Los forúnculos de Marx
por Omar López Mato
"Todo lo que sé, es que no soy marxista"
La frase no resulta extraña, lo extraño es que la haya dicho el mismo
Karl Marx. A lo largo de su vida jamás trabajó en relación de
dependencia. En un momento quiso postularse para un puesto burocrático
en los ferrocarriles ingleses, pero fue rechazado por su mala
caligrafía.
Por eso nunca experimentó en carne propia los problemas del
proletariado, esta clase social era motivo de estudio pero no de
adhesión a su condición trabajadora.
Eso sí, se pasó toda la vida pechando a amigos y parientes para mantener
su pasar de pequeño burgués hasta que Engels acordó entregarle 350
libras al año para que continuase sus estudios sobre la lucha de clases
(cifra no menor; un artículo del Times de 1860, decía que un caballero
podía vivir cómodamente en Londres con esa plata).
Mientras tanto se permitía pequeñas licencias de pequeño burgués, como
tener un hijo natural con su mucama (Helen Demuth) a la que nunca pagó
un sueldo –un detalle que solo los burgueses capitalistas consideramos-.
Solitario, ermitaño, siempre de mal humor. Hoy la ciencia en condiciones
dar una explicación biológica a la génesis de la idea de la lucha de
clases como ordenadora de la sociedad. Don Karl padecía de acné, no de
un acné cualquiera, sino una forma grave llamada Hidradermitis
supurativa, descripta en 1839 por un médico francés, Alfred Velpeau. La
diseminación de forúnculos por el cuerpo en forma masiva, crea problemas
psicológicos y de autoestima, el paciente se retrae y reduce su
intención de socializar o trabajar, redundando esta reticencia en
problemas económicos.
Marx compartió con Engels sus pesares y en la extensa relación epistolar
que los unió describe con lujo de detalles la ubicación de estas
lesiones. Las que más le preocupaban estaban en las zonas pudendas.
Su único consuelo era considerar que estos abscesos y granitos parecían
ser "una verdadera enfermedad proletaria". (En realidad compromete al 1 %
de la población independientemente de su condición social, pero como
hay más pobres que ricos, daba la impresión de ser una enfermedad
proletaria).
Por más que Tomas Carlyle sostuviese que la historia de la humanidad es
la biografía de los grandes hombres, no creo que podamos pecar de
simplistas y sostener que en los cambios históricos pesan los factores
individuales. Las hemorroides de Napoleón, la sífilis de Enrique VIII,
la nariz de Cleopatra y en este caso los forúnculos de Marx pesan de
forma de forma exagerada o única, pero existe una tendencia mayor a
tomar en cuenta las causas biológicas y psicológicas subyacentes en cada
gran acontecimiento.
En este caso Marx fue muy claro sobre la etiología de sus teorías. En
una carta a Engels fechada en 1867, Karl afirma: "La burguesía recordará
mis forúnculos hasta el día de su muerte". Y hoy lo recordamos.
Pero Marx está muerto y la burguesía aun goza de buena salud, aunque
cada tanto le salga un forúnculo.