La embrutecedora idolatría a San Perón. Por Nicolás Márquez
A la par que se iban cerrando uno a uno
los medios opositores, la dictadura de Perón naciente en 1946 iba
edificando en su favor un aparato gráfico de propaganda estatal
gigantesco llamado ALEA SA., cuya propietaria insólitamente era Eva
Perón (actriz/meretriz fracasada que nunca había tenido un centavo),
dato que confirmaba la ilegalidad y el desmanejo de los polémicos fondos
de su Fundación (para la cual supuestamente su mentora trabajaba ad
honorem). El diario peronista por antonomasia del multimedios de Eva era
Democracia, al que se sumaron no sólo las publicaciones del
citado grupo ALEA SA. sino que a la vez se compraron los diarios
Crítica, La Razón, Noticias Gráficas y La Época. El antiguo Diputado
Peronista Eduardo Colom cuenta que “ALEA es el pulpo que se apodera de
todos los diarios de la Capital Federal, con excepción de La Prensa,
que, como se resistía a someterse al gobierno, hubo que expropiarla.
La
Nación no se expropia ni se la compra, porque La Nación se entrega:
solícitamente hace lo que el Gobierno ordena; Clarín no lo tomó Perón,
porque Roberto Noble jugaba a las cartas con Perón. Pero todos los demás
diarios: La Razón, Noticias Gráficas, Democracia, La Época, El Mundo, a
la larga y a la corta pasaron a poder de ALEA”[1].
La dictadura compró también por medio de
testaferros la Editorial Haynes (que editaba el diario El Mundo, El
Hogar, Selecta y Mundo Argentino) de la cual comenzaron a editarse
revistas oficialistas con fondos públicos tales como Mundo Infantil,
Mundo Radial y Mundo Agrario. Al final de su régimen, Perón había
montado con plata ajena y para su propia gloria y alabanza un imperio
periodístico conformado (además de por la totalidad de las emisoras
radiales) por 13 editoriales, 17 diarios nacionales, 10 revistas y 4
agencias informativas que gozaban de ingente pauta oficial: “Hemos
purificado nuestra prensa. Ella ha sido, en este sentido, el objeto de
un extraordinario perfeccionamiento”[2] declaró un orgulloso Juan Perón el 13 de octubre de 1949.
Se vivía en un clima de monotonía
intelectual y bajo vuelo cultural, chatura destinada a gente con poca o
ninguna inquietud que no fuera más allá del entretenimiento trivial al
que siempre el régimen anexaba la reglamentaria lisonja al matrimonio
detentador del poder central. Para dirigir o actuar en las películas
cinematográficas había que ser peronista, o por lo menos fingir que se
lo era. Las figuras protagonistas de entonces estaban vinculadas a
organizaciones del régimen[3]
y como bien señala Félix Luna, las películas no eran más que
“tilinguerías para un público acostumbrado por el cine norteamericano a
comedias ñoñas, o penosas reelaboraciones de novelas y cuentos de
escritores universales, al uso nostro”[4].
Y si la película a proyectar no tenía ninguna connotación oficialista,
se procuraba que en los intervalos del cine la propaganda del régimen se
transmitiera rigurosamente a través del caricaturesco noticiario
“Sucesos Argentinos”.
En la Argentina peronista sólo tenían
trabajo o figuración periodística, teatral o académica los obsecuentes,
generalmente mediocres cuyo mérito mayor era el servilismo y la
sumisión. Este mecanismo mantenido en el tiempo fue envileciendo las
ciencias, los libros, el cine, las novelas, los programas de radio y las
crónicas. Ninguna actividad escapaba a la “doctrina nacional” y se
llegó a extremos tales como el caso del ingeniero Ramón Asís,
vicegobernador de Córdoba y profesor universitario, autor del
desopilante libro “Hacia una arquitectura simbólica justicialista”.
La ciencia tampoco se vio librada de la politización oficial y el
sucesor de la cátedra de Fisiología de la Facultad de Medicina del
exonerado Premio Nobel Bernardo Houssay, cambió el nombre de la materia
por el de “Fisiología Peronista”[5].
La vulgarización de las costumbres, el
embrutecimiento generalizado y el desincentivo de la excelencia fueron
otras de las tristes notas distintivas del largo régimen de Perón. En
las calles se embestía con un hostigamiento visual conformado a base de
bustos, estatuas, carteles, nombres de plazas, ciudades y calles que
pasaron a llamarse Juan Perón o Eva Perón y se empapeló el país con
afiches que a modo de pseudo religión rezaban el versículo “Perón
Cumple, Evita Dignifica”. Llegó un momento en el cual no había
dependencia u oficina pública que no tuviese una imagen de alguno de los
integrantes de la pareja presidencial en exhibición. Los comercios,
cualquiera fuere su rubro, debían tener una foto de Eva o del dictador
de manera virtualmente obligatoria, caso contrario, eran pasibles de
recurrentes inspecciones impositivas o administrativas que acababan
clausurando el local: “el culto a la personalidad es realmente
indispensable en las etapas revolucionarias”[6] se justificaba Perón.
Se
vivía francamente en el absurdo. La ciudad de La Plata fue rebautizada
con el nombre “Eva Perón”. La estación de trenes de Retiro pasó a
llamarse “Presidente Perón”. Las Provincias de Chaco y La Pampa a partir
de enero de 1952 cambiaron su nombre por “Presidente Perón” y “Eva
Perón” respectivamente. La ciudad de Quilmes también pasó a llamarse Eva
Perón al igual que un sinfín de calles, colegios y plazas de todo tipo y
tenor. Respecto a la monotonía en cuanto a los nombres de calles y
avenidas se provocó un serio problema en el correo central, porque
debido a la gran cantidad de lugares con la misma denominación se
complicaba en mucho la clasificación de cartas y encomiendas, lo que
determinó que el remitente se viera obligado a agregar entre paréntesis
el nombre anterior de la calle o la dirección rebautizada a fin de
evitar que su correspondencia fuera a un destino equivocado.
El gobernador de la Provincia de Buenos
Aires (a la sazón Carlos Aloé) dispuso que todos los cuerpos celestes
descubiertos en el observatorio de Eva Perón (así se denominaba la
ciudad de La Plata) fuesen “consagrados a Eva Perón e identificados con
nombres que exalten sus virtudes”[7].
Y así se determinó que tres nuevos astros fueran denominados
“Abanderada”, “Mártir” y “Descamisada”. El Congreso sancionó la ley
14.036 imponiéndole al mes de octubre la condición de “mes del
Justicialismo”[8].
El “Escudo Peronista” reemplazó progresivamente al Escudo Nacional, y
la diferencia estética entre uno y otro era que el escudo de Perón tenía
las manos estrechadas en sentido diagonal y no horizontal,
representando una relación de subordinación entre la masa y el caudillo.
La “Casa Guzmán”, dedicada a fabricar trofeos y distintivos, fue
contratada por el Estado para fabricar 16 mil “escuditos” por día[9],
los cuales se repartían en las solapas de los colegios primarios y
secundarios. Además se anexaban a las medallas y trofeos deportivos de
los “Campeonatos Evita”, cuadrantes de relojes, pañuelos y todo tipo de
utensilios donde pudiese estamparse la propaganda partidaria de la
dictadura: “hoy es un día peronista”[10] debía decir de manera exultante el locutor radial Luis Elías Sojit cada vez que amanecía soleado.
La saturación idolátrica era tan
agobiante, que los groseros gestos de obsecuencia de los funcionarios
peronistas ya no llamaban la atención: “En el gobierno argentino no hay
nadie, ni gobernadores, ni diputados, ni jueces, ni nadie: hay un solo
gobierno que es Perón” arengaba el gobernador bonaerense Carlos Aloé[11]
agregando “Ningún peronista entra a analizar las situaciones. Basta que
el General Perón quiera una cosa para que todos estemos dispuestos a
cumplirla de inmediato”[12].
El sirviente Héctor Cámpora no se quedaba atrás y en su condición de
Presidente de la Cámara de Diputados era el encargado de tomar juramento
a los Diputados que asumían y para tal fin fabricó la siguiente fórmula
juramental: “¿Juráis ser leales al Libertador de la República General
Juan Perón y a la Jefa Espiritual de la Nación Eva Perón, a su doctrina y
a su movimiento?”[13]. La Diputada Delia Parodi enseñaba que “Nuestro Dios en la Tierra es Perón”[14], en tanto que el Diputado Virgilio Filippo redactaba un “Ave María de María Eva”[15], a fin de ser rezado en las unidades básicas.
El Ministro Mendé, por su parte, inventó un establecimiento educativo
llamado Escuela Superior Peronista, creado según él “para enseñar a amar
a Perón” dado que “seremos mejores todavía si tenemos el pensamiento
puesto en Perón. Cada noche al acostarnos debiéramos examinarnos: ¿He
imitado yo en este día a Perón? (…) Porque Perón no se equivoca ni puede
equivocarse jamás (…) Porque los genios y los grandes hombres, sin
salvarse uno solo, todos han padecido errores y defectos. Todos menos
Perón”[16].
Y fue en esa misma “Escuela Superior” en la cual Eva brindó “clases de
doctrina peronista” enseñándole a las militantes de la rama femenina del
partido lo siguiente: “Siento que Perón es incomparable, Perón es dios
para nosotros, y lo digo con todas las palabras que tengo y con todas
las palabras que se, y cuando se me acaba la voz y las palabras lo digo
de cualquier manera (…) las mujeres somos pasionistas mi General, las
mujeres somos fanáticas mi General, y el Partido Peronista, lo confieso
honradamente, es fanático, y al ser fanático, demuestra que ha abrazado
una gran causa, únicamente las grandes causas tienen fanáticos sino no
habría ni santos ni héroes, y nosotras somos fanáticas de Perón (…) como
no estamos contra nadie, tenemos un enemigo: los antiperonistas. Esos
son nuestros enemigos: seremos leales hasta el fin, cueste lo que cueste
y caiga quien caiga”[17].
Estas
adulaciones patológicas se irán intensificando con el tiempo hasta
adquirir delirios místicos: “yo no concibo el cielo sin Perón”[18]
sentenció Eva en su testamento político e incluso sus loadores no
tardarán en colocar a Perón por encima de Jesucristo en discursos
oficiales (tal como lo veremos in extenso en capítulos posteriores):
“Cristo se conformó con proponer al mundo el cristianismo, Perón le sacó
ventaja. Realizó el cristianismo. ¡Nada de contentarse con sermoncitos!
Cristo, palabras. Perón, hechos (…) Por eso Perón es el rostro de Dios
rutilando en la oscuridad de las tinieblas de esta hora (…) ¿Qué somos
nosotros al lado de Perón? Menos que nada. Sólo Perón tiene luz propia.
Todos los demás nos alimentamos de su luz”[19]
sentenciaba el Ministro Raúl Mendé, panegírico que le valió a su autor
el siguiente elogio por parte de su ponderado jefe: “Mendé es uno de
nuestros mejores comentaristas de la doctrina peronista”[20].
En cuanto a los destinatarios de tamañas
ofrendas (el dictador en primer lugar y su esposa en segundo término),
desde el punto de vista psiquiátrico no son pocos los facultativos que
sostienen que sólo personalidades irremediablemente enfermas de vanidad y
egocentrismo podrían apañar y/o promover tanta idolatría para sí mismo
sin sentir una mínima cuota de vergüenza. Muchos años después (en 1973)
Perón se refirió a este cuestionado asunto del culto a la personalidad y
respondió “¿Qué puede tener eso de malo, si yo no me lo creo? Acaso,
¿no es normal que la persona que brinda tanto bien sea casi endiosada
por sus beneficiarios?”[21].