miércoles, 26 de julio de 2017

LA MARCA HEDIONDA DEL ANTICRISTO EN EL VATICANO

LA MARCA HEDIONDA DEL ANTICRISTO EN EL VATICANO

Arai Daniele
La decadencia del mundo contemporáneo es general y profunda, alcanza a todos los campos y a todos los niveles: desde la familia al estado, desde la justicia a la política. Cuando no hay guerras inicuas hay violencia y corrupción desenfrenada.  Convive con la inmoralidad y el delito. Nunca la autoridad fue tan necesaria; Nunca fue tan ausente. Nunca hubo controles tan potentes, jamás hubo tal desgobierno. En el plano de los hechos la tentación moderna de sustituir el orden natural por un nuevo orden redunda en un descalabro: ya no se puede recurrir a poderes humanos para contener los desórdenes nacionales y las masacres internacionales. Una vez ignorado el origen divino del orden y de la autoridad en las conciencias, la sociedad humana ha resultado más libre, pero en realidad se ha degradado.
¿Cuándo comenzó  esta alteración del orden natural en las conciencias?
 

Al tener la degradación descrita un origen espiritual y dado que se ha incrementado de modo exponencial en las épocas de las revoluciones y en nuestra época, en la Iglesia, a partir de los años sesenta, hay que concluir   que la degradación  corresponde a la pérdida de la noción del origen divino de la autoridad en las conciencias. De hecho, la degradaciön  sigue a  la ausencia de una autoridad que sea la guía para el bien de las conciencias y freno para sus desvíaciones hacia el mal; Esta era la misión  de la Autoridad universal Católica. Pero se trata de una situación mucho peor que una simple ausencia; Se trata de la adulteración de la razón de su existencia; Una suprema autoridad que ya no se ocupa en vinculsr al hombre para hacer  el bien, sino en liberarlo para hacer el mal. Y por esa razón hay que entender su naturaleza de extremo castigo, previsible cuando se manifiesta en la sociedad humana una vasta incredulidad en la existencia del orden divino de la Autoridad.
¿Cuál es la relación causa-efecto entre la fe en Dios y el desorden social?
El bien del ser humano y de su sociedad está conexo con su razón de ser: con su principio y su fin. ¿Cómo podríamos conocer nuestro bien duradero, desconociendo nuestro fin último? ¿Y cómo podría el bien de la sociedad humana ser ajeno al fin último de sus miembros? Los hombres pueden distinguir un bien de un mal inmediato, pero no pueden conocer por sí mismos el propio bien permanente, ligado al fin de la vida humana. Es necesario que el Logos, que es principio de todo conocimiento, pueda discernir nuestro fin último y acoger el bien y apartar el mal para que la sociedad humana se gobierne en la certeza de la justicia.
Al ignorar pues la existencia de la Verdad absoluta, el Principio de todo bien, el hombre se priva de lo esencial para la distinción entre el bien y el mal, y hace su detección del mal errada, y éste como una infección en la vida humana, se extiende causando crisis de conciencia morales y mentales que degeneran en un desorden universal de desenlace letal para la sociedad. Todo esto es dicho para recordar que las conciencias deben ser formadas en la Verdad. Esta es la misión de la Iglesia, transmitir la revelación recibida. Lo contrario es la ilusión de la conciencia autónoma.
Sí, porque la verdad y los principios se pierden ante todo, en las conciencias, justamente en una rebelión, que se juzga pueden alcanzar la verdad y distinguir la raíz del bien y del mal por sí misma. Así pues, a partir de su conciencia el ser humano puede seguir direcciones opuestas: o seguir la dirección del orden revelado, o seguir una libertad desvinculada del Bien. Pero el libre albedrío humano, tiene un vínculo crucial en la misma conciencia, ya que no hay quien ignore que a la propia libertad no corresponde un conocimiento proporcional.
Esto significa que se abraza la libertad de hacer aquello de lo que no se conocen las últimas consecuencias. Por eso, el hombre, creado libre, necesitó desde el principio tener una norma indudable grabada en la conciencia. Ésta, al mismo tiempo que indica su fin trascendente, está vinculando su libertad con el bien. Esto se describe en el libro de Génesis (2, 15-17)
El Señor Dios colocó al hombre en el paraíso de delicias, para que lo cultivara y guardara. Y le dio este precepto : Come de todos los árboles del paraíso, pero no comas del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal; Porque el día que comas de él, ciertamente morirás. Los elementos de la formación de las conciencias están ahí. Su motor es la felicidad, dada para ser cultivada y guardada según la Palabra divina. Este es el alimento de la vida espiritual ante cuyo bien el hombre es libre en todo menos para juzgar aceptable el mal. Este sería un juicio contrario a la vida, de auto-demolición de su fin y por tanto de muerte.
También los elementos para el desvío de las conciencias están todos ahí; Los mismos cambios. La felicidad asume las facciones del placer concupiscente de la carne, del poseer y del dominar, como dioses. La libertad se aplica al comercio y a la creatividad en el mal, en la ilusión de la autonomía de la Palabra divina; De la imposible conciliación de los contrarios. Esto lleva a la conciencia al devastador engaño de equiparar el mal con el bien y a cosechar, con un abuso culpable de la libertad, los frutos del mal. He aquí que las conciencias siguiendo falsas direcciones, condicionan la historia de la humanidad.
 Romanos 1 –  21. porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le  dieron gracias; antes se desvanecieron en sus fantasías, y el tonto corazón de ellos fue entenebrecido.  22. Diciéndose ser sabios, se hicieron fatuos,  23. y trocaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, y de aves, y de animales de cuatro pies, y de serpientes.  24. Por lo cual también Dios los entregó a las concupiscencias de sus corazones para inmundicia, para que contaminasen sus cuerpos entre sí mismos ;  25. los cuales mudaron la verdad de Dios en mentira, honrando y sirviendo a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. 
Entonces volvemos a la cuestión arriba indicada,  la necesidad para el bien de los individuos y de las sociedades de que haya quien los  guíe en el bien trascendente al hombre, y los aleje, cohartando la atracción al mal. Y la falta de esa guía y de ese freno, que san Pablo describe en su segunda carta a los tesalonicenses, llamándola «obstáculo» (katéchon), es el peor mal. De hecho, quitando de en medio el obstáculo al mal, éste será sustituido por quien se hace dios: el anticristo, para operar la «abominación de la desolación». En los tiempos cristianos se entendió que tal «obstáculo» trascendental al mal de las sociedades era el representante de Jesucristo; el Papa. ¡El Vicario de Cristo es el único hombre investido del poder necesario para constituir una barrera al mal operado por el Anticristo!
El orden humano debe ligarse directamente a la Palabra del Creador. Sólo en el Verbo divino todo encuentra su razón de ser, su orden y su bien. Es el orden del Ser, en el que se reconoce que el ser humano con su conciencia proviene del Ser divino como todo efecto de una causa; del Principio que reveló su nombre como origen y fin de todo ser y por lo tanto de todo conocimiento, diciendo: Yo soy Aquel que es (Éx 3, 14). Pero en esto se inserta la rebelión a la dependencia natural al Verbo creador; La conciencia que, en su afán de poder crear con el pensamiento, quiere la libertad de auto-crear su razón de ser. Y aquí se inserta la «revelación» del espíritu del mal cuyo susurro insinúa que sólo en el mal el hombre se emancipa.
Es el engaño de la libertad que pretende juzgar el bien y el mal, libre de todo vínculo divino; Sin la «humillación» de una dependencia; es el término revolucionario de la «libertad de conciencia». No ya la libertad de las conciencias, predicado humano dado por Dios al hombre creado a su imagen y semejanza, sino una libertad de conciencia autónoma e individual, que va a ser ejercida para imponer sus “verdades”, como lo hicieron los líderes de atroces ideologías.
Es necesario fijar bien este punto crucial porque de él irradian todos los impulsos humanos hacia el dominio del mundo material, de la ciencia y de la existencia según la religión del hombre que se hace dios, oponiéndose al Dios ‘tirano‘ que se hizo hombre. En este punto coinciden todas las rebeliones personales y revoluciones sociales, toda religión humana y fraternidad masónica, todo saber y arte nacidos del naturalismo, racionalismo y existencialismo filosófico; finalmente incluso el nuevo “cristianismo” retocado para alentar hacia una unión religiosa en un nuevo orden mundial.
Con esto se describe lo que «identifica» el Anticristo; es el promotor de la libertad de conciencia. Si lo hace desde la Sede suprema del Pontífice apostólico, constituido por Jesucristo justamente para vincularnos a la Palabra divina, estamos ante la mayor abominación, sólo posible dentro  del mayor engaño. Y hoy, en el mundo aún no se ve la gravedad de esa extrema impostura, que hace que el guía espiritual de los pueblos, que siguen y oyen quien tiene el poder de las llaves – el Papa – se desvincule de la Palabra divina para aceptar la libertad de conciencia que conduce  a la libertad de Religión.
Era la meta de toda revolución masónica y liberal, introducida disimuladamente en la Iglesia por Roncalli, Juan 23. Un momento tremendo para toda la historia humana, que vino después de otros dos momentos culminantes en el rechazo rebelde de la Palabra divina:
El de la transgresión original de Adán y Eva, que causó la caída del ser humano, para cuya redención fue necesaria la Encarnación y la Pasión del Verbo de Dios.
El rechazo de la acogida del Verbo encarnado de parte del Pueblo elegido.
Éste último rechazo histórico  precedió al tercero disimulado pero de carácter abisal, más grave que los  anteriores rechazos, pues la Iglesia y el Papa existen para esa obra de la Redención de Jesucristo. Sin embargo, en su Nombre se declaró que el hombre tenía derecho a la obra de rebelión del Anticristo. ¡Esto debe hacernos  reconocer la inmensa gravedad de la sutil rebelión conciliar en nombre de la libertad y del ecumenismo,  de poner a todas las religiones al mismo nivel!
El papa Pío VII definió lo que predijo ser la peor consecuencia de la revolución francesa, en los días de la revolución napoleónica: “So capa de proteger por igual a todos los cultos,  se oculta a la persecución más peligrosa, la más astutopa que es posible imaginar,  contra la Iglesia de Jesucristo y, desgraciadamente, la mejor combinada para llevarla a la confusión e incluso destruirla, y si fuera posible para que las fuerzas y astucias del infierno prevalecieran contra ella.
Se preveía así la apertura de la Iglesia al liberalismo que, dando libre curso al error, persigue al único antagonista que se le opone: la Verdad. Esto es lo que hizo la declaración Dignitatis humanae, “libertad religiosa”, aprobada en  el Vaticano 2, cuyas referencias están en “Pacem in Terris” de Juan 23. Así hemos identificado a los peores perseguidores internos de la Iglesia de Dios. Mientras esta existe, instituida por Nuestro Señor Jesucristo para la reparación y redención de la fatal libertad de conciencia de los primeros padres frente a la Palabra divina, ellos proclamaron  la libertad de conciencia frente a la Verdad, como si fuera un derecho natural humano …!
Esto es lo que significa el “derecho” de enseñar el mal come si fuera el bien. Si los “papas conciliares” no lo declararon abiertamente, lo hicieron disimuladamente declarando el “derecho” a la libertad de perdición: la marca hedionda del Anticristo, que seduce  al ser humano con la idea de ser como Dios, tal como lo hizo  al principio el tentador original.
Puede ilustrarse sobradamente la gravedad de la repulsa ecumenista a “una sola fe, un solo bautismo, una sola Fe Católica y Apostólica” tal como la Virgen de Fátima, para recordar la unicidad de nuestra religión, profetizase la gran apostasía en la que se perdería esa  fe.
De ahí vendría la libertad de las falsas religiones según la invitación hecha por los  falsos papas conciliares, desde  Juan 23 a Bergoglio. Con ello viene a ser natural para las multitudes que aman este mundo de las verdades relativas, abandonar la unicidad que define la verdadera Iglesia.
“La última persecución revestirá el aspecto de una seducción.” (Père Emmanuel). En alariencia se escoge la libertad, igualdad y fraternidad, pero en realidad será la rendición al error, al odio y al caos, porque sólo hay amor y fraternidad entre los hijos que tienen por Padre, a Dios Uno y Trino.