Nueva incoherencia del discurso progresista -
Dr. Antonio Caponnetto
LAS CLASES EN LAS
CALLES
A poco de empezada la
enajenante cuarentena, hicimos una serie de referencias a la descarada
incoherencia del discurso de las izquierdas. Pongamos apenas un ejemplo: se
pasaron la vida despotricando contra el Estado policíaco, militarizado u
opresor; exteriorizando una inacabable muestra de epítetos anticastrenses, pro
libertarios y derechohumanistas. ¡Qué no dijeron en pro de la sacra libertad,
vuelta además, inter nos, un destemplado y tríptico sonsonete hímnico! Y ahora
resulta que aplauden, incentivan y adhieren a un Alberto enajenado y esclavista
que no cesa de amenzar con botones rojos, índices en ristre, fiscalizaciones
casa por casa, aduanas infranqueables, detenciones carcelarias a los
disidentes, apropiaciones estatales de los cuerpos, pensamiento epidemiológico
único y hasta con el fatídico lema <por la razón o por la fuerza>, de
reminiscencias no precisamente progresistas.
Recientemente, estos
mismos personajetes de la izquierda nativa han coronado su esquizofrenia con
una nueva cuanto penosa prueba. Resulta que ahora, sería cuasi un crimen de
lesa educacionabilidad, el querer dar clases al aire libre –en las calles, las
plazas o los espacios abiertos- propuesta rechazada de cuajo por Eduardo López,
verbigracia, Secretario General de la UTE(Unión de Trabajadores de la
Educación). Según el “utero”, tamaña medida sería “hacer marketing
anticuarentena y no la vamos a acompañar”. Así oraculizó desde su módica
esfinge gremial el pasado 16 de septiembre.
Nosotros creíamos
ingenuamente que la cuarentena era, en el mejor de los casos, un mal necesario.
Algo así como la inmovilidad física en un posoperatorio o la convalecencia en
cama tras un episodio traumático. En cualquier consideración, algo que cuanto
antes se superara airosamente, mejor. Pero resulta que no. Que la cuarentena es
un logro de marcado signo ideológico revolucionario, una causa militante más; y
que su antítesis es la reacción derechista misma o el ultramontanismo atroz.
Así se pruebe con documentación abultada y hechos evidentes que las más portentosas
usinas capitalistas trabajan para los cuarenteneros profesionales, que han
sabido y saben sacar sus buenos dividendos del encierro obligatorio y
compulsivo. El aislamiento hasta reventar de hambre o angustia, es de avanzada,
¡vamos! Cuarentena sine die para <todes>, braman día a día. Querer
recuperar la normalidad y la presencialidad será fascismo y rechinar de
dientes. El confinamiento y la muerte en un camastro solitario es un logro
democrático, claro. La intemperie tiene una marcada nostalgia a Múnich en 1933.
Estos tipos son capaces de ideologizar hasta las estaciones del año o los
eclipses de sol.
Pero ¿por qué los
acusamos de incoherentes y de esquizofrénicos en esta conducta cerril de
negarse a dar clases en la calle?
Porque tal vez el gran
público no lo sepa, ni tenga porqué saberlo. Pero desde los años sesenta del
siglo XX que las izquierdas vienen agitando una corriente pedagógica que, bajo
el lema común del “aula sin muros” , propone explícitamente “sacar la escuela a
la calle y meter la calle en la escuela”. En esta tesitura se han expedido
hasta el hartazgo autores como Everett Reimer, Ivan Illich, John Holt, Paul
Goodman, Mc Luhan, Paulo Freire y De Olivera Lima. Y para justificar tamaño
desafuero no dejaron desatino o cretinismo por predicar ni contranatura
pedagógica por llevar a cabo. Se nos eximirá que analicemos ahora el
despropósito de marras, pero abundamos en su momento, cuando en el año 1985
publicamos “Educación y Determinismo”; y no es esta la circunstancia de
pormenorizar refutaciones académicas.
Sólo nos importa
subrayar la hipocresía desenfrenada, el cinismo aborrecible y la
incomparecencia cruel que acompaña fatalmente todo el andamiaje argumentativo
del progresismo. Y como nunca faltará un desubicado ante el cual tengamos que
mostrar nuestras credenciales existenciales, reste decir que nada nos une al
señor Rodríguez Larreta, a no ser un anhelo manifiesto de que tanto a él
como al resto de la clase política se
los trague el averno, inexorablemente. Pero es de sentido común deducir, que si
se pueden peatonalizar calles para la gastronomía u otros usos comerciales,
bien podría hacerse algo análogo ante una presunta emergencia escolar.
Si bien se miran las
cosas, lo mejor sería regresar al modelo socrático y aristotélico. Salir como
Sócrates –mitad guerrero,mitad sabio- al gran espacio público de la ciudad, a
forjar discípulos en el combate vigoroso
contra los sofistas, qué buena falta hace. Peripatear como el
Estagirita, por las correderas y los callejones de la polis, enhebrando la
Verdad, el Bien y la Belleza. Pues en la concepción clásica de estos grandes
pensadores, no es la escuela la que sale a la calle, en el sentido mundano y
mundanizante. Es el maestro, esté donde estuviere, a cuyo alrededor contemplan
agradecidos y absortos la sabiduría aquellos que lo siguen. Después vendrían
los montes elegidos por Nuestro Señor como Cátedras de Amor Vivo, izadas en la
mitad de la Civitas. Pero no; por supuesto. No es la calle la que educa ni los
muros tutelares los que han de derrumbarse para que se confundan con el
estrépito de las urbes. Es el maestro quien guía. Donde él está, está la
cabecera, se le oirá decir a Don Quijote. Le toque ayer en un aula salmantina,
en un ágora ateniense u hoy en una recóndita senda de la ciudad trinitaria.
Parece que, a pesar de
los docentes amontonados en la siniestra, todavía quedan padres, hogares y
simples cuanto nobles profesores, que reclaman para sus hijos y alumnos la
cuota de limpia normalidad que el poder político les viene negando con un talante crapulosamente homicida. Pero si
algunos, a quienes estos meses de estar como galeotes privados de la luz, les
resultara temeroso aceptar el desafío del peripateo y del clamor socrático al
aire libre, que sepan las instituciones escolares lúcidas, que pueden contar
desinteresadamente con los reservistas. “Tengo más de ochenta años –decía San
José de Calasanz- y aún voy muchas veces
a ayudar en una u otra escuela”.
Sí; en efecto; pueden
contar con aquellos que llevamos el magisterio en el alma; y que sabemos, con
el Padre Castellani, que una escuela se construye con el contento como piso, la
alegría y los goces como paredes laterales, y el júbilo cual techumbre. Este
edificio no necesita ningún permiso gubernamental para construirse. Sólo que haya
dos o más congregados en torno a Su Divino Nombre (Mt.18,20).
“Tu poder radica en mi
miedo”, le habría dicho Séneca a Cicerón. Para acotar de corrido: “yo no te
tengo miedo, luego, tú ya no tienes ningún poder”. Tomemos la decisión de una
vez. Sin temores a la tiranía imperante. La infancia y la juventud son
categorías demasiado valiosas para dejarlas en manos de estos déspotas
indoctos.
Por Antonio Caponnetto
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista