Si
nuestros abuelos hubieran visto que un embrión humano puede sobrevivir
congelado 24 años, que puede ser implantado en una chica sólo 18 meses
mayor que ese embrión, y que la chica puede darlo a luz, habrían
pensando que jugamos a ser dioses.
Y no les faltaría razón.
Pero
la noticia es real. Y tiene –en medio de su aire a lo “Mundo feliz” de
Aldous Huxley- cierto matiz positivo: Tina, la joven de 23 años que es
sólo 18 meses más vieja que ese embrión, ha puesto su útero para que se
salve y no sea destruido.
Porque
la destrucción de millones de vidas es el salvaje tributo que esta
civilización paga en el altar de la ciencia. La fecundación in vitro ha
sustituído al cuchillo de obsidiana con el que los aztecas abrían el
pecho de sus víctimas para extraer el corazón.
Es verdad que no es tan escandalos, pero a cambio es un método más masivo para exterminar vidas humanas.
El
asunto es tan desagradable y la complicidad de médicos, multinacionales
y legisladores tan abrumadora que se procura echar tierra sobre ello,
alegando como pretexto que se hizo para satisfacer el anhelo de las
parejas que no podían tener hijos.
Por eso nadie habla de este exterminio aséptico.
En Actuall hemos aprovechado el caso del embrión congelado que ha sobrevivido 24 años para acudir a un prestigioso científico, Nicolás Jouve, doctor en Biología, catedrático emérito de Genética, y consultor del Pontificio Consejo de la Familia.
Jouve
ha escrito un documentado análisis que aborda la cuestión, aclara
conceptos biológicos y antropológicos y despeja dudas de carácter moral.
Te lo ofrezco como suscriptor de Actuall:
Si la píldora anticonceptiva suponía tener sexo sin procreación; la fecundación in vitro suponía procrear sin sexo.
Ambas
técnicas destruyen el significado nupcial y procreativo del cuerpo del
hombre y de la mujer. Si la contracepción priva intencionalmente al acto
conyugal de su apertura a la procreación, la fecundación artificial
intenta una procreación que no es fruto de la unión específicamente
conyugal.
Y
por esa razón la píldora (o los preservativos) y la fecundación en
laboratorio suponen un grave atentado contra la dignidad humana.
Es
importante subrayar que un hijo no es nunca un capricho, ni el fruto de
un deseo, ni un producto. Un hijo no se encarga a la Fecundadora
Nacional como se encarga un coche al concesionario. Tampoco se
“fabrica”.
Un
hijo es fruto de la donación recíproca de dos esposos (o en todo caso
de la atracción sexual de un hombre y de una mujer) pero no es el
resultado de un proceso industrial, porque no es un tornillo, ni un
coche salido de la cadena de producción.
El
origen de la persona humana no puede ser el producto de una
intervención de técnicas médicas y biológicas: esto equivaldría a
reducirlo a objeto de una tecnología científica.
Incluso
aunque no hubiera riesgo para las vidas “fabricadas” en laboratorio
(los embriones humanos), la fecundación “in vitro” es moralmente
rechazable. Esa es la postura de la Iglesia, detallada en la
instrucción Donum Vitae (Respeto a la vida
humana naciente y la dignidad de la procreación) de la Congregación para
la Doctrina de la Fe, publicada durante el pontificado de Juan Pablo
II, en 1987.
Pero
es que además, la fecundación supone la destrucción de vidas humanas. Y
este es el segundo motivo por el que esa técnica es rechazable. Generar
vida en la asepsia de un laboratorio no es inocuo… millones de
embriones humanos (es decir vidas humanas) acaban en la basura.
Y
aunque la engañosa limpieza de la probeta y la bata blanca sugieran lo
contrario…. los laboratorios son, de hecho, campos de exterminio no muy
diferentes a los de los nazis.
O hay vida desde el minuto 1 de la concepción o no la hay. O nos lo creemos o nos lo creemos.
Y
nadie en la comunidad científica se atrevería a negar esa evidencia.
Ergo… quienes se lucran con la fecundación o quienes promulgan leyes
como la española de 1988 son cómplices del genocidio encubierto del que
casi nadie se atreve a hablar.
Igual
que los alemanes no se atrevían a hablar cuando oían los trenes en la
noche, llenos de prisioneros judíos, camino de Auschwitz o Dachau.
Sé
que el tema es duro, pero es preciso recordarlo. No se puede hacer una
tortilla sin romper huevos: si la anticoncepción trajo de la mano el
aborto (la muerte de vidas inocentes en el seno materno), la fecundación
in vitro ha traído la destrucción de embriones.
Y
un hijo no es una cosa sino un regalo, el regalo más grande y gratuito
del matrimonio. De suerte que el hijo tiene derecho a ser fruto del
acto específico del amor conyugal de sus padres y también tiene derecho a
ser respetado como persona desde el momento de su concepción.
Gracias por seguirnos.
Alfonso Basallo y la Redacción de Actuall.