domingo, 29 de abril de 2018

LA MATANZA


viernes, 27 de abril de 2018

Mirando pasar los hechos

LA MATANZA
“Muy satisfechos de ir por el atajo
balando entre el chillar de los vencejos
sin la luz de los ojos que ven lejos.
¡Ay, el pastor! ¿Adónde te escondiste?”
(Padre Castellani, “Visiones”, octubre de 1947)
Como si todo se redujera a una mera cuestión cromática, en estos tiempos de ola amarilla, sepultadora del ya pasado tsunami naranja, el panorama negro de la que alguna vez fuera la Patria Bella sigue mutando, y de las mesnadas rojas del pasado diciembre ha devenido ahora en verde abortista.

 
Verde como el color del alimento que se pudre, como la mosca que se regodea en el excremento. Verdes los pañuelos de las que han dado encarnadura real a aquel título de un programa de televisión de otrora: Mujeres asesinas. Verde de mucosidad enferma que ha salido a barbotar ante la pasiva mirada de muchos que debieran actuar.
Alborotadas por los calores inusuales de un abril impío (en todo el sentido de la palabra), los hongos verdes asentados en el Charlamento Nacional exigen “aborto legal en el hospital”, tal como reza (es un decir) un mantra estrenado en el día de la venganza terrorista del pasado 24 de marzo. Y para seguir promoviendo el Aborto Libre para Todas y Todas (por esas cuestiones de género que tanto se llevan en estos tiempos y contratiempos), las empoderadas irán a los templos.
Nadie crea que están pensando en ir a misa. No hay bergoglios ni lagunas a mano para que estén “una cum” ellas. No volvieron Mayol ni Podestá, que bien conocen de estas osas que osan hozar recintos para ellas infrecuentes. Lamentablemente, ya no podríamos llamarlos “recintos sagrados”. Mucho hace que perdieron esa categoría, por obra y desgracia del Concilio Vaticano II.
Y no. No nos sorprende que las Hijas del Misoprostol se atrevan a tanto. Nos sorprende que no haya una sola voz episcopal que demuestre que debajo de las sotanas todavía queda algún atributo varonil que sirva para defender la Buena Causa contra el avance de las herodianas. No hay Obispos que llamen a Cruzada. Hay voceros episcopales que redactan cartas descafeinadas que claman al cielo tanto como el derramamiento de la sangre de los más inocentes.
Tiempo atrás un necio con anillo episcopal despachó a un defensor de la Iglesia diciendo que en su recinto “no se necesitaban Cruzados”. Ahora, en los recintos va a encontrar a las feministas que tal vez nunca soñara que se le enfrentarían.
Quizás ese pobre hombre pregunte ahora por los Cruzados. Pero será tarde.
Sus catedrales, de todos modos, no van a ser profanadas por las tiorras rioplatenses: las catedrales ya fueron profanadas, hace bastante tiempo, por los mismos que no querían a los Cruzados.
Rafael García de la Sierra