¡¡¡ ABSOLUTAMENTE
ACTUAL ¡!!
Cristo Rey
ESTA PASTORAL
COLECTIVA DEL EPISCOPADO ARGENTINO, QUE OFREZCO A CONTINUACIÓN, (QUE PARECE
ESCRITA SIGLOS ATRÁS), ES LA DOCTRINA
INVARIABLE DE LA IGLESIA
DE JESÚS, UNA, SANTA, CATÓLICA, APOSTÓLICA Y ROMANA. NEGADA POR LOS JERARCAS MODERNISTA QUE SE SENTARON
EN LA CÁTEDRA DE PEDRO DESDE EL ÚLTIMO CONCILIO, IDENTIFICADOS CON LA
IDEOLOGÍA MASÓNICA DE LAS NACIONES UNIDAS.
NOTEMOS
QUE YA EN ESE ENTONCES LOS OBISPOS DENUNCIAN LA CORRUPCIÓN MORAL
DE LOS INDIVIDUOS Y DEL ESTADO LAICO, Y SE ENSEÑAN QUE LA ÚNICA SOLUCIÓN ES
RELIGIOSA
: EL REINADO DE CRISTO SOBRE NUESTRA
PATRIA. PARA QUE SU JUSTICIA Y CARIDAD
IMPREGNEN LA MORAL INDIVIDUAL,
SOCIAL y POLÍTICA.
SOLUCIÓN
QUE NINGÚN INTEGRANTE DEL RÉGIMEN MENCIONA:
NI POLÍTICOS, NI PERIODISTAS, Y
MENOS AUN LOS OBISPOS, TODOS PREOCUPADOS
POR LA SUBA DEL
DÓLAR.
Conmemorando
los 25 años del Congreso Eucarístico Nacional presidido por el inolvidable
Cardenal
Eugenio Pacelli.
Copiada del diario “El Pueblo”,
de Buenos Aires, 1º de marzo de 1959.
CONFESIÓN
PÚBLICA DE CRISTO Y SU DERECHO A INFORMAR NUESTRA VIDA SOCIAL
C
|
uando el ángel del Señor se apareció a los pastores acampados en los
alrededores de Belén para participarles el nacimiento del Salvador, les dijo
estas memorables palabras: “Os anuncio una gran alegría que será para todo el
pueblo” (Luc. II, 10). Hoy los Obispos de la República Argentina,
nos dirigimos a todos vosotros, amados sacerdotes y fieles, para comunicarnos
una nueva, que será motivo de gran gozo y fervoroso entusiasmo: la celebración
del VI Congreso Eucarístico Nacional en la ciudad de Córdoba, del 7 al 11 de
octubre del presente año.
Hemos elegido esta fecha, porque precisamente en octubre de 1959 se
cumplirán cinco lustros de la realización del inolvidable Congreso Eucarístico
Internacional de Buenos Aires presidido por el entonces Emmo. Cardenal Eugenio
Pacelli, que fuera luego S.S. Pío XII. Quienes tuvimos la dicha inmensa de
presenciar aquellas jornadas de gracia y de gloria, no podremos olvidar jamás
lo que nuestros ojos vieron y lo que nuestros corazones sintieron en aquella
oportunidad. “Este Congreso, dijo el Cardenal Legado, señalará ciertamente una
nueva época en la historia religiosa del continente iberoamericano”. Y a fe que
no se equivocó, porque los frutos religiosos y morales de
aquella magna asamblea son incalculables, sobre todo en nuestro amado país.
Nada más justo, entonces, que
conmemorar su 25º aniversario con un Congreso Eucarístico Nacional, preparado
con dedicación y esmero, y celebrado con piadosa unción, para renovar y
acrecentar en nuestro pueblo la fe eucarística, encender en las almas la
caridad y la verdadera fraternidad y ofrecer a la Majestad Divina
una solemne reparación por los ultrajes y ofensas públicos y privados.
Y así como los pastores de Belén, después de escuchar el anuncio del
ángel dejaron sus rebaños y fueron de prisa para contemplar y adorar al recién
Nacido, Verbo de Dios humanado, acostado
en el humilde pesebre, así
vosotros, desde ahora debéis prepararon con fervorosas plegarias, privadas y
públicas, y disponer vuestras almas para rendir el homenaje nacional y
extraordinario de adoración a Cristo,
escondido en las especies del pan y del vino.
Homenaje nacional, decimos, porque el catolicismo de toda la nación se
pondrá de pié y se movilizará, sin distingo de clase o de posición social y sin
exceptuar las regiones más apartadas. Ni las más humildes barriadas, para
suscitar y encauzar una corriente desbordante de fe, de amor y de reparación
hacia el adorable Sacramento del nuestros altares.
Una vez más veremos repetirse,
con la ayuda de Dios, el espectáculo reconfortante y conmovedor de multitudes
de hombres, mujeres y niños, atraídos por la fuerza y la suavidad de la gracia,
a la adoración rendida y a la comunión fervorosa del adorable Sacramento.
AFIRMACIÓN COLECTIVA DE FE.
T
|
odo el Congreso Eucarístico es expresión colectiva de fe y de adoración a Cristo, Rey
y Señor de los individuos y familias
como de las naciones, en virtud de su naturaleza divina y por derecho de
conquista. En efecto, Cristo es el Hijo de Dios humanado, igual al Padre por la
divinidad, “aequalis Patri secundum divinitatem”, y por lo tanto tiene una
soberanía absoluta y universal sobre toda creatura, no pudiendo existir ni
concebirse cosa alguna fuera de su imperio. Es también Rey por derecho de
conquista, al haber ofrecido desde el instante de su encarnación, el sacrificio
de su vida, que lo consumó en la cruz, para rescatar al género humano de la
esclavitud, del pecado y del demonio. “Fuisteis redimido, no con cosas
corruptibles, plata u oro, sino con la preciosa sangre de Cristo” nos advierte
San Pedro (1 C. 1, 18/19). A Cristo verdadera y realmente presente en la Eucaristía, Rey y
Señor, que domina a las naciones, venid, adorémosle, “venite adoremus”, canta alborozada
la Iglesia en
la liturgia del Corpus.
Esta adoración debe ser social y nacional, porque igualmente lo es su naturaleza
soberana, o basta el homenaje de una ciudad o de una diócesis: la Nación entera está llamada
a reconocer los derechos indescriptibles de Cristo a reinar con su ley de
justicia y de caridad tanto en el orden social y en la legislación nacional, como
en la conducta privada de las individuos y de las familias.
Una filosofía engreída y
materialista pretende construir la sociedad a espaldas a Cristo, relegando a la
categoría de mitos las enseñanzas de la revelación; una política miope y sin
horizontes se aferra a estructuras, leyes e instituciones, con prescindencia de
los valores eternos, y una economía sin alma persigue un ordenamiento utópico,
negando los derechos de la persona humana y sentando las bases para la
destrucción de las más caras libertades humanas.
Se repite hoy la triste historia del pretorio de Pilato y la algarabía
insensata de los siervos de la parábola, que se rebelaron contra su Señor: “No
queremos que él reine sobre nosotros” (Luc. XIX, 14). Esta es la actitud de
la política y economía sin Dios, al
pedir la supresión de Cristo en el Parlamento, en la escuela, en la familia, en
las cuestiones laborales, en los tratados internacionales.
En esta negación blasfema, nos asiste el deber de levantar nuestra voz como nación católica para
reafirmar los derechos soberanos de
Cristo sobre la vida social de los pueblos. Con convicción serena, pero firme,
hemos de responder al laicismo con la disposición triunfal de San Pablo: “Oportet
Christum regnare” (1 Cor, XV, 25). Es necesario que Él reine sobre la Argentina, impregnando
con su ley de justicia y amor todas las
estructuras sociales de la Patria e inspirando la
acción de los gobernantes en las
verdaderas necesidades del bien común.
El Congreso Eucarístico que vamos a celebrar importa, pues, en primer
término una confesión solemne y pública de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, y también
su derecho a informar la vida social de los pueblos.
EXHORTACIÓN A LA
CARIDAD.
S
|
i todo cuanto existe en el mundo de la naturaleza y de la gracia lleva
el sello de la bondad y del amor divino, sin los cuales no es posible el ser ni
el subsistir de creatura alguna, la Eucaristía es por antonomasia la obra y el
milagro de la caridad omnipotente.
El misterio eucarístico se realiza por la renovación del Sacrificio del
Calvario. Entre la Cruz
y el Altar, entre la muerte dolorosísima de Cristo y la
Misa, no media otra diferencia que la forma de ofrecer uno y
otro sacrificio; allí con dolor, derramamiento de sangre y muerte física; aquí
sin dolor y con muerte mística.
Ahora bien, el Sacrificio de Cristo, sea el de la Cruz o sea en el altar no
reconoce otro móvil que el amor. Por amor sacrifica su vida, por amor al Padre
y por amor al hombre; la muerte de Cristo en el Calvario y su renovación
mística en el altar es prueba de un amor sin igual, según aquellas palabras del
mismo Señor en el Evangelio: “Nadie puede tener amor más grande que dar la vida
por sus amigos” (Juan XV, 13).
Y Cristo, no contento con renovar en el altar el único y verdadero
sacrificio redentor, se nos entrega como pan de vida en la mesa de la comunión,
para que nosotros sepamos darnos a Dios y al prójimo, por el ejercicio de la
caridad, que es el vínculo y el ápice de la perfección. En otros términos, la Eucaristía, que procede
del amor, se encamina a encender y fomentar en el hombre la caridad para con
Dios y la verdadera fraternidad para con los semejantes.
El Congreso Eucarístico nos obliga a pensar en las exigencias
ineludibles de la caridad ¡Cuán necesario es meditar en esta hora, dominada por
crueles egoísmos, la obligación sagrada de amarnos fraternalmente! ¡Cómo hemos
olvidado y despedazado el precepto fundamental de Cristo ¡Qué de luchas, de
odios y de ruinas por no saber comprendernos y estimarnos como hijos de un
mismo Padre y miembros de un mismo Cuerpo! Si supiéramos amarnos cambiaría
completamente la fisonomía social del mundo y volvería a reinar la unión, la
concordia y la paz.
Para entender y practicar ala caridad necesitamos de la luz y la fuerza
de Cristo, que se nos comunica y entrega en el pan de vida. “El que come mi
carne y bebe mi sangre, en Mí permanece y Yo en él” /Juan VI, 56). “Así quien me come a Mí, también él vivirá de
Mí” (Juan VI, 57). La permanencia y la vida de Cristo en nosotros hacen que nos
revistamos de su gracia y de sus sentimientos para vencer el egoísmo y vivir la
caridad.
El Congreso Eucarístico nos llama al altar, nos invita a la Sagrada Mesa para realizar esa unión
de voluntades y corazones, esa comunión
de almas , tan ardientemente deseada por Cristo en su oración sacerdotal:
“Ruego… a fin de que todos sean una misma cosa”, “a fin de que sean
perfectamente uno” (Juan XVII, 21,13). Porque todo Congreso Eucarístico, anota
S.S. Pío XII, es también una exaltación de la caridad, de aquel mismo amor que
es capaz de unir ante la
Custodia santa a los corazones de todos, amasándolos y
fundiéndolos como trozos de cera por los
rayos del sol. ¡Bendita unión y bendita fusión, base indispensable de toda
felicidad”! (Mensaje Congreso
Eucarístico Ecuador 1949).
Quiera Dios que el próximo
Congreso Eucarístico produzca copiosos frutos de concordia y de paz en nuestra
querida tierra argentina. La crisis que nos agobia, más que económica y
política, es una profunda crisis moral, que no se solucionará sino con una
efusión abundante y generosa de caridad
cristiana que acorte distancias y acerque las almas en un espíritu amplio de
comprensión, de fraternidad y de mutua ayuda.
REPARACIÓN NECESARIA.
El Congreso Eucarístico al rendir público homenaje de adoración y amor
a la Hostia Santa,
intenta ofrecer al mismo tiempo un acto
de expiación y reparación a la Majestad
Divina, ultrajada por nuestros innumerables pecados, ofensas
y negligencias, tanto individuales como sociales. Y de una manera especial corresponde la
reparación por la gran indiferencia y
frialdad de los cristianos frente a la Eucaristía y por tantos sacrilegios y
profanaciones de que es víctima el adorable Sacramento del altar.
“Cuanta sea, especialmente en
nuestros tiempos, la necesidad de expiación y reparación no se le ocultará a
nadie que haya visto que este mundo está puesto en la maldad”, escribía S.S. Pío
XI en la Encíclica
“Miserantissimus Redemptor”. Hoy, treinta años después vemos con dolor y
lágrimas cómo ha aumentado la iniquidad más desvergonzada, la cual está
adquiriendo carta de ciudadanía merced a
la complicidad y hasta aprobación a veces, de quienes deberían velar por el
bien común de los pueblos. La escuela sin Dios, la familia profanada y
disociada, la delincuencia juvenil, los odios y las venganzas, nos señalan con
claridad meridiana el saldo elevadísimo
de injusticia y de pecado, que gravita sobre nuestra conciencia de
cristianos y de argentinos.
“Estamos obligados a reparar tantos crímenes por una razón de justicia
y de amor”, escribía Pío XI; “de justicia, para expiar la ofensa hecha a Dios
con nuestras maldades y para restaurar con la penitencia el orden violado; de
amor, para compadecer con Cristo paciente y saturado de oprobios y para
ofrecerle algún alivio según nuestra pequeñez” (M.R.). Y este deber incumbe a
todo el género humano, porque todos somos pecadores, “hijos de la ira” y todos
somos responsables en alguna medida del desorden moral que aqueja al mundo de
hoy. Todos tenemos nuestra porción de culpa en los escándalos públicos, y
ninguno podría arrojar la primera piedra de condenación, sin antes reconocer
humildemente las propias fallas ante Dios y ante los hombres.
Toda nuestra posibilidad de reparación y expiación dimana
exclusivamente de la Persona
del Verbo hecho Carne para restaurar la justicia y salvar al mundo. Nuestros
homenajes, ofrendas y penitencias carecen de valor si no van unidas con Cristo y
por Cristo al grande y único Sacrificio, el de la cruz, renovado continuamente
en el altar bajo las especies de pan y
vino.
Debemos, por tanto, asociarnos a Cristo en la
Santa Misa con espíritu de expiación
aportando al altar nuestros dolores y penitencias para que reciban de Cristo
valor y eficacia. Y si es tan perentorio este deber que San Cipriano no duda en
afirmar que el sacrificio del Señor no se celebra en forma acabada y legítima,
si no responde a su pasión el sacrificio y oblación de nosotros mismos.
Si la justicia y la caridad reclaman del hombre la expiación de sus pecados, y si la
Santa Misa es el gran medio para volver
valedera y fructuosa la expiación, síguese lógicamente que un Congreso
Eucarístico no puede permanecer extraño al deber de reparar individual y
socialmente las ofensas inferidas a Cristo, en particular aquellas cometidas contra
el Sacramento del altar.
Confiamos, pues, que el próximo Congreso Eucarístico será un gran acto
de expiación colectiva y nacional. Todo el pueblo argentino se congregará junto
a la Hostia Santa
para ofrecer con Cristo al Padre el homenaje de desagravio que alejará de nuestra Patria los merecidos
castigos, y atraerá sobre ella copiosas gracias y dones divinos.
RENOVACIÓN POR LA EUCARISTÍA.
E
|
l Congreso Eucarístico, además, producirá una verdadera renovación
espiritual y social en nuestra Nación, por el acercamiento de las almas a
Cristo, fuente de verdad y de vida para la humanidad. El Congreso no será
solamente simplemente el término grandioso de un movimiento de fe y de amor,
sino el principio de un catolicismo más conciente , más integral y apostólico.
“Hoy más que nunca, dice S.S. Pío XII, lo mismo que en los primeros
tiempos de su existencia, la
Iglesia tiene necesidad sobre todo de testigos, que con su
vida hagan resplandecer el verdadero rostro de Jesucristo y de la Iglesia, ante los ojos del
mundo paganizado que los rodea”. (Mensaje Eucarístico Nantes, 1947). Y esto se
logrará, no lo dudemos por la
Eucaristía, según aquellas palabras de Cristo: “El que come,
vivirá también por Mí”. (Juan VI, 57).
Buscan los políticos y estadistas solución a los múltiples problemas
[…] que angustian al hombre en la
hora actual […y emplean] sistemas y
técnicas que parecen ignorar la trascendencia del hombre y no alcanzan, por lo tanto, al fondo de la
cuestión. Porque en todo problema económico, político o social, existe un
problema humano, moral y espiritual, cuya solución integral en vano se
intentará lograr lejos de Cristo Redentor y Dignificador del hombre.
Tengamos seguridad, entonces, que el acercamiento sincero y humilde de
nuestro pueblo a la fuente viva de todas
las gracias, que es la Divina Eucaristía,
nos dará la fuerza y el vigor necesarios para sanear las costumbres privadas y públicas y para restaurar los valores espirituales y sobrenaturales,
ahogados por el sensualismo y el materialismo de la vida.
PREPAREMOS EL CONGRESO.
E
|
l éxito y los frutos que
esperamos y deseamos del Congreso Eucarístico
dependerán de nuestra colaboración, de la colaboración de todos los
católicos del país, sin distinción de
edad, sexo o condición social. No se
trata simplemente de lograr manifestaciones brillantes, el de congregar
multitudes innumerables, ni de presentar actos
impresionantes de piedad y de
culto; lo principal, lo fundamental es la renovación interior de vuestras almas
por el contacto con Cristo en la Sagrada Eucaristía, y esa renovación ha de
alcanzar a todo nuestro pueblo.
[luego de recomendar la oración, continúa]… Y a la oración unamos el
sacrificio y la penitencia, recordando que con el Congreso Eucarístico
intentamos obtener una positiva transformación
individual y social, una verdadera conversión a Cristo, al Pastor y
Obispo de nuestras almas. Ello demanda sacrificio, porque sin derramamiento de
sangre no es posible redención alguna, y hay “cierta clase de demonios que no
se puede expulsar sino con la oración y el ayuno” (Mt.
IX,29). […].
[Luego de invocar la ayuda de María
Santísima del Rosario del Milagro, Patrona de la Arquidiócesis de
Córdoba, firman todos los Obispos de la Nación… la mayoría de los cuales cambiaron
fundamentalmente de opinión, dos o tres años después, durante el Concilio,
renegando de la firma de la Pastoral; ¡ para hacer ‘carrera’!.+