].  
Mi homenaje a ese pueblo mexicano a quien nunca olvido.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
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[1] Enrique Gorostieta, Carta a los prelados sobre los arreglos del 16 de Mayo de 1929 (citada por Jean Meyer, La Cristiada, op. cit., t. 1, 316-318).
[2] Jesús Degollado Guízar, Memorias de Jesús Degollado Guízar…, 270-273; cursivas nuestras.