¿Unirnos bajo el término “derecha”?: Respuesta contrarrevolucionaria a Agustín Laje
Por Juan Carlos Monedero (h)
Lic. en Filosofía UNSTA
En una entrevista reciente,
Agustín Laje propuso que todas las personas que seamos contrarias al
progresismo –hoy dominante en los medios de comunicación, en las leyes,
en las cátedras universitarias– se unifiquen bajo el término “derecha”
para mejor librar el combate.
En efecto, desde un nuevo video[1]
sostuvo ciertos conceptos y propuestas en torno al lenguaje que debe
utilizarse en la batalla cultural. Por habernos ocupado de estos temas
en “Lenguaje, Ideología y Poder. La palabra como arma de persuasión ideológica: cultura y legislación” (ediciones 2015, 2016 y 2019), tomamos el guante que nos ofrece.
El objetivo de Laje es reunir a una mayor cantidad de
personas contrarias al progresismo (o sea: aborto, ideología de género,
eutanasia, legalización de la drogas, lobby gay, etc.) bajo el mote de
“derecha”, y así poder plantar una mejor batalla a esas nefastas
prácticas e ideas.
Respondemos que el fin buscado conspira contra el medio elegido, y por tanto no estamos de acuerdo con esta propuesta de Agustín Laje. Pasamos a detallar.
El planteo de Agustín Laje: unirnos en la categoría “derecha”
El punto de apoyo de esta propuesta es una descripción que Laje hace
ya al principio del video. Él retrata los distintos grupos “anti
progresistas” y explica el origen de sus diferencias de una forma un
tanto odiosa y hasta injusta. Según él, se trata de diferencias que
califica de “menores” porque a él le parecen menores, a fin de
invitarnos luego a dejarlas de lado en aras de un “objetivo común”. ¿Por
qué? Porque, según sus palabras, la política sería el arte de “acercar a los similares” y no a los idénticos.
Este es el punto de partida del análisis de Laje.
Así, parecería que tener principios innegociables y buscar asociarse
con quienes los sostienen sería una búsqueda cuasi sectaria “de los
idénticos”. Parecería que estos grupos convierten causas opinables en
absolutas, parecería que son ellos los grandes culpables
de la falta de unidad. Parecería que todos somos los responsables, por
no unirnos, de que el enemigo avance (¡!). Parecería que deberíamos dejarnos de jorobar con diferencias teóricas y allanarnos, unificándonos bajo el paraguas del término DERECHA.
¿Cantidad vs. Calidad?
Laje dice que “la política es el arte de acercar a los similares y no
a los idénticos”. Pero la política no es esto, no es ni una cosa ni la
otra. La política se define por la búsqueda del bien común. Así lo dijo
Benedicto XVI: “La justicia es el objeto y, por tanto, también la medida intrínseca de toda política.
La política es más que una simple técnica para determinar los
ordenamientos públicos: su origen y su meta están precisamente en la
justicia, y ésta es de naturaleza ética”.
Es un concepto cualitativo, y no cuantitativo. Siendo éste el punto
de partida de Laje, todo el resto del planteo queda fuertemente afectado
por el sesgo de la premisa inicial. El abordaje está herido, desde el
vamos, por una medición cuantitativa del asunto.
Él propone y reivindica la dicotomía “derecha-izquierda”;
probablemente sea cierto que la suma de todas las personas anti
progresistas bajo el término DERECHA desemboque en una cantidad mayor
que esas mismas fuerzas por separado. Sí. ¿Y? La cantidad no es la que dirige el mundo. Adoptar
esta dicotomía traería, además, otros problemas. La disyuntiva “derecha
vs. izquierda” simplifica los complejos problemas sociales, económicos y
políticos. Es un esquema reduccionista, maniqueo, el cual
–independientemente de su nacimiento en la sangrienta y criminal
Revolución Francesa–, hoy sirve a la causa de la confusión mental. En
otras palabras: sería una ventaja desde el punto de vista de la cantidad pero un salvavidas de plomo desde la calidad.
¿Hacernos cargo de “la derecha”?
Por otro lado, si nos llevamos de la propuesta de Agustín Laje estaríamos “haciéndonos cargo” de todo el contenido del término Derecha, indiscriminadamente. La confusión sería aún mayor.
Con “hacernos cargo” no nos referimos al contenido que el periodismo
progremarxista le asigna a la palabra “derecha”. No: nos referimos al
contenido que los propios derechistas reivindican. ¿Por qué
tenemos que asumir como propias decisiones del Gobierno de los Estados
Unidos respecto de las Guerras en el Medio Oriente? ¿Por qué tendríamos
los argentinos que incorporar a Ronald Reagan o a la cínica Margaret
Tatcher, a quien no le tembló el pulso para hundir al Crucero General
Belgrano, aquel 2 de mayo de 1982, donde perdieron la vida 323
tripulantes argentinos? ¿Por qué debemos hacernos cargo de las
decisiones de la Administración Bush y el apoyo norteamericano a Israel?
¿Por qué tenemos que hacernos cargo de las bombas atómicas en Hiroshima
y Nagasaki, o la masacre de la ciudad alemana de Hamburgo y Dresde,
donde murieron decenas de civiles en una noche? ¿Por qué debemos
entregarnos maniatados a la tiranía de un término en nombre del cual el
Gobierno Militar, en la Argentina de 1976-1983, desfinanció la empresas
nacionales, hostigó publicaciones verdaderamente patriotas como Cabildo, y entregó el capital nacional a empresas extranjeras?
¿Tenemos que hacer este “harakiri mental”, pasando por alto todo
esto, porque el progresismo hoy prevalece en los medios de comunicación?
Más que una propuesta, parece un chantaje: suena a como estamos
perdiendo y ustedes están de rodillas, no les queda otra que aceptar lo
que sin duda no aceptarían si estuvieran de pié.
Es un hecho que los que somos adversarios del progresismo estamos
desunidos y dispersos, es un hecho que tenemos enemigos comunes,
rechazos en común y pocos principios positivos compartidos. Pero el
remedio no puede ser peor que la enfermedad.
Si borramos todas las denominaciones y nos quedamos con “Somos de Derecha, ¿y qué? ¿Qué problema tenés?”
nos estaríamos haciendo cargo de muchas injusticias (presentes y
actuales) y de muchas ideas equivocadas. No sólo personajes y hechos
históricos.
Así, por ejemplo, estaríamos asumiendo (implícita o explícitamente)
que la intervención del Estado es siempre nefasta, que el mercado no
puede jamás ser regulado sin injusticia moral –por mencionar algunas– y asumir esto sería contrario a la Doctrina Social de la Iglesia. En
la Argentina, concretamente, consideramos que sería un suicidio
intelectual asumir como propias las críticas (menores, accidentales o
circunstanciales) del “gorilismo de derecha” al peronismo, por ejemplo.
No se puede enfrentar el error del progresismo lesbomarxista abortero desde el error de la derecha liberal pro-norteamericana.
En otras palabras, unirnos para mejor luchar contra un enemigo común
pero abandonando otras verdades no es honorable. Y a la larga, ni
siquiera será práctico.
Hablarle “al taxista”
Laje sostiene que no podemos usar –o que, al menos, sería
tonto hacerlo– un lenguaje más elevado, y que “tenemos que hablarle al
taxista”; o sea, al hombre común. Esta suposición que él desliza no está comprobada: ¿de dónde saca que “la causa” de que el hombre común, el taxista como él le dice, no se suma a la lucha contra el progresismo por culpa del lenguaje con que se le habla del tema?
¿No puede haber acaso otros motivos? ¿No puede existir un conjunto de
motivos? ¿Cómo saberlo? ¿Por qué dar por sentado que el problema es ese?
¿A título de qué?
Al ser una presuposición gratuita, puede ser gratuitamente rechazada.
En este punto, esta idea de bajar el lenguaje para hablarle “al taxista” hace acordar precisamente al planteo progresista de
los años 60’: “bajemos el lenguaje para que la gente nos entienda y
retorne a la Iglesia”. Lo hicieron: bajaron el nivel del lenguaje pero
la gente se siguió yendo de los templos.
Ahora bien, primero tenemos que deshacer el equívoco. ¿A qué se
refiere Laje cuando dice “su lenguaje”? Si por “el lenguaje del taxista”
nos referimos al sentido común, estamos de acuerdo. Pero si en cambio
nos referimos a las palabras desgastadas y engañosas de los medios de
comunicación, mil veces no. Esto no queda claro en la entrevista.
Ahora bien, en última instancia lo que tenemos que hacer, en realidad, no es hablarle “al taxista” en su lenguaje
sino elevar al hombre. Darle la oportunidad. Darle la oportunidad de
descubrir por sí mismo todas las grandes mentiras del mundo moderno,
confiando en que la inteligencia del taxista ES CAPAZ de comprender;
confiando que en última instancia lo mejor de ese taxista está secreta
pero indudablemente hermanado con la verdad de las cosas.
No podemos subestimar al taxista. Al contrario: tenemos que elevarlo,
y considerar que SÍ ESTÁ capacitado para entender cuestiones complejas,
propias de las Humanidades, y que si no las conoce será por falta de
tiempo pero no por falta de capacidad. Tenemos que elevar al taxista, no
achatar el discurso.
Más problemas del término “la derecha”
En recta filosofía, el pensamiento humano se define por su relación con la verdad, no por una posición locativa.
El discernimiento político se vuelve imposible con las palabras derecha e izquierda:
en efecto, es fácil cuando hablamos de Stalin y Franco. Claro: Franco
está a la derecha y Stalin a la izquierda. Pero el que no es tan
marxista como Stalin, está a la derecha de Stalin, aunque siga
siendo marxista. ¡Esto históricamente ocurrió, señores! El que es menos
derechista que Franco, está a la izquierda de Franco, aunque sea de
derecha. ¡También tuvo lugar! ¿Nos damos cuenta? Son categorías que no
resuelven ni aclaran, al contrario. Confunden.
En ese sentido, ¿cómo no recordar aquella frase joseantoniana, según
el cual la izquierda es nefasta porque quiere cambiarlo todo, incluso lo
bueno, pero la derecha tampoco es una opción válida, porque quiere dejar todo como está, incluso lo malo?
No queremos ser “la derecha”, queremos ser fieles a la verdad
El criterio cuantitativo que Laje propone para la formación y
unificación de los sectores anti progresistas es contrario no sólo a la
mentalidad metafísica –que juzga las cosas según el paradigma de verdad
vs. falsedad, bien vs. mal– sino contraria… ¡al mismo Laje!
En efecto, en TODOS los debates que Laje ha librado –generalmente
acompañado por Nicolás Márquez– él apela a una mentalidad muy diferente a
la del video que comentamos. En este video que
habla de la organización del sector antiprogresista, Laje sostiene
criterios utilitaristas. Pero en sus debates invoca argumentos propios
de una visión metafísica de la realidad:
- cuestiona a la ideología de género por anticientífica;
- cuestiona el aborto como algo inmoral;
- señala el feminismo como una falsedad,
- critica el lobby gay como sostenedores de mentiras, etc.
En suma, utiliza palabras propias de la mentalidad metafísica.
Inexplicablemente, a la hora de procurar estrategias de asociación y
unificación entre quienes resistimos el progresismo, Agustín Laje muta de criterio y abraza opciones utilitaristas.
Si es verdad, como lo es, que tenemos que luchar por imponer una categoría en los debates –o al menos popularizarla– debemos restaurar el binomio verdad-falsedad, bien-mal.
Esto es auténticamente CONTRARREVOLUCIONARIO.
Son estos los términos que deben primar en toda conversación o
discusión pública: restaurar las categorías propias del hombre
metafísico. Recomponer estas categorías es la tarea que debemos hacer.
Por eso, el gran ideólogo marxista Mao Tsé Tung –en su ensayo Sobre la contradicción– escribió:
“Es tarea de los comunistas denunciar esta falacia de los
reaccionarios y de la metafísica, divulgar la dialéctica inherente a las
cosas y acelerar la transformación de las cosas, a fin de alcanzar los
objetivos de la revolución”.
También lo dijo uno de los intelectuales y referentes del abortismo,
Darío Sztajnszrajber, al defender en el 2018 la práctica infame del
aborto:
“Política, no metafísica”.
Agustín Laje, lamentablemente, en este punto al menos
está diciendo lo mismo. Sólo que Darío es un zurdo desarreglado y
Agustín es un hombre higiénico de derecha. Pero veamos lo que dice
Darío: según él, no sirve discutir metafísica “ya que nunca nos vamos a poner de acuerdo”. Otra: “Saquemos a la verdad de la cuestión pública, pongámosla entre paréntesis”. Pero Laje también plantea este agnosticismo al menos en el nivel de organización del movimiento para combatir la progresía;
por eso nos urge a que todos los anti progresistas nos unifiquemos
–dejando de lado las diferencias teóricas y de principios– por un motivo
de fuerza mayor: “enfrente tenemos al marxismo, al lobby gay, al
feminismo, al abortismo”, o sea, a los orcos de Tolkien.
No dudamos de que enfrente estén esos orcos repugnantes, pero
preferiríamos que nos urja a procurar conocer la verdad sobre los
principios y sobre los temas que generan discusión, para librar así el
buen combate. No a dejar de lado los principios en pos de la unidad. Se
trata de algo parecido a lo que les decían los embajadores de Estados
Unidos a los países no comunistas durante la Guerra Fría: “somos
diferentes pero tenemos un enemigo en común: los soviéticos. Dejemos de
lado las diferencias menores frente al enemigo mayor”. ¿Recordamos cómo terminó esa historia?
Y entonces, para Laje, “hay que unirse” porque eso es lo más
práctico; estar discutiendo para llegar a la verdad sería como debatir el sexo de los ángeles mientras el Titanic se hunde. Esto es lo que parece decirnos en el video.
Pero no es así. Primero, porque debatir si vamos o no aceptar todas
las injusticias históricas realizadas por personajes reivindicados por
la derecha –y las ideas erróneas de la derecha– no es “debatir el sexo
de los ángeles”. Es ser coherentes, es procurar la verdad y la justicia.
Y en segundo lugar, tengamos presente las palabras del gran escritor Gilbert K. Chesterton: lo más práctico y útil es empezar discutiendo los principios, lo más operativo es empezar por los principios.
Porque las preguntas mal contestadas no se esfuman. Porque lo que se
patea para adelante, termina apareciendo después y es peor. Y porque,
como dejó escrito el gran estratega Sun Tzú, el primer factor para
valorar en una guerra es “la doctrina”[2].
Por tanto, aunque la actitud contestataria de Agustín Laje –cristalizada en “Soy de Derecha, no tengo miedo a que me lo digan, me la banco”– nos guste, y nos parezca necesaria como correctivo del complejo de inferioridad frente al progresismo, lo cierto es que tenemos que reunirnos en la Verdad. No en la Derecha.
Tenemos que sentir el orgullo de poder auto-afirmarnos como hijos y fieles custodios de la verdad, y no como derechistas.
Tenemos que salir de la dialéctica izquierda-derecha, no formar parte activa y gustosa de uno de sus elementos.
Objeciones al planteo contrarrevolucionario
Se podrá objetar a nuestra contra-propuesta –que quiere ser
contrarrevolucionaria– que luchar por hacer prevalecer la disyuntiva
“verdad vs. falsedad” y “bien vs. mal” es cándida e inconducente.
Se podrá objetar también que “es muy fácil decir: nos reunimos en la
Verdad” pero puesto que la Verdad no está tan clara en todos los temas,
las discusiones seguirán indefinidamente.
Respondemos diciendo que esta contra-propuesta no es más cándida que
la propuesta de Agustín Laje. Pero tiene esta diferencia esencial: no es utilitarista. Está basada en una posición, si se quiere, idealista, pero que intenta ser fiel a las esencias y a todas (no
algunas) de las verdades en juego. En ese sentido es superadora porque
no pretende ignorar las consecuencias injustas que, en la actividad
económica, acarrea la primacía del capital por sobre la dignidad humana.
Es superadora porque pretende salir de la dialéctica “liberalismo vs.
colectivismo”, “derecha vs. izquierda”, y resolver las injusticias que
el predominio del dinero ha traído al mundo. No resolverlas con una
injusticia de signo contrario –como hace el marxismo– sino con la
justicia propia que debe reinar en la política, cuyo objetivo es el bien
común completo.
Y en su favor, esta propuesta se encuentra también apoyada por la
experiencia histórica de los fracasos producto de dejar de lado la
doctrina para concentrarse en la pura cantidad. Cuando los hombres
dejaron de lado la teoría para unificarse, terminaron perdiendo no sólo
la teoría sino también la unidad:
Así ocurrió en 1891 cuando León XIII decidió habilitar la formación
de partidos políticos de católicos. Fracturó la resistencia a la
democracia masónica y laicista. ¿Logró la unidad entre los católicos?
No.
- Así también pasó con algunos documentos del Vaticano II (1962-1965), que fueron redactados en forma deliberadamente ambigua (lo reconoce el cardenal Walter Kasper[3]), buscando soluciones de compromiso verbales, porque el deseo de Pablo VI era no presentar ante el mundo a una Iglesia dividida[4]. Los textos se aprobaron así, y luego los católicos se sacaron los ojos los unos a los otros, intentado determinar el significado de esos textos. Una batalla campal que dura hasta el día de hoy. Se prefirió la unidad a las definiciones doctrinales, y se terminaron perdiendo las dos.
- Así ocurrió también en la Argentina con el peronismo a comienzos de los 70’. La derecha peronista, el peronismo de izquierda y el peronismo sindical se unificaron en el FREJULI. Sí, ganaron las elecciones de 1973 con el 63% de los votos. Sí, ganaron con la mayor ventaja numérica de la historia argentina. Pero el gobierno fue un caos, un caos político, social y económico. La etiqueta del peronismo los había unificado pero eso dejó de servir un minuto después de ganas las elecciones presidenciales.
Conclusiones
La propuesta de Agustín Laje, más allá de sus intenciones,
responde a un esquema pensado en términos de poder y eficacia.
Entendámonos: no está mal buscar la eficacia. Es un deber pretender ser eficaces. No está mal tener o buscar poder. Está bien buscar poder para usar el bien, y es un deber hacer un buen uso del poder que se tiene.
Pero no a cualquier precio. No al precio de sepultar la teoría para
alcanzar la unidad. Porque vamos a perder la teoría y, tarde o temprano,
perderemos también la unidad. De ahí que sea un deber para todos los contrarrevolucionarios procurar la unidad en la Verdad, y no sólo hacer la cómoda: plantear reparos al planteo derechista de Agustín Laje.
Porque Laje señala algo que indudablemente es cierto: el
fraccionamiento de los grupos anti progresistas. Si los que somos
partidarios de la contrarrevolución no nos unimos ACTIVA Y
ORGANIZADAMENTE en los ideales contrarrevolucionarios, tarde o temprano
los antiprogresistas van a confluir (de buena o mala gana) hacia la
derecha. Y no los podremos culpar, máxime cuando el enemigo rabiosamente
progresista no deja de crecer. Será inevitable que eso pase, será lógico que eso pase y en un sentido será culpa nuestra, por la falta de unidad en el campo contrarrevolucionario. El momento de actuar es hoy.
[1] Cfr. https://www.youtube.com/watch?v=AxOTz08hW_4
[2] Cfr. https://www.biblioteca.org.ar/libros/656228.pdf
[3] Cfr. https://infovaticana.com/blogs/info-caotica/conversion-de-kasper-al-filo-lefebvrismo/
[4] Cfr. https://www.youtube.com/watch?v=1-oYVgTnRvs (minutos 4 y ss