¿Violencia de género en La Cámpora?
Sección: Nota de portada
Por Agustín Laje (*)
José Ottavis es una de las caras más conocidas de La Cámpora. Las
razones son obvias: además de ser miembro de la mesa de conducción de la
organización juvenil ultrakirchnerista, desde el año 2011 que “El
Petiso” (como lo apodan sus allegados) es diputado provincial y
vicepresidente de la Cámara de Diputados bonaerense.
La llegada de Ottavis al kirchnerismo se dio, al igual que en el caso de
muchos camporistas, como producto de una incesante búsqueda de poder
personal. En efecto, José empezó a militar en el duhaldismo a los 18
años, a mediados de la década del ‘90. Sus primeros pasos los realizó en
la unidad básica Homero Manzi del PJ, en el partido de San Isidro. Este
antecedente parece no reconfortarlo demasiado, en vistas de que siempre
que se le consulta por sus inicios en la política, Ottavis omite
deliberadamente narrar los tiempos en que, según palabras de su ex mujer
Laura Elías, “era el más menemista de los menemistas, el más duhaldista
de los duhaldistas y obviamente ultra K cuando fue conveniente”.
Laura conoció a Ottavis en el año 2000, se enamoraron, se casaron, y
poco después tuvieron un hijo. En el año 2008 se separaron. Cuando me
enteré –a través del libro La Cámpora de la periodista Di Marco– que
ambos “mantienen una larga disputa por la tenencia de su hijo”, decidí
ponerme en contacto con Laura Elías, quien accedió amablemente a
responder mis preguntas y a develar el lado más siniestro del líder
camporista.
“Siempre recuerdo las palabras de Ottavis luego de su ingreso al
kirchnerísmo: ‘Cuando estos tipos se vayan (en referencia a los K) la
gente se va a dar cuenta de que Menem era Heidy’”. Laura me cuenta esta
anécdota para ilustrarme el ingreso de Ottavis en la juventud
kirchnerista, a través del correntino Roberto Porcaro, quien coordinaba
la agrupación “Compromiso K” y a quien aquél conoció mientras trabajaba
para el vicegobernador de Corrientes, Eduardo Galantini. “Su ingreso a
La Cámpora fue repentino y abrupto como todos sus cambios políticos,
marcados por conveniencias económicas únicamente”, agrega Laura.
Ottavis gusta del poder. No sólo económico. Gusta de todo tipo de poder.
De ese poder que a uno lo hace sentir por encima de todo y de todos. De
ese poder enfermizo que busca la total subordinación del otro. Incluso
cuando ese otro es su propia mujer.
Laura me cuenta sobre ello: “La relación se terminó porque fui víctima
de violencia de género y la situación se hizo insostenible. Cuanto más
poder tenía Ottavis, más terrible se tornaba todo. Los golpes se
iniciaron cuando yo comencé a preguntarle a Ottavis de dónde venía una
cantidad extra de dinero que nada tenía que ver con nuestra situación
habitual. Se violentaba ante esas preguntas y me reprochaba que
cuestionara esas cosas. De hecho, en nuestro divorcio yo no me quede con
ningún bien, porque sabía que ese dinero venía de coimas que Ottavis
había cobrado con Roberto Porcaro por la represa de Salto Grande.
Ottavis insistía en que yo aceptara dinero de las cuentas o bienes o
autos, era su forma de hacerme cómplice. No acepté jamás nada”. Laura se
refiere al Complejo Hidroeléctrico Salto Grande, que se construyó en el
kilómetro 342,6 del río Uruguay, aguas arriba de las ciudades de
Concordia (Argentina) y Salto (Uruguay).
Le pido a Laura que me cuente cuándo comenzó su calvario y a qué llama
“violencia de género”. Ella lo detalla en forma cruda: “La violencia de
género empezó los primeros años de convivencia. Al principio era
violencia psicológica, maltratos verbales, insultos. La violencia física
empezó en el embarazo. Yo estaba de tres meses la primera vez que me
golpeó. Me pegó una cachetada y me tiró sobre la cama. Luego todo se
hizo más intenso. En siete años de convivencia nos mudamos cinco veces,
cada vez que yo lograba entablar vínculos con alguien nos mudábamos.
Con el paso del tiempo las cachetadas fueron piñas, tirones de pelo, me
ahorcaba contra las paredes. Me dejaba el cuerpo morado por los golpes y
después me obligaba a dormir en el living porque decía que le daba asco
verme así. Cuando le decía que iba a denunciarlo me decía que él mismo
me llevaba a la comisaría y que entonces iba a entender que él era un
funcionario y que nada le costaría hacerme pasar por loca”.
Todo indica que Ottavis no mentía sobre su poder. En efecto, de las más
de diez denuncias que Laura hizo en la Fiscalía de Boulogne, partido de
San Isidro, jamás prosperó ninguna según ella misma me cuenta.
Pero el principal sufrimiento de Laura es por su hijo, quien hoy vive
con su padre, y quien no ha visto a su madre en los últimos dos años y
cinco meses. Le pido a Laura que amplíe la información: “A principios de
2009 Ottavis inició una demanda por la tenencia de mi hijo, una demanda
sin ningún fundamento que tramitaba como una causa normal y en la cual
el desempeño de la jueza era muy correcto.
A principios del 2011 Ottavis se presenta en el mismo juzgado (Juzgado
26 a cargo de la Jueza de Familia Dra. Norma Abbou Assalli) y solicita
una medida cautelar para que se me asignara un régimen de visitas
asistido con una asistente social de dicho juzgado.
La jueza rechazó la medida en tres oportunidades porque las denuncias de
Ottavis carecían de sustento alguno. Frente a esta postura de la jueza,
el 11 de julio de 2011 Ottavis denuncia a la Magistrada en el Consejo
de la Magistratura, y el 13 de julio del mismo año, y con los mismos
elementos con los que antes la jueza había rechazado la medida
solicitada por Ottavis, hace lugar a la misma.
Se suponía que yo debía ver a mi hijo 3 veces por semana con una
asistente social del juzgado por 3 horas en mi casa; por mi expediente
de familia pasaron 8 asistentes sociales y extrañamente ninguna aceptó
acompañarme en las visitas.”
El relato de Laura revela el control del funcionariado kirchnerista
sobre el Poder Judicial. Le pregunto entonces si ella considera que
Ottavis ha condicionado el actuar de la Justicia. Laura me responde:
“Ottavis denunció a la Jueza Norma Abbou Assalli en el Consejo de la
Magistratura. Curiosamente la denuncia cayó en el Vicepresidente del
Consejo, Manuel Urriza, íntimo amigo del abuelo materno de Ottavis,
Francisco Arias Pelerano, quien hábilmente la retiene hasta que la Jueza
Abbou Assalli le da la cautelar que Ottavis solicitaba.
Tan grosera fue la maniobra que este año fue el mismo kirchnerismo el
que impulsó que se archivara la denuncia. La jueza ya había sido
intimidada, así que sin siquiera ver los expedientes judiciales, se
archivo la denuncia. La muestra más clara es que Ottavis se opuso a
realizar pericias durante un año y la jueza nunca lo intimó.
Hay algo que me gustaría agregar: los abogados de Ottavis también usan
autos oficiales para moverse, es decir que yo con mis impuestos financio
el juicio de Ottavis en mi contra.
Todo es de una irregularidad tan grande que demuestra y hace evidente el
entramado corrupto que se teje entre el poder político y el poder
judicial.
Lo grave no es lo que Ottavis pide en la justicia, lo grave es que los
jueces por temor, por complicidad, por conveniencias aceptan dar lugar a
esos pedidos absurdos. Lo grave es que haya jueces que teman hacer su
trabajo, eso es preocupante y debiera preocuparnos a todos.”
Laura está atormentada. Me cuenta que la separación no le ha dado la paz
que esperaba. Probablemente todo lo contrario. Le pregunto si ha
recibido amenazas, y me responde lo siguiente: “Entraron a mi casa,
robaron documentación, tuve escraches en la puerta de mi casa por parte
de militantes de La Cámpora. Entre los participantes de La Cámpora
estaba Mauro Tanos, presidente del FONCAP, organismo que depende del
ministerio de Economía. Fui golpeada por el chofer de Ottavis, Víctor
Leyes, que pese a ser chofer de Ottavis y de su familia (porque lleva a
la abuela de Ottavis a hacer diligencias personales) es empleado del
FONCAP”. Para probar lo que dice, Laura me muestra una fotografía que
tomó a una pared de su casa, donde le pintaron la siguiente consigna:
“Matar una puta y una hormiga sale nada. Cerrá la boca”.
La valentía de Laura asombra. Está decidida a que todo esto se sepa, y
por eso le pregunto por sus motivaciones y por su seguridad: “La jueza
Di Filippo, a través de una medida cautelar, me prohibió no solo hablar
de Ottavis sino además hablar de mi vida en los medios. Considero que
ninguna medida cautelar puede cercenar derechos individuales que
garantiza la Constitución Nacional, y es por eso que esa absurda medida
solo garantiza la impunidad de Ottavis y afianza la persecución que el
Diputado ha iniciado en mi contra. Supongo que luego de esta nota tendré
una nueva demanda por desobediencia, pero estas son la reglas de juego
que me proponen y en ese sentido hago lo que puedo.”
(*) Agustín Laje es coautor del libro “Cuando el relato es una FARSA”.
@agustinlaje | agustin_laje@hotmail.com