Placeres que conducen a la psicosis, distracciones que preparan para el trabajo
Todos
los sociólogos deploran la exasperada concentración demográfica en los
grandes centros modernos. Y señalan como una de las razones de este
hecho la atracción que las diversiones de las ciudades, muy
desarrolladas, ejercen sobre el alma simple del hombre del campo.
Iluminación pública espléndida, zona comercial muy concurrida de día, decorada de vitrinas
resplandecientes
por la noche, cines con anuncios atractivos, bares, boites,
confiterías, restaurantes, bares con la radio violentamente sintonizada y
centelleantes de luces. En fin, atracciones para todos los gustos,
todos los bolsillos, todos los vicios. Es el cuadro hoy ya trivial, de
la megalópolis moderna, de que Río de Janeiro y Sao Paulo nos ofrecen
ejemplo típico.
Las atracciones de este género son hechas para
excitar, arrastrar, hacer delirar a las personas. Ellas crean una sed de
placeres siempre más violentos, emociones siempre más fuertes,
vibraciones siempre más intensas. Y es así que «descansa» un pobre
hombre que trabajó pesadamente todo el día.
La distensión de los placeres castos y tranquilos del hogar, o de una vida razonable, temperante, tranquila, parecen a los viciados en las excitaciones de las megalópolis de un tedio insoportable.
Y,
así, sólo la intemperancia, la excitación y el vicio divierten. ¿Es de
admirar que en ese ambiente sean tantos los pecados, tan terribles las
psicosis?
Nuestra fotografía presenta uno de los miles, mejor
dicho de los millones, de aspectos que esa excitación presenta. Al lado
de un joven robusto que grita en un rictus que tiene algo de entusiasmo,
algo de gemido, algo de imprecación, una joven sonríe encantada,
entusiasmada, como que sintiendo deslizarse un deleite interior en todos
sus nervios, y otro joven, sumamente atento, utiliza una revista como
corneta. Son tres jóvenes que «descansan» divirtiéndose. ¿Con qué? ¿Un
match? ¿Un torneo? No … ¡Oyen jazz !
Esta es una manifestación
extrema de un hecho psicológico que en proporciones más discretas es
común. Si así se vibra con el jazz, ¿Qué decir con las vibraciones
provocadas por el cine, por la radio, por el deporte? ¿No es
precisamente así, que las almas acaban por perder el gusto por el hogar y
por el trabajo, o por caer en la psicosis?
En la taberna de una
popular aldea Alemana, terminada la faena diaria, cinco campesinos se
divierten oyendo una lectura comentada, que uno de ellos les hace a la
luz de un candelero. Hombres de mediana edad, fuertes, sanos, que
encuentran un placer inteligente y lleno de espíritu, en esta cosa tan
agradable y tan simple que es una lectura hecha con verve en una
rueda de compañeros que saben analizar, comentar, sonreír. Placer sin
gastos, tranquilo, tonificante, que distrae sin viciar, y prepara el
hombre para nuevos esfuerzos, por medio de una sabia distensión.
Nótese
que no se trata de intelectuales, sino de unos simples campesinos, los
cuales todavía aprecian este placer supremo de los antiguos, hoy casi
extinguido, esto es, una buena conversación.
Pero ese ambiente
espiritual y recto tiene que resultar de condiciones generales de vida.
Si esos hombres hubiesen pasado el día entero trabajando en un ambiente
agitado, si hubiesen viajado horas en un tren de suburbio, si al lado de
su calma y decente «brauerei» hubiese un cine «deslumbrante», y la
radio de la taberna vecina estuviese llenando la manzana con las
noticias perturbadoras de la política, o de las crisis económicas,
describiendo el último crimen, o difundiendo un jazz «electrizante»,
¿Podrían ellos conversar y descansar así?
¿No hay algo muy profundo para cambiar, en estas condiciones generales de la existencia moderna?
Debemos
a un lector de “Catolicismo”, que quiso quedar en el anonimato, la
ocasión de fotografiar este lienzo excelente del pintor Roeseler, que
reflejó en sus cuadros aspectos típicos de la vida popular en Alemania.
Se podrá objetar que este artículo ya es antiguo. Lo publicamos porque nos parece que el tema continúa totalmente actual.