No te dejes avinagrar
Quien ha hecho alguna vez los Ejercicios
de San Ignacio, o de alguna
manera ha recibido algo de la espiritualidad ignaciana, tiene la
experiencia de
que los predicadores suelen señalar y describir defectos, con la
finalidad de
que el auditorio realice un examen de conciencia. Tal vez se ha abusado
bastante de este modo de predicar, dándole a la oración cristiana un
énfasis
excesivamente moralista, introspectivo y casi “narcisista”. No obstante,
dentro de cierto orden, el señalamiento de defectos es algo bueno
para los fieles. Con la finalidad de ordenar este señalamiento, los autores espirituales ignacianos aconsejaban a los predicadores no declamar siempre contra los vicios, porque
muchos podrían acostumbrarse a oír siempre sermones aterradores y acabar
endureciéndose. Además, sugerían al orador que al reprender guardara siempre
cierta modestia, hablando como padre, no como enemigo, y no siempre en segunda persona sino muchas veces
en primera, como si él también pudiera ser culpable de las mismas infidelidades
que padecen los oyentes; cuidando de que no se le escapara palabra ni alusión
que pudiera ofender a nadie. Y si se escapara una palabra ofensiva, corregirla
pronto, porque una palabra basta muchas veces para hacer perder el fruto de una predicación entera.
El papa Francisco ha dicho que “algunos cristianos melancólicos tienen más
cara de pepinillos en vinagre que de personas alegres que tienen una vida bella.”
Esta cara de pepinillo en vinagre
puede ser fruto del vicio de la acedia que es
la tristeza por el bien divino. En principio, no hay nada que objetar a que un
papa predique sobre las manifestaciones de la acedia. Pero como no se trata de un simple predicador de Ejercicios,
sino de alguien que tiene
una singular autoridad, cuando predica en tercera persona se corren los
riesgos
ya señalados por los autores espirituales. Pues lo primero que los
oyentes
pueden preguntarse, en vez de hacer examen personal, es a quiénes está
señalando el papa. Además, los argentinos que conocen al cardenal
Bergoglio pueden
dar fe de que muchas veces le vieron un inocultable rostro de pepinillo en vinagre por lo que inmediatamente podrían pensar: "médico, cúrate a ti mismo".
Una de las posibles expresiones de la
acedia es el celo amargo. Se trata de
un defecto pluriforme. Se puede pensar que la cara de pepinillo en vinagre es también una manifestación de ese celo. Acusar
de este defecto a todos los católicos
tradicionales sería una generalización indebida e injusta. Pero es cierto que,
por efecto del pecado original y los pecados personales, todo cristiano está en potencia de dejarse ganar
por el celo amargo y por ello tener cara de pepinillo en vinagre.
A modo de ejemplo, veamos un perfil biográfico,
tomado de Menéndez y Pelayo:
«Arnaldo de Vilanova. Arnaldo no fue albigense, insabattato ni
valdense, aunque por sus tendencias laicas no deja de enlazarse con estas
sectas, así como por sus revelaciones y profecías se da la mano con los
discípulos del abad Joaquín. En el médico vilanovano hubo mucho
- fanatismo individual,
- tendencias ingénitas a la
extravagancia,
- celo amargo y falto de consejo,
que solía confundir las instituciones con los abusos;
- temeraria confianza en el
espíritu privado,
- ligereza y falta de saber
teológico.
El estado calamitoso de la
Iglesia y de los pueblos cristianos en los primeros años del siglo XIV, fecha
de la cautividad de Aviñón, precedida por los escándalos de Felipe el
Hermoso, algo influyó en el trastorno de las ideas del médico de
Bonifacio VIII, llevándole a predecir nuevas catástrofes y hasta la
inminencia del fin del mundo. Ni fue Arnaldo el único profeta sin misión que se
levantó en aquellos días. Coterráneo suyo era el franciscano Juan de
Rupescissa, de quien hablaré en el capítulo siguiente.»
Podemos preguntarnos si entre los
católicos tradicionales –que no son impecables, ni infalibles- no pueden darse los
rasgos de un Arnaldo de Vilanova, aunque no se llegue a la heterodoxia doctrinal. En efecto, ¿es imposible e infrecuente entre
nosotros el fanatismo individual, las tendencias ingénitas a la extravagancia, el celo amargo
y falto de consejo, la temeraria confianza en el espíritu privado, la ligereza
y falta de saber teológico y el predecir catástrofes apocalípticas como
profetas sin misión? Sobre todo en el contexto de un estado calamitoso de la
Iglesia y de los pueblos cristianos. Decía antaño el p. Ceriani que “hay que evitar
la tendencia enfermiza de ubicarse siempre en la posición más extrema. Esto es
propio de los inspirados por el celo amargo”. ¿Acaso podemos decir que
entre nosotros no se da nunca esta tendencia a ubicarse en la posición más
extrema?
Cualquiera sea la opinión que nos
merezca la oportunidad de la censura de Francisco hacia los pepinillos en vinagre, no deja de ser
útil un consejo que gustaba recordar el sabio Rubén Calderón Bouchet: “Consulta el ojo de tu enemigo, porque es el primero que ve tus defectos”.