MEDITACIONES DE LOS MISTERIOS DE LA PASIÓN Y MUERTE DE NUESTRO REDENTOR
Fray Luis de Granada
MEDITACIÓN
De los trabajos que el Salvador pasó en
aquella noche de su Pasión,
y de la negación de San Pedro
Después de esto considera los trabajos
que el Salvador pasó toda aquella noche dolorosa; porque los soldados
que le guardaban escarnecían de Él (como dice San Lucas), y tomaban por
medio para vencer el sueño de la noche estar burlando y jugando con el
Señor de la majestad.
Mira pues, oh ánima, cómo tu dulce Esposo
está puesto como blanco a las saetas de tantos golpes y bofetadas como
allí le daban. ¡Oh noche cruel! ¡Oh noche desasosegada, en la cual, oh
buen Jesús, no dormías, ni dormían los que tenían por descanso
atormentarte!
La noche fue ordenada para que en ella
todas las criaturas tomasen reposo, y los sentidos y miembros cansados
de los trabajos del día descansasen; y ésta toman ahora los malos para
atormentar todos tus miembros y sentidos, hiriendo tu cuerpo, afligiendo
tu ánima, atando tus manos, abofeteando tu cara, escupiendo tu rostro, y
atormentando tus oídos, para que en el tiempo en que todos los miembros
suelen descansar, todos ellos en Ti penasen y trabajasen.
¡Qué Maitines estos tan diferentes de los
que en aquella hora te cantarían los Coros de los Ángeles en el cielo!
Allá dicen Santo, Santo, Santo; acá dicen muera, muera; crucifícalo,
crucifícalo.
¡Oh Ángeles del Paraíso, que las unas y
las otras voces oías! ¿Qué sentías, viendo tan maltratado en la tierra
aquel a quien vosotros con tanta reverencia tratáis en el Cielo? ¿Qué
sentías viendo que Dios tales cosas padecía por los mismos que tales
cosas hacían? ¿Quién jamás oyó tal manera de caridad, que padezca uno la
muerte por librar de la muerte al mismo que se la da? No se puede
encarecer más la malicia del hombre que haber llegado a poner las manos
en su mismo Dios; ni la bondad y misericordia de Dios, que haber querido
padecer esto por la criatura que tal hizo.
Crecieron sobre todo esto los trabajos de
aquella noche dolorosa con la negación de San Pedro; aquel tan familiar
amigo, aquel escogido para ver la gloria de la transfiguración, aquel
entre todos tan honrado con el principado de la Iglesia; ese primero que
todos, no una, sino tres veces, en presencia del mismo Señor, jura y
perjura que no lo conoce, ni sabe quién es.
¡Oh Pedro! ¿Tan mal hombre es ese que ahí
está, que por tan gran vergüenza tienes aun haberlo conocido? Mira que
eso es condenarlo tú primero que los pontífices; pues das a entender en
eso, que es Él persona tal, que tú mismo le desprecias y deshonras de
conocerle. ¿Pues qué mayor injuria que esa?
Volvióse entonces el Salvador, y miró a
Pedro, y fuéronsele los ojos tras de aquella oveja que se le había
perdido. ¡Oh vista de maravillosa virtud! ¡Oh vista callada, más
grandemente significativa! Bien entendió Pedro el lenguaje y las voces
de aquella vista, pues las del gallo no bastaron para despertarlo, y
estas sí; mas no solamente hablan, sino también obran los ojos de
Cristo, y las lágrimas de Pedro lo declaran, las cuales no manaron tanto
de los ojos de Pedro, cuanto de los ojos de Cristo.
De manera, que cuando alguna ver
despertares y volvieres en ti, debes entender que ese es beneficio de
los ojos del Señor, que te miran. Ya habían cantado los gallos, y no se
acordaba Pedro, porque aún no le había mirado el Señor. Mirólo,
acordóse, y arrepintióse, y lloró su pecado; porque sus ojos abren los
nuestros, y ellos son los que despiertan a los dormidos.
Luego dice el Evangelista, que Pedro
salió fuera y lloró amargamente; para que entiendas que no basta llorar
el pecado, sino que es menester también huir el lugar y las ocasiones
del pecado. Porque llorar siempre los pecados, y siempre repetirlos, eso
es provocar siempre contra ti la ira del Señor.
Y considera, que la principal culpa de
Pedro fue haber tenido empacho y temor de parecer discípulo de Cristo: y
eso se dice haberle negado. Pues si esto es negar a Cristo, ¿cuántos
cristianos hallarás que de esta manera le nieguen? ¿Cuántos hay que
rehúsan de confesar y comulgar, y orar y tratar de Dios, y conversar con
buenos, y sufrir injurias, porque el mundo no los desestime y burle de
ellos? ¿Pues qué es esto sino tener vergüenza de parecer discípulo de
Cristo, y guardador de sus mandamientos? ¿Y qué es esto sino negar a
Cristo como le negó San Pedro, que tuvo vergüenza de parecer discípulo
suyo?
¿Pues qué esperan los que esto hacen,
sino aquel castigo y sentencia del Salvador, que dice: el que se
afrentare de parecer mi discípulo delante de los hombres, el Hijo de la
Virgen se afrentará de reconocerlo por suyo cuando venga con su
majestad, y con la del Padre, y de los Santos Ángeles.
Acabada esta noche tan triste, llevan
luego al Salvador a casa del adelantado Pilato; y él (porque supo que
era natural de Galilea) envióle a Herodes, que era rey de aquella
tierra; el cual le tuvo por loco y como a tal le mandó vestir de una
vestidura blanca, y así le volvió a enviar a Pilato.
En lo cual parece que el Salvador en este
mundo no solo fue tenido por malhechor, sino también por loco. ¡Oh
misterio de grande veneración! La principal virtud del cristiano es no
hacer caso de los juicios y pareceres del mundo. Pues aquí tienes,
hermano, donde puedes aprender muy bien esta filosofía, y consolarte con
este ejemplo cada vez que fueres desestimado del mundo; porque no te
puede el mundo hacer injuria, ni levantar testimonio, que primero no lo
levantase a Cristo.
Él fue tenido por malhechor y revolvedor
del pueblo, y por tal lo acusan ante los jueces, y le piden la muerte.
Fue tenido por nigromántico y endemoniado; y así decían, que en virtud
de Belcebú lanzaba los demonios. Fue tenido por glotón y comedor, y así
decían: catad aquí un hombre tragador y bebedor de vino. Fue tenido por
hombre que andaba en malos tratos y compañías, y así decían que se
juntaba con publícanos y pecadores, y comía con ellos. Fue tenido por
hombre de mala generación y mala casta; y así dijeron: tú samaritano
eres, y demonio tienes. Fue tenido por hereje y blasfemo, y así dijeron
que se hacia Dios, y que perdonaba los pecados como Dios. No faltaba
sino que después de todo esto le tuviesen por loco; y por tal es ahora
tenido, no de quien quiera, sino de los caballeros y cortesanos de
Herodes, y así le visten como a loco, porque todos le tuviesen por tal.
¡Oh inestimable humildad! ¡Oh ejemplo de toda virtud! ¡Oh consuelo de
toda tribulación!
Pues para que tú hagas poco caso de los
juicios y aprecios del mundo, y veas cuán loco es, y cuán desatinado en
sus dichos y hechos, y en sus pareceres y juicios, pon los ojos en este
dechado de todas las virtudes, y en este consuelo general de todos los
males, y mira aquí cómo la sabiduría de Dios es tenida por locura; la
virtud por maleficio; la verdad por herejía; la templanza por
glotonería; el pacificador del mundo por alborotador del mundo; el
reformador de la ley por quebrantador de la ley; y el justificador de
los pecadores por pecador y seguidor de pecadores.
En todas estas idas y venidas, y en todas
estas demandas y respuestas ante los jueces, mira con grande atención
aquella mesura del Salvador, aquella serenidad de rostro, y aquella
entereza de ánimo nunca vencido ni quebrantado con tan grandes
encuentros. Y viéndose en presencia de tantos jueces y tribunales; en
medio de tantas injurias y heridas, entre tanta confusión de voces y
clamores de los que le acusaban y pedían la muerte, entre tanta furia y
rabia de enemigos, y aun estando ya la muerte y el madero de la cruz
presente; en medio de tantas olas y torbellinos fue tan maravillosa su
constancia, su paciencia y su templanza, que no hizo ni dijo cosa que no
fuese de grande y generoso corazón.
No salió de su boca palabra áspera ni
dura; no se acuitó ni abajó a ruegos, ni suplicaciones, ni lágrimas;
sino en todo y por todo guardó la mesura que convenía a la dignidad de
tan alta persona. ¡Qué silencio entre tantas y tan falsas acusaciones!
¡Qué miramiento (cuando había de hablar) en sus palabras! ¡Qué prudencia
en sus respuestas! Finalmente, tal fue la figura de su rostro y de su
ánimo en estos negocios, que ella sola sin más testimonio bastara para
justificar su causa, si la bajeza de aquellos entendimientos tan
groseros alcanzara a entender la alteza de esta probanza.
MEDITACIÓN
De los azotes que el Señor recibió en la columna
Después de todas estas injurias,
considera los azotes que el Salvador padeció en la columna. Porque el
juez (visto que no podía aplacar la furia de aquellos tan crueles
enemigos) determinó de hacer en Él un tan famoso castigo, que bastase
para satisfacer la rabia de aquellos tan incrédulos corazones, para que
contentos con esto, dejasen de pedirle la muerte.
Este es uno de los grandes y maravillosos
espectáculos que ha habido en el mundo. ¿Quién jamás pensó que habían
de caer azotes en las espaldas de Dios? Dice David: altísimo es, Señor,
el lugar de tu refugio, no llegará mal adonde tú estuvieres; y el azote
no tendrá que ver en tu morada.
¿Pues qué cosa más lejos de la alteza y
gloria de Dios, que la bajeza de los azotes? Castigo es este de esclavos
y ladrones, y tan abatido castigo, que bastaba ser uno ciudadano de
Roma para no estar sujeto a él, por culpado que fuese. ¿Y con todo esto,
que venga ahora el Señor de los cielos, el criador del mundo, la gloria
de los Ángeles, la sabiduría, el poder y la gloria de Dios vivo a ser
castigado con azotes?
Creo verdaderamente que los coros de los
Ángeles estuvieron aquí como atónitos y espantados mirando esta
maravilla, y adorando y reconociendo la inmensidad de aquella divina
bondad que aquí se les descubría; porque si hinchieron los aires de
voces y alabanzas el día de su nacimiento, no habiendo visto más que los
pañales y el pesebre; ¿qué harían ahora viendo los azotes y la columna?
Pues tú, ánima mía, a quien tanto más que a los Ángeles toca este
negocio, ¿cuánto más lo debes sentir y agradecer?
Entra pues ahora con el espíritu en el
pretorio de Pilato, y lleva contigo las lágrimas aparejadas, que serán
bien menester para lo que allí verás y oirás. Mira como aquellos crueles
y viles carniceros desnudan al Salvador de sus vestiduras con tanta
inhumanidad, y como Él se deja desnudar de ellos con tanta humildad, sin
abrir la boca, ni responder palabra a tantas descortesías como allí le
dirían. Mira como luego atan aquel santo cuerpo a una columna, para que
allí le pudiesen herir más a su placer, donde y como ellos más
quisiesen. Mira cuán solo estaba allí el Señor de los Ángeles entre tan
crueles verdugos, sin tener de su parte ni padrinos, ni valedores que
hiciesen por Él, ni aun siquiera ojos que se compadeciesen de Él. Mira
como luego comienzan con grandísima crueldad a descargar sus látigos y
disciplinas sobre aquellas delicadísimas carnes, y como se añaden azotes
sobre azotes, y llagas sobre llagas, y heridas sobre heridas. Allí
verás luego ceñirse aquel sacratísimo cuerpo de cardenales, rasgarse el
cutis, reventar la sangre, y correr a hilo por todas partes.
Mas sobre todo esto, ¿qué sería ver
aquella tan grande llaga que en medio de las espaldas estaría abierta,
adonde principalmente caían todos los golpes? Creo sin duda que estaría
tan abierta, y tan ahondada, que si un poco pasaran más adelante,
llegaran a descubrir los huesos blancos entre la carne colorada, y
acabara aquella santa vida antes de la cruz en la columna.
Finalmente, de tal manera hirieron y
despedazaron aquel hermosísimo cuerpo; de tal manera le araron y le
cargaron de azotes, y sembraron de llagas, que ya tenía perdida la
figura de quien era, y aun apenas parecía hombre. Mira pues, ánima mía,
cuál estaría allí aquel mancebo hermoso y vergonzoso, estando (como
estaría) tan maltratado y tan avergonzado y desnudo. Mira como aquella
carne tan delicada, tan hermosa, y como una flor de toda carne, es allí
por todas partes abierta y despedazada.
Mandaba la ley de Moisés, que azotasen a
los malhechores, y que, conforme a la medida de los delitos, así fuese
la de los azotes; con tal condición que no pasasen de cuarenta; porque
no caiga (dice la ley) tu hermano delante de ti feamente despedazado;
pareciendo al dador de la ley, que exceder este número era una manera de
castigo tan atroz, que no se compadecía con las leyes de hermandad.
Mas en Ti, oh buen Jesús, que nunca
quebrantaste la ley de la justicia, se quebrantan todas las leyes de la
misericordia, y de tal manera se quebrantan, que en lugar de cuarenta,
te dan cinco mil y tantos azotes, como muchos santos doctores
testifican.
Pues si tan afeado estaría un cuerpo
pasando de cuarenta azotes, ¿cuál estaría el tuyo, dulcísimo Señor y
Padre mío, pasando de cinco mil? Oh alegría de los Ángeles, y gloria de
los Bienaventurados, ¿quién así te descompuso? ¿Quién así afeó con
tantas manchas el espejo de la inocencia? Claro está, Señor, que no
fueron tus pecados, sino los míos; no tus hurtos, sino los míos los que
así te maltrataron.
El amor y la misericordia te cercaron, y
te hicieron tomar esa carga tan pesada. El amor hizo que me dieses todos
tus bienes; y la misericordia que tomases sobre ti todos mis males.
Pues sí en tales y tan rigurosos trances te pusieron misericordia y
amor, ¿quién habrá que esté ya dudoso de tu amor? Si el mayor testimonio
de amor es padecer dolores por el amado, ¿qué será cada uno de esos
dolores, sino un testimonio de amor? ¿Qué serán todas esas llagas, sino
unas bocas celestiales, que todas me predican amor, y me demandan amor? Y
si tantos son los testigos cuantos fueron los azotes; ¿quién podrá
poner duda en la probanza que con tantos testigos es probada?
¿Pues cuál incredulidad es la mía, que
con tales y tantos argumentos no se convence? Maravillase el Evangelista
San Juan de la incredulidad de los judíos, diciendo que habiendo el
Señor hecho tantas señales entre ellos para confirmar su doctrina, no
quisiesen creer en Él. Oh Santo Evangelista, deja ya de maravillarte de
esa incredulidad, y maravíllate de la mía; porque no es menor argumento
el padecer dolores para creer el amor de Cristo, que el hacer milagros
para creer en Cristo.
Pues si es gran maravilla, habiendo hecho
tantos milagros, no creer lo que dice, ¿cuánto mayor lo será habiendo
recibido por nosotros cinco mil y tantos azotes, no creer que nos ama?
¿Pues qué será si juntamos con las heridas de la columna todos los otros
pasos y trabajos de su vida, pues todos nacieron de amor?
¿Quién te trajo, Señor, del cielo a la
tierra, sino amor? ¿Quién te bajó del seno del Padre al de la Madre, y
te vistió de nuestro harto, y te hizo participante de nuestras miserias,
sino amor? ¿Quién te puso en el establo, y te reclino en un pesebre, y
te echó por tierras extrañas, sino amor? ¿Quién te hizo traer acuestas
el yugo de nuestra mortalidad por espacio de tantos años, sino amor?
¿Quién te hizo sudar y caminar, velar y trasnochar, cercar la mar y la
tierra, buscando las ánimas, sino amor?
¿Quién ató a Sansón de pies y manos, y lo
tresquiló y despojó de toda su fortaleza, y lo hizo escarnio de sus
enemigos, sino el amor de Dalila su esposa? ¿Y quién a ti, nuestro
verdadero Sansón, ató, tresquiló y despojó de tu virtud y fortaleza, y
entregó en manos de tus enemigos, para que te escarneciesen, escupiesen y
burlasen, sino el amor de tu esposa la Iglesia, y de cada una de
nuestras ánimas?
¿Quién, finalmente, te trajo hasta poner
en un palo, y estar allí todo de pies a cabeza tan maltratado; las manos
enclavadas, el costado partido, los miembros descoyuntados, el cuerpo
sangriento, las venas agotadas, los labios secos, la lengua amargada, y
todo finalmente despedazado? ¿Quién pudo hacer tal estrago como éste,
sino el amor? ¡Oh amor grande! ¡Oh amor gracioso! ¡Oh amor tal, cual
convenía a las entrañas y a la inmensidad de aquel que es infinitamente
bueno y amoroso, y todo amor!
Pues con tales y tantos testimonios como
estos, ¿cómo no creeré yo, Señor, que me amas? pues es cierto que no has
mudado en el cielo el corazón que tenías en la tierra. No eres Tú como
aquel copero de Faraón, que cuando se vio en prosperidad, se olvidó de
los humildes amigos que en la cárcel había dejado, sino antes la
prosperidad y gloria de que ahora gozas en el cielo te hace tener mayor
piedad de los hijos que dejaste acá en la tierra.
Pues, si es cierto que tanto me amas,
¿cómo no Te amaré yo? ¿Cómo no esperaré en Ti? ¿Cómo no me fiaré de Ti?
¿Cómo no me tendré yo por dichoso y rico, teniendo al mismo Dios por tal
amigo?
Gran maravilla es por cierto que me ponga
ya en cuidado alguna cosa de esta vida; pues tengo de mi parte un tan
rico y tan poderoso amador, por cuyas manos pasa todo.