viernes, 27 de abril de 2018
Mirando pasar los hechos
LA MATANZA
“Muy satisfechos de ir por el atajo
balando entre el chillar de los vencejos
sin la luz de los ojos que ven lejos.
¡Ay, el pastor! ¿Adónde te escondiste?”
(Padre Castellani, “Visiones”, octubre de 1947)
Como si todo se redujera
a una mera cuestión cromática, en estos tiempos de ola amarilla, sepultadora
del ya pasado tsunami naranja, el panorama negro de la que alguna vez fuera la
Patria Bella sigue mutando, y de las mesnadas rojas del pasado diciembre ha
devenido ahora en verde abortista.
Verde como el color del
alimento que se pudre, como la mosca que se regodea en el excremento. Verdes
los pañuelos de las que han dado encarnadura real a aquel título de un programa
de televisión de otrora: Mujeres asesinas. Verde de mucosidad enferma que ha
salido a barbotar ante la pasiva mirada de muchos que debieran actuar.
Alborotadas por los
calores inusuales de un abril impío (en todo el sentido de la palabra), los
hongos verdes asentados en el Charlamento Nacional exigen “aborto legal en el
hospital”, tal como reza (es un decir) un mantra estrenado en el día de la
venganza terrorista del pasado 24 de marzo. Y para seguir promoviendo el Aborto
Libre para Todas y Todas (por esas cuestiones de género que tanto se llevan en
estos tiempos y contratiempos), las empoderadas irán a los templos.
Nadie crea que están
pensando en ir a misa. No hay bergoglios ni lagunas a mano para que estén “una
cum” ellas. No volvieron Mayol ni Podestá, que bien conocen de estas osas que
osan hozar recintos para ellas infrecuentes. Lamentablemente, ya no podríamos
llamarlos “recintos sagrados”. Mucho hace que perdieron esa categoría, por obra
y desgracia del Concilio Vaticano II.
Y no. No nos sorprende
que las Hijas del Misoprostol se atrevan a tanto. Nos sorprende que no haya una
sola voz episcopal que demuestre que debajo de las sotanas todavía queda algún
atributo varonil que sirva para defender la Buena Causa contra el avance de las
herodianas. No hay Obispos que llamen a Cruzada. Hay voceros episcopales que
redactan cartas descafeinadas que claman al cielo tanto como el derramamiento
de la sangre de los más inocentes.
Tiempo atrás un necio
con anillo episcopal despachó a un defensor de la Iglesia diciendo que en su
recinto “no se necesitaban Cruzados”. Ahora, en los recintos va a encontrar a
las feministas que tal vez nunca soñara que se le enfrentarían.
Quizás ese pobre hombre
pregunte ahora por los Cruzados. Pero será tarde.
Sus catedrales, de todos
modos, no van a ser profanadas por las tiorras rioplatenses: las catedrales ya
fueron profanadas, hace bastante tiempo, por los mismos que no querían a los
Cruzados.
Rafael García de la Sierra