PUBLICADO POR REVISTA CABILDO
Nº 120-MARZO DE 2017-3ERA. EPOCA
LA MENTIRA QUE FUE NÚMERO
Y como dicen el número no importa, ¿por qué se enfurecen? ¿Por qué sería tan grave sostener que fue¬ron ocho mil y no treinta mil? ¿Por qué no se podría decir, de acuerdo a los datos del Nunca Más, y de. las más recientes constataciones, que no fueron treinta mil los desaparecidos? Hemos alcanzado tan llamativo grado de cinismo, que en una discusión por la tele, el mismo que se enojaba con Gómez Centurión cuando éste afirmaba que no fueron treinta mil, respondía que claro que no eran treinta mil, pero lo que importaba era el símbolo que representaba y que eso no se podía discutir. Pero ¡sí que es raro!; ahora nos salen con que no se puede discutir. Hemos puesto en tela de juicio cualquier cosa, discutimos desde la existencia de Dios para abajo lo que venga, pero el número treinta mil, ¡eso jamás! Es el nuevo dogma, el número santo.
Es bien extraño que los defensores a rajatabla de los derechos humanos y la libertad de expresarse (entiendo que es uno de los derechos humanos, ¿no?), precisamente esos, ahora vengan a juzgamos por hablar y pensar distinto. Suena todo muy parecido a aquella consigna K, se acuerdan: "no se cambia una coma"; o es que por ahí, bien en el fondo, están de acuerdo con los K. O de otra manera, cómo podría una mentira constituirse er símbolo, a no ser que lo que tratan de defender también sea trucho y de ahí la conveniencia de una como símbolo. O sea, un emblema trucho, para una gigantesca truchada. Vale recordar que Luis La partícipe de la historia de los setenta, fue el que impuso el número y ha contado y escrito con honestidad y determinación y hasta el cansancio la circunstancia en la cual lo hizo y por qué lo hizo. Hasta donde sabemos ninguna persona, ninguna organización, nadie nquvosa y exactamente nadie, salió a desmentirlo. ¿No podrán Pero tampoco les alcanzó. Parece que entonces decidieron que el número ya no importaba y adelante.
Por favor no sean tan básicos que dan vergüenza. Nunca entendí gran cosa de números, pero el sentido común me dice que no es lo mismo tener 5.000.000 de glóbulos rojos que 5000, como tampoco es igual, y esto deberían saberlo, una indemnización de 250.000 dólares que una de 2500. Además, por qué los defenso¬res del relativismo, los mismos que niegan que la verdad sea posible, aquellos para los que todo es relativo, ahora explicitan una mentira y pretenden que la aceptemos como verdad. Esta mentira es verdad y no se discute -parecen decirnos- y a juzgar por la furia con la que lo dicen, uno pensaría que no se dan cuenta de su propia torpeza. ¿En qué quedamos, muchachos? Porque si la verdad no existe, no puedo afirmar ninguna otra cosa, ni los treinta mil, ni nada. Además y con sus argumentos -y en tiempo de iguales- desconozco, rechazo, la supuesta superioridad de Carlotto, Bonafiní, ni de ningún otro de los políticos y periodistas rasgan las vestiduras, para indicarme lo que tengo que pensar y lo que no puedo decir. Nadie las cotó ningún pedestal, no son nuestras guías, ni están por encima de nadie, ni les debemos absolutamente nada» rá ellas ni a sus organizaciones políticas.
El otro tema es del "plan sistemático". Llaman "plan sistemático" al enfrentamiento sistemático entre dos fuerzas armadas en guerra. Y sí, supongo que las fuerzas armadas tenían un plan sistemático de combate, del mismo modo supongo que Sas organizaciones armadas guerrilleras seguramente tenían otro plan sistemático, porque de lo que estamos hablando es de una guerra y aunque una guerra es menos que una enfermedad* en opinión de Saint-Exúpery, es una enfermedad que mató mucha gente y mató, además, a muchos "otros" argentinos, para los que no hubo derechos humanos, ni indemnizaciones, ni siquiera la reparación del honor que viene de mano de la verdadera historia.
Ya que comenzamos parafraseándolo, continuemos con Chesterton: "Eí territorio salvaje más grande, parece aún mayor visto desde una ventana", y me inclino a pensar que razón no le faltaba. En este tiempo como en el del inglés, el salvajismo es grande, acaso mayor, no lo sabemos, pero tal vez lo que nos falté sea cerrar la ventana, y de una vez por todas salir a caminar, a ver si es tan áspera y grande la selva, como Creíamos desde la ventana. Es tan doloroso, tan temerario para la salud de la nación, nos parece tan absurdo que cuarenta años después no hayamos podido ni siquiera arrimarnos a ese mínimo grado de honestidad intelectual imprescindible para ver el pasado con rigor. Todo nos lleva a pensar que estamos muy lejos de habernos curado de aquella espantosa "enfermedad" del odio.
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Miguel De Lorenzo