miércoles, 25 de abril de 2018

El marketing del “hijo de la Revolución”

Oberdan Rocamora para JorgeAsisDigital.com. lunes, 23 abril , 2018. / A- A+

El marketing del “hijo de la Revolución”

Vivió de la Unión Soviética y de la Venezuela Bolivariana. Ahora Cuba vive del capitalismo.

El marketing del hijo de la Revolución 
escribe Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital
La Habana, especial

En un marco de honda indiferencia popular se produjo el cambio de gobierno transitoriamente cosmético.
Al menos hasta 2021, el inquietante Miguel Díaz-Canel -flamante presidente de Cuba-, va a obedecer al legendario Raúl Castro. El heredero de Fidel se dispone a pegar un salto al costado, pero con red.
En Díaz-Canel persiste la piadosa perversidad del astuto. Los precipitados de interpretación precoz lo tildan ya de títere. No es lo que piensa Kim Jong-un, el líder de Corea del Norte. Ni lo que queda de Nicolás Maduro.
Acepta Díaz-Canel que las decisiones trascendentales las vaya a tomar Raúl, que se queda con el control del ejército, y sobre todo a cargo del Partido Comunista.
Se trata de un comunista del aparato. Un “cuadro”. Es presentado como “el hijo de la Revolución”. Nació en 1960.

El marketing del hijo de la Revolución 
Don Jaime Durán Barba envidiaría el manejo del marketing castrista. El sobreviviente de la dinastía de Los Castro cede el gobierno al “hijo de la Revolución”. Es apenas un año menor que Mauricio Macri.
Y también, como Macri, “el hijo de la Revolución” es ingeniero. Y se identifica, igualmente, con el rock.
Es un cuidadoso calculador que supo cortarse el pelo a tiempo. Contiene rasgos de reformador más osado que el mismo Raúl.
En Santa Clara -el Tandil natal- el comunista rockero supo avalar la estética del travestismo. Conquistar el apoyo de la comunidad homosexual.
O el ingeniero es un mero experimento para ensayar la transición (como Macri). O se queda, en dos años, con la totalidad del poder. Para reformar (o formar) lo que haga falta, para proporcionarle mayor libertad al cubano acotado. Cercenado. O para profundizar la gastada acción revolucionaria.
La utopía de la Revolución es admirada por gran parte de los intelectuales y militantes del continente, que mantienen, con Cuba, una relación casi personal. Por el afecto y la simpatía que despierta el insumo de la historia (aunque los admiradores se hayan distanciado de sus dogmas).
Para horror de los cubanos del exilio externo. Los enfáticos ideologizados de Miami. O del sigiloso exilio interior, habituado al desdén, a la resignación. Al invento diario.
Para espanto de los derechistas de ramos generales que no le reconocen, a la Revolución, el menor logro. Ningún mérito. Ni en salud ni en educación.
Son los que prefieren denominarla, con atendibles atributos, Dictadura.

Los tíos de enfrente

El marketing del hijo de la Revolución El socialismo real de Cuba hoy se sostiene por el capitalismo. Por el poderoso vecino de enfrente, que lo desprecia.
La proximidad acentúa el encanto que la sociedad congelada genera en los turistas que llegan de todas partes. Atraídos por el insumo del sol, tan fundamental como el commodity de la historia.
Aparca una nave noruega de doce pisos con más de tres mil rubios dispuestos a tomar una clase acelerada de dos días de Revolución. De alegría y de rumba. Con deseos de fotografiarse junto a los automóviles milagrosos de los años 50.
Ahora está por aparcar otra nave de Nassau con otros miles de predispuestos a encenderse con el “mojito” de la Bodeguita del Medio. O con un daiquiri de La Floridita. O una piña colada con el fondo del bochinche de negritos encantadores y de mulatas estremecedoras que se mueven, ante la mirada perpleja del bronce de Hemingway, mito infaltable en los boliches.
La mulata del Floridita vende su música a 10 pesos, convertibles a cambio de dólares. Los Cups. Para darse un festín de camisetas del Ché, de ron y de cigarros oficiales o robados por los inventores que sobreviven como cientos de miles de habitantes, que de ningún modo viven con el equivalente a los 20 dólares mensuales, que es el salario normal, pagados en los pesos cubanos. “Basura de moneda” que no sirve prácticamente para nada.
Cada peso Cup cuesta poco más de 20 pesos basura. El Cup se cotiza insólitamente más alto que el dólar. Y cualquier jinetera culturalmente formada gana más dinero con un pase sexual que el cubano del montón en cuatro meses de trabajo. Aunque no sea exactamente así, ya que un 65% de la población recibe transferencias mensuales de los familiares. Los tíos de enfrente.

Una jinetera más del malecón

El marketing del hijo de la Revolución País “fiolo”. Contradicción permanente. Cuba se impone como el socialismo mantenido. Siempre con los financistas que la ayudaron a perdurar.
Primero vivió de la Unión Soviética, después de Venezuela, por último del capitalismo que combate.
Tres largas décadas a expensas de la URSS. Maravilla que permitió ensayar la exportación revolucionaria, con un balance de miles de muertos, en América Latina y en el África. Hasta que la URSS se derrumbó de la peor manera. Humillada por el sistema de la potencia adversaria que la venció.
En adelante, para Cuba transcurrieron los años más difíciles. Había que conseguir los dólares imposibles. “Todo lo que fuera malo para el imperio era bueno para la revolución”. Aunque hubiera que traficar droga con el Cartel de Medellín. Y Fidel, al ser descubierto, tuviera que entregar al popular general Ochoa que ciegamente le obedecía.
Desde el paredón de fusilamiento, Ochoa supo brindar, con su muerte, el máximo servicio a la Revolución (que ya estaba prostituida como una jinetera más del malecón).
En los noventa el destino quedaba librado a la insuficiencia del azúcar, el lamento del cacao y la competencia del café. Un alivio que despuntara en el continente, con el nuevo siglo, la moda de los gobiernos populares. Principalmente el bolivarianismo de Chávez, el gran benefactor, con el petróleo que nunca se pagaba y que era ofensivamente útil para mantenerse desafiante. Hasta que la Venezuela bolivariana también se desmoronó para merodear el precipicio.
Pero la Cuba que inventa, como inventa el cubano medio para sobrevivir, resiste con relativa dignidad y aprovecha las contradicciones del capitalismo. La ayudan, paradójicamente, a mantener su identidad. Por la condición heroica de persistir a escasas millas del centro que irradia el capitalismo que la Revolución detesta, pero que mantiene a sus habitantes. Le depara los dólares que el pobre Ochoa pretendía conseguir para Fidel con la María “blanca como el día”. Pero un “veneno si te quieres enamorar”.

Cuba es legitimada por Haití

Difícilmente, después de Fidel, alguien vuelva a llenar la Plaza de la Revolución.  
El marketing del hijo de la RevoluciónDonde Fidel arengaba. Monologaba. Se excedía en reiteraciones. Solía despotricar contra el imperialismo durante cinco o seis horas, ante la impresionada multitud que hoy solo alude a la nostalgia.
Queda apenas el contorno dibujado del Che Guevara, en un edificio alto y horrible. Con la inscripción “Hasta la victoria siempre”.
Queda también el contorno dibujado de Camilo Cienfuegos, con la leyenda voluntarista que suele evocarse con sentido del humor. “Vas bien, Fidel”.
Al costado, bajo la vulgaridad del sol que abruma, aparcan decenas de buses menos originales aún. Descienden turistas ansiosos por posar. Selfiarse.
Los micros pertenecen al Estado, y los guías están preparados para justificar la atracción.
Los turistas desplazaron largamente, en importancia, a la caña de azúcar.
Nadie en la Plaza atestada de consumidores en ojotas parece haberse dado cuenta que sale relativamente del primer plano el apellido Castro. Que es ungido, en la presidencia, un nuevo Dorticós.
Todavía no aparecen en La Habana los cartelones de Miguel Díaz-Canel con su mirada estratégica, dirigida hacia las próximas generaciones. Abundan, en cambio, los retratos de Fidel, que ya es la épica. Se encuentran algunos de Raúl, con el pelo oscuro que le aportan migajas de simulación a los 87 años.
Raúl, el conductor de Díaz-Canel, se propone pasar a la historia como el gran reformador que le brindó oxígeno a su pueblo. El marketing del hijo de la Revolución 
El marketing del hijo de la Revolución Y que reanudó las relaciones con Estados Unidos.
Pero a la apertura generosamente cálida de Barack Obama le sucedió la mezquina clausura de Donald Trump, con la severa frialdad del que exige, con prepotencia y sin mimos, el insumo encantado de la libertad, prensa independiente y elecciones donde los opositores sean tomados en cuenta.
Con el cuento del sonido sofisticado que atormenta a sus diplomáticos, Trump retiró a su embajador. La bandera americana se deprime a media asta para algarabía de los cubanos de Miami, que se sintieron traicionados por Obama. Se oponen tanto que prefieren, probablemente, que en la isla no se registre ningún cambio. Que persistan congelados como el parque automotor de Chevrolets 51, Impalas y Dodges, que funcionan por instinto de preservación.
En el fondo resulta conveniente continuar así. Con la certeza de saberse perseguidos, excluidos, espiados, mientras inventan fundaciones para facturar y luchar contra el mal. Que es este comunismo triste e inofensivo que ya no propaga la rebelión, aunque se inventen los recursos para sostenerse y se advierta a los demócratas del continente sobre el peligro cubano (que en realidad no existe más).
Inventan recursos como los cubanos del interior, para mantener una cierta dignidad existencial. Sin la ilusión de protagonizar ya ninguna epopeya revolucionaria, que se consagra por el efecto comparativo con otras democracias de América Latina. Donde abunda la pobreza, y la indigencia, más que la libertad. Valores nocivos que en Cuba, debe aceptarse, tampoco existen. Y tienen razones para ufanarse de los propósitos alcanzados en materia de salud y educación.
Cuba es legitimada, en el fondo, por Haití. Y por el efecto comparativo con las miserias que rodean a las grandes ciudades del continente. Resta entonces entender la magia que les permite lidiar con sus inventos y hacer rodar sus vehículos, mientras consolidan la relación espiritual con el dólar salvador gracias a los tíos de Miami y de Los Ángeles. Y a la cotidiana legión de turistas que pisan la Plaza San Francisco de Asís con extraordinarios deseos de sentir la experiencia revolucionaria, estimularse con daiquiris, rumbas, cigarros, o extasiarse ante el Hotel Nacional de Al Capone, y hasta tal vez mantener alguna historia sensual o sólo comprarse una camiseta con la imagen del Ché. O con la franca ironía literaria. “Vas bien, Fidel”.