De la estulticia y la pandemia COVID-19
- Luis Alvarez Primo
En
la introducción al libro de Paul Tabori, “Historia de la Estupidez Humana”, se
lee:
“Algunos
nacen estúpidos, otros alcanzan el estado de estupidez, y hay individuos a
quienes la estupidez se les adhiere. Pero la mayoría son estúpidos no por
influencia de sus antepasados o de sus contemporáneos.
Es el resultado de un
duro esfuerzo personal. Hacen el papel del tonto. En realidad, algunos
sobresalen y hacen el tonto cabal y perfecto. Naturalmente, son los últimos en
saberlo, y uno se resiste a ponerlos sobre aviso, pues la ignorancia de la
estupidez equivale a la bienaventuranza”
Es
lo que me ha sucedido en estos días de presunta pandemia y confirmada
Info-demia COVID 19. Advertir a mis
embarbijados compatriotas que el “bozal” multicolor, sea que haya sido comprado
en una farmacia o en una ferretería o simplemente fabricado en casa, no sólo no
sirve a ningún fin sanitario sino que, además, está contraindicado para una
persona sana por cualquier médico infectólogo honesto, es decir, que no reciba
dinero del gobierno o de los laboratorios interesados o simplemente que no se
someta a la dictadura de la Corrección Política. El barbijo/bozal común de
friselina, como se sabe, tiene una validez de alrededor de 20 minutos promedio.
Luego, humedecido, es permeable a cualquier virus en el ambiente e impide una
saludable oxigenación de la persona.
Como se sabe el barbijo puede estar indicado para la persona enferma que
requiere un relativo aislamiento. Pero no para la persona sana que no debe
aislarse. Porque el ser humano se auto-inmuniza en contacto con el entorno:
plantas, animales, y otros seres humanos.
Todos
tenemos presentes las patéticas y contradictorias imágenes de humanos
embarbijados haciendo interminables colas, etc etc. La estupidez se agrava cuando uno intenta un
diálogo. En el mejor de los casos, la
respuesta es la escucha silenciosa y extrañada. En el peor el reproche hosco,
furtivo y aún la denuncia. Por ejemplo, hace poco me dejaron en la puerta de
casa un cartel que decía: “Tarado, ponete barbijo”. Y hace unos domingos atrás
nos denunció una vecina cuando estábamos en misa privada del párroco.
¡Qué
le vamos a hacer! ¿Cómo explicar al
estúpido el síndrome de Estocolmo? O quizá, ¿cómo relatarle el cuentito que
termina con el niño exclamando, ante los halagos obsecuentes de los súbditos:
¡el Rey está desnudo!?
En
fin, ilustrarse siempre es de provecho. Pero, el problema es que el estúpido
cree que sabe, aunque no sabe. Por eso se lo llama necio (del latín nescire no
saber, carente de ciencia) o bien zoquete, palurdo, tonto, mentecato, burro,
idiota, ignorante o imbécil.
Santo
Tomás de Aquino se ocupó del asunto. Y también nuestro gran Padre Leonardo
Castellani, cuando advirtió que el más grave y peligroso de todos los males
para el Estado (la Comunidad Política, la polis) y los individuos es un necio
con poder.
Finalmente,
y en descargo de la estulticia, quizá debamos reconocer que tuvo razón Erasmo
de Rotterdam cuando escribió su “Elogio de la estulticia” (de la necedad o de
la locura, según las diversas traducciones) ya que sin la estulticia no
existiría la sátira y no nos podríamos reír del ridículo, aunque los estultos
no sepan que del ridículo no se vuelve.
BONUS
TRACK:
Pelotuditis
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista

