¿A quién ruegan los ateos? Por Miguel De Lorenzo
Hace un par de semanas supimos que el Papa Francisco, llamó a los
padres de Micaela, la joven violada y asesinada, para solidarizarse y
de algún modo acompañarlos en el drama que estaban viviendo.
Recordemos que el crimen fue ejecutado
por un hombre con antecedentes y condena previa por el mismo delito de
violación y liberado antes de tiempo – contra la opinión de los expertos
– por el juez Rossi – un discípulo de la escuela de Zaffaroni, el
que propone liberar de castigo a los criminales, transfiriendo la
responsabilidad personal de esa culpa, al plano de lo colectivo, a la
sociedad y al estado.
El hecho – entre muchos que vivimos a
diario- dejó al descubierto hasta qué punto esa escuela ha penetrado
la justicia penal, degradándola a parodia, una vana caricatura.
El llamado del Papa, como es natural, emocionó y fue muy agradecido por los padres de la víctima.
Pero como suele suceder con los
innumerables mensajes políticos que llegan del nuevo Vaticano, después
de leerlos, deberíamos confrontarlos con los anteriores que hayan
salido desde Roma.
La experiencia indicaría que podríamos encontrarnos con la recomendación opuesta.
Así sucede en este tristísimo episodio,
porque yendo hasta 2014, un tiempo atravesado por la más plena crisis
de inseguridad – y que continúa – justo ahí, a Bergoglio se le ocurrió
entremeterse nuevamente con la justicia argentina y escribirle a
Zaffaroni.
Claro que, lejos de ser un llamado a la
reflexión, dirigido a quien, a través de sus teorías debemos en buena
medida el incremento del flagelo delictivo, en esa carta Bergoglio,
por el contrario, le expresa la inconveniencia de aumentar o endurecer
las penas.
Es decir, algo así como aconsejarle al panadero sobre las ventajas de comer más pan.
Ya en el comienzo de la nota encontramos una igualación muy poco feliz con la justicia divina. Dice en la carta: “La
actitud de Dios, que primerea al hombre pecador ofreciéndole su perdón,
se presenta así como una Justicia superior, al mismo tiempo ecuánime y
compasiva, sin que haya contradicción entre estos dos aspectos”.
Decimos impropia porque en realidad, en
la relaciones del hombre a Dios, no es posible restablecer la igualdad
entre deuda y pago, ya que ese tipo de deuda, humanamente hablando,
jamás podría ser satisfecha.
Además
sabemos que la obra de la justicia divina supone siempre la obra de la
divina misericordia y se funda en ella. Por lo que establecer
comparaciones, entre la justicia de Dios y la del hombre, no parece
aceptable.
Respecto a la justicia divina enseña
s.Tomás: “La justicia absoluta – -se da tan solo entre aquellos que son
absolutamente iguales, entre los que así no fueran jamás podría darse”.
Y continúa más adelante la carta:
“En nuestras sociedades tendemos a pensar que los delitos se resuelven
cuando se atrapa y condena al delincuente, pasando de largo ante los
desafíos cometidos o sin prestar suficiente atención a la situación en
que quedan las víctimas.
Pero, sería un error identificar la reparación solo con el castigo, confundir la justicia con la venganza, lo que sólo contribuiría a incrementar la violencia, aunque esté institucionalizada. La
experiencia nos dice que el aumento y endurecimiento de las penas con
frecuencia no resuelve los problemas sociales ni logra disminuir los
índices de delincuencia”
Esto que sin duda habrá sonado a música
a los oídos de Zaffaroni, seguramente no tendría el mismo significado
en la apreciación de los padres de Micaela.
Porque es bien fácil sospechar que en
criterio semejante, debe haber buscado refugio Rossi para ordenar la
libertad del violador.
El propio Kant ya lo había observado “La
más grande y repetida forma de miseria a que están expuestos los seres
humanos, consiste en la injusticia, más bien que en la desgracia”.
Es demasiado penoso para nosotros
advertir una vez más, el doble juego, por no decir la doble moral
bergogliana, que a un tiempo impulsa la disminución y la blandura del
castigo – recordemos que le está escribiendo al principal promotor del
abolicionismo en el país – y por otro, a través de un llamado les
expresa su cercanía a los padres de una de las víctimas de esa teoría.
Extremadamente
curioso porque esa intensa tragedia, no es otra cosa que la dolorosa
resultante de la ecuación abolicionista o supresora del castigo, acuñada
por el ex juez y además y por lo que parece, alentada desde Roma.
Deseamos entonces llevar tranquilidad a Bergoglio, por suerte Rossi “no confundió la justicia con la venganza” y gracias a esa “no confusión” dejó en libertad a un asesino.
Por otra parte, cuando se refiere a la
experiencia sostiene que el aumento de las penas no resuelve los
problemas sociales, aquí una vez más está confundiendo los términos del
conflicto, este no es un conflicto social, no es una huelga, ni una
concentración, lo que está en juego es la justicia que, para ser tal,
debe castigar al que ultrajó y después asesinó a la joven Micaela, lo
que está en juego es el primordial derecho de la joven a no ser vejada, y
naturalmente el fundamental derecho a la vida que también le
arrebataron.
Nada, absolutamente nada de lo comentado
se contrapone con el trato que, de acuerdo a su dignidad de persona
debe recibir cualquier encarcelado. Es tarea indelegable del estado el
cuidado, la educación y en lo posible la reinserción social y laboral de
esas personas dentro de los mejores términos.
La carta, oculta hasta el final la más
fina de la ironías, porque en aquel momento, Bergoglio, irrumpiendo en
el realismo mágico, le pide al ateo absoluto de Zaffaroni que “rece
por él”; y es en medio del silencio desolado en que se eternizan esas
palabras, cuando parece escucharse un murmullo con la pregunta inefable
¿a quién?