EL GOBIERNO DE LA JUNTA GRANDE
Joaquin Campana |
Por: Edgardo Atilio Moreno
Para fines de 1810, el poderoso Secretario de la Primera Junta de gobierno, Mariano Moreno, se había tornado cada vez más impopular. Los únicos respaldos con los que contaba eran el regimiento la Estrella, comandado por su amigo Domingo French, y el pequeño “Club” que reunía a los jóvenes jacobinos, admiradores de la Revolución Francesa, que actuaron en Mayo.
Para fines de 1810, el poderoso Secretario de la Primera Junta de gobierno, Mariano Moreno, se había tornado cada vez más impopular. Los únicos respaldos con los que contaba eran el regimiento la Estrella, comandado por su amigo Domingo French, y el pequeño “Club” que reunía a los jóvenes jacobinos, admiradores de la Revolución Francesa, que actuaron en Mayo.
Su intento por
desplazar a Cornelio Saavedra, aprovechando el episodio ocurrido en el
cuartel de los Patricios, en donde un sargento ebrio ofreció un brindis
por el futuro monarca de América, aludiendo a Saavedra, había fracasado.
El decreto de supresión de honores, que dictó a raíz de ello “no
solamente agredía a Saavedra, cuyo prestigio se mantenía en el pueblo y
los militares, sino que insultaba al pueblo considerándolo desprovisto
de luces y lo llamaba vulgo, y descartaba a las señoras de las
prerrogativas de sus maridos. Ponerse en contra a los militares, al
pueblo y a las señoras de Buenos Aires no lo podía resistir Moreno ni
nadie.” (1)
Para el colmo de sus
males habían llegado ya a Buenos Aires los diputados de las ciudades
del interior, convocados por el Reglamento del 25 de mayo para formar un
Congreso General; los cuales, conforme lo disponía la Circular del 27
de mayo, debían incorporarse a la Junta a medida que llegaban, hasta
tanto se celebre ese Congreso.
Moreno se opuso a
esto, pues los provincianos llegaban dispuestos a poner coto al
centralismo porteño y al extremismo revolucionario. La cuestión entonces
se sometió a votación. Viéndose superado por la opinión favorable a la
incorporación de los diputados del interior, tuvo que ceder, quedando
constituida así la Junta Grande.
Amargado por perder su poder, el fogoso secretario presentó su renuncia y le pidió a Saavedra que lo mandasen como representante a Londres. Lo que fue aceptado.
El día 24 de enero
de 1811 partió hacia su destino a bordo una nave inglesa. Nunca llegó.
Enfermó durante el viaje y el capitán del buque le suministró un
purgante que le provocó -según cuenta su hermano Manuel- una terrible convulsión y la muerte. Envuelto
en una bandera inglesa su cuerpo fue arrojado al mar. Algunos dirán
después que había sido envenenado, no obstante, como afirma el eminente
historiador José María Rosa, “la terrible convulsión que siguió al purgante, los dolores y la muerte son el cuadro son el cuadro de una peritonitis. La leyenda de un envenenamiento no tiene asidero”. (2)
Si bien su muerte no significó la desaparición inmediata del morenismo, la Junta Grande trató de dejar de lado la política extremista, liberal y probritánica del difunto líder. “Las
nuevas autoridades se atenían al criterio prudente inicial de la Junta
de Mayo: la conservación de los derechos de Fernando VII. En consonancia
derogaron el decreto promovido por Moreno, destinado a excluir a los
españoles peninsulares del acceso a los empleos públicos”. (3) Así mismo –como dice Federico Ibarguren- “El
Contrato Social, edición traducida con prólogo de Mariano Moreno, fue
retirado de la circulación publica por el Cabildo ( 5 de febrero de
1811) considerándosele pernicioso a las conciencias y perturbador de la
paz pública; se impusieron fuertes restricciones proteccionistas a la
introducción de mercaderías tierra adentro por extranjeros (10 de
febrero de 1811); mantuvose la censura de prensa sobre temas religiosos
(20 de agosto de 1811) y fue organizada la primera expedición armada a
Montevideo”. (4)
Estas medidas si bien marcaban el predominio saavedrista
en el nuevo gobierno, fortalecido con los diputados del interior
encabezados por el dean Gregorio Funes, de todos modos no significaban
que el mismo tuviera asegurada su estabilidad. La situación era bastante
complicada. En efecto, por entonces llegó a Montevideo Francisco Xavier
de Elio, designado Virrey por el Concejo de Regencia y dispuesto a
imponer su autoridad a toda costa. Contaba
para ello con el apoyo y la colaboración de Inglaterra que trataba de
desalentar cualquier intento independentista en América que distrajera a
España de su lucha contra Napoleón. Al respecto afirma José María Rosa
que Elio “llegaba con el apoyo
del gabinete de Wellesley, pues las exterioridades republicanas y
jacobinas de la revolución habían empezado a chocar al gobierno de
Londres”. (5)
Una vez instalado el
pretenso virrey, lo primero que hizo fue mandar una nota a Buenos Aires
exigiendo su reconocimiento, cosa que la Junta Grande se negó hacer,
desconociendo -tal como se venían haciendo hasta entonces- toda
autoridad al ilegitimo e ilegal
Concejo de Regencia que lo había designado. La respuesta de Elio fue la
declaración formal de guerra y el bloqueo a Buenos Aires.
Ante esta nueva escalada del conflicto la Junta recurrió a Lord Strangford, buscando su mediación para que los regentistas
levanten el bloqueo. Se daba por sentado que Inglaterra no veía con
buenos ojos una medida que perjudicaba su comercio; lo cual no era tan
así pues estos podían seguir desembarcando mercaderías en lugares
alejados del puerto. De todas formas se le encomendó a Manuel de
Sarratea viajar a Rio de Janeiro con ese fin.
La declaración de
guerra si bien complicaba el panorama, por otro lado tuvo un efecto
positivo. Sirvió como detonante para que muchos se decidieran a luchar
del lado de la Junta; entre ellos dos destacados oficiales de las tropas
de Elio, José Gervasio Artigas y José Rondeau, que lo abandonaron y se
pusieron al servicio de la Junta. Enterados de esto los criollos
orientales, el 28 de febrero en los campos de Asencio, se plegaron
unánimemente a la revolución. Se daba inicio así a
la insurrección patriota de la campaña oriental, y la idea de la
independencia comenzaba a rumiarse en la mente de muchos patriotas.
La revolución del 5 y 6 de Abril
Ante el temor de una
invasión de Elio, el día 20 de marzo, la Junta emitió un decreto
ordenando la internación en Córdoba de los españoles solteros que vivían
en Buenos Aires. La medida cayó mal a la “parte principal”
del vecindario, pues la mayoría de los afectados eran dueños o
dependientes de las tiendas céntricas. Por lo que el Cabildo, que
justamente representaba a los comerciantes y propietarios que
tradicionalmente gobernaron la ciudad y
que eran poco afectos a las medidas drásticas y a los cambios
revolucionarios; se opuso abiertamente a ella y buscó su anulación.
Tomas Grigera |
Las críticas a Saavedra y al Dean Funes recrudecieron. Se los acusaba de carlotinos,
es decir de ser partidarios de reconocer como soberana a la princesa
Carlota (la hermana de Fernando VII, casada con el príncipe Juan de
Portugal), lo cual era falso. El infundio se basaba en el hecho de que
en 1809 Saavedra había sido convencido por Manuel Belgrano de apoyar las
pretensiones de la Carlota, tesitura en la que también estaba Funes.
Sin embargo eso había quedado ya muy atrás. Hacía tiempo que todos ellos
habían abandonado esa idea.
Lo del carlotismo
era en realidad una excusa que esgrimían los miembros del Cabildo y de
la Sociedad Patriótica para justificar su intención de desplazar a los
hombres del interior y volver al centralismo vigente durante el periodo
de la Primera Junta.
Sin embargo sus
planes fueron abortados por una asonada popular acaudillada por el
alcalde de quintas, Tomas Grigera y el Dr. Joaquin Campana, la que se
llamó luego la “grigerada”, en alusión a su líder, o la revolución de los orilleros, por ser sus protagonistas vecinos de las orillas de la ciudad.
Los orilleros –según
Vicente López- eran pequeños propietarios que tenían caballo, hogar, y
medios de subsistencia a las orillas, en los barrios embrionarios de la
ciudad, que poseían un amor exagerado a su tierra, a su libertad, y eran
poco simpáticos a las clases dirigentes que habitaban en el centro
urbano. (6)
Estos hombres, en la
noche del 5 de abril marcharon ordenada y silenciosamente desde las
afueras hasta la plaza de la Victoria para exigir la disolución de la
Junta y la entrega del gobierno a Saavedra. El petitorio, que se hizo
ante el Cabildo, también fue respaldado por los jefes militares de la
ciudad, Martin Rodríguez, Ramón Balcarce y otros, con excepción del morenista French.
A pesar del éxito
del movimiento, el Jefe de los Patricios se desentendió del mismo,
negando tener participación alguna en los hechos y rechazando
terminantemente el pedido de los orilleros. Su actitud posibilitó que la
Junta se mantuviera en el gobierno y que además se lograra la exclusión
de su seno de los morenistas Vieytes,
Rodriguez Peña, Azcuenaga y Larrea, los que fueron reemplazados por
Campana y otros afines al movimiento del 5 de abril.
Ya con Campana
gravitando en la Junta se tomaron algunas medidas para prevenir nuevos
ataques: se creó un Tribunal de Seguridad Publica, se disolvió el
regimiento la Estrella, y se ordenó el confinamiento de French y de
Beruti.
La mediación inglesa
Con su nueva
conformación la Junta también endureció su postura frente a los
ingleses. Campana, que había luchado contra estos durante las invasiones
inglesas no les tenía ninguna confianza ni simpatía.
Cuando volvió Manuel
de Sarratea de su misión en Rio de Janeiro con la propuesta de paz
pergeñada por Inglaterra para que España pudiera concentrarse en la
lucha contra Napoleón, esta fue rotundamente rechazada dado que el
Concejo de Regencia insistía en que los americanos debían obedecerles.
El documento redactado por Campana en respuesta, de fecha 18 de mayo,
decía claramente que “ni la Península tiene derecho al gobierno de América, ni esta de aquella”.
Tesis absolutamente correcta pues los Reinos de Indias pertenecían a la
Corona de Castilla y a sus sucesores, y no al estado español ni a la
nación española; y por ende nadie salvo el Rey podía mandar en América.
La respuesta
fastidió a los ingleses y Sarratea fue llamado a concurrir de nuevo a la
embajada en Rio de Janeiro. Una vez allí lord Strangford le ordenó que
vuelva a Buenos Aires y que procure modificar el criterio de la Junta o
bien su composición. (7)
El inglés insistía
pues el objetivo principal de su país era derrotar a Napoleón, y a ese
objetivo político supeditaban todo, incluso el mantenimiento del libre
comercio con América, que por otro lado ya había quedado prácticamente
asegurado con la firma del tratado Apodaca – Canning, de 1809. De ahí
entonces su afán por lograr un arreglo entre los americanos y el Concejo
de Regencia.
Por otro lado, en ese momento la situación de los regentistas
en la Banda Oriental era comprometida. Las tropas orientales que
fervorosas seguían a Artigas estaban imponiéndose en toda la campaña.
Esto llevó a Elio a tomar la funesta decisión de pedirles ayuda a los
portugueses, enemigos históricos de los pueblos hispanoamericanos,
autorizándolos a ingresar a la Banda Oriental, a sabiendas que estos
buscaban adueñarse de ella. El obcecado virrey prefería poner en riesgo
la integridad de estos territorios en lugar de buscar un acuerdo
razonable con los americanos. Se consumaba así una nueva y flagrante
violación al Pacto de Vasallaje que
regía las relaciones entre la Corona y los Reinos de India; y por el
cual aquella estaba obligada a conservar la intangibilidad de estos.
El 18 de mayo de
1811 el ejército patriota, al mando de Rondeau, infringió a las tropas
de Elio una inapelable derrota en Las Piedras; poniendo a partir de allí
sitió a la ciudad de Montevideo. El optimismo por la victoria duro
poco. Elio, como represalia ordenó a su escuadra bombardear Buenos Aires
y unos días después, el 24 de julio, respondiendo a sus pedidos de
auxilio, los portugueses cruzaron la frontera invadiendo la Banda
Oriental. La semilla de la secesión de ese territorio del virreinato
rioplatense se había plantado.
La caída de la Junta
La situación se
agravó aún más al llegar desde el norte las noticias de la terrible
derrota de Huaqui. El Ejercito del Norte, que había llegado imparable
hasta el rio Desaguadero –al que no cruzó solo por la incomprensible
orden dada por Mariano Moreno- se hallaba ahora en un total descalabro y
en retirada. (8)
La razón de ello –como dice José Maria Rosa- fue “el relajamiento de la disciplina y la mojiganga antirreligiosa” que tornó impopular a la causa de Mayo en todo el norte. En efecto –continua Rosa- “la
actitud antirreligiosa de Monteagudo y los jóvenes oficiales que lo
seguían, contra la cual poco hizo Castelli, había dado un vuelco
completo a la situación hasta entonces favorable. Día a día los
altoperuanos desertaban… A eso vino a agregarse un indigenismo retorico,
que no ganó a los indios y sirvió para poner la clase vecinal criolla
contra la Revolución”. (9)
Enterada la Junta de
lo ocurrido, inmediatamente destituyó a Castelli y a Balcarce del mando
del ejército y designó en su reemplazo a Viamonte. No obstante ello, la
angustia que generaba la situación en el norte, a lo que se le sumó un
nuevo bombardeo de Buenos Aires por parte de Elio, hizo que Saavedra
tomara la decisión de ir a ponerse personalmente al frente de los restos
del ejército. Su ausencia fue aprovechada nuevamente por el Cabildo y
los jóvenes de la Sociedad Patriótica, para continuar con sus ataques a
los provincianos y orilleros de la Junta Grande.
Justo en ese momento
regresó a Buenos Aires Sarratea con las instrucciones de Lord
Strangford para convencer a la Junta de avenirse a un arreglo con Elio.
Campana quiso negarse nuevamente pero, ante las presiones del Cabildo y
el nuevo contexto, no tuvo otra opción que aceptar iniciar las
conversaciones y firmar un acuerdo “preliminar” por el cual se aceptaba
abandonar el sitio de Montevideo y enviar diputados a las Cortes de
Cádiz. El acuerdo causó indignación en el ejército patriota que sitiaba
Montevideo. Artigas se
comprometió a seguir la lucha aun con sus propias fuerzas. Esto impidió
su ratificación pero no evitó que Campana y la Junta quedaran en jaque.
A mediados de
septiembre los enemigos del gobierno generaron una serie de disturbios
protestando porque Campana pretendía que la elección de los diputados de
Buenos Aires que debían integrar la Junta Grande se hiciese convocando a
todos los vecinos y no solamente a los “principales” como lo pretendía
el Cabildo. La Junta en agonía cedió y depuso a Campana. No obstante las
protestas continuaron, exigiendo ahora la formación de un nuevo
gobierno.
El 23 de septiembre,
los conjurados finalmente lograron su objetivo. La propia Junta tuvo
que emitir un decreto que -con la excusa de “reducir el gobierno en pocas manos”-
disponía la creación de un Triunvirato, integrado por Chiclana, Passo y
Sarratea. Con ellos –designado como Secretario- surgía a la vida
pública un personaje que en el futuro daría que hablar: Bernardino
Rivadavia.
Notas:
1.- Rosa, José María. Historia Argentina. T.2. Ed. Juan Granda. Bs As 1967. Pag. 257
2. Rosa, José María. Ob cit. Pag. 262.
3.- Irazusta, Julio Breve historia de la Argentina. Ed. Huemul. Pag 60
4.- Ibarguren, Federico. Las etapas de Mayo y el verdadero Moreno. Ed. Theoria. Bs As. 1963. Pag 111.
5.- Rosa, José Maria. Ob. cit. Pag. 267
6.- Cfr. Rosa, José María. Ob cit. Pag 286
7.- Cfr. Rosa, Jose Maria. Ob cit. Pag. 279.
8.- En su articulo "Miras del Congreso" del 6 de noviembre de 1810, Moreno sostiene que "es una quimera pretender que todas las Américas españolas formen un solo Estado".
8.- En su articulo "Miras del Congreso" del 6 de noviembre de 1810, Moreno sostiene que "es una quimera pretender que todas las Américas españolas formen un solo Estado".
9.- Rosa, Jose Maria. Ob cit. Pag. 296.