Categoría: Editorial
“Lo
curioso no es cómo se escribe la historia, sino cómo se borra”, refería
Manuel Alcántara. El viejo maestro del articulismo español aludía de
algún modo a la amnesia personal y también a la colectiva, a esas
operaciones de ocultamiento que nos prodiga el inconsciente o que nos
imponen los hábiles memorialistas del sentido.
En la
Argentina se ha borrado la verdadera historia de los primeros e
infaustos años 70, con sus abominables crímenes políticos y bajo la
falsa idea de que recordarlos implicaría justificar la última dictadura.
Mediante
este chantaje eficaz, según el cual quienes objetan aquellas
“ejecuciones revolucionarias” están a favor de “la teoría de los dos
demonios” y necesariamente trabajan para los genocidas, resulta que los
terroristas deben ser evocados como jóvenes inocentes, lúcidos y
democráticos, y Perón debe ser despegado de la salvaje persecución de
“izquierdistas” que ordenó desde el poder, de los atentados perpetrados
por la Juventud Sindical que actuaba bajo su inspiración y de las
organizaciones paraestatales de represión ilegal que montó su gobierno.
Durante los últimos actos del 24 de Marzo, quienes jamás pidieron perdón por sus aberraciones, quienes practicaron como soldados el terrorismo en democracia y después se refugiaron como pacifistas en los organismos de derechos humanos, celebraron una nueva misa laica y declararon su autoamnistía.
Borrón y cuenta
nueva, compañeros; teníamos razón en la lucha armada y no vamos a andar
pisándonos el poncho, ni a darle pasto a las fieras. Somos buenos,
nosotros somos buenos, y la “contradicción fundamental” consiste ahora
en olvidar los pecados y divergencias, y unirnos para combatir al
partido del “antipueblo”, reencarnación actual de aquel despotismo
sangriento.
El “Nunca más” se ha transformado así en un
libraco inútil y sospechoso, y campea en nuestro país un nuevo pacto de
impunidad para quienes no quieren dar cuenta de sus actos ya no solo
ante los tribunales, ni siquiera ante el juicio de la Historia.
En
un momento de esa ceremonia escalofriante, los oradores aseguraron
defender “la política como herramienta de transformación de la
realidad”. Sin embargo, enumeraron enseguida facciones que son
precisamente la negación del Estado de derecho y la consagración de la
antipolítica, y lo hicieron con orgullo reivindicativo: Montoneros, FAP,
FAL y ERP.
Figura en esa antología patriótica el Partido
Comunista, que no fue mencionado en la lista de los colaboracionistas
del régimen militar, siendo que los soviéticos y su sucursal argentina
establecieron una provechosa alianza comercial con Videla.
También
se soslayó que la cúpula montonera, creyendo que venía una especie de
Lanusse y no el nefasto almirante Massera y sus pistoleros y
torturadores, anhelaba el golpe castrense, alarmada e incómoda por la
cacería que el propio peronismo ortodoxo había desatado contra ella.
Y
por supuesto, se ha omitido que los trostkistas revolucionarios tenían
el mismo anhelo y pugnaban por apurar y agudizar las contradicciones;
porque ya se sabe: cuanto peor, mejor.
Para entender la
gravedad simbólica e institucional que implica rehabilitar de manera
heroica y con adulteraciones grotescas aquellas aventuras a puro gatillo
y trotyl, solo habría que imaginar qué ocurriría si en España se
realizara hoy un acto celebratorio de la ETA o en Colombia se organizara
una marcha para ensalzar la lucha de las FARC, cuyos dirigentes han
tenido al menos la honestidad de pedirles disculpas a sus víctimas por
los secuestros y masacres.
Aquí nadie se arrepiente y a
nadie le importa nada; cunden la cobardía, la hipocresía y la
indiferencia entre la clase dirigente (cuando no directamente el
analfabetismo histórico), y una parte relevante de la intelectualidad
actúa por acción o por omisión como facilitadora de este peligroso
fraude convertido en doctrina.
Porque si bien es verdad
que cuanto más se achica un grupo más se radicaliza, y que por lo tanto
estos discursos son ignorados por su pequeñez sectaria, no es menos
cierto que ese “relato” penetra en algunas aulas con fuerza pedagógica.
Militantes
de este gran camelo son invitados por centros de estudiantes para bajar
línea en las escuelas, y docentes agremiados divulgan la historia
amañada bajo la aquiescencia de directores y de progenitores acojonados
por el clima general, o con la mirada complaciente de esos otros padres
que integran el orgulloso “Progresismo 4×4” de los barrios más paquetes.
No
se trata únicamente de manipular la memoria, sino de transmitir la
ocurrencia de que vivimos en la actualidad bajo un nuevo orden represor.
Que como a Maldonado, a cualquiera lo pueden eliminar del mapa.
Nadie
explica el monumental montaje político que se armó con ese drama, y
entonces se suceden anécdotas como las que sufrió recientemente un
amigo; su nieta de seis años llegó temblando del colegio, su madre la
abrazó y le preguntó por qué estaba angustiada, y la nena le dijo:
“Tengo miedo de que me desaparezcan”. Seis años.
No solo
es necesario ocultar los homicidios setentistas y disfrazar a los
guerrilleros de algo que nunca fueron (demócratas), sino que es preciso
vincular el más tenebroso gobierno de facto con un simple gobierno
constitucional. El pasado con el presente. Y esa jugada se puede
observar en el documento del 24: su propósito fue demonizar a Macri y
convertir a los presos comunes de la política en presos políticos de una
nueva tiranía.
Ellos no son entonces los grandes
corruptos que le robaron al pueblo, sino abnegados militantes del campo
popular que están siendo proscriptos. En ese texto se lamenta que no
hayan ido a la cárcel los directores de los principales diarios, y se
sigue acusando a los periodistas de las peores calamidades.
Denuncian
lo que callaban con Cristina (la penosa situación de las cárceles),
mencionan razonablemente el asunto Chocobar (un error político del
Presidente) y gritan “basta de matar”, pero hacen la vista gorda con los
pobres que asesinan en las calles esos mismos delincuentes prohijados
por su abolicionismo jurídico.
Y se mantienen,
obviamente, solidarios con Venezuela, brillante laboratorio de su propio
fracaso. Cualquiera, sin embargo, puede acordar con ellos en que la
muerte de Nahuel Rafael es todavía una mancha y una duda, aunque parece
que ya se olvidaron de las múltiples víctimas de violencia institucional
ocurridas durante “la década ganada” -hechos aún impunes-, y
naturalmente del escandaloso encubrimiento por la muerte del fiscal
Nisman, cuyos principales sospechosos se encuentran dentro de su propia
tropa.
La opinión que Graciela Fernández Meijide, en
nombre de la ley y contra toda medida que implique comerse al caníbal
aun en el extremo caso de Astiz (con cáncer y con pedido de prisión
domiciliaria), mereció no solo insultos antes y después del acto, sino
hasta la orden de hostigarla por parte de algunos exmontoneros.
A
este articulista, como también a cualquier miembro del Club Político
Argentino, le repugnan los criminales de lesa humanidad (mantengo por
Astiz la misma simpatía que por una cucaracha voladora), y desearía que
los beneficios que los asisten a él o a cualquiera de sus socios sean lo
más restrictivos posibles.
Pero el ataque a Graciela fue
una demostración más de que este colectivo que acaba de autoamnistiarse
no tolera disidencias ni acepta el acuerdo democrático. No tienen por
qué aceptarlo; en realidad nunca creyeron en él. Siempre fueron
fascistas de izquierda. Pero fascistas al fin.