¡Deuda a máxima velocidad! y ningún político sabe como frenar
El
tablero de la deuda cuyos orígenes el Congreso no se anima a
investigar, arroja señales altamente preocupantes, con un monto de deuda
de 5,4 billones de pesos, un incremento de ella de 1.800 millones de
pesos por día, y pago de intereses de 18 millones de pesos por hora. Y
ante ello el conductor, es decir el actual Gobierno, habla de achicar el
Estado, que se agrandó a medida que la Nación se achicaba, en lugar de
proponerse agrandar la Nación. Aplicando así la receta envenenada de la
dictadura militar con Martínez de Hoz, y de Menem y Cavallo, que decían
que “achicar el Estado es agrandar la Nación”, y convirtieron a
Argentina en una “fábrica de pobres”. Sin que la oposición atine por su
parte proponer un plan concreto para agrandar la Nación, que encante a
la sociedad argentina en una nueva utopía.
Por Miguel Julio Rodríguez Villafañe
(Abogado constitucionalista, ex juez federal, y periodista de opinión) 8-8-2017
En este momento, la sociedad percibe la
imagen de los políticos desdibujada, con propuestas que no son las que
se debe esperar de ellos.
El objetivo esencial del accionar de un
político debe ser, particularmente, el de poner toda su habilidad y
empeño, (su arte, al decir de Aristóteles), para tratar de lograr “hacer
posible lo necesario”, sin embargo, en los hechos hoy, dicho objetivo
se ha transformado y los gobernantes parecen únicamente buscar “hacer
necesario, sólo lo posible”. Y, en ello, no importa, incluso, que lo que
se priorice sea superfluo o prescindible o lo que se deje de cumplir
sea esencial y necesario para la sociedad. No es un juego de palabras.
Esta concepción, pragmática y facilista del ejercicio de las funciones
públicas, está coartando la imaginación política, está desnaturalizando
la esencia del fin del Estado Democrático y por sobre todo, está matando
la esperanza del pueblo.
La pereza imaginativa de la clase
gobernante, entre otras razones, ha llevado a justificar, en la crisis
del Estado Benefactor, la indiferencia ante lo necesario e
imprescindible para la comunidad. Esta anestesia de la conciencia,
adormece las utopías trascendentes que deben guiar los desafíos de un
político a los fines de gestionar el poder, al servicio del bien común.
La nueva concepción ha convertido en
objetivo básico el achicar el Estado privatizando directa o
indirectamente (caso reciente de Arsat3), -como si fuera un fin en sí
mismo- y conforme a ello, se trata de reducir la función estatal a una
mera operación de suma o resta.
En realidad, hoy el Estado no se
plantea, esencialmente, tratar de cumplir las prestaciones que lo
justifican, sino gastar lo menos posible y recaudar a toda costa, aunque
ello signifique desatender servicios fundamentales, el cierre de
fuentes de trabajos o el desaliento para emprendimientos empresariales
de progreso y desarrollo. Y, en esa mentalidad de no gastar y recaudar,
no importan las prioridades sociales, ni romper reglas propias del
Estado de Derecho. En ello, ahora pretenden flexibilizar las leyes
laborales o no cubrir los medicamentos a los ancianos, o recortar las
asignaciones sociales, o quitar los subsidios a los discapacitados, o
elevar la edad jubilatoria, etc. eso sí, el gobierno nacional crea, a
fines de 2016, algo no esencial, como la “Dirección de Movilidad en
Bicicleta” y nombra a la directora de la repartición con un alto sueldo.
El Estado, de acuerdo a esta lógica,
además, prioriza y pone imaginación en lograr los dineros que necesita
para abonar especialmente, las deudas externas contraídas, muchas veces
con intereses usurarios y destinos poco claros. En el gobierno de
Mauricio Macri la deuda externa crece mil ochocientos millones de pesos
por día; se suman dieciocho millones de pesos de intereses por hora y
tenemos, en este momento, cinco mil cuatrocientos billones de pesos
adeudados de capital.
La deuda externa manda
Ante ese panorama, los esfuerzos de la
actividad gubernamental se ponen al servicio de obtener recursos para
pagar esas deudas externas y sus intereses y también en ello endeudarse
más, si fuere necesario. Se busca que nada impida pagar, aún cuando
dichas supuestas acreencias sean injustas y odiosas. Esa actitud es
llevada a dogma por cierta clase política que quieren su propio
bienestar y seguridad y que, en muchos casos, guardan su dinero en
paraísos fiscales (Panamá Paper) o fuera del país, como el Ministro de
Hacienda Nicolás Dujovne, que ha declarado que posee setenta y cuatro
millones de pesos en el exterior.
En su aplicación de esos criterios, sin
contemplaciones, nos llevan a presenciar, diariamente, el triste
espectáculo del cierre de servicios públicos, al despido de empleados,
al recorte de prestaciones, la quita de fondos para las investigaciones
(como lo que sucede con el CONICET), etc., sin importar demasiado el
costo social que genera el no cumplimiento adecuado por el Estado de
servicios imprescindibles para la comunidad.
En esta perspectiva política, fría,
calculadora y sin prioridades éticas, tampoco importa al nuevo Estado,
que se dice que cambia, cumplir la ley o hacerla cumplir, si ello le
significa no recaudar o gastar en lo que no le interesa.
En los últimos tiempos, como nunca en
Democracia, se han ignorado, desconocido y violado derechos y garantías
constitucionales y legales, en la medida que las mismas no se adaptaban a
los nuevos fines de quienes detentan el poder público. Mientras tanto,
la Sociedad que administran sigue teniendo sin resolver, -agravándose
cada día más-, urgencias alimentarias, de salud, de educación, de
trabajo, de justicia, de seguridad, de asistencia social, etc.
En esta mentalidad de gobierno, triunfa
sólo el que menos gasta y no el que con más dedicación imagina
soluciones a los reales problemas de la comunidad. Y, en un verdadero
juego de desentendimiento y de evasión de responsabilidades, ante un
servicio que se deba prestar que demanda gastos y que no se puede
cerrar, en el mejor de los casos, el Estado se limita a brindar una
prestación elemental y si se puede, lo trata de transferir para no
asumirlo.
Todo pareciera en un círculo vicioso, en
el que el punto final de este estilo político no parece alumbrar
cambios sino, por el contrario, una profundización agravada del mismo
mal.