Una grieta cada vez más ancha. Por Vicente Massot
Opinión y
Actualidad
Una grieta cada vez más ancha. Por Vicente Massot
Analizado desde un ángulo —que no es el del gobierno, claro—
la decisión de intervenir primero y, acto seguido, con una ley en la mano,
proceder a la expropiación de Vicentin, ha sido un resumen y compendio de
errores. Sólo el proceso —aún no cerrado— que dio comienzo con el regalo hecho
a la familia Eskenazi para que se sentara en el directorio de YPF, y tuvo un
segundo capítulo al momento en que el matrimonio patagónico optó por estatizar
esa petrolera, puede comparársele.
En una nueva puesta en escena del Vamos por todo, el
kirchnerismo no se anduvo con demasiadas vueltas y actuó como de costumbre. Ni
bien tomó conciencia de la oportunidad que le abría la difícil situación
financiera de la empresa, no lo pensó dos veces. Embistió a la manera de un
toro de lidia frente al trapo rojo, sin molestarse en calibrar sus argumentos
ni perder el tiempo en afinar su estrategia. De lo contrario, no habría echado
a correr esos disparates de la soberanía alimentaria y la empresa testigo.
Obró, hasta el momento, tres consecuencias que no lo
favorecen: por de pronto, la principal fuerza opositora dio de lado sus
rencillas y apretó filas sin mayores disidencias. Los pujos hegemónicos de sus
adversarios les abrieron los ojos a los macristas, a los radicales y a los
seguidores de Elisa Carrió y les hicieron entender, a la vez, el beneficio de
la unidad y los riesgos inmensos de la desunión.
El segundo efecto digno de ser tomado en cuenta, de cara a
la puja que tendrá lugar en las dos cámaras del Congreso Nacional cuando deba
tratarse la ley en días por venir, es que —luego de actuar con arreglo al más
puro capricho y dejar a la vista de todos que el estado de derecho le interesa
poco o nada— no le será fácil al kirchnerismo convencer a parte de los
diputados santafesinos y a los cordobeses, que responden a sus respectivos
gobernadores, de levantar la mano como autómatas y seguir al pie de la letra
las instrucciones que les bajen Sergio Massa y el hijo de la vicepresidente.
Hay mucho en juego, y si por un lado siempre es posible que
las amenazas con base en el unitarismo fiscal sean capaces de disciplinar
cualquier tentación díscola de los provincianos —como ha sucedido tantas veces
en nuestros país— también vale recordar que en oportunidad de discutirse la ya
famosa resolución 125, el dúo De la Sota-Schiaretti se plantó delante de la
presidente y de su entonces valedor, aun sabiendo el costo que tendría la
disidencia.
La tercera consecuencia de bulto se relaciona con la
incertidumbre que generó la medida en el marco empresario y la sensación
extendida de que —después de todo— Alberto Fernández no es muy distinto de
Cristina Kirchner. Los tenedores privados del capital en la Argentina no se han
caracterizado nunca por su valentía o por su independencia del poder de turno.
Más allá de las cámaras empresariales del campo, las demás han sido cautas —por
no decir obsecuentes— a la hora de alzar la voz y defender sus derechos. Si se
compara la reacción que han tenido en estos días con la que tuvieron en otras
ocasiones, sorprende —excepción hecha de la UIA— su vehemencia para criticar,
sin tapujos, el atropello oficialista.
Mención aparte merece el tema del papel presidencial en este
asunto como también el de sus parecidos y diferencias respecto de la actual
vice. Hay mucha gente en el colectivo opositor —por llamarle de alguna manera—
que desde el instante en que Cristina lo eligió para encabezar la boleta del
Frente de Todos, consideró que Alberto Fernández era un dirigente moderado en
el cual —malgrado las diferencias que naturalmente existían— se podía confiar.
Es más, no fueron pocos los hombres de negocios que insistieron en la imperiosa
necesidad de cuidarlo y ayudarlo para evitar que su compañera de fórmula
avanzase a expensas suyas y terminara desplazándolo. En realidad, no hicieron
más que confundir la realidad con sus deseos, ayudados en la tarea por buena
parte de los más influyentes analistas políticos que no se han cansado de
convalidar la ficción del bueno y la mala, el equilibrista y la topadora, el
moderado y la extremista. A partir de la voluntad expropiadora del gobierno,
las coincidencias entre los dos Fernández priman sobre las diferencias. Con lo
cual el presidente no tendrá espacio para engañar a tantos incautos que antes
creían en su espíritu conciliador.
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A esta altura no podría descartarse que la Justicia, en
alguna de sus instancias, tuviese algo que decir antes de que la ley se trate
en el Parlamento. Es un camino que impulsan distintos actores, convencidos de
que la única forma de detener el impulso arrollador del kirchnerismo es darle
batalla en los tribunales. Y, si nada ocurriese en los ámbitos de la
judicatura, al gobierno todavía le faltaría pasar la prueba parlamentaria sin
faltas. En la cámara baja la bancada mayoritaria, con sus aliados de la
izquierda, no tiene asegurados hoy los 129 votos necesarios para aprobar el
texto que llegará del Senado. ¿Qué sucedería si —a semejanza de cuanto ocurrió
aquella madrugada del año 2009— los opositores fuesen mayoría y lograsen que el
proyecto de expropiación naufragase? La pregunta no es ociosa. Un traspié
semejante generaría una crisis de consideración dentro del Frente de Todos y
del oficialismo en general.
Ahora bien, también existe un ángulo distinto desde donde
analizar el entuerto: es el que escogió el gobierno para acomodarse y actuar.
Es conveniente echarle una mirada precisa porque la cuestión no se agota en las
violaciones constitucionales ni en la grita de carácter republicano ensayada
contra el atentado a la propiedad privada que pergeñaron en el Instituto Patria
y la Casa Rosada. Por precipitada y mal concebida que haya sido para muchos la
embestida contra Vicentin, la última instancia de esta disputa todavía no
llegó. El kirchnerismo quiere hacer suya la empresa a como dé lugar y, hasta
aquí, ha podido sortear un primer obstáculo no menor. El juez de la causa lo
único que ha hecho es desestimar el amparo que había solicitado el dirigente
santafesino Mario Barletta. Fuera de eso, parece que estuviese pintado. De
haber accionado de inmediato, lo hubiese hecho recular al oficialismo y se
habría planteado el conflicto de poderes que disparó el kirchnerismo, en sede
judicial. Otro gallo cantaría.
En Balcarce 50 y en el despacho de la vicepresidente
tuvieron en claro, a partir del día 1, que las supremacías habrían de dirimirse
en las dos cámaras del Congreso Nacional y que allí —de manera especial en la
de Diputados— se jugaría la suerte de la expropiación. Por lo tanto, creer que
a los Fernández les quitan el sueño los editoriales de los grandes diarios, los
programas de televisión dedicados a la política o las redes sociales, sería una
ingenuidad. Su meta es la de sumar voluntades como sea, y en esa empresa le
llevan una notoria ventaja a sus opositores. Básicamente en razón de que
manejan el Tesoro nacional —frente a unas arcas provinciales escuálidas y a
unas necesidades de las gobernaciones del interior del país perentorias. Por lo
tanto —no se necesitan preámbulos para explicarlo— pueden comprar los once
votos faltantes. No es un trámite simple pero, al mismo tiempo, nada que no
haya sido practicado antes y que empañe demasiado la pureza de las
instituciones democráticas.
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En un país en donde las convicciones nunca han sido
demasiado firmes, y dado que el resultado dependerá de las distintas facciones
peronistas, neoperonistas o filoperonistas en danza, suponer que con tres o
cuatro concesiones menores, hechas a las bancadas levantiscas, el oficialismo
se saldrá con la suya, no significa ser derrotista. Hoy es un escenario bien
probable. Los instrumentos con los que cuenta el gobierno resultan más
poderosos que los que acumulan sus opugnadores. No siempre los de mayor
musculatura ganan, pero…
Mientras tanto, la cuarentena amenaza quedarse a vivir con
nosotros por lo menos hasta septiembre, si hemos de creerle al viceministro de
Salud de la provincia de Buenos Aires. Cosa curiosa: el gobierno se encuentra
más preocupado que la gente. Fernández y Kiciloff se asustan como si no
hubiesen sabido que el pico llegaría en algún momento entre mediados de junio y
principios de julio, y que el número de contagios y de muertos se
incrementaría. Si a cualquiera con dos dedos de frente no se le escapaba el
dato, ¿cuál fue la razón para flexibilizar el encierro un día y pensar en
volver a la fase 1 cuatro días más tarde? —Misterios del populismo vernáculo.
En la medida que la cantidad de fallecidos no se dispare,
volver a la primera fase del aislamiento resultará de cumplimiento imposible.
La cuarentena más larga del mundo se parece, conforme transcurren las semanas,
a un gran colador. Las gentes salen a las calles en la capital federal —y, ni
qué decir, en las barriadas más populosas del conurbano— sin pedirle permiso a
nadie y con la seguridad de que el poder de policía es blando e ineficiente.
Están hartas de las decisiones caprichosas y —lo que es decisivo para
comprender su comportamiento— perdieron el miedo.
Antes de ponerle punto final a esta crónica, permítase
introducir el comentario del estribo: si se tiene en cuenta que las tarifas del
gas, electricidad, agua, combustibles, telefonía fija, celulares y cables se
hallan congeladas; que rigen precios máximos para el rubro alimenticio; que ha
habido una caída significativa del salario real desde el comienzo de la
pandemia, y que en el AMBA la inactividad de ramas enteras de la producción y
el comercio es casi total, el índice de 1,5 % que marcó la inflación del mes de
mayo no es precisamente una buena señal. Si con todos los condicionamientos
enumerados ese es el número, podemos ir vislumbrando qué es lo que pasará
cuando finalice la cuarentena y haya que sincerar las tarifas y los salarios.