TREMENDA ACUSACIÓN A FRANCISCO
[Ésta
es una recopilación- sólo de lo más más conocido y escandalizante- de
los hechos y “enseñanzas” del generalmente conocido como “papa”
Francisco. Es obvio que este largo artículo podría alargarse casi sin
término, pero para que se den cuenta de la apostasía, heteredoxia,
injerencias continuas -siempre para mal- en ámbitos diversos, que van
desde gobiernos, elecciones políticas, ciencias sociales y del medio
ambiente, migraciones, y sobretodo en la conciencia universal del bien y
del mal- no está mal este “breve” resumen. Yo creo que Francisco es el
mayor peligro público habido en la historia de la Humanidad.
Pero si nos referimos a su su nefasta influencia en lo que debiera
ser su mayor cuidado, si fuera un legítimo Pontífice, es decir la
“salus animarum” o salvación de las almas, lo anterior palidece en la
insignificancia.
Llama la atención que los autores, en un flagrante olvido de la
teología católica y disposiciones doctrinales de la Iglesia, debido a su
mente distorsionada por el “Reconocer y Resistir”, puedan seguir
nombrándolo papa y Vicario de Cristo. El lector debería hacer un
esfuerzo de imaginación y pensar en lo que dirían los verdaderos papas y
santos doctores como Santo Tomas, San Roberto Belarmino y San Alfonso,
en caso de leer este artículo.
Entre los comentarios del original hay uno, de un lector habitual de
este blog, que desde el sentido común y la simplicidad de un alma recta,
da en el clavo y que dice:
Muy buen escrito de Ferrara, Vennari y Matt. Mi pregunta es, si en su escrito se demuestra que este tipo llamado Bergoglio NO es papa, entonces por que insisten en llamarlo “su antidad”, y en reconcerlo como “papa” ? Por que no aceptan el sedevacantismo ?]
Una intromisión selectiva en la política, siempre políticamente correcto: Acusamos al papa Francisco
Christopher
A. Ferrara/Michael J. Matt/John Vennari* (Remitido).- Su Santidad: En
la noche de su elección, al hablar desde el balcón de la Basílica de San
Pedro, usted declaró: “el deber del cónclave es dar un obispo a Roma”.
Si bien el público frente a usted provenía de todo el mundo, como
miembros de la Iglesia universal, usted sólo dio las gracias porque “la
comunidad diocesana de Roma tiene a su obispo”. También expresó su deseo
que “este camino de Iglesia, que hoy comenzamos” resulte “fructífero
para la evangelización de esta ciudad tan bella.” Pidió a los fieles
presentes en la Plaza de San Pedro que oren, no por el Papa, sino “por
su obispo” y usted dijo que al día siguiente iría “a rezar a la Virgen
para que custodie a toda Roma.”
Sus
comentarios extraños en aquella ocasión histórica comenzaron con la
banal exclamación “¡Hermanos y hermanas, buenas noches!” y terminaron
con una intención igualmente banal: “Buenas noches y buen descanso”. Ni
una vez, durante su primer discurso, se refirió a sí mismo como Papa ni
se refirió a la dignidad suprema del oficio para el cual había sido
elegido: el del Vicario de Cristo, cuyo mandato divino es enseñar,
gobernar y santificar la Iglesia universal y liderar su misión, la de
hacer discípulos a todas las naciones.
Casi
desde el momento de su elección comenzó una especial campaña
interminable de relaciones públicas cuya temática fue su singular
humildad frente a los demás Papas, un simple “Obispo de Roma” en
contraste a las supuestas pretensiones monárquicas de sus predecesores y
sus elaboradas vestimentas y zapatos rojos que usted rechazó. Usted dio
indicaciones tempranas de una descentralización radical de la autoridad
papal en favor de una “Iglesia sinodal” tomando el ejemplo de la visión
ortodoxa del “significado de la colegialidad episcopal y su experiencia
de sinodalidad”. Los exultantes medios de comunicación aclamaron
inmediatamente “la revolución de Francisco”.
Sin
embargo esta ostentosa demostración de humildad ha sido acompañada por
un abuso de poder del oficio papal, sin precedentes en la historia de la
Iglesia. Durante los últimos tres años y medio usted ha promovido
incesantemente sus propias opiniones y deseos, sin el más mínimo
respecto o consideración por la enseñanza de sus predecesores, las
tradiciones milenarias de la Iglesia, o los enormes escándalos que usted
ha causado. En incontables ocasiones, usted ha conmocionado y
confundido a los fieles y ha alegrado a los enemigos de la Iglesia con
afirmaciones heterodoxas incluso sin sentido, mientras apilaba insulto
tras insulto sobre los católicos practicantes, a quienes ridiculiza
continuamente como fariseos actuales y “rigoristas.” Su comportamiento
personal se ha rebajado frecuentemente en actos y payasadas para quedar
bien con el público.
Usted
ha ignorado consistentemente la beneficiosa advertencia de su
predecesor inmediato, quien renunció bajo circunstancias misteriosas
ocho años después de haber pedido a los obispos reunidos con él al
comienzo de su pontificado “rogad por mí, para que, por miedo no huya
ante los lobos”. Para citar a su predecesor en su primera homilía como
Papa:
El
Papa no es un monarca absoluto cuya voluntad sea ley, sino el custodio
de la tradición auténtica y, con ello, el primer garante de la
obediencia. Él no puede hacer lo que quiera, y por eso puede también
oponerse a quienes quieren hacer lo que se les ocurre. Su ley no es la
arbitrariedad, sino la obediencia de la fe.
Una intromisión selectiva en la política, siempre políticamente correcto
Durante
su puesto como “Obispo de Roma” usted ha mostrado escaso respeto por
las limitaciones de la autoridad papal y su competencia. Se ha
entrometido en asuntos políticos tales como las políticas inmigratorias,
la ley penal, el medioambiente, la restauración de las relaciones
diplomáticas entre los Estados Unidos y Cuba (ignorando la lucha de los
católicos bajo la dictadura de Castro) e incluso oponiéndose al
movimiento independentista de Escocia. Sin embargo, se niega a oponerse a
los gobiernos secularistas cuando desafían la ley divina y natural con
medidas tales como la legalización de las “uniones homosexuales”, una
cuestión de derecho divino y natural en la cual un Papa puede y debe
intervenir.
De
hecho, sus numerosas acusaciones a los males sociales—todos ellos
políticamente seguros—contradicen sus propias acciones, las cuales
comprometen a la Iglesia como testigo contra los diversos errores de la
modernidad:
Contrario
a la enseñanza inmutable de la Iglesia basada en la Revelación, usted
demanda la abolición total global de la pena de muerte, sin importar la
gravedad del crimen, e incluso la abolición de las sentencias de muerte,
y sin embargo usted jamás ha hecho un llamamiento a la abolición del
aborto legalizado, el que ha sido condenado constantemente por la
Iglesia como asesinato masivo de inocentes.
Usted
declara que un simple fiel peca gravemente si no recicla los desechos
de su hogar o no apaga las luces innecesarias, y al mismo tiempo usted
gasta millones de dólares en eventos masivos vulgares centrados en su
persona, en países a los que viaja con grandes comitivas en aeronaves
alquiladas que despiden vastas cantidades de dióxido de carbono en la
atmósfera.
Usted
demanda fronteras abiertas en Europa para los “refugiados” musulmanes,
que son predominantemente hombres en edad militar, mientras que usted
vive tras los muros de la ciudad del Vaticano que excluye estrictamente a
los no residentes—muros construidos por León IV para prevenir el
segundo saqueo musulmán de Roma.
Usted
habla incesantemente de los pobres y las “periferias” de la sociedad
pero se alía con la jerarquía rica y corrupta de Alemania y con
celebridades y potentados del globalismo que están a favor del aborto,
la anticoncepción y la homosexualidad.
Usted
desprecia las ambiciones de ganancia de las corporaciones y “la
economía que mata” mientras honra en sus audiencias privadas y recibe
generosas donaciones de los tecnócratas y líderes de corporaciones más
importantes del mundo, permitiéndole incluso a Porsche alquilar la
Capilla Sixtina para un “concierto magnífico…organizado exclusivamente
para los participantes” que pagaron 6.000 dólares cada uno por un tour
de Roma—la primera vez que un Papa permite que este espacio sagrado se
utilice para un evento corporativo.
Usted
demanda el fin de la “desigualdad” mientras abraza dictadores
comunistas y socialistas que viven lujosamente mientras las masas sufren
bajo sus yugos.
Usted
condena a un candidato para la presidencia norteamericana como “no
cristiano” porque busca prevenir la inmigración ilegal, pero no dice
nada contra los dictadores ateos a los que usted abraza, que han
cometido asesinatos masivos, persiguieron a la Iglesia y encarcelaron
cristianos en estados policiales.
Al
promover su opinión personal sobre la política y las políticas públicas
como si fueran doctrina católica, usted no ha dudado en abusar incluso
de la dignidad de una encíclica papal, usándola para respaldar
declaraciones científicas debatibles e incluso demostrablemente
fraudulentas respecto al “cambio climático”, “el ciclo de carbono”, “la
contaminación de dióxido de carbono” y la “acidificación de los
océanos”. El mismo documento demanda también que los fieles respondan a
una supuesta “crisis ecológica” apoyando programas medioambientales
seculares tales como los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones
Unidas, que usted ha elogiado, si bien llaman a un “acceso universal a
la salud sexual y reproductiva”, refiriéndose a la anticoncepción y el
aborto.
Un indiferentismo rampante
Si
bien difícilmente sea un pionero respecto a las novedades
post-conciliares destructivas como el “ecumenismo” y el “diálogo
inter-religioso”, usted ha promovido en un grado no visto ni siquiera en
los peores años de la crisis post-conciliar un indiferentismo religioso
específico que prácticamente deja de lado la misión de la Iglesia como
arca de salvación.
Respecto
a los protestantes, usted declara que todos ellos son miembros de la
misma “Iglesia de Cristo” como católicos, sin importar sus creencias, y
que las diferencias doctrinales entre católicos y protestantes son,
comparativamente, asuntos triviales a ser acordados entre teólogos.
Siguiendo
esa opinión, usted ha desalentado la conversión de los protestantes,
incluyendo el “obispo” Tony Palmer, quien pertenecía a una secta
anglicana que pretende ordenar mujeres. Tal como comentó Palmer, cuando
habló de “volver a casa a la Iglesia Católica” usted le dio una
respuesta espantosa: “Nadie vuelve a casa. Ustedes viajan hacia nosotros
y nosotros hacia ustedes, y nos encontraremos en el medio.” ¿En el
medio de qué? Al poco tiempo, Palmer murió en un accidente de
motocicleta. Sin embargo, por su insistencia, el hombre cuya conversión
usted impidió deliberadamente fue enterrado como obispo católico—una
burla, contraria a la enseñanza inmutable de su predecesor que sostiene
que “las ordenaciones realizadas con el rito anglicano son nulas e
inválidas”. [León XIII, Apostolicae curae (1896), DZ 3315]
Respecto
a las demás religiones en general, usted ha adoptado como programa
virtual el mismo error condenado por el papa Pío XI tan solo 34 años
antes del Vaticano II: “la falsa opinión de los que piensan que todas
las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues,
aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el
ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y
reconocemos obedientemente su imperio.” Usted ha ignorado completamente
la advertencia de Pío XI que dice que “cuantos se adhieren a tales
opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada
por Dios”. Al respecto, usted ha sugerido incluso que hasta los ateos
pueden salvarse meramente haciendo el bien, provocando de esta manera el
aplauso de los medios de comunicación masiva.
Pareciera
que en su visión, la tesis herética de Rahner sobre el “cristiano
anónimo” que abraza virtualmente a toda la humanidad suponiendo la
salvación universal ha reemplazado definitivamente la enseñanza de
Nuestro Señor al contrario: “Quien creyere y fuere bautizado, será
salvo; más, quien no creyere, será condenado (Mc 16 16)”.
Un absurdo lavado de la imagen del islam
Asumiendo
el rol de exégeta del Corán para liberar de culpa el culto de Mohammed y
su ininterrumpida conexión histórica con la conquista y la persecución
brutal de cristianos, usted declara: “Frente a episodios de
fundamentalismo violento que nos inquietan, el afecto hacia los
verdaderos creyentes del islam debe llevarnos a evitar odiosas
generalizaciones, porque el verdadero islam y una adecuada
interpretación del Corán se oponen a toda violencia”. [Evangelii
gaudium, 253]
Usted
ignora la historia de la guerra islámica contra el cristianismo, que
continúa hasta el día de hoy, así como los códigos legales bárbaros del
tiempo actual y la persecución de cristianos en las repúblicas
islámicas, incluyendo Afganistán, Irán, Malasia, Maldivas, Mauritania,
Nigeria, Pakistán, Qatar, Arabia Saudita, Somalia, Sudán, Emiratos
Árabes y Yemen. Estos son regímenes de opresión intrínseca a la ley de
la sharía, que los musulmanes consideran una orden de Alá para el mundo
entero y que ellos intentan establecer donde sea que obtienen un
porcentaje de población significativo. Sin embargo, para usted, ¡las
repúblicas musulmanas carecen de una comprensión “auténtica” del Corán!
Usted
incluso intenta minimizar el terrorismo islámico en Oriente Medio,
África y el corazón mismo de Europa, osando proponer una equivalencia
moral entre los fanáticos musulmanes que libran la yihad—como lo han
hecho desde el surgimiento del islam—y el “fundamentalismo” imaginario
de católicos practicantes que usted nunca deja de condenar e insultar
públicamente. Durante una de sus palabrerías en conferencia de prensa
durante un vuelo, en las que frecuentemente avergüenza a la Iglesia y
socava la doctrina católica, usted pronunció esta infame opinión, típica
de su absurda insistencia con que la religión fundada por el Dios
encarnado y el violento culto perenne fundado por el degenerado Mohammed
se encuentran en igualdad moral:
No
me gusta hablar de violencia islámica, porque todos los días cuando leo
los diarios, veo violencia, aquí en Italia, alguien que mata a la
novia, otro que mata a la suegra. Y estos son católicos bautizados, son
católicos violentos. Si yo hablo de violencia islámica, debo hablar de
violencia católica…creo que en casi todas las religiones hay un pequeño
grupo fundamentalista Nosotros lo tenemos. Cuando el fundamentalismo
llega a matar, también se puede matar con la lengua -esto lo dice el
apóstol Santiago- y también con el cuchillo. Creo que no es justo
identificar al islam con la violencia.
Es
de no creer que un Romano Pontífice declare que unos actos de violencia
aleatorios cometidos por católicos, y sus meras palabras, sean un
equivalente moral de la campaña mundial de actos terroristas del
islamismo radical, el asesinato masivo, la tortura, la esclavitud y la
violación en nombre de Alá. Parece que usted es más rápido para defender
el culto ridículo y asesino de Mohammed contra sus oponentes que a la
verdadera Iglesia contra sus innumerables acusadores falsos. Quedó lejos
de su pensamiento la visión inmutable de la Iglesia sobre el islam,
expresada por el papa Pío XI en su Acto de Consagración del género
humano al Sagrado Corazón: “Sé Rey de los que aún siguen envueltos en
las tinieblas de la idolatría o del islamismo. A todos dígnate atraerlos
a la luz de tu Reino”.
Un “sueño” reformador, protegido por un puño de acero
En
definitiva, usted parece estar afectado por una manía reformadora que
no conoce límites a su “sueño” de cómo debiera ser la Iglesia. Como
declara en su manifiesto papal sin precedentes, Evangelii gaudium (nn.
27, 49):
Sueño
con una “opción misionera” capaz de transformarlo todo, para que las
costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura
eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del
mundo actual más que para la autopreservación…Más que el temor a
equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las
estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos
vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos
tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos
repite sin cansarse: “¡Dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37)
Por
increíble que parezca, usted profesa que las “estructuras” y “reglas”
inmemoriales de la santa Iglesia católica infligían un hambre cruel y
muerte espiritual antes de que usted llegara de Buenos Aires, y que
ahora usted desea cambiar literalmente todo en la Iglesia para hacerla
más misericordiosa. ¿Cómo debieran ver esto los fieles, sino como una
terrorífica megalomanía? Usted declara incluso que en su opinión la
evangelización no debe estar limitada por miedo a la autopreservación de
la Iglesia—¡como si de alguna manera ambas cosas estuvieran
contrapuestas!
Su
diáfano sueño de reformar todo está acompañado por un puño de acero que
aplasta cualquier intento de restaurar la viña devastada durante medio
siglo de reformas “imprudentes”. Según lo revelado en su manifiesto
(Evangelii gaudium, 94), usted está lleno de desprecio por los católicos
tradicionalistas, a quienes acusa precipitadamente de “ensimismados
Prometeo neopelagianos” que se “sienten superiores a los demás porque
ellos observan ciertas reglas o se mantienen intransigentemente fieles a
un estilo particular de catolicismo del pasado”.
Usted
ridiculiza incluso una “supuesta solidez doctrina o disciplina” porque,
en su opinión, “lleva en cambio a un elitismo narcisista y autoritario,
en el que en lugar de evangelizar, se analiza y clasifica a los
demás”. Pero es usted quien clasifica constantemente y analiza a otros
con una interminable sarta de términos peyorativos, caricaturas,
insultos y condenaciones de los católicos practicantes a quienes
considera insuficientemente receptivos al “Dios de las sorpresas” que
usted presentó durante el Sínodo.
De
ahí su brutal destrucción de los pujantes Frailes Franciscanos de la
Inmaculada, por su “tendencia definitivamente tradicionalista”. Esto fue
seguido por su decreto que establece que cualquier intento por erigir
un nuevo instituto diocesano para la vida consagrada (por ejemplo, para
recibir a los desplazados miembros de los Frailes) será nulo e inválido
faltando previa “consulta” con la Santa Sede (es decir, un permiso de
facto que puede ser y será retenido indefinidamente). Usted reduce así
la inmutable autonomía de los obispos en sus propias diócesis mientras
predica una nueva etapa de “colegialidad” y “sinodalidad”.
Al
apuntar contra los conventos de clausura, avanzó con medidas decretadas
para forzar la entrega de su autoridad local a federaciones gobernadas
por burócratas eclesiales, romper la rutina del claustro para “formarse”
en el exterior, el mandato de intrusión del laicado dentro del convento
para la adoración eucarística, la increíble descalificación de las
mayorías electorales del convento en caso de ser “ancianos”, y el
requisito universal de nueve años de “formación” antes de tomar los
votos decisivos, cosa que ciertamente sofocará las nuevas vocaciones y
asegurará la extinción de muchos de los claustros restantes.
Un incansable deseo de acomodar la inmoralidad sexual dentro de la Iglesia
Pero
nada supera la arrogancia y audacia con la que ha buscado imponer sobre
la Iglesia universal la misma práctica maligna que usted autorizó como
arzobispo de Buenos Aires: la administración sacrílega del sagrado
sacramento a personas viviendo en adulterio y “segundas nupcias” o que
conviven sin ni siquiera haberse casado por civil.
Casi
desde el momento de su elección usted ha promovido la “propuesta
Kasper”—rechazada repetidamente por el Vaticano en la época de Juan
Pablo II. El cardenal Walter Kasper, un archi-liberal incluso para la
jerarquía liberal alemana, hacía tiempo había insistido para la admisión
de los divorciados “vueltos a casar” a la sagrada comunión en “ciertos
casos” según el falso “camino penitencial” que los habilitaría para
recibir el sacramento mientras continúan con las relaciones sexuales
adúlteras. Kasper pertenecía al “grupo de San Galo” que hizo lobby para
su elección, y luego usted premió su persistencia en el error con ayuda
de la prensa que lo presentó felizmente como “el teólogo del Papa”.
Usted
comenzó a preparar el camino para su destructiva innovación recurriendo
a lo que solo podría llamarse un lanzamiento desenfrenado de eslóganes
demagógicos. Tal como declara su manifiesto (Evangelii gaudium, 47) en
noviembre de 2013: “La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la
vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso
remedio y un alimento para los débiles. Estas convicciones también
tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con
prudencia y audacia. A menudo nos comportamos como controladores de la
gracia y no como facilitadores”.
Este
desvergonzado recurso a la emoción, parodia la digna recepción del
sagrado sacramento en estado de gracia como “un premio para los
perfectos” mientras insinúa sediciosamente que la Iglesia negó el
alimento eucarístico a “los débiles” durante demasiado tiempo. De ahí su
acusación igualmente demagógica que los ministros de la Iglesia han
actuado cruelmente como “controladores de la gracia y no como
facilitadores” rechazando la sagrada comunión a “los débiles” en
oposición a “los perfectos”, y que usted debe remediar esta injusticia
con “valentía”.
Por
supuesto que la sagrada comunión no es “alimento” o “medicina” para
obviar el pecado mortal. Al contrario, se sabe que recibirla en ese
estado es profanación que mata el alma y provoca la condenación: “De
modo que quien comiere el pan o bebiere el cáliz del Señor indignamente,
será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Pero pruébese cada uno a
sí mismo, y así coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y
bebe, no haciendo distinción del Cuerpo (del Señor), come y bebe su
propia condenación. (1 Cor. 11 27-29)”.
Como
sabe todo niño bien catequizado, la confesión es la medicina por la
cual el pecado mortal es remediado, mientras que la Eucaristía (asistida
por el recurso regular a la confesión) es el alimento espiritual para
mantener e incrementar el estado de gracia que procede de la absolución,
para que nadie caiga nuevamente en pecado mortal sino que crezca en
comunión con Dios. Pero parece que el mismo concepto de pecado mortal
está ausente en sus documentos formales, discursos, afirmaciones y
pronunciamientos.
Sin
dejar lugar a dudas sobre su plan, unos meses después, en el
“consistorio extraordinario de la familia”, planeó los eventos de tal
manera que sólo el cardenal Kasper fue el único orador oficial. Durante
su discurso de dos horas del 20 de febrero de 2014—el que usted deseó se
mantuviera en secreto pero fue filtrado a la prensa italiana como un
“secreto” y documento “exclusivo”—Kasper presentó la demente propuesta
de admitir a ciertos adúlteros públicos a la sagrada comunión mientras
aludía directamente a su eslogan: “Los sacramentos no son un premio para
quien se comporta bien y para una élite, excluyendo a aquellos que más
los necesitan [EG 47].” Desde entonces, usted no ha titubeado en su
determinación de institucionalizar en la Iglesia el grave abuso de la
Eucaristía que había permitido en Buenos Aires.
Al
respecto, parece que usted tiene poco respeto por el matrimonio
sacramental como hecho objetivo en oposición a lo que la gente siente
subjetivamente sobre el estatus de las relaciones inmorales que la
Iglesia jamás puede reconocer como matrimonio. En comentarios que por sí
solos desacreditarán su extraño pontificado hasta el fin de los
tiempos, usted declara que “la gran mayoría de matrimonios católicos son
nulos” mientras que algunas personas que conviven sin haberse casado
pueden tener un “matrimonio verdadero” debido a su “fidelidad”. ¿Acaso
estos comentarios reflejan la situación de su hermana divorciada “vuelta
a casar” y de su sobrino que convive?
Esta
opinión, que un reconocido canonista llamó “absurda”, provocó una
protesta por parte de los fieles del mundo entero. En un esfuerzo por
minimizar el escándalo, la “transcripción oficial” del Vaticano cambió
sus palabras “la gran mayoría de nuestros matrimonios sacramentales” por
“una parte de nuestros matrimonios sacramentales” pero dejó intacta su
aprobación de la cohabitación inmoral como “matrimonio verdadero”.
Tampoco
parece usted preocupado con el sacrilegio involucrado en la recepción
del Cuerpo, Sangre y Divinidad de Jesucristo en la sagrada Eucaristía
por parte de los adúlteros públicos y los que conviven. Tal como le dijo
a la mujer argentina a la que dio “permiso” telefónico para comulgar
mientras vive en adulterio con un hombre divorciado: “un poco de pan y
vino no hacen daño.” Usted jamás ha negado los dichos de esta mujer, y
son consistentes con su rechazo a arrodillarse durante la consagración o
frente a la exposición del Santísimo Sacramento mientras que no tiene
dificultad para arrodillarse a besar los pies de los musulmanes durante
su grotesca parodia del mandato tradicional del Jueves Santo, que usted
abandonó. También se alinean con sus comentarios a la mujer luterana en
la iglesia luterana a la que asistió un domingo, que el dogma de la
transubstanciación es una mera “interpretación”, que la “vida es más
grande que las explicaciones e interpretaciones” y que ella debería
“hablar con el Señor” para saber si debiera recibir la comunión en la
Iglesia católica—cosa que luego hizo gracias a su evidente apoyo.
Su
precipitada y secreta “reforma” del proceso de nulidades está alineada
con su escasa consideración del matrimonio sacramental, dado que la
impuso sobre la Iglesia sin consultar a ninguno de los dicasterios
competentes del Vaticano. Su motu proprio Mitis Iudex Dominus Iesus
establece el marco para una verdadera fábrica de nulidades a nivel
mundial, con una “vía rápida” y una nueva base nebulosa de
procedimientos para la nulidad acelerada. Tal como explicó luego el jefe
de esta reforma tramada de forma clandestina, su intención expresa es
promover entre los obispos “una ‘conversión’, un cambio de mentalidad
que los convenza y sostenga en el seguimiento de Cristo, presente en su
hermano, el Obispo de Roma, del número restringido de unos pocos miles
de anulaciones al inconmensurable [número] de desafortunados que podría
tener una declaración de nulidad”.
¡Así,
“el obispo de Roma” demanda de sus hermanos obispos un vasto incremento
en el número de nulidades! Un distinguido periodista católico reportó
luego la aparición de un dossier de siete páginas en el que oficiales de
la curia “‘desacreditaron’ jurídicamente el motu proprio del Papa…
acusan al Santo Padre de desechar un dogma importante, y aseveran que ha
introducido el ‘divorcio católico’ de facto.” Estos oficiales
condenaron lo que el reportero llama “un ‘Führerprinzip’ eclesial,
ordenando de arriba hacia abajo, por decreto y sin ninguna consulta o
control.” Los mismos oficiales temen que “el motu proprio provoque una
avalancha de nulidades y que de ahora en más, las parejas puedan
abandonar sus matrimonies católicos sin problemas.” Se sienten “‘fuera
de sí’ y obligados a ‘alzar la voz’”.
Pero
usted no es más que consistente en la persecución de sus objetivos. Al
comienzo de su pontificado, durante una de las conferencias de prensa en
un vuelo en la que reveló por primera vez sus planes, usted dijo: “los
ortodoxos siguen lo que ellos llaman la teología de la economía y dan
una segunda posibilidad [de matrimonio], lo permiten. Creo que este
problema debe estudiarse.” Para usted, la falta de una “segunda
oportunidad de matrimonio” en la Iglesia católica es un problema a ser
estudiado. Claramente, usted ha pasado los últimos tres años y medio
planeando imponer en la Iglesia algo que se aproxima a la práctica
ortodoxa.
Un
distinguido canonista, consultor de la Signatura Apostólica ha
advertido que como resultado de su descuida falta de consideración de la
realidad del matrimonio sacramental:
“Se
está desarrollando una crisis (en el sentido griego de la palabra) en
la Iglesia, sobre el matrimonio, y es una crisis que, considero,
alcanzará un punto crítico sobre la disciplina y ley matrimoniales….
Creo que la crisis del matrimonio que él [Francisco] está provocando
culminará en si la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio, que
todos dicen honrar, será protegida concreta y efectivamente en la ley de
la Iglesia, o si las categorías canónicas sobre la doctrina del
matrimonio se distorsionarán (o simplemente dejarán de considerarse)
para abandonar esencialmente el matrimonio y la vida matrimonial en el
reino de la opinión personal y la consciencia individual”.
Amoris Laetitia: El verdadero motivo para la farsa del sínodo
Dicha
crisis alcanzo su punto más álgido luego de la conclusión de su
desastroso “Sínodo de la Familia”. Si bien usted manipuló el evento de
principio a fin para conseguir el resultado que deseaba—la sagrada
comunión para los adúlteros públicos en “ciertos casos”—no alcanzó sus
expectativas gracias a la oposición de los padres sinodales
conservadores que usted mismo denunció demagógicamente por sus
“corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso detrás de las
enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para
sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y
superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas”.
En
un abuso brutal de la retórica, usted equiparó a sus oponentes
episcopales ortodoxos con los fariseos que practicaban el divorcio con
subsiguientes matrimonios según la dispensa mosaica. Estos eran los
mismos obispos que defendieron la enseñanza de Jesús contra los
fariseos—¡y sus propios planes! Ciertamente, usted parece intentar
revivir la aceptación farisaica del divorcio por medio de una “práctica
neo-mosaica”. Un periodista católico de renombre, conocido por su
enfoque moderado sobre los asuntos de la Iglesia, criticó su
comportamiento reprensible: “Que un Papa critique a quienes permanecen
fieles a la tradición y los caracterice como inmisericordes alineándolos
con los fariseos duros de corazón contra el misericordioso Jesús, es
extraño”.
Al
final, el “viaje sinodal” que usted elogió fue revelado nada más y nada
menos que como una farsa para ocultar las conclusiones predeterminadas
de su patética “Exhortación Apostólica”, Amoris Laetitia. En ella,
principalmente en el capítulo ocho, sus escritores fantasma utilizan una
ambigüedad astuta para abrir la puerta de la sagrada comunión de par en
par para los adúlteros públicos, reduciendo la ley natural que prohíbe
el adulterio a una mera “regla general” para la cual pueden haber
excepciones en caso de personas con “una gran dificultad para comprender
los valores inherentes a la norma o puede estar en condiciones
concretas que no le permiten obrar de manera diferente… (¶¶ 2, 301,
304)”. Amoris es un intento transparente de contrabandear una forma
mitigada de ética casuística en asuntos de moralidad sexual, como si así
el error pudiera ser confinado.
Su
evidente obsesión por legitimar la sagrada comunión para los adúlteros
públicos lo ha llevado a desafiar la enseñanza moral inmutable y la
disciplina sacramental de la Iglesia intrínsecamente relacionada con
ella, afirmada por sus dos predecesores inmediatos. Dicha disciplina
está basada en la enseñanza de Nuestro Señor sobre la indisolubilidad
del matrimonio así como también la enseñanza de san Pablo sobre el
castigo divino por la recepción indigna de la sagrada comunión. Para
citar a Juan Pablo II al respecto:
“La
Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su
práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se
casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su
estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor
entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía.
Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la
Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la
doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.
La
reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el
camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que,
arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a
Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no
contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo
concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios,
—como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la
obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena
continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos”.
[Familiaris consortio, n. 84]
Usted
ha ignorado las súplicas de sacerdotes, teólogos y filósofos de la
moral de todo el mundo, asociaciones católicas y periodistas, e incluso
de algunos valientes prelados en medio de una jerarquía silenciosa, de
retractarse o “clarificar” las ambigüedades tendenciosas y los errores
de Amoris, en particular los del capítulo ocho.
Un error moral grave aprobado ahora explícitamente
Y
ahora, habiendo sobrepasado el uso retorcido de las ambigüedades,
autorizó explícitamente tras bambalinas lo que en público consintió
ambiguamente. La conspiración salió a la luz al filtrarse su carta
“confidencial” a los obispos de la región pastoral de Buenos Aires—lugar
donde, como arzobispo, ya había autorizado el sacrilegio masivo en las
villas.
En
dicha carta usted elogia el documento de los obispos sobre los
“Criterios Básicos para la Aplicación del Capítulo Ocho de Amoris
Laetitia”—como si fuera un deber “aplicar” el documento para producir un
cambio en la disciplina sacramental de dos mil años de Iglesia. Usted
escribe: “es muy bueno y explícita cabalmente el sentido del capítulo
VIII de “Amoris laetitia”. No hay otras interpretaciones.” ¿Es una
coincidencia que este documento provenga de la misma archidiócesis
donde, hace tiempo como arzobispo, usted había autorizado la admisión de
los adúlteros públicos y los que conviven a la sagrada comunión?
Lo
que antes sólo se sugería, ahora se tornó explícito, y quienes
insistían con que Amoris no cambia nada han quedado como tontos. El
documento que usted ahora elogia como única interpretación correcta de
Amoris, socava radicalmente la doctrina y la práctica de la Iglesia que
sus predecesores defendieron. En primer lugar, reduce a una “opción” el
mandato moral para los divorciados “vueltos a casar” de “vivir en plena
continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos.”
Según los obispos de Buenos Aires—con su aprobación—es sencillamente
“posible plantear que hacen el esfuerzo de vivir en continencia. Amoris
Laetitia no ignora las dificultades de esta opción.”
Tal
como la Congregación para la Doctrina de la Fe declaró de manera
definitiva hace tan solo 18 años, durante el reinado del mismo Papa que
usted canonizó: “si el matrimonio precedente de unos fieles divorciados y
vueltos a casar era válido, en ninguna circunstancia su nueva unión
puede considerarse conformé al derecho; por tanto, por motivos
intrínsecos, es imposible que reciban los sacramentos. La conciencia de
cada uno está vinculada, sin excepción, a esta norma.” Esta es la
enseñanza inmutable de la Iglesia católica desde hace dos mil años.
Más
aún, ningún sacerdote parroquial o incluso obispo tiene el poder de
honrar en el “foro interno” la afirmación de una persona viviendo en
adulterio que dice que según su “consciencia” su matrimonio sacramental
era en realidad inválido, porque como advirtió la CDF, “el matrimonio
tiene esencialmente un carácter público-eclesial y está regido por el
principio fundamental nemo iudex in propria causa («nadie es juez en
causa propia»). Por eso, si unos fíeles divorciados y vueltos a casar
consideran que es inválido su matrimonio anterior, están obligados a
dirigirse al tribunal eclesiástico competente, que deberá examinar
objetivamente el problema y aplicar todas las posibilidades jurídicas
disponibles”.
Habiendo
reducido a una opción una norma moral que no aceptaba excepciones,
enraizada en la revelación divina, los obispos de Buenos Aires, citando a
Amoris como única autoridad en 2000 años de enseñanzas en la Iglesia,
luego declaran: “En otras circunstancias más complejas, y cuando no se
pudo obtener una declaración de nulidad, la opción mencionada puede no
ser de hecho factible.” Una norma moral universal queda relegada a la
categoría de una mera guía a ser ignorada si el sacerdote local la
considera “no factible” bajo ciertas “circunstancias complejas”
indefinidas. ¿Cuáles son exactamente estas “circunstancias complejas” y
qué tiene que ver la “complejidad” con las normas morales que no
contemplan excepciones y están fundadas en la revelación?
Finalmente,
los obispos llegan a la espantosa conclusión que usted había planeado
imponer sobre la Iglesia desde el comienzo del “viaje sinodal”:
No
obstante, igualmente es posible un camino de discernimiento. Si se
llega a reconocer que, en un caso concreto, hay limitaciones que atenúan
la responsabilidad y la culpabilidad (cf. 301-302), particularmente
cuando una persona considere que caería en una ulterior falta dañando a
los hijos de la nueva unión, Amoris Laetítía abre la posibilidad del
acceso a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía (cf. notas
336 y 351). Estos a su vez disponen a la persona a seguir madurando y
creciendo con la fuerza de la gracia.
Con
su elogio y aprobación, los obispos de Buenos Aires declaran por
primera vez en la historia de la Iglesia que una indefinida clase de
personas viviendo en adulterio pueden ser absueltas y recibir la
comunión si bien permanecen en ese estado. Las consecuencias son
catastróficas.
Por favor, oren por el Santo Padre.
*Christopher
A. Ferrara es columnista jefe de “The Remnant”; Michael J. Matt es
editor de “The Remnant” y John Vennari es editor de “Catholic Family
News”.