domingo, 1 de diciembre de 2013

VIRAJES


Virajes, expectativas y una transición jugando al jenga ¿Cuándo se inició el viraje del gobierno K que hoy provoca el desasosiego de sus seguidores, digamos, progresistas? Cinco semanas atrás, mientras la Presidente aún convalecía tras su operación del cráneo, en esta columna se señalaba que “hay que admitir que la Señora ya ha dado luz verde a cambios de rumbo. La decisión de pagar juicios perdidos en el CIADI, el tribunal de arbitraje del Banco Mundial, que hoy están en manos de fondos buitre representa todo un giro, que se aleja del rígido relato de los últimos años, lo mismo que la negociación con Chevron o la búsqueda de un arreglo con el Club de Paris. La realidad y el fracaso de los caminos que venía intentando, fuerzan al gobierno a buscar financiamiento en el mercado. Se verá si al reintegrarse al cargo la Presidente le da más intensidad a esa marcha”. El acuerdo anunciado esta semana en tres capitales hispanoablantes para que Buenos Aires restañe con varios miles de millones de dólares las heridas abiertas por la confiscación de las acciones de la española Repsol en YPF evidencia que la Señora no está dispuesta a (o no está en condiciones de) recuperar el derrotero anterior. Con todo, sólo desde un estrecho economicismo podría asegurarse que los cambios empezaron allí. Si bien se mira, la primera mutación significativa se manifestó en marzo, inmediatamente después de que el cardenal Jorge Bergoglio se conviertiera en Supremo Pontífice de la Iglesia Católica. Por aquellos días se describía aquí cómo “la señora de Kirchner fue modificando su franca, espontánea oposición original para dar lugar a una adecuación más o menos resignada a la ola de simpatía generada por Bergoglio. Con un pragmatismo calculado que se acentuó con el impacto del estilo sencillo y cordial del Papa, la señora buscó barrer bajo la alfombra su reticencia sobre el pastor a quien durante una década consideró un adversario y al que le negó catorce veces una audiencia”. Mientras una legión de kirchneristas contrariados masticaba resentimiento y algunos otros aventuraban temerariamente que la Señora buscaba “apoderarse del Papa”, lo que en rigor se insinuaba en marzo era que la Presidente, tras toparse con una autoridad muy superior, empezaba a resignarse a su tutela y a allanarse en busca de su sombra eventualmente protectora. En el plano de las ideas y concepciones jurídicas, las modificaciones que el oficialismo forzó a último momento en el proyecto de Código Civil a instancias de una Presidente atenta a no contrariar a Roma, representan para el kirchnerismo más fundamentalista un herida tan lacerante como la perspectiva de indemnizar a Repsol, negociar con los llamados fondos buitre, aceptar monitoreos del Fondo Monetario Internacional o contemplar cómo la señora de Kirchner exhorta a la búsqueda de financiamiento internacional y entierra en la práctica la retórica del desendeudamiento. El sedicente progresismo K comienza a fastidiarse ante la perspectiva de tragar amargo y escupir dulce en nombre de la disciplina. Al superprogresista Axel Kicillof, un héroe de ese sector, le toca el papel de borrar con el codo el relato que él mismo contribuyó a escribir en el pasado reciente. Los cambios de dirección de la Presidente son adecuaciones a la realidad: ya no hay fuerza para imponer, ya no hay superávit para amortiguar tensiones, las reservas se encogen, el mandato se desliza hacia su vencimiento y el futuro ya no luce como un horizonte despejado, sino como una incógnita amenazante, ilustración del epigrama de Giulio Andreotti: “El poder desgasta cuando no se lo tiene”. Suena paradójico o, si se quiere, brutalmente elocuente: la Presidente mejoró su imagen mientras la enfermedad la alejó de la gestión y los micrófonos, embellecida, quizás, por el espejo deformante de quien la reemplazaba o por su propia ausencia. Y ahora, cuando ha delegado el gobierno en su nuevo jefe de gabinete, Jorge Capitanich, su poder parece crecer y mejoran moderadamente las expectativas en la medida en que muchos interpretan aquellos virajes como el eclipse del modelo y del relato que ella supo encarnar y como el prólogo de una nueva etapa. Los analistas y los mismos políticos miran ya hacia la nueva etapa, es decir, más allá de este período: miran hacia los presidenciables del peronismo (Massa o Scioli o Capitanich o De la Sota) o los de las otras fuerzas. Mauricio Macri despliega su voluntad de competir con peronistas y radicales (los llama “los de siempre”), el panradicalismo -con Binner, Cobos, Sanz o Carrió- asegura que esta vez que esta vez sí podrá construir una alternativa de poder. En ese futuro, la Argentina despliega todas sus potencialidades, acrecienta su capacidad agroalimentaria, atrae inversiones para desarrollar sus recursos energéticos, en especial el shale oil y el shale gas, explota sustentablemente sus posibilidades mineras, mejora la productividad, la educación y la salud, perfecciona la distribución de la riqueza… Entre esos proyectos realizables y el presente se extienden, sin embargo, los desafíos de la transición: restablecer las condiciones de competitividad, frenar el dispendio público, controlar la inflación, atender a las necesidades sociales y a los requerimientos de provincias y municipios, postergados en la absorción de recursos por la succión de la caja central; proveer al aparato de defensa y seguridad sumido en el retraso frente al acoso del crimen organizado, particularmente el narcotráfico… En esas materias, el gobierno K en su crepúsculo y quienes aspiran a sucederlo juegan al jenga: cada uno procura que los costos de la transición y el derrumbe de la inestable estructura heredada le ocurra al otro. 
Jorge Raventos