MEDITACIONES DE LOS MISTERIOS DE LA PASIÓN Y MUERTE DE NUESTRO REDENTOR
Fray Luis de Granada
MEDITACIÓN
De la compasión del Hijo a la Madre, y de la Madre al Hijo en la Cruz
Crecieron los dolores del Hijo con la
presencia de la Madre, con los cuales no menos estaba su Corazón
crucificado de dentro, que el sagrado cuerpo lo estaba de fuera.
Dos cruces hay para Ti, oh buen Jesús, en
este día: una para el cuerpo y otra para el ánima; la una es de pasión,
y la otra de compasión. La una traspasa el cuerpo con clavos de hierro,
y la otra tu ánima santísima con clavos de dolor.
¿Quién podrá, oh buen Jesús, desafear lo
que sentías cuando considerabas las angustias de aquella Ánima
santísima, la cual tan de cierto sabías contigo estar crucificada en la
Cruz? ¿Cuándo veías aquel piadoso Corazón traspasado y atravesado con
cuchillo de dolor? ¿Cuándo tendías los ojos sangrientos, y mirabas aquel
divino rostro cubierto de amarillez de muerte? ¿Y aquellas angustias de
su Ánima sin muerte, ya más que muerta? ¿Y aquellos ríos de lágrimas,
que de sus purísimos ojos salían, y oías los gemidos que se arrancaban
de aquel sagrado pecho exprimidos con el peso de tan grave dolor?
Verdaderamente no se puede encarecer lo mucho que esta invisible cruz
atormentaba tu piadoso Corazón.
¿Y quién otrosí podrá, oh bendita Madre,
declarar la grandeza de los dolores y ansias de tus entrañas, cuando
veías morir con tan graves tormentos al que viste nacer con tanta
alegría? ¿Cuándo veías escarnecido y blasfemado de los hombres aquel que
allí viste alabado de los Ángeles? ¿Cuándo veías aquel santo cuerpo que
Tú tratabas con tanta reverencia, y criaste con tanto regalo, tan
maltratado y atormentado de los malos? ¿Cuándo mirabas aquella divina
boca que Tú con leche del cielo recreaste, amargada con hiel y vinagre?
¿Y aquella divina cabeza, que tantas veces en tus virginales pechos
reclinaste, ensangrentada y coronada de espinas? ¡Oh cuántas veces
alzabas los ojos a lo alto para mirar aquella divina figura que tantas
veces alegró tu Ánima mirándola, y se volvían los ojos del camino,
porque no podía sufrir tu vista la ternura del corazón!
Pues ¿qué lengua podrá declarar la
grandeza de este dolor? Si las ánimas que verdaderamente aman a Cristo,
cuando contemplan estos dolores ya pasados, tan tiernamente se
compadecen de él, ¿qué harías Tú siendo Madre y más que Madre, viendo de
presente con tus ojos padecer a tal Hijo tal pasión? Si aquellas
mujeres que acompañaban al Señor cuando caminaba con la Cruz, sin
haberle nada, ni tenerle parentesco, lloraban y lamentaban por verlo ir
con tan lastimera figura, ¿cuáles serían tus lágrimas cuando vieses a
quien tanto te tocaba, no sólo llevando la Cruz a cuestas , sino
enclavado ya, y levantado en la misma Cruz?
Y con ser tan grandes estos dolores, no
rehusaste, Virgen bendita, la compañía de la Cruz, ni la volviste las
espaldas, sino allí estuviste junto a Ella, no caída ni derribada, sino
en pie, como columna de fortaleza, contemplando con inestimable dolor al
Hijo en la Cruz, para que así como Eva, mirando con deleite aquel fruto
y árbol de muerte, intervino en la perdición del mundo, así tú mirando
con tan gran amargura el fruto de vida que de aquel árbol pendía,
intervinieses en el remedio del mundo.
Otra Meditación de doctrina que se aprende al pie de la Cruz
Estaba (dice el Evangelista) junto a la
Cruz la Madre de Jesús, y la hermana de su Madre María, mujer de
Cleofás, y María Magdalena.
¡Quién me diese ahora que en compañía de
estas Bienaventuradas tres Marías estuviese yo siempre al pie de la
Cruz! ¡Oh bienaventuradas Marías! ¿Quién os ha hecho estar tan fijas al
pie de la Cruz? ¿Qué cadena es esa que así os tiene atadas a ese árbol
sagrado?
¡Oh Cristo muerto, que mortificas los
vivos, y das vida a los muertos! ¡Oh vosotros, Ángeles del paraíso! no
os indignéis contra mí (aunque pecador y malo) si me atreviere a llegar a
esta santa compañía, porque el amor me fuerza a abrazarme con esta
Cruz.
Si estas tres Marías no quieren apartarse
de la Cruz, ¿dónde me partiré yo, pues en ella está toda mi salud?
Primero se helará el fuego, y el agua naturalmente se calentará , que mi
corazón se aparte de esta Cruz mientras yo sintiere lo que el amor me
ha enseñado, cuán grande bien sea estar siempre al pie de la Cruz.
¡Oh Cruz! tú atraes a Ti más fuertemente
los corazones que la piedra imán al hierro; Tú alumbras más claramente
los entendimientos que el sol los ojos; Tú abrasas más encendidamente
las ánimas que el fuego los carbones. Atráeme pues a Ti, oh Santa Cruz,
fuertemente; alúmbrame continuamente; inflámame poderosamente, para que
mi pensamiento nunca se aparte de Ti.
Y Tú, oh buen Jesús, alumbra los ojos de
mi ánima para que Te sepa yo mirar en esa Cruz; porque no sólo contemple
los crueles dolores que por mí padeciste, para compadecerme de ellos;
sino también los ejemplos de tan maravillosas virtudes como ahí me
descubriste, para imitarlos.
Pues, ¡oh maestro del mundo! ¡Oh médico
de las ánimas! Aquí me llego al pie de tu Cruz a presentarte mis llagas,
cúrame, Dios mío, y enséñame lo que debo hacer.
Conózcome, Señor, por muy sensual y amigo
de mí mismo, y veo que esto impide mucho mi aprovechamiento. Muchas
veces por tomar mis recreaciones y pasatiempos, o por temor del trabajo
del ayunar o madrugar, pierdo los piadosos y devotos ejercicios, los
cuales perdidos, soy perdido. Esta sensualidad mía me es importuna;
querría comer y beber delicadamente a sus horas y tiempos; querría
después de las comidas y cenas tener sus pláticas y recreaciones,
huélgase aquella hora de pasear por los vergeles, y tomar allí su
refrigerio; enséñame Tú, Salvador mío, lo que debo yo hacer por tu
ejemplo.
¡Oh cuánta confusión es para mí ver cómo
trataste Tú ese más delicado de todos los cuerpos! En medio de las
agonías y dolores de muerte no le diste otra comida ni otro letuario,
sino aquel que hicieron aquellos crueles boticarios de hiel y vinagre
conficionado. ¿Quién tendrá pues de aquí adelante lengua para quejarse
que le den la comida fría o salada, o mal aderezada, o que se la den
tarde o temprano, viendo la mesa que pusieron a Ti, Dios mío, en tiempo
de tanta necesidad?
En lugar de los donaires y pláticas que
yo busco en mis cenas y convites, los donaires que Tú tenías eran las
voces de los que meneando sus cabezas te escarnecían y blasfemaban
diciendo: ¡ah! que destruyes el templo de Dios, y en tres días lo
vuelves a reedificar; esta era la música de tu comida; y el pasear del
vergel era estar enclavado de pies y manos en la Cruz; aunque otro
vergel hubo donde fuiste acabada la cena, mas no a pasear, sino a orar;
no a tomar aire, sino a derramar sangre; no a recrearte sino a
entristecerte, y estar puesto en agonía de muerte.
¿Pues qué diré de los otros refrigerios
de tu carne bendita? La mía quiere la cama blanda, la vestidura
preciosa, la casa grande y espaciosa; dime tu, oh amor santo, ¿cuál es
tu cama? ¿Cuál es tu casa, y cuál tu vestidura? Tu vestidura es la
desnudez, y una púrpura de escarnio. Tu casa es estar en público al sol y
al aire; y si otra busco es un establo de bestias. Las raposas tienen
cuevas, y los pájaros del aire nidos; y Tú, Criador de todas las cosas,
no tienes sobre qué reclinar la cabeza.
¡Oh curiosidades y demasías, cómo sois
vosotras; acogidas en tierra de cristianos! O bien seamos cristianos, o
bien desechemos de nosotros todos estos regalos y demasías, pues nuestro
Señor y Maestro no solo desechó de sí todo lo demasiado, sino también
lo necesario. La cama, Señor mío, me queda por ver qué tal es. Dime, oh
dulcísimo Señor, ¿dónde yaces? ¿Dónde duermes al medio día? Aquí me
pongo a tus pies, enséñame lo que debo hacer, porque esta sensualidad
mía no quiere bien entender el lenguaje de tu cruz. Yo deseo la cama
blanda, y si despierto a hora de rezar, déjome vencer de la pereza, y
aguardo el sueño de la mañana, por dar a mi cabeza reposo. Dime tú,
Señor, ¿qué reposo tuviste en esa cama de la Cruz? Cuando estabas ya
cansado de estar acostado sobre un lado, ¿cómo te volvías del otro para
mejor descansar?
¿Aquí no revienta el corazón? ¿Aquí no
muere toda sensualidad? ¡Oh consuelo de pobres! ¡Oh confusión de ricos!
¡Oh esfuerzo de penitentes! ¡Oh condenación de regalados y sensuales! Ni
la cama de Cristo es para vosotros, ni su gloria. Dame, Señor, gracia
para que a ejemplo tuyo mortifique yo esta mi sensualidad; y si no me la
das, suplícote se acalle en esta hora mi vida, porque no se sufre, que
estando tú en esa Cruz recreado con hiel y vinagre, busque yo sabores y
regalos; y estando Tú tan pobre y desnudo, ande yo perdido tras de los
bienes del mundo; y teniendo Tú por cama un madero, busque yo la cama
blanda y el regalo del cuerpo.
Avergüénzate pues, oh ánima mía, mirando
al Señor en esta Cruz; y haz cuenta que desde ella te predica y te
castiga, diciendo: oh hombre, yo por ti recibí una corona de espinas; ¿y
tú traes en desprecio mío una guirnalda de flores? Yo por ti extendí
mis manos en la Cruz; ¿y tú las extiendes a los placeres y bailes? Yo no
tuve, muriendo, una sed de agua; ¿y tú buscas preciosos vinos y
manjares? Yo estuve en la Cruz, y en toda la vida que viví, lleno de
deshonras y dolores, ¿y tú andas toda la tuya perdido tras de las honras
y deleites? Yo me dejé abrir el costado para darte mi Corazón; ¿y tú
tienes él tuyo abierto para vanos y peligrosos amores?