Virajes, expectativas y una
transición jugando al jenga
¿Cuándo se inició el viraje del gobierno K que hoy provoca el
desasosiego de sus seguidores, digamos, progresistas?
Cinco semanas atrás, mientras la Presidente aún convalecía tras su
operación del cráneo, en esta columna se señalaba que “hay que admitir
que la Señora ya ha dado luz verde a cambios de rumbo. La decisión de
pagar juicios perdidos en el CIADI, el tribunal de arbitraje del Banco
Mundial, que hoy están en manos de fondos buitre representa todo un
giro, que se aleja del rígido relato de los últimos años, lo mismo que
la negociación con Chevron o la búsqueda de un arreglo con el Club de
Paris. La realidad y el fracaso de los caminos que venía intentando,
fuerzan al gobierno a buscar financiamiento en el mercado. Se verá si
al reintegrarse al cargo la Presidente le da más intensidad a esa
marcha”.
El acuerdo anunciado esta semana en tres capitales hispanoablantes para
que Buenos Aires restañe con varios miles de millones de dólares las
heridas abiertas por la confiscación de las acciones de la española
Repsol en YPF evidencia que la Señora no está dispuesta a (o no está
en condiciones de) recuperar el derrotero anterior.
Con todo, sólo desde un estrecho economicismo podría asegurarse que los
cambios empezaron allí. Si bien se mira, la primera mutación
significativa se manifestó en marzo, inmediatamente después de que el
cardenal Jorge Bergoglio se conviertiera en Supremo Pontífice de la
Iglesia Católica. Por aquellos días se describía aquí cómo “la señora
de Kirchner fue modificando su franca, espontánea oposición original
para dar lugar a una adecuación más o menos resignada a la ola de
simpatía generada por Bergoglio. Con un pragmatismo calculado que se
acentuó con el impacto del estilo sencillo y cordial del Papa, la
señora buscó barrer bajo la alfombra su reticencia sobre el pastor a
quien durante una década consideró un adversario y al que le negó
catorce veces una audiencia”.
Mientras una legión de kirchneristas contrariados masticaba
resentimiento y algunos otros aventuraban temerariamente que la Señora
buscaba “apoderarse del Papa”, lo que en rigor se insinuaba en marzo
era que la Presidente, tras toparse con una autoridad muy superior,
empezaba a resignarse a su tutela y a allanarse en busca de su sombra
eventualmente protectora. En el plano de las ideas y concepciones
jurídicas, las modificaciones que el oficialismo forzó a último
momento en el proyecto de Código Civil a instancias de una Presidente
atenta a no contrariar a Roma, representan para el kirchnerismo más
fundamentalista un herida tan lacerante como la perspectiva de
indemnizar a Repsol, negociar con los llamados fondos buitre, aceptar
monitoreos del Fondo Monetario Internacional o contemplar cómo la
señora de Kirchner exhorta a la búsqueda de financiamiento internacional
y entierra en la práctica la retórica del desendeudamiento. El
sedicente progresismo K comienza a fastidiarse ante la perspectiva de
tragar amargo y escupir dulce en nombre de la disciplina. Al
superprogresista Axel Kicillof, un héroe de ese sector, le toca el
papel de borrar con el codo el relato que él mismo contribuyó a escribir
en el pasado reciente.
Los cambios de dirección de la Presidente son adecuaciones a la
realidad: ya no hay fuerza para imponer, ya no hay superávit para
amortiguar tensiones, las reservas se encogen, el mandato se desliza
hacia su vencimiento y el futuro ya no luce como un horizonte
despejado, sino como una incógnita amenazante, ilustración del epigrama
de Giulio Andreotti: “El poder desgasta cuando no se lo tiene”.
Suena paradójico o, si se quiere, brutalmente elocuente: la Presidente
mejoró su imagen mientras la enfermedad la alejó de la gestión y los
micrófonos, embellecida, quizás, por el espejo deformante de quien la
reemplazaba o por su propia ausencia. Y ahora, cuando ha delegado el
gobierno en su nuevo jefe de gabinete, Jorge Capitanich, su poder
parece crecer y mejoran moderadamente las expectativas en la medida en
que muchos interpretan aquellos virajes como el eclipse del modelo y
del relato que ella supo encarnar y como el prólogo de una nueva etapa.
Los analistas y los mismos políticos miran ya hacia la nueva etapa, es
decir, más allá de este período: miran hacia los presidenciables del
peronismo (Massa o Scioli o Capitanich o De la Sota) o los de las otras
fuerzas. Mauricio Macri despliega su voluntad de competir con peronistas
y radicales (los llama “los de siempre”), el panradicalismo -con
Binner, Cobos, Sanz o Carrió- asegura que esta vez que esta vez sí
podrá construir una alternativa de poder. En ese futuro, la Argentina
despliega todas sus potencialidades, acrecienta su capacidad
agroalimentaria, atrae inversiones para desarrollar sus recursos
energéticos, en especial el shale oil y el shale gas, explota
sustentablemente sus posibilidades mineras, mejora la productividad, la
educación y la salud, perfecciona la distribución de la riqueza…
Entre esos proyectos realizables y el presente se extienden, sin
embargo, los desafíos de la transición: restablecer las condiciones de
competitividad, frenar el dispendio público, controlar la inflación,
atender a las necesidades sociales y a los requerimientos de provincias y
municipios, postergados en la absorción de recursos por la succión de
la caja central; proveer al aparato de defensa y seguridad sumido en el
retraso frente al acoso del crimen organizado, particularmente el
narcotráfico… En esas materias, el gobierno K en su crepúsculo y quienes
aspiran a sucederlo juegan al jenga: cada uno procura que los costos de
la transición y el derrumbe de la inestable estructura heredada le
ocurra al otro.
Jorge
Raventos