El
puterío argentino
Amigos:
Es
un artículo muy largo, pero vale la pena leerlo. Es un tema que personalmente
desconocía, pero pone de manifiesto nuestra decadencia. Es la historia del
homosexualismo en nuestro país. Aunque sea sirve como archivo, para leerlo por
partes. RRM
El
puterío argentino.
Por Nicolás Márquez
Hace
apenas unos días (el 20 de marzo pasado), el desacreditado intendente porteño
Horacio Rodríguez Larreta inauguró el nuevo nombre de la estación de la línea H
del Subte “Santa Fe – Carlos Jáuregui”[1],
en “honor” no a un héroe de Malvinas o un prócer de similar referencia y
envergadura sino a un activista que fundó la CHA (Comunidad Homosexual
Argentina) a comienzos de los 80´y que en 1992 encabezó la primera marcha por el
“orgullo gay” en la ciudad de Buenos Aires. Poco después, el susodicho murió de
SIDA. ¿No tenía otro referente más atractivo para homenajear el mandamás de la
Capital Argentina?
Pero
ni siquiera el agasajo revistió un tono discreto o austero: en un lugar
constantemente transitado por las familias y menores a toda hora, se decoró la
estación con paredones plagados de pinturas con imágenes de dudoso gusto, en
apología manifiesta al homo-sadismo, al lesbianismo y a otras tendencias todavía
más confusas.
Vale
destacar que esta política de Estado no es consecuencia de un simple arrebato
demagógico del intendente progresista que padece Buenos Aires, sino que es la
consecuencia de un movimiento militante de izquierda que tiene una intensa
historia y que hoy impone su agenda desde las usinas estatales no sin la
sumisión o complicidad de funcionarios bienpensantes del timorato centrismo
local.
Progresismo:
En esta imagen en el subte, un niño juega en la rodilla de uno de los miembros
de una pareja homosexual mientras un sadomasquista semidesnudo se pasea
inmediatamente al lado.
Hagamos
un poco de historia local
Si
bien hubo algunos antecedentes menores de agrupaciones argentinas que intentaron
sin mayor trascendencia efectuar algún tipo de militancia homosexualista en los
años ‘60[2],
muchos sostienen que el primer precedente importante se dio en 1971, cuando se
conformó el “Frente de Liberación Homosexual” (FHL), integrado por
personalidades de izquierda como el dirigente comunista Héctor Anabitarte, el
escritor Manuel Puig (quien murió de SIDA en 1990 y fue famoso por su novela
homosexualista El beso de la mujer araña), el periodista Blas Matamoro o
el reconocido sociólogo de origen marxista Juan José Sebreli.
Probablemente
este grupo importara además el primer testimonio de una organización local que
entremezclara marxismo y sodomía (colocando discursivamente a los homosexuales
en el papel de clase subalterna oprimida por el “hetero-capitalismo” dominante)
tal como ellos lo exponían en sus comunicados oficiales: “los homosexuales son
oprimidos social, cultural, moral y legalmente. Son ridiculizados y marginados,
sufriendo duramente el absurdo impuesto brutalmente de la sociedad heterosexual
monogámica”, siendo que “esta opresión proviene de un sistema social que
considera a la reproducción como objetivo único del sexo. Su expresión concreta
es la existencia de un sistema heterosexual compulsivo de relaciones
interhumanas donde el varón juega el papel de jefe autoritario, y la mujer y los
homosexuales de ambos sexos son inferiorizados y reprimidos (…) la lucha contra
la opresión que sufrimos es inseparable de la lucha contra todas las demás
formas de opresión social, política, cultural y económica (…) todos aquellos que
son explotados y oprimidos por el sistema que margina a los homosexuales pueden
ser nuestros aliados en la lucha por la liberación”[3].
Muchos
consideran que este pequeño frente tendría una tónica tan radicalizada gracias a
la influencia de un elemento que a poco de su fundación se integró y
virtualmente copó y personalizó la organización. Nos referimos al escritor y
sociólogo Néstor Perlongher, homosexual nacido en 1949, de tendencia
ultraizquierdista, quien a la distancia fuera visto como el activista más
representativo del grupo y por cuyo afán de protagonismo personal no tardó en
convertirse en su referente más visible. Según cuenta Sebreli: “Perlongher era
un personaje pintoresco, parecía una señora (…) a partir de la entrada de
Perlongher el ‘FLH’ creció mucho porque él salió a buscar militantes en la
facultad, y las dos carreras en las que consiguió más adeptos fueron psicología
y sociología”, a lo que Sebreli añade la insana influencia de este sujeto dado
que “Perlongher introduce en el grupo la droga”[4].
Obviamente
Perlongher no era un individuo que pudiera preciarse de intrascendente. Mientras
se pavoneaba por las calles de Buenos Aires vistiendo unos excéntricos tacos
altos y mezclaba trotzkismo visceral con homosexualismo escandalizador, se hacía
llamar a sí mismo como “La Rosa”, en honor a Rosa Luxemburgo, la iconográfica
agitadora y pionera de lo que fuera el Partido Comunista alemán: “La gran
contradicción de la vida de Perlongher era que él predicaba el antiautoritarismo
pero él era una persona autoritaria”[5]
resume Sebreli con criterio objetivo.
Devoto
de la figuración, “La Rosa Perlongher” y su excéntrico grupete decidieron
presentarse en dos actos políticos de vital importancia para la época. Primero
asistió a la asunción presidencial de Héctor Cámpora en mayo de 1973 y,
seguidamente, participó en el histórico acto del regreso al país del ex dictador
Juan Perón en junio de ese mismo año en Ezeiza. Fue en estos acontecimientos
multitudinarios cuando Perlongher y los suyos pretendieron congraciarse con las
masas peronistas acudiendo a los actos con un grotesco cartelón que parafraseaba
la marcha partidaria con el lema “para que reine en el pueblo, el amor y la
igualdad”. Pero la presencia de él y sus activistas no fue muy bien aceptada por
el gentío peronista allí presente, el cual, coherente con las ideas de su líder,
miraron con particular repugnancia a los exponentes de esta secta carnavalesca.
Señala Sebreli que “la presencia de Perlongher y su grupúsculo en esos actos fue
realmente representativo desde el punto de vista de la historia de la
homosexualidad en Argentina, porque ahí se mostró muy bien y a las claras, que
los peronistas, y en especial los peronistas de izquierda a los que Perlongher
quería acercarse, eran homofóbicos. Ellos fueron con carteles y demás, pero la
gente se alejaba de ellos para no salir fotografiados. Les crearon un vacío a su
alrededor. Huían espantados. Ellos quedaron solos completamente. Para lo único
que sirvió fue para que la derecha (sobre todo el coronel Osinde que organizaba
esos actos multitudinarios), dijera que los Montoneros eran ‘drogadictos y
homosexuales’”[6].
Acusación agraviante que indignó a estos últimos, quienes respondieron el
infamante insulto con el histórico cántico: “No somos putos, no somos faloperos,
somos soldados de Evita y Montoneros”.
En
enero de 1976 el régimen peronista encarceló a Perlongher con motivo de sus
vínculos con la droga. Este encierro duró tres meses puesto que de inmediato que
asumió el gobierno cívico-militar en marzo del ‘76, el activista de marras fue
liberado. Perlongher decidió no proseguir su militancia y fue en 1981 cuando
resolvió emigrar a Brasil, país en el que se instaló y prosiguió escribiendo y
generando histéricos conflictos en el seno de su ambiente. Y así como antes él
se quejaba de que los homosexuales eran “marginados”, durante el flamante
gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989) también se quejaba pero por lo opuesto, es
decir por la creación y existencia formal de la CHA (“Comunidad Homosexual
Argentina” fundada en 1984), acusada por Perlongher de ser “conservadora” al
tener un discurso no trotskista revolucionario sino integracionista. Al mismo
tiempo, desde la ciudad de San Pablo, donde este insatisfecho crónico residía,
disparaba también contra la proliferación de boliches homosexuales en Buenos
Aires, alegando que éstos eran “un campo de concentración confortable”: a La
Rosa Perlongher no había bergamota que le viniera en gracia.
Promiscuo
irrecuperable, drogadicto perdido, integrante de la secta afro-espiritista “El
santo Daime”[7] y
comunista radicalizado, al explotar el SIDA como enfermedad característica de
los homosexuales en los años ‘80, Perlongher, en lugar de tomar recaudos
estrictos en su desordenada vida personal, descreyó de la existencia de dicho
mal y publicó en 1988 —cuando ya habían muerto un sinfín de homosexuales
conocidos y desconocidos por dicho mal— un delirante libro titulado El
fantasma del Sida, cuya tesis central decía que tal enfermedad no existía y
que todo esto no era más que un invento comercial y publicitario del
“imperialismo norteamericano” promovido con el fin de “controlar los cuerpos” y
“vender medicamentos”. La realidad no tardó mucho en hacerlo cambiar de opinión:
al año siguiente, en 1989, él mismo se enteró de que padecía un SIDA fulminante
y que sus perspectivas de vida se apagaban dramáticamente: murió en 1992 en San
Pablo a los 43 años, víctima de una enfermedad ocasionada no por el “complot
capitalista” que él había denunciado un año atrás, sino como consecuencia de sus
frenéticas rutinas personales.
A
pesar del propio Perlongher, sus correligionarios catalogan al susodicho como
“un notable pensador”, aunque el verdadero “mérito” de este enviciado agitador
no haya sido otro que el de ser considerado por sus análogos como el “padre del
movimiento homosexual” y hay quienes, además, le atribuyen el “galardón” de ser
el primer activista “queer” de origen local.
La
reflexión más profunda que se le recuerda rezaba: “La revolución sexual solo
será posible cuando los heterosexuales socialicen su culo”[8].
El pionero Néstor
Perlongher. Es una rareza que Rodríguez Larreta aun no le haya dedicado un
monumento.
Democracia
y Peste Rosa
En
1984 en la ciudad de Buenos Aires se funda la CHA (Comunidad Homosexual
Argentina), capitaneada por Carlos Jáuregui (al que hoy el Estado le
canta loas) y secundada por Roberto, su hermano dos años menor, oriundos de La
Plata. Todo indica que la de los Jáuregui era una familia atípica: no sólo ambos
hermanos eran homosexuales, sino que sus otras dos hermanas eran
lesbianas.
Carlos
Jáuregui debutó (como activista) en la agitación parisina del mes de mayo pero
de 1981, cuando los homosexuales franceses salieron a las calles a celebrar el
triunfo socialista de Francois Miterrand: “Ese fue el motor que decidió mi
posterior militancia en el movimiento gay”[9],
señaló. Desde entonces, él mantuvo a lo largo de los años ‘80 una intensa
actividad militante tras fundar la CHA, organización que presidió en 1984 pero a
la que luego tuvo que renunciar en 1987 por celos y riñas internas. Su hermano
Roberto —en quien Carlos se apoyaba políticamente— también tuvo una
participación militante pero no tanto en la CHA sino en otra organización
colateral que se conoció como la “Fundación Huesped[10]”,
la cual ponía un contradictorio foco en la lucha contra el SIDA: esta
organización encomiaba la homosexualidad y a la vez bregaba por curar esa
enfermedad, o sea que ensalzaba la causa que lo generaba y después luchaba
contra su desdichada consecuencia.
Durante
el lapso comprendido entre los años ‘80 y parte de los ‘90, las estrategias de
los movimientos homosexualistas se dividían entre quienes querían impulsar la
ideología de género de corte neomarxista que hoy estamos padeciendo y los que,
en cambio, preferían priorizar las campañas informativas de prevención contra el
SIDA, que a la sazón estaba haciendo estragos entre la población homosexual. Y a
pesar de la promoción disolvente del gramscismo educativo que desde el Estado
imponía el régimen eurocomunista de Raúl Alfonsín, muchos promotores de la
homosexualización cultural decidieron por lo pronto desactivar sus esfuerzos en
la difusión de sus teorías pansexualistas pero no porque dichas ideas no les
causaran simpatía, sino porque advertían que no podían perder tiempo en estos
galimatías ideológicos mientras “la Peste Rosa” arrasaba con sus miembros: por
ejemplo, los dos hermanos Jáuregui murieron de SIDA. Roberto en 1994 y Carlos
dos años después[11].
No
obstante, vale resaltar que si bien por entonces las prioridades fueron
profilácticas antes que ideológicas, en el seno de la intelectualidad
homosexualista surgieron algunas plumas de valor aparente, siendo la más
reconocida la del escritor Oscar Villordo, cultor de un género literario al que
sus afectos denominaron “homo-erotismo”, cuyos libros son considerados de culto
en esos circuitos[12].
Villordo tampoco escapó del SIDA: murió de esa enfermedad en 1993.
No
sin fundamentos, la “Peste Rosa” causaba pánico en el ambiente homosexual y
numerosos famosos morían en todo el mundo como resultado de ello y, en lo que a
la Argentina concierne, por entonces sacudió a la opinión pública la muerte de
numerosos artistas homosexuales, tal el caso en 1988 de Federico Moura (cantante
del grupo musical “Virus”), el de Miguel Abuelo (cantante de “Los Abuelos de la
Nada”) en 1988, o la muerte del bailarín clásico Jorge Donn en 1992 (recordado
por su papelón al manosear e incomodar públicamente al cantante de tantos Jorge
“Polaco” Goyeneche en el ciclo televisivo “Cordialmente”[13]).
Ante
el efecto dominó del SIDA, cualquier lugar o espacio era aprovechado por los
miembros de esta comunidad para intentar concientizar a propios y ajenos: el
comediante Antonio Gasalla —humorista que habitualmente se trasviste
representando personajes femeninos— desde su programa televisivo arengaba a sus
correligionarios con una procaz y desesperada exhortación: “¡No seas forro, usá
forro!”[14].
El
homosexualismo noventista
En
tanto, la CHA no se detuvo tras la expulsión de Jáuregui y, aunque siempre fue
una organización que pervivió plagada de celos enfermizos entre sus integrantes
y dirigentes, su funcionamiento y su frecuente presencia en los medios subsistió
hasta nuestros días. Efectivamente, tras la exclusión de Jáuregui la conducción
de esta institución fue asumida fugazmente por el activista Alfredo Salazar,
quien prontamente se vio obligado a delegar el cargo en el entonces mediático
Rafael Freda, un docente de izquierda que solía frecuentar programas televisivos
de alto impacto agitando sus banderías, asumiendo la presidencia de la CHA en
julio de 1991. Pero apenas cinco meses después, Freda fue derrocado y expulsado
de esa entidad, llevándose consigo a una fracción de otros veinticinco
seguidores y con ello fundó una organización paralela autodenominada SIGLA
(Sociedad de Integración Gay-Lésbica Argentina)[15].
Tan ingobernable se volvió la CHA —a pesar de recibir ingentes apoyo de
estructuras internacionales como Naciones Unidas[16] o
locales como la del CELS del doble agente Horacio Verbitsky[17]—,
que por entonces las camarillas en disputa no pudieron siquiera acordar quién
iba a reemplazar la conducción del destituido mandamás. Pero en medio del
conventillo interno supo tomar el poder de la secta un triunvirato comandado por
la mediocampista Mónica Santino, muy temida por sus potentes zurdazos en el club
All Boys, donde destacaba jugando fútbol femenino[18].
Pero allí no termina la camorra. En 1991 se produjo otro cisma en la CHA y se
fundó “Gays por los Derechos Civiles” —encabezada por Jáuregui que había sido
marginado de la misma organización que él había fundado—, mientras que otros
desertores de la CHA decidieron a su vez reagruparse en una suerte de “ateneo
científico” dirigido por el psicólogo homosexualista Carlos Barzani[19],
cónclave auto-titulado bajo la kilométrica denominación “Grupo de Investigación
en Sexualidad e Interacción Social”[20],
sintéticamente conocido como “Grupo ISIS” (sigla exactamente igual a la del
terrorismo yihadista ISIS[21]
pero de accionar menos peligroso).
Finalmente,
por el inacabable recelo que se generaba dentro del internismo que también azotó
a ISIS, surgió a su vez un enésimo desprendimiento llamado “Grupo de Reflexión
Autogestiva Lesbianas” (GRAL) y ahora sí, ante la fatídica partición burocrática
de estas infinitas tribus en el seno de la Comunidad Homosexual Argentina, no
sería desacertado ni injuriante definir ese escenario del siguiente modo: un
verdadero puterío.
A
pesar de su trajinada guerra civil, desde el año 1996 y hasta el momento
de escribir estas líneas la CHA sobrevive y es presidida actualmente por César
Cigliuti, activista conocido por haberse “casado” con su pareja Marcelo
Suntheim[22] en
el año 2003[23].
Paralelamente
a la CHA y sus desprendimientos, durante los años ´90 fluyeron otras
congregaciones complementarias como la “Fundación Buenos Aires SIDA” (dirigida
por el ya insufrible Alex Freyre) o la camarilla “Colectivo Eros” (conformada
por estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA[24])
quienes no tardaron en pelearse entre sí y disolverse, para luego ingresar en
otros espacios con similares usanzas. También fue en la segunda mitad de la
década de los ´90 cuando aparece en escena otro arquetipo de homosexual varón
autodenominados como “osos”, agrupados en una suerte de club social[25] y
caracterizados por una estética signada por el exceso de peso, el hábito de la
barba, la ostentación del bello y el atípico empleo de ademanes rústicos o
viriles, de uso infrecuente en un ambiente signado por la histeria y el
afeminamiento.
Pero
fue en estos tiempos de libertad en los albores del menemismo cuando se hizo más
visible en esta militancia la presencia femenina (por decirlo de algún modo),
como por ejemplo la organización lesbo-marxista “Las Lunas y las
Otras”[26];
el grupo pseudoreligioso de abortistas autodenominado “Católicas por el derecho
a decidir”[27];
la organización “Las Fulanas”[28]
fundada por la conocida trotskista María Rachid, muchacha de tamaño físico
intimidante que años después, en el 2011, arremetió a las trompadas contra el
cómico kirchnerista y drogadicto confeso Claudio Morgado por denuncias mutuas de
corrupción cuando ambos dirigían el INADI[29]
—ante el incidente físico Morgado se aterró y pidió socorro a la
policía[30]—.
Finalmente, nos encontramos en esos años con la aparición de la revista
“Cuadernos de Existencia Lesbiana”[31],
publicación que circuló a partir de 1987 y cuyos fascículos fueron actualmente
digitalizados en un curioso portal de Internet de gastronómica denominación:
“Potencia Tortillera”[32].
Claudio
Morgado habría padecido “violencia de género” a manos de María
Rachid.
Pero
a estas alturas, el lobby homosexual se había ensanchado tanto y tornado tan
complejo que hasta contaba con religión propia: fue también en los años ´90 y
bajo la fachada de “Iglesia de la Comunidad Metropolitana”, cuando se instaló en
Buenos Aires una suerte de “espiritualidad homosexual”, dirigida por un tal
Roberto González, un predicador que vistiendo una estridente sotana multicolor
fungía de “sacerdote” y parodiaba la Liturgia Católica mientras “casaba” a sus
fieles entre sí.
Pero
como si al complejo mapa sociológico de las tribus sodomíticas le faltasen
referentes, éramos pocos y aparecieron en escena los travestis, pero no sólo
para hacer notar sus disfraces sino para exhibir pretensiones políticas y
gremiales: en mayo de 1991 surgió una logia denominada “Transexuales por el
Derecho a la Vida y la Identidad” (Transdevi), grupo capitaneado por un sujeto
que afirmaba llamarse “Karina Urbina” y dos años después, en mayo de 1993 nació
la orden “Travestis Unidas” (TU) de la mano de un tal “Kenny de Michelis”. Pero
fue al mes siguiente (junio de ese mismo año) cuando hizo su debut el cónclave
más vistoso, nos referimos a la “Asociación de Travestis Argentinas” (ATA),
conducida por un muchacho oriundo de Luján (Provincia de Buenos Aires) quien
bajo el pseudónimo “Belén Correa” saltó a la fama.
En un principio, quizás por su connotación estética tan chocante y burlesca, la
aparición de los travestis en escena generó aversión no sólo en el grueso de la
opinión pública, sino incluso entre aquellos que actuaban intelectualmente en
los ambientes más recalcitrantes de la izquierda local: “Los travestis nunca,
pero nunca, van a lograr ser lo que se desviven por parecer: mujeres (…) No son
nada, ni hombres ni mujeres, viven en un mundo de apariencia y no en el del ser
(…) su cacareada trasgresión no es más que un exabrupto, ruido que solo jode a
las amas de casa, lumpenaje triste, autodestrucción sin grandeza, hecatombe que
se instala en las páginas amarillistas de Crónica y no en los laberintos
grandiosos de La genealogía de la moral, de Nietzsche”[33]
anotó en los años 90 para asombro de propios y extraños el difusor José Pablo
Feinmann. Pero andando los años, este “lumpenaje triste” del travestismo fue
siendo “naturalizado” y aceptado con lisonjas, y su exponente más famoso supo
ser un “vedette” llamado Gerardo Vírguez que se popularizó con el seudónimo de
“Cris Miró”, publicitado además por su relación personal con el ex futbolista
Diego Maradona[34] y
por haber llegado a encabezar elencos en teatros de revistas: murió de SIDA en
1999 a la temprana edad de 33 años. Pero su ausencia “artística” fue rápidamente
reemplazada por otro travesti en ascenso, un opulento morocho llamado Roberto
Carlos Trinidad (conocido como “Florencia de la V”), que en sus comienzos contó
con el auspicio mediático del pornocómico Gerardo Sofovich. Finalmente, el
régimen de Cristina Kirchner le otorgó al Sr. Trinidad la posibilidad de cambiar
su nombre en el Documento Nacional de Identidad y hacerse pasar formalmente por
mujer.
El
travesti “Florencia de la V” con su credencial estatal que “determina” su
condición de mujer.
Renglones
menores merecen algunos travestis “de inferior calidad”, puesto que aunque con
alguna fama mediática, estos nunca alcanzaron un lugar “top” en la farándula a
pesar de haber coqueteado fugazmente en ella. Nos referimos a ciertos lúmpenes
que fueron utilizados por la industria del entretenimiento para la mofa y el
ridículo, tal el caso de Miguel “Cacho” Dekleve, más conocido como “Zulma
Lobato” —enajenado personaje caracterizado por un marcado estrabismo y sus
incompletas piezas dentales — o este otro que se hace llamar “Naty
Menstrual”[35],
sodomita periférico que funge de literato y se dio el lujo de publicar un
bizarro libro de “porno-poesía”, oportunamente difundido por el diario
psicobolche Página 12 en su “sección cultural”.
Indudablemente,
los años ‘90 fueron de esplendor y consolidación para estas corrientes, y las
mismas se hacían mediáticamente visibles disputando espacio físico con sus
respectivos estandartes en las “Marchas del Orgullo Gay”, colorinche
peregrinación anual de corte trasnacional que en la Argentina comenzó a
implementarse a partir del año 1992[36] y
que desde entonces se moviliza y organiza siempre el mes de noviembre, con
reclamos sucesivamente más audaces y procaces, siendo que todo ese enrarecido
ambiente se encuentra abarrotado de grupos y subgrupos que se odian entre sí,
pero que de todos modos pujan exitosamente por obsesiones comunes.
El
travesti “Zulma Lobato” en manifestación trotzkista.
Pero
al parecer en este microclima no sólo hay peleas por matices ideológicos y
personalismos políticos sino que, además, son frecuentes las pujas entre los
distintos “arquetipos” visuales de homosexuales y que justamente por pertenecer
a diferentes clanes estéticos se desprecian entre sí, tal como nos lo explica el
sociólogo homosexualista Ernesto Meccia: “Las clásicas figuras de ‘loca’, cuya
función ha sido la de dar notas cómicas en varias películas y programas de
televisión, y el gay-macho, fetiche (con frecuencia militar o policial) presente
a partir de los años ‘80 en toda una iconografía principalmente estadounidense y
principalmente pornográfica, son los nítidos prototipos (tipos ideales, según la
clásica conceptualización de Max Weber) imaginarios o tenidos como reales de
homosexualidad masculina feminizada (HFM) y de la homosexualidad masculina
monosexualizada (HMM)”, pero este último ejemplar de homosexual virilizado,
según Meccia, no deja de contar con una alta dosis de impostura: “En este
sentido, dejar ver en la biblioteca un libro de Borges no leído cumpliría la
misma función de reaseguro ascendente que deja ver cuán poco afeminado se es y,
concomitantemente, cuánto de igual con respecto a los heterosexuales son algunos
homosexuales a pesar de ser homosexuales, reconfortante punto de llegada de una
eficiente estrategia simbólica”[37].
En el fondo, esta sobreactuación de invertidos musculosos no hace más que
confirmar aquella despiadada confesión del cabecilla homosexual francés Guy
Hocquenghem: “uno siempre siente un poco de vergüenza por sentirse orgulloso de
ser homosexual”[38].
Respecto
de “las locas” a las que refiere Meccia, estos se caracterizan por su obsesión
por alcanzar la delgadez extrema propia de las modelos, y si bien el 95% de la
población que padece patologías alimentarias del tipo de la anorexia o bulimia
son mujeres, del 5%[39]
restante que afecta a varones, la abrumadora mayoría de ellos son sodomitas: la
Escuela de Salud Pública de la Universidad de Columbia confirmó que los
homosexuales tienen triple riesgo de padecer anorexia respecto de los
heterosexuales[40].
En
lo referido al segundo arquetipo señalado, el del homosexual que sobreactúa de
“macho”, en la Argentina de los últimos años probablemente el exponente más
emblemático haya sido el figurón televisivo Ricardo Fort, vistoso personaje cuyo
cuerpo esculturalmente operado y anabolizado junto a las rentadas novias
ficcionarias que él presentaba mediáticamente para simular su homosexualidad,
terminaron desmoronándose al conocerse no sólo su vínculo con los “taxi
boys”[41]
sino su fama en los saunas y pubs “gay friendly” de Miami. Pero Fort pudo
hacerse “el macho” poco tiempo. Murió a los 42 años intoxicado por las obsesivas
e infinitas operaciones estéticas a que se sometía para aparentar musculatura y
virilidad, las cuales fueron progresivamente deteriorando su salud. Fue un
gigante de cartón.
Ricardo
Fort: mantuvo fugazmente una fama autofinanciada.
La
estatización de la homosexualidad
Acercándonos
a la actualidad, lo cierto es que en los últimos años —fundamentalmente durante
el largo período de corrupción e inmoralidad kirchnerista—, el movimiento
homosexual supo hacerse cada vez más presente en los medios televisivos hasta
alcanzar una agobiante cotidianeidad. En este lapso, el grueso de estas
organizaciones y sus agentes gozaron del deliberado respaldo y financiamiento
estatal habiendo sido sus dirigentes y estructuras cooptadas al servicio
militante del oficialismo entonces vigente.
Fue
en este lapso cuando se sancionó la ley del “matrimonio igualitario”: en el año
2010[42],
tras encendidas sesiones parlamentarias en las cuales fue la primera y única vez
en las que el diputado Néstor Kirchner —siendo al unísono esposo de la
Presidente de la Nación— acudió a trabajar al Congreso para votar en favor del
proyecto de ley, lo cual confirmaba una vez más los compromisos de la izquierda
política en congraciarse con las pretensiones lobistas interesadas en esa
legislación.
Pero
durante el kirchnerismo la homosexualidad llegó a su auge no sólo por sus
victorias políticas sino fundamentalmente por la constante presencia mediática
de sus referentes, sean éstos activistas explícitos o elementos de la farándula,
quienes proclamaron sus intimidades a plena luz del día desde los medios
televisivos hasta alcanzar una imprudente aparición en programas aptos para todo
público no sin el aplauso festivo de sus contertulios y panelistas de
circunstancia.
Uno
de los casos más emblemáticos por su tono escandalizador fue el del cómico
Fernando Peña, locuaz pendenciero que solía presentarse en televisión disfrazado
de andrógino mientras se ufanaba con petulancia de su adicción a las drogas, su
predilección por los “Taxy Boys” y su jactanciosa portación de VIH [43]:
murió en el año 2009 a los 46 años. De manera contemporánea, el conductor
televisivo Juan Castro también publicitaba su tendencia y promovía la ideología
homosexual desde su ciclo televisivo “Kaos en la ciudad”, el cual se vio
interrumpido en el año 2004 cuando el propio locutor, atormentado por su
inmanejable adicción a las drogas y alterado por el resultado de su último
análisis de VIH[44],
se tiró desde el primer piso del balcón de su departamento quedando gravemente
herido y muriendo a los pocos días en el hospital.
Fernando
Peña: se esforzó muchísimo para morir joven.
También
fue en el nuevo milenio y al calor del kirchnerismo cuando los cultores de la
ideologia de género consiguieron ingentes recursos estatales —además de los
mencionados derechos al “casamiento” y la adopción de niños—, premiando a muchos
de sus referentes con cargos públicos bien rentados en la burocracia
gubernamental —principalmente en el “INADI”[45] y
en la “Secretaría de Derechos Humanos”—, siendo por entonces el emisario más
vistoso y bullicioso Alex Freyre, histriónico agitador en cuya cuenta de Twitter
se define como “peronista y activista gay”, insalvable contradicción asimilable
a considerarse a sí mismo como “sionista y nazi”. Al parecer, el desiforado
Freyre desconoce que durante la histórica dictadura de Juan Perón (1946-55) a
los homosexuales no sólo se les prohibió el derecho al sufragio en
1947[46]
sino que mediante un sinfín de edictos policiales se les impidió reunirse en sus
casas y en bares, así como exhibirse públicamente con sus sobrinos, ni mucho
menos ingresar al Colegio Militar y, según resume el historiador homosexualista
Osvaldo Bazán en interesante libro suyo sobre el asunto: “No tenían voz, voto,
opinión ni visibilidad” y “todos los que la Policía tenía detectados como
’trolos’ fueron encarcelados”[47].
A
pesar de estos antecedentes históricos no muy favorables a la causa de Freyre y
sus séquitos, este sujeto no sólo se proclamó peronista sino que fue un solícito
burócrata kirchnerista que lucraba con su prédica igualitaria obteniendo jugosos
sueldos del erario público por “trabajar” en asuntos relacionados con “la
diversidad sexual”. El peronismo siempre dio para todo: un argumento recurrente
entre los homosexualistas rentados del kirchnerismo para justificar sus alardes
eróticos con su adhesión partidaria era que “este espacio” reivindicaba al “ala
izquierdista del movimiento”, es decir aquella que se consideraba heredera no
tanto del militar Juan Perón sino del camporismo montonero. Argumento curioso:
el terrorismo montonero no vaciló en desterrar todo vestigio homosexual entre
sus filas llegando a fusilar a sus militantes cuando estos eran sospechados de
tal cosa. Los guerrilleros vieron en cada maricón a un soplón[48] y
según sarcástica expresión de Sebreli: “El amor entre los gays peronistas de
izquierda y los montoneros fue un amor no correspondido”[49].
Lo
cierto es que Alex Freyre se paseó durante los últimos años por todos los medios
de comunicación posibles disfrazado con una suerte de capa colorada (distintiva
de su agrupación) junto con un álter ego llamado José María Di Bello, un
homosexual portador de VIH que parodiaba ser la pareja de Freyre. Ambos
promovieron el “matrimonio igualitario” utilizando todo tipo de trampas
tendientes a estafar a la opinión pública: “Freyre se cansó de avergonzarnos a
todos. Y alguien lo tenía que decir (…) Al principio había sido por una causa
justa pero Freyre acabó transformándose en el show mediático de una persona
ambiciosa, que se creyó el personaje y lo usó para sacar rédito (…) Y ya superó
todos los límites”[50],
destacó el periodista y activista homosexual Bruno Bimbi, quien dio a conocer
los detalles de esta farsa en la que recalcó que no existía vínculo afectivo
alguno entre Freyre y Di Bello, sino que toda fue una parodia militante con la
finalidad de instalar “el matrimonio igualitario” y con ello la ideología de
género. Dicha acusación fue un escándalo pero cuya veracidad fue luego
reconocida por el propio José Di Bello, es decir por el activista que simulaba
de “marido” de Freyre.
Alex
Freire y su falso “marido” a los besos con el barrabrava kirchnerista Luis
D´elía
Pero
a Freyre mal no le fue en este lapso: cobró ingentes ingresos por obrar de
“asesor de la diversidad” en el Senado de la Nación[51],
ocupando y ganando honorarios por cargos inservibles o inventados, pero que le
permitieron al personaje beneficiarse a costa de los impuestos que pagamos entre
todos, para encima tener que soportar declaraciones suyas en los medios y redes
sociales tales como vaticinarle y desearle la muerte por SIDA al bailarín
homosexual Aníbal Pachano[52]
—denostado por Freyre por no adherir al gobierno de Cristina Kirchner— o reírse
públicamente del asesinato del fiscal Alberto Nisman[53],
funcionario que denunció penalmente a Cristina Kirchner por su complicidad para
con el terrorismo internacional y apareció muerto, horas después con un balazo
en la cabeza.
Como
por desgracia es habitual entre los de su clan, Alex Freyre padece SIDA además
de Hepatitis C, enfermedades venéreas que este individuo se habría contagiado en
sus malandanzas, pero que afortunadamente ha podido controlar llevando una vida
relativamente convencional y controlada gracias a los tratamientos y avances
médicos proveídos por el sistema occidental y capitalista (que Freyre detesta y
vitupera públicamente), los cuales obtuvieron auspiciosos resultados a fin de
evitar la evolución de una enfermedad tan delicada como arraigada en esta
porción poblacional.
Finalmente
llegamos a la “Estación Jáuregui” (el último triunfo político de quienes
glorifican estas tendencias) y nosotros nos preguntamos:
En
esta pared de espacio público de la “Estación Jáuregui”, vemos de izquierda a
derecha la imagen “artística” de una feminista radical, dos lesbianas a los
besos y un homosexual desnudo haciendo piruetas.
¿Tiene
derecho una persona a ser homosexual? Absolutamente sí y la vida en el plano de
la intimidad sólo debe estar reservada a Dios y exenta de la autoridad de los
Magistrados.
¿El
respeto a la intimidad que debe garantizar el Estado lo habilita a imponer la
publicidad y apología de la procacidad ? Creemos que no y lo alarmante no es que
un demagogo como Rodríguez Larreta haya ordenado instaurar este sórdido
espectáculo subterráneo, sino que lo alarmante es que ningún político (ni del
oficialismo ni de la oposición) se haya animado a objetar nada al
respecto.
En
resumidas cuentas: el derecho al puterío no es un asunto que deba promoverse ni
financiarse con el erario público.