“¡Ya hablaremos de capitulación después de muertos!”
El Milagro de Empel
«¡Santiago y cierra España!».
Éstas fueron sin duda las últimas palabras que miles de enemigos de la Madre
España escucharon antes de ser masacrados por la que fue la mejor infantería
europea durante casi 150 años: Los temiblesTercios Españoles. Infanterías con un arrojo incuestionable y
una lealtad absoluta hacia su Rey, estas unidades —consideradas por algunos
como las legítimas herederas de las legiones romanas— acababan con sus adversarios
lanzando sobre ellos un vendaval de plomo y un mar de picas.
En un tiempo en que España
necesitaba defender sus territorios europeos con soldados fiables, los infantes
de los Tercios demostraron de lo que
era capaz un militar español resuelto y experimentado. Así, con la Cruz de
Borgoña a sus espaldas y una daga en su cinto, estas unidades se labraron una
reputación que, todavía hoy, les hace contar con un lugar privilegiado en la
Historia.
Los Tercios Españoles eran una perfecta combinación de las distintas
unidades militares de la época, formadas por veteranos soldados y la mayoría de
las veces mandados por buenos oficiales. No eran simples mercenarios a sueldo
sino hombres de honor, leales al Rey y unidos por una fervorosa Fe Católica.
Todo lo cual motivaba a estas tropas en el campo de batalla, lo que unido a sus
victorias les creó una gran reputación en toda Europa.
En el Siglo XVI el Flandes o Países
Bajos Españoles eran
territorios de las actuales Holanda, Luxemburgo y Bélgica y una parte del norte de Francia,
entonces, por derecho, pertenecientes a la Corona Española de la Casa de
Habsburgo. Allí tuvo lugar el mayor matadero de Europa en
esa época, y es donde se decidió el futuro del continente. España como gran
potencia mundial luchaba en solitario contra todas las
potencias europeas y por todo el mundo, pero fue en el Flandes
Español donde los combates adquirieron un tinte más salvaje y en las peores
condiciones, sobre todo por el gélido invierno al que los españoles no estaban
para nada acostumbrados.
En 1585 el Tercio
Viejo es
enviado allí para proteger a las poblaciones católicas, maltratadas por los
rebeldes independistas protestantes, así como para acantonarse en cuarteles de
invierno. Si bien en la estación fría disminuye la intensidad de las
operaciones militares, ni españoles ni rebeldes desaprovechan las
circunstancias para obtener ventajas sobre el enemigo.
Los 5.000 infantes al mando del Maestre de
Campo Don Francisco Arias de Bobadilla —el Tercio Viejo— es una de las mejores unidades de infantería, si no
la mejor de la historia. Está acantonado en una zona débil de Flandes devastada
por los holandeses rebeldes comandados desde un fuerte vecino por el Almirante
Holak. Estos sitian al Tercio
bloqueando los brazos de los ríos Mosa y Waal con numerosas embarcaciones cuya
artillería —sumada a la del fuerte—, impiden que aquél reciba refuerzos del Rey Felipe II. Además de cañonearlos
constantemente, abren diques para que suba el nivel de las aguas, obligando a
los españoles a concentrar su defensa en una isla interior, Bommel, situada
entre ambos cursos de agua, creándoles una antesala de desastre: Frío y hambre,
así como la vergüenza de una derrota segura.
No obstante la clara inferioridad de los españoles y sabiendo que no tienen escapatoria, no
venderán barato su piel. Sólo un milagro los podría salvar… Y, de hecho, a la española, el milagro vendrá: El Milagro de Empel.
Como el Tercio apenas tiene
víveres, ropa seca y leña con los que combatir el terrible frío, está claro que
en aquella isla las fuerzas reales no aguantarán mucho. Con todo, el Almirante
Holak, que conoce la eficacia de los peninsulares en el combate, no quiere
sufrir bajas inútiles, por lo que a pesar de la precaria situación de sus
sitiados adversarios, les ofrece honrosa rendición. La respuesta del Maestre
de Bobadilla es clara: “Los infantes españoles prefieren la muerte a la
deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”. A
los oídos de Holak, esta insolencia,
hizo que su orden inmediata fuera abrir otro dique, que inundaría aún más la
zona. Los ibéricos se retiran entonces al único lugar de la isla que no está
bajo el agua: La pequeña colina de Empel de apenas 50 metros de altura.
Casi sin esperanzas, con la imposibilidad de un auxilio y abandonando la
mayoría de las pocas vituallas disponibles ante la violencia con la que se
precipitan las aguas, el Tercio Viejo
ya se prepara para lo peor. Así, aguantando cuanto los infiernos les envíen y
Dios tolere, un infante, cavando una trinchera junto a una pequeña iglesia, más para tumba que para guarecerse, da
con algo duro. Y así, desentierra un cajón conteniendo una pintura flamenca de
la Virgen de la Inmaculada Concepción,
seguramente escondida por holandeses católicos para salvarla de la segura profanación de
los protestantes. Comienza el soldado a gritar y
acuden sus camaradas: Colocan el cuadro sobre el mástil de la Bandera Española,
a modo de franco altar, y caen todos de rodillas y entonan la Salve, encomendándose a Nuestra
Señora por asistencia en la batalla contra el infiel protestante. Los rudos
infantes de los Tercios Españoles son
muy devotos: A la hora de la verdad
luchan por el Rey, el Imperio y la Verdadera Religión. Así, toman este
hallazgo como divina señal. Bobadilla, en medio de la oración de sus
infantes, les arenga así: —“¡Soldados! El hambre y el
frío nos llevan a la derrota, pero la Virgen Inmaculada ha venido a salvarnos.
¿Queréis quemar las banderas, inutilizar la artillería y que abordemos esta
noche las galeras enemigas?” (¡Está
exhortándolos al contraataque!) Y, bien
a la española, todos a una claman: —“¡Si, queremos!”
En el campo enemigo el Almirante Holak había organizado todo para
que al día siguiente, 8 de diciembre, se lanzara el ataque final a las
posiciones hispanas; pero, en la madrugada del 7 al 8 un frío inusual
acompañado por un viento huracanado de la noche a la mañana convierten en hielo
la superficie del cauce del río Mosa de tal forma que se podía caminar sobre
él. Bobadilla ve entonces su oportunidad y los infantes se lanzan como
locos sobre el hielo, que había inmovilizado a la flota enemiga...
Los holandeses son así tomados en total sorpresa y, desde sus barcos ven cómo
se les vienen encima jaurías de soldados desarrapados, hambrientos y empapados,
gritando como posesos. Los combates son impecables para los españoles que
despliegan inusitada saña. La sed de desquite acumulada por el asedio y el
sufrimiento hace que cualquier posible reacción de los rebeldes sea inútil.
En el fuerte situado en la vecina orilla del Mosa reinan el desconcierto y
el temor ante la destrucción de su flota. Finalmente los españoles se apoderan
de numerosas armas y de todos los barcos no devastados, liberando a los
prisioneros que en ellos encontraron.
Con todo, el castigo no estará completo hasta que no se acabe con el
fuerte, cosa ahora muy fácil, con la moral por los aires. Esa misma madrugada
el Tercio recompone su formación y
marcha hacia el fuerte donde se encuentra la otra parte de la artillería que
tanto había castigado al Tercio
durante el sitio de Empel. Iracundos infantes cargan contra el reducto que es
tomado en poco tiempo. Los rebeldes, incapaces de parar a los cuadros de
arcabuceros y piqueros hispanos, huyen en desbandada, entre ellos el Almirante
Holak, quien deja para la historia la frase: “Tal parece que Dios
fuera español, al obrar tan grande milagro.”
Los católicos
holandeses denominaron “Het Wonder van
Empel”, “El Milagro de Empel” a
los sucesos que salvaron a los españoles del Ejército del Rey. Y ese día, un
mismísimo 8 de diciembre de 1585, finalizada la batalla, entre vítores
y aclamaciones, la Inmaculada Concepción es proclamada Patrona de los Tercios de Flandes e Italia.
Con tanta fe aquellos infantes atribuyeron su
salvación a un milagro de Nuestra Señora, que la devoción a la Inmaculada fue
extendiéndose entre los demás Tercios.
Hoy en día es la Patrona de la Infantería Española toda.
Dicho sea de paso: El fenómeno meteorológico que aconteció el 8 de
diciembre de 1585 en la isla de Bommel ha sido objeto de estudios e
investigación por historiadores y meteorólogos neerlandeses por lo extraño del
fenómeno. El Instituto de Meteorología
Holandés hace no más de 15 ó 20 años hizo un estudio del fenómeno y
concluyó que la serie de circunstancias que produjo que el agua alrededor de la
isla de Bommel se helase en una sola
noche fue un fenómeno por completo inusual y nunca visto en esas tierras.
El historiador inglés Geoffrey Parker calificó de “helada milagrosa” la
causa de la salvación del Tercio Viejo,
aislado y asolado por los holandeses en
1585 en la isla de Bommel. Que un
historiador británico haya dado el calificativo de milagroso a este episodio, lleva a apreciar que lo sucedido fue sin
duda extraordinario, e inicio justificado de un camino imparable de devoción
general de la Infantería
Española a la Inmaculada Concepción.
El Dogma de la
Inmaculada
Posteriormente
al Milagro de Empel, la devoción a la
Inmaculada va alcanzando tal grado de extensión e intensidad entre los
españoles de toda condición que el Rey Carlos III consagra España a Ella
en 1761 y la toma por Patrona y Protectora, creando en su honor la Real y
Distinguida Orden de Carlos III. Por aquel homenaje del Rey,
el 8 de diciembre sigue siendo actualmente una de las Fiestas Nacionales de
España.
Con el
tiempo, y como secuela de la extensión que la devoción de los españoles tiene sobre
el resto de la Catolicidad el Papa Pío IX, entre otros factores
doctrinales, proclama el 8 de diciembre de 1854 —269 años después
del Milagro de Empel— el Dogma de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María mediante la Bula Ineffabilis
Deus. Y en
reconocimiento a la Iglesia Española por su importancia en la proclamación de
este Dogma, en 1864 la Santa Sede otorga al clero del Imperio Español el
privilegio de vestir ornamentos azul celestes para la celebración de las Misas
de la Inmaculada. El azul celeste no es un
color propiamente litúrgico y sólo puede usarse en las Fiestas de la Inmaculada
(8 de diciembre, Virgen de Luján, de Guadalupe, Medalla Milagrosa, etc.), y
sólo en los territorios del antiguo Imperio Español (Hispanoamérica, Filipinas,
buena parte de Estados Unidos, etc.).
En vista
de la tradicional coincidencia de los Regimientos de Infantería en tenerla por Patrona particular, el 13 de
noviembre de 1892 la Reina Regente Da. María Cristina declara mediante Real Orden “Patrona del
Arma de Infantería a Nuestra Señora la Purísima e Inmaculada Concepción”.
La Inmaculada es, además, la Patrona de las infanterías de las naciones
iberoamericanas. Así, en la Argentina, el Día
de la Infantería se celebra el 13
de septiembre, día aniversario de la creación, en 1806, del Regimiento de Patricios, primera unidad
de Infantería Nacional —nacida antes que la Patria misma— que, siguiendo la
hispánica tradición, fue puesto bajo la advocación de la Inmaculada Concepción.
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