OSKO: MAO TSE TUNG y BERGOGLIO
Revolución en todo y para todos
MAO TSE TUNG y BERGOGLIO
Hemos
leído unas reflexiones en un sitio web de la Tradición que nos
llevaron, a su vez, a reflexionar respecto de algunas instancias
relacionadas con la Revolución anticristiana, hoy triunfante en todo el
mundo.
Nos
viene a la mente una muy grande cantidad de datos y relatos, lecturas y
discursos escuchados y leídos en referencia a los distintos hitos
históricos que, desde hace siglos, vienen sacudiendo el mundo y en
especial a la Cristiandad.
La
destrucción de la Cristiandad es cabalmente el principal objetivo de la
Revolución. Digamos que la destrucción de la Cristiandad es EL
OBJETIVO. Implica nada menos que disipar como posibilidad histórica el
establecimiento del Impero de Cristo Rey.
La
Cristiandad, esencialmente, debe tender hacia el Reino de Cristo; aun
sabiendo que ese Reino, no vendrá a este mundo sino con el Retorno del
Señor.
Desde
la fundación de la Iglesia, la misma no dejó de progresar y expandirse;
al comienzo, en medio de las persecuciones, que primero los judíos y
luego los estados paganos (las más de las veces instigados por los
mismos judíos) pusieron en marcha con el fin de detener esa expansión y,
si hubiesen podido, hacerla desaparecer.
Una
vez conquistada Roma, con la conversión de Constantino y luego
declarada la Fe Católica Religión del Estado Romano, nació la
CRISTIANDAD, que también, a partir de ese momento, comenzó a crecer
interior y exteriormente del imperio anteriormente pagano.
El
último impulso de este crecimiento se lo debemos a España. Generosa
España, que llevó hasta las lejanas tierras recién descubiertas el
Evangelio y la Espada, o LA CRUZ Y LA ESPADA.
Antes
de ello, ocurrieron epopeyas inmensas y santas: Las Cruzadas, las
heroicas batallas contra el Islam, y contra las herejías que por todas
partes intentaban destruir el Imperio de Cristo.
Pues
bien, hemos podido constatar en la historia que, en la medida que la
Cristiandad se expandía, el Misterio de Iniquidad disminuía.
Hasta
que un día llegó el fatídico momento en el que se detuvo aquel impulso
y, por debilidades y pecados propios, se produjeron los primeros
quiebres; comenzaron a romperse algunos anclajes interiores, y muy
pronto comenzaron a generarse, larvadamente y en el interior mismo de
los Estados Católicos, los gérmenes de lo que pronto conoceríamos como
LA REVOLUCIÓN.
No
entraremos en detalles. Existen grandes obras de grandes historiadores y
pensadores católicos que muy bien muestran todo el proceso. Este es tan
sólo un artículo en el cual pretendemos volcar algunos pensamientos
apoyándonos en una sencilla comparación.
Tal
vez la analogía pueda no parecer del todo exacta. Sin embargo, la
historia parece repetirse, o por lo menos repite ciertos mecanismos, o
hace que determinados roles resulten necesarios para funcionar de un
modo prefijado.
Para cubrir esos roles se necesita un cierto tipo de personas.
Esas
personas estarán adornadas con determinadas habilidades, que usarán
para bien o para mal, sumando sus fuerzas a tal o cual movimiento o
fuerza, nación, imperio o reino. Normalmente, hombres honorables no se
sumaran a causas innobles, y viceversa.
Pues bien.
A grandes rasgos y rápidamente podemos mencionar a algunos hombres que, en distintas épocas, hicieron lo suyo.
No seremos exhaustivos.
El cristianismo tuvo un San Pablo.
El protestantismo tuvo un Calvino.
El anglicanismo tuvo un Cranmer.
La Revolución Francesa tuvo un Voltaire, un Robespierre, un Danton y demás compañeros.
La Revolución Marxista tuvo un Lenin, entre otros.
La Revolución Cultural tuvo, desde 1960, un Mao y, en esa línea, también tuvo un Gramsci.
La
Revolución Conciliar, después de siniestros personajes entre
sacerdotes, obispos, cardenales y papas, tiene ahora un Bergoglio.
Los
Papas conciliares han repetido y encarnado algunas de las distintas
facetas y perfiles que caracterizaron a aquellos personajes de la
historia.
Así,
por ejemplo, Wojtyla sería el “san Pablo” de la Revolución Conciliar,
tanto como que a Montini se nos hace posible asimilarlo a Cranmer.
Ratzinger, parece ser una suerte de “Calvino” y un “Gramsci” de la mencionada Revolución.
Y
Bergoglio…, una suma de algunas cosas de varias de esas figuras; pero,
por sobre todo, a nosotros se nos aparece como el Mao Tse Tung de la
Revolución Conciliar.
¿Por
qué lo decimos? Porque en el año 1969 Mao Tse Tung lanzó lo que
denominó “LA REVOLUCIÓN PROLETARIA” en el ámbito de la satanizada China
comunista.
Según
algunos especialistas dicha Revolución, encubrió una de las más
salvajes purgas de que se tenga memoria en la historia, donde fueron
asesinados impunemente por la dictadura Maosiana millones de opositores
político suyos, tan comunistas como él, por cierto. Es que debe
recordarse que la Revolución, tal y como es, digna hija de su padre
(homicida desde el principio), se devora a sus propios hijos.
Pero el asunto es que la Revolución Cultural de Mao se puso en marcha con consignas muy claras.
“Corría
el año 1960 cuando el presidente Mao Tse Tung anunció que se iba a dar
inicio una nueva revolución —la revolución cultural proletaria— cuya
finalidad sería la de acabar con los denominados “cuatro viejos”.
No
se trataba de cuatro generales ancianos, ni tampoco de cuatro antiguos
miembros de las viejas dinastías chinas que reclamasen por sus
conculcados derechos.
Los CUATRO VIEJOS eran:
a) las viejas costumbres.
b) los viejos hábitos.
c) la vieja cultura.
d) los viejos modos de pensar.
Para
muchos, aquel anuncio constituía una “buena nueva”; un “nuevo
evangelio” que debía ser proclamado de manera inmediata a los cuatros
vientos.
Ahora
bien. Luego de haber tenido, no sabemos si la suerte o la desdicha, de
presenciar los primeros NUEVE MESES del reinado del usurpador Jorge
Mario Bergoglio, hemos podido observar que, efectivamente, algo se está
formando. Luego de estos NUEVE MESES de gestión o gestación está por
parir algo, y ese algo no tendrá nada de bueno.
Pero
volvamos a los “CUATRO VIEJOS” de Mao. ¿No son, acaso, los mismos
“cuatro viejos” que procura aniquilar Bergoglio, de una vez y para
siempre?
Las viejas costumbres. Las
ancestrales tradiciones, agredidas desde el Concilio Vaticano II desde
todos lados por el modernismo y por aquellos que, poseídos de un furor
frenético por las novedades, destruyeron casi todo, dependiendo los
daños que ocasionaran de qué tan audaces fueran sus alardes. Pero
Bergoglio parece decidido a darles el golpe de gracia definitivo
inaugurando nuevas costumbres, nuevos hábitos, nuevas formas de pensar.
Los viejos hábitos. Los
venerables hábitos de piedad y devoción que permitieron las
santificación de millones de fieles a lo largo de unos veinte siglos,
hoy son vilipendiados, despreciados y humillados hasta con chacotas
vergonzantes por Bergoglio.
La vieja cultura. Hay
innumerables ejemplos de la guerra cultural implementada contra toda la
cultura católica en todo el mundo, y dentro de la Iglesia, y de las
iglesias particulares, desde que fueron ganadas para la causa
modernista. Pero ahora Bergoglio, encaramado en el máximo sitial,
prosigue su afán destructivo y bárbaro (que ya practicaba en Buenos
Aires) irradiándolo a todo el orbe.
Los viejos modos de pensar. ¿Hace
falta explayarse sobre esto? ¿No basta con las acusaciones constantes
de Bergoglio para con aquellos tradicionales que se aferran a los viejos
modos de pensar y de vivir la religión? Pelagianos; viejas avinagradas;
tristes; grises; farisaicos, etc. etc…
Creemos
que la analogía cierra perfectamente. Que los objetivos son exactamente
los mismos. Tanto como pueden ser transferidos dentro del campo de lo
religioso.
Bergoglio
asume como propios los cuatro postulados de la Revolución Cultural
maoísta, los pone en práctica trabajando incansable desde hace nueve
meses. Según dijo alguien por ahí, Bergoglio habría manifestado que
tenía cuatro años para cumplir con lo que él llama “SU MISIÓN”. Hasta
donde sabemos él no ha aclarado cuál misión sería esa.
“Vosotros sois TEMPLOS del ESPÍRITU SANTO” dicen la Sagradas Escrituras.
No
parece ser la nuestra una comparación caprichosa. Al contrario se
ajusta con una tal precisión que espanta…, aunque sabemos que el espanto
debe trocarse en esperanza, porque, es tal la concordancia en todo lo
que vemos, resulta imposible no alegrarse.
La
Revolución Cultural es REEMPLAZO y SUSTITUCIÓN, y es diabólica en sus
resultados. Bergoglio ya ha dicho que él siente ser el hombre que
recupere el verdadero espíritu del Concilio Vaticano II y lo ponga en
acto.
La
Apostasía es también REEMPLAZO y SUSTITUCIÓN. El corazón de los hombres
vaciado del Espíritu de Dios y la posterior instalación del Espíritu
del Anticristo…
Sustituyendo “los viejos hábitos, las viejas costumbres, la vieja cultura y los viejos modos de pensar”, el modernismo ha logrado que en los “TEMPLOS del ESPÍRITU SANTO”, que somos los hombres, sea entronizado otro espíritu.
Hasta donde podemos ver, todo esto se ha cumplido.