La mayor parte de la humanidad,
durante la mayor parte del tiempo,
ha vivido en imperios.
Hermann Kahn - Anthony J. Wiener
"El Año 2000"
Tenemos voluntad de Imperio.
Afirmamos que la plenitud histórica
de España es el Imperio. (...)
España alega su condición de eje espiritual
del mundo hispánico como título de preeminencia
en las empresas universales.
José Antonio Primo de Rivera
Punto 3 de la Norma Programática
de la Falange Española.
Los imperios de la postmodernidad
La Segunda Guerra Mundial tuvo muchos participantes pero, en realidad,
solamente dos vencedores: los Estados Unidos y la Unión Soviética. Ambos
con aspiraciones imperiales aunque ambos sin el talento ni las
condiciones necesarias para ser un imperio.
El proyecto imperial soviético implosionó por su propia inviabilidad
intrínseca. Después de ocupar militarmente varios países y de sojuzgar
varias naciones, realmente nunca supo muy bien qué hacer con sus
conquistas más allá de la teoría de la dictadura del proletariado. Al
final, toda su estructura socioeconómica y política se volvió
insostenible porque ni pudo ganar más espacio aparte del logrado por la
fuerza de las armas, ni pudo tampoco hacer funcionar el espacio ya
obtenido de un modo satisfactorio para sus habitantes.
Lo que pocos han advertido – o han querido advertir – durante los
últimos treinta o cuarenta años es que el proyecto imperial
norteamericano está transitando muy cerca del borde del mismo
precipicio.
Imperio e Imperialismo
Si hay una cosa que deberíamos diferenciar en las construcciones
políticas multinacionales es la diferencia histórica entre imperio e
imperialismo. El primero es una construcción principalmente política; el
segundo es una estructura principalmente económica. Por eso es que los
imperios crecen por conquista de provincias, a las que incorporan e integran, mientras que los imperialismos solo establecen colonias a las que invaden y explotan.
El fracaso del proyecto imperial soviético se debió – en forma principal
aunque no en forma exclusiva – a que los bolcheviques no consiguieron
seguir con la construcción imperial del antiguo zarismo y terminaron
tratando de hacer funcionar su proyecto como el imperialismo de un
Estado cuya ideología – con sus limitaciones, miopías e inviabilidades –
lo llevó a tratar a sus ciudadanos como una masa potencialmente
infiltrada de enemigos solo controlables por medio de una policía
política y a sus conquistas como colonias potencialmente enemigas solo
controlables por medio de tropas de ocupación.
En el caso del proyecto imperial norteamericano la cuestión es algo más
sutil pero en esencia también más simple todavía: fieles herederos del
criterio económico del imperialismo británico, tan fuertemente imbuidos
de la ética protestante calvinista como sus primos ingleses, ya desde
sus mismos orígenes los norteamericanos arrancaron con un criterio
imperialista en materia de política exterior.
De cualquier manera, lo que no hay que perder de vista es que, tanto los
norteamericanos herederos de Adam Smith y David Ricardo como los
marxistas rusos herederos de Marx y Lenin, jamás entendieron la enorme
diferencia que hay entre imperio e imperialismo.
El espectro político actual, desde la "izquierda" más recalcitrante
hasta la "derecha" más testaruda, sigue sin entenderlo hasta el día de
hoy.
Síntesis y equilibrio interno
Para especular acerca del futuro del imperialismo norteamericano lo que
hay que tener en claro, además de lo ya señalado, es que toda
construcción multinacional es capaz de sostener con éxito su posición de
poder mientras sea capaz de mantener en armonía las corrientes de
energía que fluyen en su interior. Esto no es más que la extensión al
área de la política internacional de la función esencial de síntesis que
le corresponde a todo Estado en materia de política interior.
El problema está en que el establecimiento y el mantenimiento de esta
síntesis armónica se vuelve algo muy complicado en el mundo actual por
el concurso de factores tales como la interconexión, la extensión y la
heterogeneidad que presenta el mundo globalizado.
Las fronteras "nacionales" se han vuelto muy permeables, en algunos
casos hasta están bastante desdibujadas y las dependencias mutuas ya no
se hallan tan unilateralmente establecidas como en las épocas de los
Imperios tradicionales. Con lo cual, lo que hay que investigar es por
qué – como es notorio – el imperialismo dominante tiene cada vez más
problemas para hacer funcionar su sistema global de flujo de bienes,
servicios y fuentes de energía.
La sustentabilidad del sistema
No es un secreto para nadie que, en un esquema imperialista, las
colonias de la periferia están para que el poder central extraiga de
ellas precisamente lo que su sistema necesita para funcionar. Pero
sucede que la posibilidad de mantener a largo plazo de este flujo de
energía de la periferia al centro depende de por lo menos dos factores:
- La intensidad y el volumen de la extracción no debe terminar
impidiendo el funcionamiento adecuado de las colonias periféricas
mismas.
- Además de eso, la sustentabilidad también exige – y no en última
instancia – que los bienes extraídos de la periferia colonizada no
sirvan solamente para el bienestar hedonista del centro sino también
para mantener funcionando el complejo sistema de regeneración y
renovación de las fuentes de bienes, servicios y energía de todo el conjunto.
Si observamos más de cerca la situación en función de estos dos
criterios fundamentales, podemos ver que el imperialismo norteamericano,
al igual que el soviético en sus últimos años, no solo tiene ya serias
dificultades para mantenerse en el largo plazo, sino que se ha vuelto
seriamente autodestructivo en virtud de decisiones catastróficamente
equivocadas.
El balance de los últimos 70 años
Si hacemos el balance de los últimos 70 años podemos ver que,
aproximadamente desde fines de la década del 1970, de pronto comienzan a
surgir ciertas extrañas pautas en el funcionamiento del imperialismo
norteamericano.
A partir de ese fin de década, la dirigencia imperialista norteamericana
empieza a dar por sentado, con cada vez mayor naturalidad y arrogancia,
que tiene derecho a inmiscuirse en cualquier parte del mundo, a
propósito de cualquier excusa, y que puede hacerlo dejando cínicamente
de lado sus propias y vanagloriadas glorificaciones de la democracia
occidental.
Paralelamente también se hace cada vez más evidente que, sea donde fuere
que los norteamericanos se meten, la situación del lugar invadido
infaliblemente empeora en lugar de mejorar.
Ejemplos de esto los hay de todos los colores: el conflicto de Medio
Oriente, el armado de la guerra de Iraq-Irán de los años 80, Haití,
Somalía, los descalabros de Afganistán, las revueltas en el área de la
ex-URSS, la invasión a Iraq, la imposición de principios étnicos
arbitrarios en los Balcanes, las consecuencias catastróficas de la
"Primavera Árabe"... y sigue la lista.
Las dos Norteaméricas
La cuestión es que tendríamos que entender por qué sucede todo esto. Por
de pronto, la causa más probable es que estamos asistiendo al principio
de un proceso de desintegración – o al menos de descontrol –del sistema
interno que regula el flujo de poder dentro del imperialismo mundial.
Las operaciones estratégicas de este poder requieren enormes gastos
militares, financieros y administrativos. Estamos hablando de
inversiones, no de miles de millones, sino de miles de billones de
dólares.
Muchos no lo saben o no se animan a decirlo, pero no solamente las
colonias de la periferia adquieren deudas externas prácticamente
impagables. El Poder Central norteamericano mismo se va endeudando en
forma exponencial y su deuda propia va creciendo a velocidades cada vez
mayores.
Aquí lo que hay que tener en claro es que los EE.UU. no constituyen un
solo organismo político sino dos. Por un lado tenemos a los EE.UU. como
Estado-Nación, igual a muchos otros Estados del planeta. Pero a este
Estado-Nación se le superpone en forma simultánea un "Imperio" que lo
domina y parasita, siendo que los gastos efectivos corren siempre y solo
por cuenta del "Estado-Nación".
Esto es así porque la superestructura imperialista es algo inmaterial
desde el momento en que está basada sobre el dinero y, para colmo, sobre
un dinero de valor totalmente arbitrario y contingente. Es un dinero
que se halla al servicio de múltiples intereses privados sobre los
cuales el Estado-Nación no tiene prácticamente ningún control desde el
momento en que, tanto la Reserva Federal norteamericana como la cascada
de empresas financieras en cuyo interior se toman las decisiones
financieras importantes, son todas instituciones privadas.
La existencia de la plutocracia imperialista, que se superpone al
Estado-Nación norteamericano y lo domina para canalizar sus energías
hacia las aventuras más extravagantes, hasta es negada en forma oficial.
Es obvio que resulta relativamente fácil ocultarla cuando su existencia
política se esconde detrás de la financiación de los partidos políticos
y las campañas electorales mientras sus enormes ganancias solo aparecen
en asientos contables y balances bastante fáciles de maquillar. Por
ello es que se nos repite a cada paso que ese centro de poder es un
"ente imaginario" que solo existiría en las fantasías conspiranoicas de
los apóstoles del odio, de los eternos disconformes y, por supuesto, de
los fascistas más otros apocalípticos irrecuperables y políticamente
incorrectos.
Que existen teorías más o menos conspirativas increíblemente ridículas
es algo muy cierto. Pero eso no impide que el poder de la plutocracia
internacional, el poder global de los dueños del dinero, sea algo bien
real.
El costo insostenible del imperialismo
Sea como fuere, el hecho es que el propio pueblo norteamericano debe
llevar sobre sus espaldas, al menos en algún grado, el costo de las
aventuras económicas de la plutocracia. Pero esto tiene un límite.
Los Estados Unidos, como nación, pagan por buena parte del enorme gasto
militar que representan sus drones, sus bombas atómicas, su electrónica,
y sus miles de diferentes clases de armas. Pagan por los inconvenientes
surgidos del comercio exterior norteamericano que beneficia a las
grandes empresas pero de cuyos beneficios la gente común y corriente a
veces casi ni se entera. A veces pagan con la vida de sus hijos cuando
alguna operación en Afganistán o en algún otro lado de repente sale mal.
En principio al menos, el Estado-Nación norteamericano paga las
"operaciones" financieras de la plutocracia.
Pero, como decíamos, eso tiene un límite y los norteamericanos están
bastante cerca de él. Y cualquiera con dos dedos de frente en los EE.UU.
sabe que eso puede llegar a ser muy peligroso.
Un derrumbe definitivo del "sueño norteamericano" tendría efectos muy
traumáticos en la sociedad; especialmente en la clase media y media-alta
cuyo ingreso anual está muy por encima del valor real de su producción.
Agréguese a esto un detonante como, por ejemplo, un conflicto racial –
que es algo siempre subyacente en EE.UU. – y ya tenemos un escenario muy
explosivo que puede terminar en cualquier cosa. Sobre todo si tenemos
en cuenta la existencia de algo así como 200 millones de ciudadanos
armados de los cuales la estadística demográfica nos dice que un 62%
serían blancos y un 44% negros.
No hace falta mucha imaginación para prever que una conflagración de
esas dimensiones y fuera de control podría llegar a ser una catástrofe
colosal.
Los pararrayos
Y la plutocracia lo sabe. Ésa es la clave que nos permite entender a un
personaje como Donald Trump. Con Obama intentaron calmar a los
afroamericanos. No lo consiguieron demasiado bien: los negros esperaban
mucho más de ese presidente y los blancos esperaban mucho menos. Por
ejemplo, el sistema de salud promovido por Obama (el llamado "Obamacare")
que favorecía a los afroamericanos y a las personas de escasos recursos
terminó volteado por el gobierno republicano. En su lugar, Trump
reacomodó la economía, bajó el desempleo y le dio un gran impulso al
patrioterismo norteamericano.
Lo que hay que entender es que en la política norteamericana de los
últimos años, personajes como Obama o Trump ofician de pararrayos. Trump
fue diseñado para bajar a tierra la tensión de la población blanca del
mismo modo en que Obama fue diseñado para conducir a tierra las
tensiones de la población negra. Entre ambos constituyen un buen ejemplo
de ingeniería social. La pregunta del millón es por cuánto tiempo se
puede hacer funcionar el truco.
Porque este arreglo interno en los EE.UU. no solamente es inestable sino
que depende de un modo muy fuerte de la capacidad de extraer de la
periferia colonial lo que ya no se puede extraer del cuerpo central so
pena de terminar desestabilizándolo por completo. Pero aquí entra a
jugar otro problema no menor.
Dólar, colonias y deuda externa
Es un secreto a gritos que el dólar norteamericano está teniendo
dificultades para funcionar como "moneda mundial". Todavía mantiene ese
status y una parte decididamente sustancial del comercio exterior se
lleva a cabo en dólares, pero ya no de un modo indisputado. Es más:
resulta notorio como en varios casos – por ejemplo el de Saddam Hussein,
o el de Muammar al-Gaddafi – la plutocracia hasta estuvo dispuesta
hasta a ir a la guerra para frenar, entre otras cosas, el intento de
desacoplar la comercialización del petróleo del dólar norteamericano.
Putin en su área está impulsando parte de su comercio fuera del área del
dólar y los chinos serán más cautos pero tampoco lo ven con malos ojos.
Y demás está decir que buena parte de la animadversión que se cultiva
para con Irán responde (también) a esta tendencia.
Frente a esta incipiente huida del dólar la oligarquía plutocrática no
ha tenido más remedio que incrementar la presión sobre la periferia para
poder seguir garantizando la sustentabilidad de su moneda global. Y una
de las mejores herramientas para lograr esto son las monstruosas deudas
externas expresadas, precisamente, en dólares. Hay muchos que no lo
ven, pero la explicación es bien simple: un país que no tiene una moneda
fuerte propia y que está endeudado hasta la coronilla (o incluso más
allá) en dólares, no tiene ninguna posibilidad de desarrollar su
comercio internacional en una moneda que no sea... el dólar. No hay
mucho misterio en eso. ¿Hará falta señalar a la Argentina como ejemplo
típico?
La cuestión es que el saqueo cada vez más inescrupuloso de la periferia
aumenta progresivamente las tensiones en las colonias. Las respuestas
que elaboran las élites plutocráticas para dominar estas tensiones son
en muchos casos tan inadecuadas que las situaciones se vuelven
patológicas. De este modo, con soluciones carísimas y equivocadas,
impuestas en varios casos con extrema brutalidad, lo único que logran es
llevar al mundo y a la propia plutocracia a una situación peor que la
anterior. Consecuencia de ello es que, para arreglar de algún modo el
desaguisado, tienen que aumentar aún más la intensidad del saqueo de las
colonias, lo cual por supuesto genera más tensiones todavía, y todo el
macabro círculo vicioso comienza de nuevo.
Y continuará así hasta el día en que se rompa.
La solución: creatividad y realismo
En la Historia es muy difícil hallar algún ejemplo que nos ilustre como
se puede salir de un huracán autogenerado de esta clase. Hay que dejar
de autoengañarse: no hay modelos para copiar. No hay ideologías para
trasplantar. No hay experiencias para imitar. Si queremos salir del
laberinto no nos queda más remedio que ser creativos.
Por supuesto que existieron propuestas de soluciones en el pasado y
algunas de ellas fueron muy buenas. Pero, seamos realistas. Por un lado y
lamentablemente, los ámbitos y los entornos en que se propusieron
fueron muy diferentes a los actuales. Y por el otro lado, esas
propuestas fueron destruidas y estigmatizadas por los vencedores de las
dos guerras mundiales que hundieron al Occidente en la decadencia
actual.
También es cierto que a lo largo de toda la Historia Universal hubo
muchos huracanes sociopolíticos y económicos pero hasta ahora, ninguno
con el volumen, los alcances y los recursos tecnológicos del que hoy
asoma en el horizonte. Y no menos cierto es que, así como en todos los
casos la decadencia moral precedió siempre a la degeneración completa de
todo el organismo político, nadie hasta ahora consiguió evitar el
colapso una vez que esa decadencia consiguió instalarse en el poder.
De modo que mirar para atrás no ayuda mucho.
De hecho, en política al igual que en la calle, el espejo retrovisor
solo sirve para saber qué dejamos atrás; no para distinguir la mejor
forma de salir del embotellamiento.