Los manotazos oficiales.
Por María Zaldívar
La foto de la Argentina actual es el
comprobante del fracaso del estado. Al contrario del insistente relato
oficial que pretende instalar las bondades de un estado grande y fuerte,
lo cierto es que este obeso sector público falló antes, durante y muy
probablemente, falle también después de la pandemia.
Antes, empezó con un diagnóstico
equivocado: el virus no llegaría al país o llegaría mucho más tarde.
“Estoy más preocupado por el dengue que por el coronavirus” dijo el
máximo responsable de la salud, el ministro del área. No es que no haya
motivos para preocuparse por el dengue; de hecho sigue matando más
personas que el covid19 pero la moda internacional ha invisibilizado al
mosquito. Cifras no oficiales, siempre más creíbles que las otras, dan
cuenta de nuestra propia pandemia local de muertos por dengue.
En el durante, nos pidieron primero y
exigieron después el confinamiento por tiempo indeterminado; ¿por qué?
Porque el estado no está en condiciones de atajar el embate de la
infección. El sistema de salud público representa apenas el 30% del
total de la capacidad nacional; esto significa que el 70% lo provee la
ideológicamente vapuleada “medicina privada” que no es otra cosa que ese
mecanismo que mantienen vivo millones de personas que pagan, en su
mayoría, dos veces por estar cubiertos en materia sanitaria. Esos
individuos que contratan medicina prepaga o mutuales hacen, además, un
aporte a través de sus impuestos que, se supone, debería estar destinado
en parte a sostener el sistema público de salud.
En el durante el estado está destrozando
ese mecanismo acordado entre particulares. Los establecimientos
privados atraviesan una situación económica desesperante con camas
vacías y una capacidad instalada ociosa (principalmente en mano de obra
calificada) a la espera del famoso pico del que el ministro de salud
descreía hace cuarenta días; pagando insumos con una carga tributaria
leonina y sueldos de personal calificado que se mira la cara mientras
espera.
En
el durante arde la máquina de emitir billetes mientras descansan los
planeros y los empleados públicos, ñoquis y no ñoquis aunque el
trabajador independiente, el pequeño comerciante, el monotributista, el
asalariado del sector privado y el jubilado están frente al abismo
viendo cómo, al compás de la suma del gobierno de científicos más los
científicos incorporados para asesorar al presidente en este tramo, se
evaporan las raquíticas posibilidades que quedaban en el país de
sobrevivir económicamente.
En el durante hubo: congelamiento de
alquileres; prohibición de despidos de personal; abandono de los
argentinos que están fuera del país, pagando el sustento con un impuesto
del 30% sobre sus gastos con tarjeta de crédito (una desigualdad ante
la ley escandalosa); congelamiento de tarifas; cero reducción de
impuestos a la importación de insumos básicos para salud; cero baja de
impuestos a una población asfixiada de cargas nacionales, provinciales
y municipales; cero racionalización de
personal en el estado; cero reducción de dietas y sueldos de la maraña
burocrática; poder Legislativo hibernado; poder Judicial ídem;
patrullaje ideológico; compras estatales con sobreprecios; revoleo
diario de DNU; algún que otro “palito” e insulto al periodismo;
detención para quienes hubiesen interpretado que no hay decreto
presidencial que esté por encima del derecho constitucional de transitar
libremente y liberación indiscriminada de condenados (o discriminada
para algunos escépticos que sugieren que, tras violadores y asesinos,
salieron aquellos delincuentes que el actual gobierno necesita libres).
Tras este pantallazo del “durante”, cabe
proyectarse y evaluar el posible “después”. Hasta ahora, lo confirmado
por los hechos y los dichos: no hay plan económico pensado para atajar
la tormenta que está gestando la desorbitada emisión monetaria, que se
agrega al no plan respecto de la deuda externa que arrastrábamos
pre-pandemia, bomba condimentada con el aumento de pobres y la
destrucción de empleo y de riqueza, por supuesto toda concentrada en el
sector privado.
Después
de esta breve descripción del desempeño de los burócratas, el uso que
hicieron del miedo, el castigo y el monopolio de la fuerza no a favor
sino contra el individuo (esta vez sin distinción de distrito ni
ideología política) urge reflexionar sobre el papel del estado en la
sociedad porque ha quedado demostrado que su utilidad es inversamente
proporcional a su tamaño y su tamaño es directamente proporcional a lo
que nos cuesta mantenerlo.
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