MEDITACIONES DE LOS MISTERIOS DE LA PASIÓN Y MUERTE DE NUESTRO REDENTOR
Fray Luis de Granada
MEDITACIÓN
De cómo fue preso el Salvador
Mira después, como acabada la oración,
llegó aquel falso amigo con aquella infernal compañía, renunciando ya el
oficio del apostolado, y hecho adalid y capitán del ejército de
satanás. Mira cuán sin vergüenza se adelantó primero que todos, y
llegado al buen Maestro, le vendió con beso de falsa paz. Gran miseria
es ser un hombre vendido por dineros, y mucho mayor si es vendido de sus
amigos y de aquellos a quien él hizo bien.
Cristo es vendido de quien había hecho no
solamente discípulo, sino apóstol, y es vendido con engaños y
traiciones, y es vendido a cruelísimos mercaderes, que no quieren más de
Él que la sangre y el pellejo para hartar su hambre.
Mas, ¿por qué precio es vendido? La
bajeza del precio acrecienta la grandeza de la injuria. Dime, Judas:
¿por qué precio pones en almoneda al Señor de lo criado? ¿Por treinta
dineros? ¡Oh qué bajo precio ese para tan grande Señor! Por más subido
precio se suele vender una bestia en el mercado; ¿y tú por éste vendes a
Dios? No te tiene Él a ti en ese precio, pues te compra con su Sangre.
¡Oh estima del hombre, y desestima de Dios! ¡Dios es vendido por treinta
dineros, y el hombre es comprado por la Sangre del mismo Dios!
En aquella hora dijo el Señor a los que
le venían a prender: así como a ladrón salisteis a mí con espadas y
lanzas. Y habiendo yo estado con vosotros cada día en el templo, no
extendisteis las manos en mí; mas esta es vuestra hora, y el poder de
las tinieblas.
Este es un misterio de grande admiración.
¿Qué cosa de mayor espanto que ver al Hijo de Dios tomar imagen no
solamente de pecador, sino también de condenado? Esta es (dice Él) vuestra hora, y el poder de las tinieblas.
De las cuales palabras se saca, que por aquella hora fue entregado
aquel inocentísimo Cordero en poder de los príncipes de las tinieblas,
que son los demonios; para que por medio de sus miembros y ministros
ejecutasen en Él todos los tormentos y crueldades que quisiesen. Y así
como el santo Job por divina permisión fue entregado en poder de satanás
para que le hiciese todo el mal que quisiese, con tanto que no le
tocase en la vida; así fue dado poder a los príncipes de las tinieblas,
sin excepción de vida ni de muerte, para que empleasen todas sus furias y
rabias contra aquella santa humanidad.
De aquí nacieron aquellos tan varios
ensayos y maneras de escarnios y vituperios nunca vistos con que el
demonio pretendía hartar su odio, vengar sus injurias, y derribar
aquella santa ánima en alguna impaciencia, si le fuera posible.
Mostróme Dios (dice el profeta Zacarías) a
Jesús, sacerdote grande, vestido de una vestidura manchada, y satanás
estaba aparejado a su diestra para hacerle contradicción. Más el
Salvador responde por su parte, diciendo: ponía yo al Señor siempre
delante de mis ojos, porque Él está a mí diestra para que no pueda yo
ser movido.
Piensa pues tú ahora hasta dónde se abajó
aquella alteza divina por ti, pues llegó al postrero de todos los
males, que es a ser entregado en poder de los miembros del demonio. Y
porque la pena que tus pecados merecían era ésta, Él se quiso poner a
esta pena, porque tú quedases libre de ella. Oh santo profeta, ¿de qué
te maravillas viendo a Dios hecho menor que los Ángeles? Maravíllate
ahora mucho más de verle entregado en poder de los ministros del
demonio. Sin duda los cielos y la tierra temblaron de tan grande
humildad y caridad.
Dichas estas palabras, arremetió luego
toda aquella manada de lobos hambrientos con el manso cordero, y unos le
arrebataban por una parte, y otros por otra, cada uno como más podía.
¡Oh cuan inhumanamente le tratarían, cuántas descortesías le dirían,
cuántos golpes y estirones le darían, qué gritos y voces alzarían, como
suelen hacer los vencedores cuando se ven ya con la presa!
Toman aquellas santas manos (que poco
antes habían obrado tantas maravillas), y átanlas fuertemente con unos
lazos corredizos hasta desollarle el pellejo de los brazos, y hasta
hacerle reventar la sangre; y así le llevan atado por las calles
públicas con grande ignominia. ¡Oh espectáculo de grande admiración!
Piensa tú ahora qué sentirías si
conocieses alguna persona de grande autoridad y merecimiento, y la
vieses llevar por las calles públicas en poder de la justicia, con una
soga a la garganta, cruzadas y atadas las manos con grande alboroto y
concurso del pueblo, y con grande estruendo de armas y de gente de
guerra.
Mira lo que en este caso sentirías, y
luego alza los ojos, y contempla este Señor de tanta reverencia, y que
tales maravillas obraba en aquella tierra, y tales sermones predicaba; a
quien reverenciaban todos los enfermos y necesitados, y pedían el
remedio de todos sus males; mira como ahora le llevan tan desahuciado y
avergonzado, medio andando, medio arrastrando; haciéndole llevar el
paso, no cual a su gravedad y persona convenía, sino cual quería la
furia de sus enemigos y el deseo que tenían de contentar a los fariseos,
que tanta hambre tenían por ver ya aquella presa en sus uñas.
Mírale muy bien cuál va por este camino,
desamparado de sus discípulos, acompañado de sus enemigos, el paso
corrido, el aliento apresurado, el color mudado, y el rostro ya
encendido y sonroseado con la prisa del caminar. Y contempla en tan mal
tratamiento de su persona, tanta mesura en su rostro, tanta gravedad en
sus ojos, y aquel semblante divino que en medio de todas las
descortesías del mundo nunca pudo ser obscurecido.
Sube luego más arriba, y párate a
considerar quién es éste que así ves llevar con tanta deshonra. Este es
el Verbo del Padre, sabiduría eterna, virtud infinita, bondad suma,
bienaventuranza cumplida, gloria verdadera, y fuente clara de toda
hermosura.
Mira, pues, cómo por tu salud y remedio
es aquí atada la virtud, y presa la inocencia, escarnecida la sabiduría,
y vituperada la honra, atormentada la gloria, y enturbiada con lágrimas
y dolores la fuente clara de toda hermosura.
Si tanto sintió el sacerdote Helí la
prisión del arca del Testamento, que de espanto cayó de la silla donde
estaba, y quebradas las cervices, súbitamente murió; ¿qué debe sentir el
ánima cristiana cuando ve el Arca de todos los tesoros de la sabiduría
de Dios llevada y presa en poder de tales enemigos? Alábenle pues los
cielos y la tierra, y todo lo que en ellos es; porque oyó el clamor de
los pobres, y no menospreció el gemido de los presos, pues quiso Él ser
preso por libertarlos.
De los que espiritualmente atan las manos a Cristo
Pues, ¡oh clementísimo y dulcísimo
Salvador! que quisiste ser atado por desatarnos y librarnos de nuestro
cautiverio; suplícote por las entrañas de misericordia que a este paso
te trajeron; no permitas que cometa yo tan grande maldad como es atarte
las manos, como hicieron los judíos. Porque no sólo ellos ataron tus
manos, sino también las ata el que resiste a tus santas inspiraciones, y
no quiere ir por donde Tú le quieres guiar, ni recibir lo que Tú
misericordiosamente le quieres dar.
También ata tus manos el que a su próximo
escandaliza, y le aparta con su mal ejemplo y consejo de su buen
propósito, e impide la buena obra que Tú comenzabas a obrar en él.
Los desconfiados también, Señor, y los
incrédulos atan las manos de tu liberalidad y clemencia; porque así como
la confianza abre las manos de tu gracia, así las ata la incredulidad y
la desconfianza. Conforme a lo cual dice el Evangelista que no podías
hacer muchas virtudes y milagros en tu patria por la incredulidad de los
vecinos y moradores de ella.
Los desagradecidos también, y los
negligentes Te atan las manos, y ponen impedimento a tu gracia; los unos
porque no Te dan gracias por la gracia; y los otros porque la tienen
ociosa y baldía, sin querer aprovecharse de ella.
Finalmente los que toman vanagloria por
las gracias que les has dado; estos también atan tus manos tan
fuertemente; porque con esta culpa se hacen indignos de tu gracia.
Porque no es razón que Tú prosigas en hacer mercedes a quien toma de
ellas ocasión para hacerse más vano; ni que Tú des las riquezas de tus
gracias a quien no Te acude con el tributo de la gloria, sino antes,
como traidor y robador, se alza con ella, y usurpa los derechos de la
gloria que a Ti solo pertenecían.
También diría yo, Señor, que Te atan las
manos los parleros, y los que tienen poco secreto de las consolaciones y
sentimientos que les das; porque así como los hombres avisados y
discretos dejan de dar parte de sus secretos a los que hallaron infieles
en guardarlos; así Tú también muchas veces dejas de dar parte de los
tuyos a los que sin causa los publican a otros, y toman de ahí ocasión
para hacerse más vanos.
Contemplarás ahora las presentaciones del Señor ante los pontífices y jueces. La primera a Anás, la segunda a Caifás, la tercera a Herodes, la cuarta a Piloto; y después de esto los azotes a la columna.
EL TEXTO DE LOS EVANGELISTAS DICE ASÍ:
Pues como el Señor fuese presentado al pontífice Anás, preguntóle el pontífice por sus discípulos y doctrina; respondió Jesús: yo públicamente he hablado al mundo; yo siempre enseñé en públicos ayuntamientos, y en el templo, donde todos los judíos se juntan; y en secreto no he hablado nada. ¿Qué me preguntas a mí? Pregunta a los que lo han oído, que
ellos saben lo que yo he dicho. Como él dijese esto, uno de los
ministros que asistían al pontífice, dio una bofetada a Jesús, diciendo: ¿así respondes al pontífice? Respondió Jesús; si mal hablé, muéstrame en qué; y si bien, ¿por qué me hieres?
Envióle Anás atado a Caifás, donde los letrados de la ley, y
los ancianos estaban ayuntados; y el príncipe de los sacerdotes, y los
letrados buscaban algún falso testimonio contra Jesús por donde le
condenasen a muerte, y no lo hallaban, aunque se juntaron allí muchos
falsos testigos; en fin vinieron dos falsos testigos, y dijeron: éste
dijo: yo puedo destruir el templo de Dios, y volverlo a reedificar
después de tres días. Y levantándose el príncipe de los sacerdotes,
díjole: conjúrote de parte de Dios vivo, que nos digas si tú eres Cristo Hijo de Dios. Díjole Jesús: tú lo dijiste; más
en verdad os digo que presto veréis el Hijo de la Virgen asentado a la
diestra de la virtud de Dios, y venir en las nubes del cielo. Entonces
el príncipe de los sacerdotes rasgó sus vestiduras, y dijo: blasfemado ha, ¿qué necesidad tenemos aquí de testigos? Catad aquí, habéis oído la blasfemia; ¿qué os parece? Ellos respondieron: merecedor es de muerte. Entonces escupieron en su rostro, y diéronle de pescozones; y otros le daban en la cara bofetadas, y decían: profetízanos, Cristo, quién es el que te hirió.
El día
siguiente por la mañana toda la muchedumbre de los príncipes del pueblo
llevaron a Jesús a Pilato, y comenzaron a acusarle, diciendo: a este hombre hallarnos que pervertía nuestra gente, y vedaba que no se pagase tributo al César, diciendo que él era el Rey Mesías. Y Pilato preguntóle, diciendo: ¿tú eres Rey de les judíos? Y él respondió: tú lo dices. Y siendo acusado de los príncipes de los sacerdotes, y de los más ancianos, no respondía nada. Entonces dijo Pilato: ¿no oyes cuántos testimonios dicen contra ti? Y
él no respondió a ninguna palabra; tanto, que el juez estaba
maravillado en gran manera. Dijo pues Pilato a los príncipes de los
sacerdotes, y a la gente: no hallo culpa en este hombre. Mas ellos daban voces, y porfiaban, diciendo: ha alborotado el pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando donde Galilea hasta aquí.
Pilato oyendo que se hacía mención de Galilea, preguntó ¿si por ventura aquel hombre fuese natural de Galilea? Y como supo que era de la jurisdicción de Herodes, envióle a él, que en aquellos días estaba en Jerusalén. Y Herodes viendo a Jesús, gozóse mucho, porque había mucho tiempo que le deseaba ver, y había oído muchas cosas de él y
esperaba ver algún milagro que hiciese delante de él. Estaban allí los
príncipes de los sacerdotes y letrados de la ley acusándole fuertemente.
Y menosprecióle Herodes con toda su corte, e hizo burla de él, y vistiéndole de una vestidura blanca volvióle a enviar a Pilato.
Y por razón del día solemne de la Pascua, tenía por costumbre el presidente soltarles un preso, cual ellos le pidiesen. Y tenía entonces preso un malhechor famoso, que se decía Barrabás. Pues ayuntándolos a todos en uno, díjoles Pilato: ¿a quién queréis que os suelte de los dos, a Barrabás, o a Jesús, que
se llama Cristo? Y ellos respondieron: no a éste, sino a Barrabás, el
cual estaba en la cárcel por un alboroto que había hecho en la ciudad, en el cual había muerto un hombre. Díjoles entonces Pilato: ¿pues qué haré de Jesús, que se llama Cristo? Dicen todos: sea crucificado: entonces tomo Pilato a Jesús, y azotóle.
MEDITACIÓN
sobre estos pasos del texto
Muchas cosas tienes, ánima mía, que
contemplar hoy; muchas estaciones tienes que andar en compañía del
Salvador, si no quieres con los discípulos huir, o si no te pesan los
pies para andar los caminos que el Señor tuvo por bien de caminar por
ti. Cinco veces es hoy llevado a diversos jueces, y en cada casa de
ellos es maltratado por ti, y paga tu merecido. En una casa es
abofeteado, en otra escupido, en otra escarnecido, y en otra azotado,
coronado con espinas, y sentenciado. Mira qué estaciones estas para no
quebrar el corazón, y para no andar los pies descalzos, y corriendo
sangre.
Vamos pues a la primera, que fue a casa
de Anás, y mira cómo allí, respondiendo el Señor cortésmente a la
pregunta que el pontífice le hizo sobre sus discípulos y doctrina, uno
de aquellos malvados que presentes estaban dio una bofetada en su divino
rostro, diciendo: ¿así has de responder al pontífice? Al cual el
Salvador benignamente respondió: si mal hablé, muéstrame en qué; y si
bien, ¿por qué me hieres?
Mira pues, aquí, oh ánima mía, no
solamente la mansedumbre de esta respuesta, sino también aquel divino
rostro señalado y colorado con la fuerza del golpe; y aquella mesura de
ojos tan serenos y tan sin turbación en aquella afrenta, y aquella ánima
santísima, en lo interior tan humilde y tan aparejada para volver la
otra mejilla, si el verdugo lo pidiera. ¡Oh malaventurada mano, qué tal
has parado el rostro ante cuyo acatamiento se arrodilla el cielo! ¡Ante
cuya majestad tiemblan los serafines, y toda la naturaleza criada! ¿Qué
viste en él, porque así borraste la figura de aquel que es traslado de
la gloria del Padre? ¿Y así afeaste y avergonzaste el más hermoso de los
hijos de los hombres?
Más no será ésta la postrera de las
injurias de esta noche, porque de esta casa llevan al Señor a la del
pontífice Caifás, donde será razón que le vayas acompañando, y ahí verás
eclipsado el Sol de Justicia, y escupido aquel divino rostro en que
desean mirar los Ángeles. Porque como el Salvador, siendo conjurado por
el nombre del Padre, que dijese quién era, respondiese a esta pregunta
lo que convenía a aquellos que tan indignos eran de oír tan alta
respuesta, cegándose con el resplandor de tan grande luz, volviéronse
contra si como perros rabiosos, y allí descargaron sobre Él todas sus
iras y rabias.
Allí todos a porfía le dan de bofetadas y
pescozones; allí escupen con sus infernales bocas en aquel divino
rostro; allí le cubren los ojos con un paño; y dándole bofetadas en la
cara, juegan con él, diciendo: adivina quién te dio.
¡Oh maravillosa humildad y paciencia del
Hijo de Dios! ¡Oh hermosura de los Ángeles! ¿Rostro era ese para escupir
en él? Al rincón más despreciado suelen volver los hombres la cara
cuando quieren escupir; ¿y en todo ese palacio no se halló otro lugar
más despreciado que tu rostro para escupir en él? ¿Cómo no te humillas
con este ejemplo, tierra y ceniza? ¿Cómo ha quedado en el mundo rastro
de soberbia después de tan grande ejemplo de humildad? Dios calla
escupido y abofeteado; los Ángeles y todas las criaturas tienen las
manos quedas viendo así maltratar su Criador; ¿y el vil gusanillo
trastorna el mundo sobre un punto de honra?
¿De qué os espantáis, hombres, por ver a
Dios tan abatido y maltratado en el mundo, pues venía a curar la
soberbia del mundo? Si te espanta la aspereza de la medicina, mira la
grandeza de la llaga, y verás que tal llaga, tal medicina como ésta
requería, pues aun con todo esto no está sana.
¿Te espantas de ver a Dios tan humillado?
yo me espanto de ver a ti todavía tan soberbio, estando Dios tan;
humillado. ¿Te espantas de ver a Dios abajado al polvo de la tierra? yo
me espanto de ver que con todo esto el polvo y la tierra se levante
sobre el cielo, y quiera ser más honrado que Dios.
¿Pues cómo no basta este tan maravilloso
ejemplo para vencer la soberbia del mundo? Bastó la humildad de Cristo
para vencer el corazón de Dios y amansarlo; ¿y no bastará para vencer el
tuyo y humillarlo?
Dijo el Ángel al patriarca Jacob. No te
llamarás ya más Jacob, sino Israel será tu nombre; porque si para con
Dios fuiste poderoso, ¿cuánto más lo serás para con los hombres? Pues si
la humildad y mansedumbre de Cristo prevalecieron contra el furor y
contra la ira divina; ¿cómo no prevalecen contra nuestra soberbia? Si
aplacaron y amansaron un corazón tan poderoso como el de Dios airado;
¿cómo no truecan y amansan el nuestro?
Espántame, y mucho me espanto, cómo con
esta paciencia no se vence tu ira; con este abatimiento tu soberbia; con
estas bofetadas tu presunción; con este silencio tan profundo, entre
tantas injurias, los pleitos que tú revuelves porque te tocaron en la
ropa.
Gran maravilla es ver que por medio de
tan terribles injurias quisiese Dios derribar el reino de nuestra
soberbia; y gran maravilla es también que hecho todo esto, esté aún viva
la memoria de Amalech debajo del cielo, y queden todavía reliquias de
esta mala generación.
Cura pues en mí, oh buen Jesús, con el
ejemplo de tu humildad la locura de mi soberbia; y pues la grandeza de
tus llagas me dice claro que tengo necesidad de remediador, tu remedio
me diga que ya le tengo.