Relatos de cuarentena salvaje
De los autores del aún dormido Sin Doblez llega para ustedes…
Relatos de cuarentena salvaje
1. Berlín 2023
«Siehste?»– Preguntó Hans, asombrado, a su hermanita Gretel. Habían
salido a jugar, como siempre, a la plaza. Cuando llegaron, unos soldados
se les habían adelantado.
Hans les preguntó qué hacían y los soldados le respondieron que estaban
jugando con una cuerda de alambre. A Hans le regalaron unos caramelos y
a Greta un chocolatín.
Al día siguiente volvieron al mismo lugar para jugar como siempre lo
hacían, con la esperanza de que les den más golosinas. Pero no estaban
los mismos soldados, había otros. La cuerda de alambre que habían
tendido los soldados de ayer era inmeeeensa y se perdía de vista en la
lejanía; estos otros soldados estaban trabajando con ladrillos y
cemento. Cuando Greta les preguntó qué hacían le respondieron que había
gente muy mala que les quería hacer daño a ella, a su hermanito, a sus
padres y a todas las familias del pueblito, y que ellos, los soldados,
estaban haciendo una pared para que los malos no pudieran pasar. Ellos
los cuidaban.
Y así fue cómo los cuidaron encerrándolos durante treinta años por
orden de la autoridad estatal que descargaba con particular tenacidad
dictatorial su mecanismo de represión contra todo aquel que se
resistiera a ser cuidado.
* * *
Ah, ¿el título? No, cierto, fue un error. Me equivoqué de fecha y de
lugar. Esto ocurrió solamente en Berlín de postguerra: no pasó, ni pasa,
ni pasará nunca. Porque ya no hay más proyecto alguno coercitivo para
controlar una población: no una ciudad, no un país, tampoco el mundo
entero. Esos son delirios conspiracionistas.
Y el que puede entender, que empiece a cortar alambres.
2. El viejo de la bolsa
Había pasado poco tiempo desde el comienzo de la cuarentena y los papás
ya no sabían de qué hablar en la mesa. Así fue que decidieron
desempolvar recuerdos de infancia.
«Noooo, era increíble…»– contaba el papá ante la mirada asombrada de
sus tres hijitos, dos nenes y una nena, mientras saboreaban un delicioso
flan casero con dulce de leche.
La mamá añadió: «Pero sí, era así, tal cual. ¡Cuando éramos chiquitos
nos creíamos cada cosa! Por ejemplo, para que comiéramos todo lo que
había en el plato, nos decían: “mirá que si no comés, voy a llamar al
‘viejo de la bolsa’… eh?!”. El “viejo de la bolsa” venía y “te llevaba”,
terminabas desapareciendo para siempre, muriendo… ¡Y nosotros nos
creíamos eso!».
«¿Quién era el “viejo de la bolsa”»– preguntó Laurita.
«Naadaaa, era un cuento que nos metían, simplemente para que fuéramos
obedientes e hiciéramos lo que nos decían»– respondió el papá, al mismo
tiempo que tomaba el control remoto y encendía el plasma. «Pero no nos
dábamos cuenta –siguió–… ¡y pensar que era tan fácil! Al “viejo de la
bolsa” nadie lo había visto, nunca, en ningún lado. Bastaba pensar un
poco para darse cuenta de que te estaban verseando, por más que todos
repitieran la misma historia».
Mientras proponía esta reflexión, comenzaba el noticiero. Nuevas, o
viejas, noticias sobre el corona-virus. Laurita, la más pequeña, que
escuchaba todo con suma atención, preguntó qué era el corona-virus.
«Es una cosa chiquitita, muuuuuy chiquitita –respondió la mamá– que no
se puede ver pero que es muy peligrosa. Si te agarra, te tienen que
llevar al hospital, te quedás bien lejos soola, soooola, sooooola y te
podés morir. Por eso hay que cuidarse, no hay que salir a jugar a la
calle, ni nada de eso».
«¡Ah! –respondió Laurita–, ya entendí: ¡como el viejo de la bolsa!».
