jueves, 6 de abril de 2017

Los argentinos no tenemos Macabeos

Los argentinos no tenemos Macabeos


Si hay algo que se repite en la historia es el reconocimiento que los pueblos hacen de sus soldados cuando estos luchan por su defensa. Es algo comprensible porque, salvo los mercenarios, esos soldados son parte del propio pueblo. Uno de los casos más claros es el de los Macabeos, una rebelión conmemorada desde hace más de dos mil años por el pueblo hebreo. En la celebración anual de la Jánuca, cada luz del candelabro sagrado, la Ménora, recuerda a quienes murieron luchando por Israel.
A nosotros, el país de los confundidos, los de la memoria frágil, los de la memoria sesgada, nos cuesta más. Hace treinta y cinco años las tropas argentinas ingresaban, si decimos invadir estaríamos reconociendo que se hacía sobre territorio ajeno, en las Islas Malvinas.
 
El país vivía una de sus cíclicas crisis y las mismas fuerzas que actuaban en las islas acababan de vencer a otro enemigo externo, el de la revolución marxista que exportada principalmente por los cubanos había encontrado dealers locales. Esta guerra había sido mucho más cruenta y con más bajas civiles. El enemigo las más de las veces no usaba uniformes, se mimetizaba con la población, causaba estragos e imponía el miedo. Se lo combatió, unas veces con la ley otras sin ella. Fue vencido.
Más allá de los errores, la incapacidad política y los raptos soberbios, el gobierno de facto no desentonaba con los anteriores. Quizá fue por su propia inhabilidad que quedó entrampado en el juego de Margaret Thatcher y la guerra no fue una opción sino la única salida que vieron. La misma que buscaba Thatcher.
El problema no era que hubiese argentinos que quisiesen una guerra y otros que no la querían. Es lógico no querer una estupidez, y la guerra es la mayor, pero esa estupidez era una realidad. El verdadero problema fue que hubiera argentinos que querían ganar la guerra y argentinos que querían que se perdiese.
La derrota fue mucha. No solo la pérdida del archipiélago, no solo las vidas. Los anteriores derrotados, como si fueran parte de la saga "El regreso de los muertos vivos" volvieron por sus fueros. Los que desde la política habían alentado a los militares a tomar el poder en 1976 se transformaron en censores de aquel proceso y servilmente retrocedieron ante quienes antes habían sido terroristas y ahora eran víctimas.
Ya en esos momentos cualquier balbuceante sobre temas militares podía asegurar que habría sido imposible triunfar en el conflicto. Hablaron de incapacidad humana, de sistemas obsoletos, de armas y de mil cosas más. Hoy se sabe que solo dos semanas más hubiesen sido la debacle inglesa. Se sabe también, liberados los documentos y los actores del secreto de treinta años que el Reino Unido impone sobre sus asuntos, que la intervención de Chile a su favor fue decisiva y que hubo quienes, desde la política, se prepararon para capitalizar la derrota. Pero ya es tarde.
Los soldados, los combatientes, poco importaban entonces y poco siguen importando hoy. Los mismos que aquel gobierno hizo volver de noche, embozados, como si fuesen una vergüenza, serían luego negados en la democracia. Habían cometido el pecado de usar uniforme y perder.
La derrota fue mucha. La soberbia resucitada llevaría a muchos de ellos a prisión, por el pecado de haber ganado la guerra anterior, cuando "los muertos vivos" pasaron a ser ejemplo de ensoñación e idealismo y allí están, allí donde muchos ya murieron.
Los argentinos no tenemos Macabeos.
Estos soldados no son los primeros en recibir como premio el olvido de unos y el desprecio de otros, ya sucedió con otros para los que el ostracismo fue la condena.
Los de ahora llevan encima la carga de saber que mientras algunos oraban por su triunfo y por su vida otros apostaban por su derrota y su muerte.
A treinta y cinco años de aquel 2 de abril el verdadero reconocimiento no existe. Los argentinos no tenemos Macabeos
http://www.diariocastellanos.net/noticia/los-argentinos-no-tenemos-macabeos