El Hobbit. La Desolación de Smaug
Ayer fui a ver la segunda entrega de la versión cinematográfica
del famoso libro de Tolkien. Fui sabiendo que iba a ver una muy buena
película -Peter Jackson es un buen director, en mi opinión-, aunque
teniendo presente que iba a ver cosas que no me iban a agradar.
Como ya dije el año pasado cuando se estrenó “El Hobbit. Un viaje inesperado”,
no me considero un fan purista de Tolkien, pero creo que algunos de
esos añadidos que está haciendo Peter Jackson no son para mejor, sino
todo lo contrario. En esta segunda entrega esto se hace notar aún más
que en la primera. Vemos, por ejemplo, a Legolas en un papel destacado, a
pesar de que su personaje ni siquiera aparecía en “El Hobbit”. Que
Peter Jackson lo haga aparecer aquí es disculpable -Legolas venía del
Bosque Negro, y buena parte de esta historia se desarrolla allí-, pero
no puedo decir lo mismo de la elfa Tauriel, interpretada por Evangeline
Lilly y que no figura en ninguna obra de Tolkien. Lejos de darle un
papel secundario, Jackson la mete en un papel fundamental para el que,
además, tiene que variar otros pasajes del libro. Y lo peor de todo -aviso, SPOILER-
lo tenemos en la historia romántica en la que toma parte esta elfa… con
un enano. Si yo me he quedado a cuadros al ver esto, me puedo imaginar
el cabreo que tendrán los puristas. Sí que me ha gustado el desarrollo
que hace Peter Jackson del escenario de Dol Guldur y del personaje de
Sauron, aunque éste tampoco apareciese nombrado como tal en el libro
(allí se le menciona como “El Nigromante”). Se trata de una historia
secundaria en el libro, y creo que Peter Jackson la ha desarrollado
bien.
Uno de los mejores detalles de la película es el dragón Smaug, que
por fin hace su aparición. La recreación digital del gusano es
formidable y las escenas dentro de Erebor están entre lo mejor de esta
esta entrega. Sin embargo, aquí me encuentro con otro detalle que ha
cambiado incomprensiblemente Jackson: la coraza del dragón es natural y
no se debe a las joyas que se le han ido incrustando en la panza al
descansar durante muchos años sobre el descomunal tesoro de los enanos,
como ocurre en el libro. Nuevamente Jackson quita y poner cosas sin
venir muy a cuento. Lo mismo vemos en el caso de Bardo (Luke Evans está
muy bien en ese papel, dicho sea de paso) -aviso, SPOILER-:
la forma que ya se nos adelanta que tendrá el arquero de matar al
dragón no es con su arco, sino con una ballesta situada sobre una torre.
La flecha negra que heredaba el arquero tampoco es propiamente una
flecha, claro, sino un dardo metálico de grandes dimensiones, que debía
ser lanzado con la ballesta. De hecho, Bardo ni siquiera ejerce como
guardia de Esgaroth, sino que nos lo han tornado en contrabandista. ¿Por
qué, señor Jackson? ¿Qué necesidad hay de hacer estos cambios en un
libro tan famoso como “El Hobbit”?
No quiero que de estas críticas que acabo de hacer se deduzca que estamos ante una mala película. “El
Hobbit. La Desolación de Smaug” me ha gustado, es una buena película
con casi todos los ingredientes del cine de éxito y os recomiendo que
vayáis a verla. Pero yo no puedo dejar de recordar que estas
historias que tanto me han fascinado durante años -y aún me siguen
fascinando- se deben al talento creativo de J.R.R. Tolkien. Muchas
personas en todo el mundo hemos recreado esas historias en nuestra
imaginación antes de que apareciesen en ninguna película. La historia ya
es excelente de por sí, y forma parte de un valiosísimo patrimonio
literario que debería ser tratado con más fidelidad a los deseos de su
autor. Yo vuelvo a decir lo mismo que ya dije hace un año y que vengo
diciendo sobre la trilogía de “El Señor de los Anillos”: las
películas de Peter Jackson inspiradas en los libros de Tolkien son
excelentes, pero los libros son aún mejores. Os animo a leerlos.