Sobran
testigos que pueden dar fe que el 24 de marzo de 1976 yo estaba en
contra del golpe. Creía que era necesario que esa guerra civil larvada
saliera a luz y que comprometiera a todos sin excepción y cuando digo
que comprometiera a todos estoy diciendo que todos aquellos que pedían
fusilamientos y cadalsos en las plazas de la República se untaran,
también, las manos con sangre de guerrilleros.
De esta manera, con
algún muerto a cuesta también habrían salido a matar los tibios, los
del “animémonos y vayan”, todos aquellos que se llenaban la boca con la
democracia y les fregaba el respeto a las instituciones. Y entonces si
hubiera sido verdad la mentira de los 30.000 y hoy tendríamos un gran
país.
Pero algo falló y fueron los militares. Incapaces éstos de
resistirse cuando se les dice con lindas palabras que la Patria está en
peligro y que solo ellos pueden salvarla, salieron a la calle con la
premisa que esta guerra civil no era de civiles cuando en realidad
tendrían que haber dejado que el terrorismo hiciera con cualquiera y en
especial con los políticos, lo que los “Montos” hicieron con Mor Roig o
el ERP con Genta y con Sacheri. Pero no, en su apuro lograron el efímero
aplauso de esa mayoría, que por no haberse ensuciado las manos hoy se
guarda en un silencio cómplice, y tomaron el poder, montando un
triunvirato que para nada sirvió siendo incapaces de justificar, una vez
hecho, la eliminación de los terroristas.
En consecuencia, como
bien lo definió Juan José Gómez Centurión, lo que hubiera debido ser un
plan fue nada más que un caos, la falta de responsabilidades definidas
hizo que hasta hubiera señores de la guerra y que algunos generales en
ese entonces, hayan sido desplazados por aquellos que creían que en una
guerra se puede quedar bien con Dios y con el diablo, en especial si
este último es extranjero, y manejarse con tontos eufemismos sobre la
muerte.
Todo fue mal, el peso de la guerra cayó sobre las espaldas
de oficiales jóvenes que hicieron lo mejor que pudieron hasta acabar,
más mal que bien con la guerrilla. Lo que sucedió después es algo que
merece estar en el “créase o no” de Ripley; la guerra, ganada
militarmente se perdió por la incapacidad que los “tríos sucesorios”
tuvieron en pensar el futuro, por internas conventilleras de las fuerzas
y por haber hecho peor todo lo que en economía y política se podía
hacer, simplemente, mal. Lo que sucedió en Argentina años después de
terminada la guerra es increíble, es como si una vez terminada la 2ª.
Guerra mundial, los oficiales americanos, ingleses y franceses hubieran
sido juzgados por los nazis sobrevivientes.
Los que nos salvamos
de un destino de lacayos, porque ese hubiera sido el destino de la
Argentina si el terrorismo hubiera ganado la guerra, hemos decidido
mirar para el costado mientras hoy, 24 de marzo de 2017, hordas de
imberbes que jamás supieron lo que era despertarse con el estallido de
las bombas, proclaman la fábula mentirosa de la “maravillosa juventud” y
aquellos que nos devolvieron República y democracia esperan la muerte
en los penales federales.
Lamentablemente de nada sirve declarar
hoy haber estado en contra del golpe, el odio y la venganza, vigentes
como en el primer día nos le resta valor a cualquier posición crítica de
lo que sucedió. Nos han obligado a definirnos por blanco o negro porque
son ellos -los políticos cagones, la sociedad cobarde, los que mercan
con los derechos humanos y se han hecho millonarios a costa del dolor de
los argentinos- quienes les han dado alas a esta explosión de odio y
venganza que terminará con el país.