FUTURO IMPERFECTO
RENTA BÁSICA
Hace no demasiado tiempo, diversos líderes de formaciones políticas
‘alternativas’ empezaron a engatusar a sus votantes con la promesa de
una ‘renta básica universal’ de la que podría disfrutar toda persona
carente de ingresos, por mero derecho de ‘ciudadanía’ (y ya se sabe que,
cuando alguien invoca esta palabra, hay que echarse a temblar). De
inmediato, desde los partidos hegemónicos se calificó a estos líderes
alternativos de demagogos y populistas.
Han pasado desde entonces muy
pocos años; y cada vez son más los líderes políticos hegemónicos que,
misteriosamente, han hecho suya sin rebozo esta promesa. ¿Hemos de
pensar que se han sumado a la misma estrategia demagógica? A simple
vista así lo parece; pero se trata de una vista, en efecto,
simplicísima. Unos y otros comparten, en efecto, estrategias; o, mejor
dicho, unos y otros son serviles lacayos de la misma estrategia,
diseñada por el Dinero, que ha tomado la irrevocable decisión de
destruir, en los próximos quince o veinte años, decenas de millones de
puestos de trabajo.
La renta básica no es, como algunos ingenuos
piensan, una medida concebida por comprometidos benefactores de la
Humanidad. Por el contrario, se trata de una ‘falsa bandera’ que tiene a
su servicio a politiquillos de diversa adscripción ideológica,
encargados de presentar este nuevo desmán como una ilusionante
‘conquista social’. Como a nadie se le escapa, la automatización
favorecida por el desarrollo de la inteligencia artificial y los avances
de la robótica han hecho superfluos muchos puestos de trabajo. Y en las
próximas décadas este fenómeno alcanzará una magnitud pavorosa que
ahora no podemos ni siquiera imaginar. Se calcula (según las previsiones
más optimistas) que un cincuenta por ciento de los puestos de trabajo
hoy existentes serán desempeñados por máquinas. Emergerá entonces un
ejército de desempleados que rebasará las capacidades de control de los
Estados; un ejército capaz de desencadenar revoluciones y disturbios…
salvo que sea amansado.
Para lograrlo, ya no bastará -como basta
hoy- con formatear los cerebros en la aceptación pasiva de los
paradigmas culturales triunfantes, mediante la manipulación educativa y
la ‘formación’ de la opinión pública. Ya no bastará con suministrar a
las masas un flujo incesante de entretenimientos baratos y
embrutecedores que anestesien sus anhelos espirituales. Ya no bastará
con dividirlos y engolosinarlos con picazones de entrepierna de género
difuso y cambiante. Habrá que garantizarles unos ingresos mínimos,
mantenerlos en un estado de ‘pobreza sostenible’ que les permita
sobrellevar una vida sin horizonte laboral, a la vez que disfrutar de
algún caprichito modesto y prêt-à-porter (tanto más accesible cuanto
menos procreen). El Dinero ya ha hecho sus cálculos: sabe cuántos
trabajadores y consumidores necesita y cuántos le sobran; y sabe, sobre
todo, cómo convencernos de los efectos benéficos de la robotización del
trabajo, presentándonos un futuro halagüeño de vagancia y ociosidad,
mientras las máquinas nos hacen el ‘trabajo duro’, de cuyos frutos nos
podremos beneficiar opíparamente.
Naturalmente, se trata de un
grosero embeleco. La robotización generará, en efecto, ingentes
beneficios económicos, que sólo en una ínfima porción -a modo de
filantrópica limosna- se destinarán a cubrir las ‘rentas básicas’ de una
ingente población desempleada. El resto se sufragará ordeñando todavía
más a la menguante población activa. Y esta robotización que dejará a
millones sin trabajo no afectará solamente, como propone cierto
engreimiento clasista, a los ‘oficios manuales’. Vertiginosas bases con
billones de datos ya están generando recursos de inteligencia artificial
que pronto harán obsoletas multitud de ‘profesiones liberales’,
convirtiendo a ingenieros, programadores, periodistas o traductores en
antiguallas de otra época.
Muchos verán, llegado el día, esta
‘renta básica’ como un mal menor; y hasta habrá ilusos que la consideren
una gozosa liberación de la condena bíblica. Pero será una limosna
indigna, no tanto en su cuantía (la indispensable para garantizar una
‘pobreza sostenible’) como en su concepto. pues el hombre necesita amar y
sentirse vinculado a lo que hace; necesita comprometerse con el
producto de su esfuerzo y crear tejidos asociativos a través del
trabajo. Y, suprimido ese vínculo, sólo nos restará una vida de ociosas
alimañas. Que es, a la postre, lo que postulan los defensores de la
‘renta básica’. No son demagogos ni populistas, sino serviles lacayos
del Dinero.
Juan Manuel De Prada