EL PUDOR, LA GRAN VIRTUD OLVIDADA
Cristo señala que quien ve a una mujer
con deseo sexual ya fornicó con ella en su corazón, de ahí que quien
-con su modo de vestir o de actuar- provoca al prójimo a ese deseo,
naturalmente es culpable del pecado grave que éste comete. Y esto vale
para hombres y mujeres, sin ignorar que -en general y por sus
características psicológicas y culturales- el hombre tiene una tendencia
mayor a estos pecados, de ahí que algunas mujeres, a veces, no
distingan lo provocativo de tal moda o actitud. Muchas veces es
necesario hacérselos ver con la debida delicadeza y considerando su
edad, para que estén conscientes de ello. Esta función atañe a la
educación en casa.
Lo grave es que, generalmente, uno se
engaña y muchas veces intenta ignorar qué es lo provocativo, y se dice
que tal moda o tal actitud no lo es porque muchos o muchas la utilizan o
actúan de tal o cual modo. Pero hablando con esa plena sinceridad sin
sombra de hipocresía, de esa honesta sinceridad de que hace gala la
juventud, no es posible que ante la exhibición descarada que se hace del
cuerpo no se sienta la voz del instinto como un canto de sirena que
incita a pecar.
Así, por ejemplo, a una mujer le está
vedado ir indecorosamente vestida a cualquier sitio, pues es indebido
-por sí mismo- que se presente de esa forma; pero que penetre al templo
así es aun más grave. El templo es un lugar sagrado, es la casa de Dios,
donde su presencia es más real y efectiva, y donde está Cristo
prisionero de amor en el Sagrario, que se inmola día tras día en el
Santo Sacrificio de la Misa por nuestros pecados. Merece un respeto
absoluto, una compostura rigurosamente impecables. Resulta triste ver
que una gran masa de católicos han olvidado (?) como deben estar ante la
Presencia Divina.
Si no es lícito exhibir desnudeces en
ningún lado, en el templo menos que en otra parte. Así deben evitarse
vestidos transparentes o cortos o exiguos de tela, o escotados, tampoco
usar ropa ceñida, ni nada que muestre o sugiera lo que las mujeres
honestas de cualquier época siempre ocultaron. Menos, todavía, deben
acercarse así a los sacramentos. Incluso, debe cuidarse la DIGNIDAD y no
sólo el pudor. Es, por ejemplo, inconveniente que un hombre acuda en
shorts a la iglesia.
El vestido es para vestir y no para sugerir o enseñar
De ahí la necesaria congruencia tanto
de la mujer realmente católica como del varón cristiano en su vestir
digno y su comportamiento social, y sobre todo en la casa de Dios.
El pudor es una cualidad humana que se
aprende desde niño, quien no lo ha aprendido así o lo ha olvidado, es
sumamente difícil que lo adquiera o lo recupere. De ahí la necesidad de
que esta importante virtud se enseñe en casa, desde niños.
Existen muchos aspectos a cuidar en un
niño. Así, sólo por dar algunos ejemplos, no debe haber en la casa ni
revistas impropias, ni videoso películas inconvenientes, ni un acceso
indiscriminado o poco vigilado a la T.V. o al internet, etc. Del mismo
modo cuidar y supervisar los juegos, la clase de compañeros y amigos que
tienen, etc., así como conservar la propia intimidad de cada miembro de
la familia, evitando, por ejemplo, bañar juntos a los hermanos o
descuidos en la forma de vestir de los demás miembros sólo por estar en
casa.
El cuidado y la enseñanza de la debida
intimidad, deberá de realizarse con esmero, poniendo los padres el
ejemplo, pero sin una actitud gazmoña que pueda provocar malicia. Al
contrario, el pudor debe ser una manera alegre y natural de vivir, una
virtud que se vive con convicción y no como una carga. En la vestimenta
no implica vestir sin buen gusto. El pudor, en el amplio sentido, con
todo lo que abarca, es una cualidad humana, pero indudablemente tendrá
un fundamento mayor cuando se sobrenaturaliza y se finca en el amor a
Dios, en ese único Dios que -como sabemos- es precisamente la esencia
del Amor.
Y finalmente, consideremos que en una
sociedad como la nuestra, es más fácil pecar de liberalidad que incurrir
en exageración en este tema, por lo que es fundamental revisar nuestros
usos y costumbres, y hacer una sincera y profunda reflexión -ante Dios-
de todo ello. Siendo católicos, nuestras normas no son las del mundo.
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