“Pongo
perpetua enemistad entre ti y la Mujer. Y entre tu linaje y el Suyo;
Éste te aplastará la cabeza. Y tú le acecharás el calcañar” (Gn 3, 4).
Cada uno tiene lo que se merece en su vida.
El que peca tiene su pecado; el que vive en gracia tiene el amor de Dios.
El
drogadicto posee su droga; el homosexual su lujuria en la carne; el que
mata la maldición de Dios; el que miente es del demonio; el que habla
la Verdad da la Palabra de Dios.
Desde el pecado original hay dos familias en la tierra: los hijos de Dios y los hijos del demonio.
Por
tanto, hay dos pueblos: el pueblo de Dios y el pueblo del demonio. Y
hay dos Iglesias: la Iglesia de Jesús y la Iglesia de satanás.
Y entre los hijos de Dios y los hijos del demonio hay un abismo que no se puede pasar: “entre
vosotros y nosotros hay interpuesto un gran abismo, de modo que los que
quieren atravesar de aquí a vosotros, no pueden; ni pueden pasar de ahí
a nosotros” (Lc, 16, 26).
Por
tanto, no existe la fraternidad entre los hombres, es decir, el amor
universal entre los hombres, el amor sin fronteras, porque no se da una
Iglesia para todos los hombres, no se da un pueblo para todos los
hombres, no se da un gobierno para todos los hombres.
Esto es lo que, insistentemente, predica Francisco: todo es para todos. Es su monismo y su sincretismo religioso.
No
puede darse nunca un gobierno mundial universal en la práctica, porque
en el mundo todos se rigen por su mente humana. Nadie en el mundo se
rige por la mente de la otra persona.
En
el mundo no existe la obediencia, sino la imposición de leyes, de
pensamientos, de normas, gusten o no gusten a la gente. Y no importa que
esas normas sean antimorales o antiéticas, porque el mundo pertenece al
demonio y, por tanto, vive siempre en el pecado, sin ley, sin moral,
sin ética, sin Dios.
Cuando
los hombres quieren hacer un gobierno mundial, lo tienen que hacer a la
fuerza, con guerras, con destrucciones, con dictaduras, imponiendo la
mente de unos pocos a los demás.
En
el mundo no se da el amor ni, por tanto, la confianza entre las
personas. Sólo se da el interés, el negocio entre los hombres, las obras
de los hombres que sólo buscan su propia gloria, su propia fama, su
propio bienestar.
Por
eso, el mundo no se preocupa de nada: ni de los pobres, ni de las
guerras, ni de los problemas entre las personas, porque en el mundo sólo
existe un poder que lo rige todo y que mantiene ocupados a los demás en
cosas que ellos hacen y obran para su negocio en el poder del mundo.
La
cabeza del mundo es el demonio. Y el demonio tiene su gente para
gobernar todo el mundo a base de odio, destrucción, injusticias, etc.
Por eso, una Iglesia que va al mundo para amar a los hombres no es la Iglesia de Jesús.
Jesús
murió para salvar nuestras almas y, de esa manera, nos ama; pero Jesús
no murió para salvarnos de los males de este mundo, de los peligros de
este mundo, de las miserias de este mundo, de las enfermedades, guerras,
etc.
Jesús
no vino para solucionar los problemas de los hombres. Por tanto, en la
Iglesia no se está para dar de comer a nadie, ni para hacer que en el
mundo surja una paz falsa hablando de los problemas para no hacer nada
por ellos.
El
mundo no hace nada por resolver los problemas. Esa es la experiencia
desde que el hombre es hombre. El hombre vive para sí mismo; el hombre
le importa un comino los demás.
Cuando
la Iglesia basa su predicación para ayudar a la humanidad – a los
pobres, a los enfermos, a los ancianos, a los drogadictos, etc- es la
señal de que esa Iglesia ya no es la de Jesús.
Jesús
sólo predica Su Palabra, que es Salvación y Santificación para todos
los hombres. Sólo hay que dar la Palabra, no hay que hacer una
asociación, una cáritas, para recoger dinero con el fin de ayudar a la humanidad. Eso es siempre del demonio.
Quien pone su limosna en cáritas
o en cualquier obra que predique el amor a la humanidad, el amor en
general, no es de la Iglesia. No es Volunatd de Dios. Porque Jesús no
hizo eso en su vida pública, en su vida humana.
Jesús
amó a cada alma en particular. Y, por eso, la limosna tiene que darse
en particular, a la persona en concreto, no a una organización que
–dice- ayuda a los pobres.
Hay
cantidad de asociaciones, de ongs, que ayudan a los pobres, pero nadie
sabe a dónde va su dinero. Hoy los pobres se han convertido en el
negocio de unos cuantos, tanto dentro de la Iglesia como fuera.
La
gente sólo pide dinero para ayudar a salir de las necesidades humanas,
materiales, etc., de los hombres que son sólo el fruto del pecado de
cada hombre.
Vives
en la pobreza es por tu pecado. Vives atado a la droga, al alcohol, al
sexo, etc., y no puedes salir de esa vida de miseria, es sólo por tu
pecado.
La
solución no está en dar dinero para solucionar vidas rotas por el
pecado. La solución está en ver el pecado, en arrepentirse del pecado y
en luchar contra el pecado.
Esto
es lo que nadie hace, porque es arduo y difícil. Y, cuando uno se mete
en los líos de la vida, en el alcohol, droga, asesinatos, etc., no
quiere poner este camino de cruz a su vida, porque ha vivido su placer. Y
su placer le llevó a una vida rota en todos los sentidos del que sólo
con la gracia de Dios se puede salir. Y como no se persigue esa gracia,
entonces nunca se sale.
Y,
por eso, no cabe en la cabeza la ayuda humanitaria, económica, etc. a
personas que no quieren quitar su pecado y que quieren seguir pecando,
es decir, viviendo su vida rota.
Al
linaje del demonio no le interesa salir del pecado, lo que le interesa
es tener dinero para seguir pecando. Que alguien le dé dinero para
seguir en su vida cómoda de pecado.
Esta
es una realidad: cada uno tiene en su vida lo que se merece, lo que ha
perseguido, lo que ha buscado. Y los hombres no están obligados a ayudar
a nadie que no quiere ver la verdad de su vida, que ya ha elegido su
camino: la perdición, la condenación, el infierno.
Entre
el linaje del demonio y el linaje de la Mujer hay sólo batalla, no
fraternidad, no un abrazarse o darse un beso. Es lo que no le cabe en la
cabeza a Francisco y los suyos. Por eso, predican de esa manera: una fe
para la humanidad, un amor para la humanidad, una Iglesia para la
humanidad, sin hacer distinción entre hombres.
Y,
por eso, son corderos vestidos de piel de oveja, para conseguir su
propósito: que le den dinero, que la gente se preocupe por quien no
tiene que preocuparse: por los hijos del demonio.
Hay
que luchar contra los hijos del demonio que son muchos, dentro y fuera
de la Iglesia. No hay que dejarse atrapar por las frases bellas, por las
palabras bonitas, por los sentimentalismos vacíos que tanto Pastores
usan en sus predicaciones, en sus charlas en la Iglesia.
Esos
Pastores se alzan con su orgullo dentro de la Iglesia para proclamar
sus herejías y así hacer que la Iglesia viva de mentiras, como se hace
en el mundo.
El
amor al prójimo es el amor a una persona en concreto, sea amigo o
enemigo. Pero nunca es un amor universal, a lo grande, a todos porque
todos son hombres. Eso es un amor ciego, un amor mentiroso, un amor
falso, porque no existe en la realidad. Sólo existe en la cabeza de los
hombres. Es un ideal que nunca se llega a poner en práctica, porque es
una utopía. Y esa utopía, ese amor a la humanidad, a conseguir un bien
común, un gobierno común, una iglesia común, es el motor de la ideología
del comunismo que Francisco ha desarrollado en su evangelii gaudium.
El
que rige la Iglesia en Roma, actualmente, -Francisco- es sólo un
comunista: un cordero, un lobo, un carnero, una pantera, vestida de
oveja.
Francisco
ni es Papa, ni es sacerdote, ni Obispo, ni nada. Es sólo el principio
de la destrucción de la Iglesia. Es sólo eso. Lo demás, su obra de
teatro en la Iglesia. Sólo hace su papel, que lo representa muy bien,
porque lo ha estudiado durante muchos años. A Francisco le importa un
bledo la Iglesia y los pobres. Sólo le interesa destruir la Iglesia.
Pero él la quiere destruir a su manera. Y, claro, se equivoca, porque es
un hombre sin inteligencia: no sabe dónde está parado.
Por
eso, si no hay lucha dentro de la Iglesia contra los hijos del demonio,
la Iglesia queda autodestruida por los mismos hijos de Dios que no
saben luchar contra el demonio, que sólo saben pedir a Dios que les
resuelva sus grandes necesidades en sus vidas humanas, pero que ya no
buscan ni su salvación ni su santificación en la vida espiritual.
Por
eso, la gente ha tardado en abrir sus ojos a la realidad de lo que pasa
en la Iglesia. Y muchos siguen con la venda en sus ojos, porque no hay
fe. Y sólo es esa la razón de la ruina que viene ya para la Iglesia:
gente que no lucha por la Verdad, sino para conseguir un trabajo, un
dinero y así vivir cómodos en sus vidas.
Cuando
los Pastores predican al gusto de la gente eso es señal de que se
perdió la fe en toda la Iglesia. Es señal de que algo grave va a pasar
en la Iglesia. Es señal de que ya la gente no vive para dar culto a Dios
en sus vidas, sino que persigue otros dioses que le dan lo que ellos
quieren en la vida.
Cada
uno tiene lo que se merece: el infierno o el cielo. Y los que se
merecen el infierno, no hay para ellos Misericordia, sino Justicia.
Dios
es un Dios de Justicia. Y, por eso, cae ahora sobre toda la Iglesia su
Justicia, porque pocos han entendido lo que pasa en la Iglesia. Y viene
un castigo grandísimo para toda la Iglesia. Y ese castigo repercutirán
en todo el mundo. Porque el mundo sólo se mueve si se mueve la Iglesia.
La Iglesia es el eje del mundo, porque es la Verdad. Y, cuando Dios
castiga a su Iglesia, el mundo tiembla de espanto. El mundo queda
paralizado.
«…los que siguen a Cristo más de cerca son aquellos que luchan por la verdad hasta la muerte» (San Agustín – Trat. evang. S.Juan 124,5)