viernes, 14 de abril de 2017

MEDITACIONES DE LOS MISTERIOS DE LA PASIÓN Y MUERTE DE NUESTRO REDENTOR-6-





MEDITACIONES DE LOS MISTERIOS DE LA PASIÓN Y MUERTE DE NUESTRO REDENTOR


Fray Luis de Granada

MEDITACIÓN

De la compasión del Hijo a la Madre, y de la Madre al Hijo en la Cruz



Crecieron los dolores del Hijo con la presencia de la Madre, con los cuales no menos estaba su Corazón crucificado de dentro, que el sagrado cuerpo lo estaba de fuera.

Dos cruces hay para Ti, oh buen Jesús, en este día: una para el cuerpo y otra para el ánima; la una es de pasión, y la otra de compasión. La una traspasa el cuerpo con clavos de hierro, y la otra tu ánima santísima con clavos de dolor.

¿Quién podrá, oh buen Jesús, desafear lo que sentías cuando considerabas las angustias de aquella Ánima santísima, la cual tan de cierto sabías contigo estar crucificada en la Cruz? ¿Cuándo veías aquel piadoso Corazón traspasado y atravesado con cuchillo de dolor? ¿Cuándo tendías los ojos sangrientos, y mirabas aquel divino rostro cubierto de amarillez de muerte? ¿Y aquellas angustias de su Ánima sin muerte, ya más que muerta? ¿Y aquellos ríos de lágrimas, que de sus purísimos ojos salían, y oías los gemidos que se arrancaban de aquel sagrado pecho exprimidos con el peso de tan grave dolor? Verdaderamente no se puede encarecer lo mucho que esta invisible cruz atormentaba tu piadoso Corazón.


¿Y quién otrosí podrá, oh bendita Madre, declarar la grandeza de los dolores y ansias de tus entrañas, cuando veías morir con tan graves tormentos al que viste nacer con tanta alegría? ¿Cuándo veías escarnecido y blasfemado de los hombres aquel que allí viste alabado de los Ángeles? ¿Cuándo veías aquel santo cuerpo que Tú tratabas con tanta reverencia, y criaste con tanto regalo, tan maltratado y atormentado de los malos? ¿Cuándo mirabas aquella divina boca que Tú con leche del cielo recreaste, amargada con hiel y vinagre? ¿Y aquella divina cabeza, que tantas veces en tus virginales pechos reclinaste, ensangrentada y coronada de espinas? ¡Oh cuántas veces alzabas los ojos a lo alto para mirar aquella divina figura que tantas veces alegró tu Ánima mirándola, y se volvían los ojos del camino, porque no podía sufrir tu vista la ternura del corazón!
Pues ¿qué lengua podrá declarar la grandeza de este dolor? Si las ánimas que verdaderamente aman a Cristo, cuando contemplan estos dolores ya pasados, tan tiernamente se compadecen de él, ¿qué harías Tú siendo Madre y más que Madre, viendo de presente con tus ojos padecer a tal Hijo tal pasión? Si aquellas mujeres que acompañaban al Señor cuando caminaba con la Cruz, sin haberle nada, ni tenerle parentesco, lloraban y lamentaban por verlo ir con tan lastimera figura, ¿cuáles serían tus lágrimas cuando vieses a quien tanto te tocaba, no sólo llevando la Cruz a cuestas , sino enclavado ya, y levantado en la misma Cruz?
Y con ser tan grandes estos dolores, no rehusaste, Virgen bendita, la compañía de la Cruz, ni la volviste las espaldas, sino allí estuviste junto a Ella, no caída ni derribada, sino en pie, como columna de fortaleza, contemplando con inestimable dolor al Hijo en la Cruz, para que así como Eva, mirando con deleite aquel fruto y árbol de muerte, intervino en la perdición del mundo, así tú mirando con tan gran amargura el fruto de vida que de aquel árbol pendía, intervinieses en el remedio del mundo.

Otra Meditación de doctrina que se aprende al pie de la Cruz


Estaba (dice el Evangelista) junto a la Cruz la Madre de Jesús, y la hermana de su Madre María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
¡Quién me diese ahora que en compañía de estas Bienaventuradas tres Marías estuviese yo siempre al pie de la Cruz! ¡Oh bienaventuradas Marías! ¿Quién os ha hecho estar tan fijas al pie de la Cruz? ¿Qué cadena es esa que así os tiene atadas a ese árbol sagrado?
¡Oh Cristo muerto, que mortificas los vivos, y das vida a los muertos! ¡Oh vosotros, Ángeles del paraíso! no os indignéis contra mí (aunque pecador y malo) si me atreviere a llegar a esta santa compañía, porque el amor me fuerza a abrazarme con esta Cruz.
Si estas tres Marías no quieren apartarse de la Cruz, ¿dónde me partiré yo, pues en ella está toda mi salud? Primero se helará el fuego, y el agua naturalmente se calentará , que mi corazón se aparte de esta Cruz mientras yo sintiere lo que el amor me ha enseñado, cuán grande bien sea estar siempre al pie de la Cruz.
¡Oh Cruz! tú atraes a Ti más fuertemente los corazones que la piedra imán al hierro; Tú alumbras más claramente los entendimientos que el sol los ojos; Tú abrasas más encendidamente las ánimas que el fuego los carbones. Atráeme pues a Ti, oh Santa Cruz, fuertemente; alúmbrame continuamente; inflámame poderosamente, para que mi pensamiento nunca se aparte de Ti.
Y Tú, oh buen Jesús, alumbra los ojos de mi ánima para que Te sepa yo mirar en esa Cruz; porque no sólo contemple los crueles dolores que por mí padeciste, para compadecerme de ellos; sino también los ejemplos de tan maravillosas virtudes como ahí me descubriste, para imitarlos.
Pues, ¡oh maestro del mundo! ¡Oh médico de las ánimas! Aquí me llego al pie de tu Cruz a presentarte mis llagas, cúrame, Dios mío, y enséñame lo que debo hacer.
Conózcome, Señor, por muy sensual y amigo de mí mismo, y veo que esto impide mucho mi aprovechamiento. Muchas veces por tomar mis recreaciones y pasatiempos, o por temor del trabajo del ayunar o madrugar, pierdo los piadosos y devotos ejercicios, los cuales perdidos, soy perdido. Esta sensualidad mía me es importuna; querría comer y beber delicadamente a sus horas y tiempos; querría después de las comidas y cenas tener sus pláticas y recreaciones, huélgase aquella hora de pasear por los vergeles, y tomar allí su refrigerio; enséñame Tú, Salvador mío, lo que debo yo hacer por tu ejemplo.
¡Oh cuánta confusión es para mí ver cómo trataste Tú ese más delicado de todos los cuerpos! En medio de las agonías y dolores de muerte no le diste otra comida ni otro letuario, sino aquel que hicieron aquellos crueles boticarios de hiel y vinagre conficionado. ¿Quién tendrá pues de aquí adelante lengua para quejarse que le den la comida fría o salada, o mal aderezada, o que se la den tarde o temprano, viendo la mesa que pusieron a Ti, Dios mío, en tiempo de tanta necesidad?
En lugar de los donaires y pláticas que yo busco en mis cenas y convites, los donaires que Tú tenías eran las voces de los que meneando sus cabezas te escarnecían y blasfemaban diciendo: ¡ah! que destruyes el templo de Dios, y en tres días lo vuelves a reedificar; esta era la música de tu comida; y el pasear del vergel era estar enclavado de pies y manos en la Cruz; aunque otro vergel hubo donde fuiste acabada la cena, mas no a pasear, sino a orar; no a tomar aire, sino a derramar sangre; no a recrearte sino a entristecerte, y estar puesto en agonía de muerte.
¿Pues qué diré de los otros refrigerios de tu carne bendita? La mía quiere la cama blanda, la vestidura preciosa, la casa grande y espaciosa; dime tu, oh amor santo, ¿cuál es tu cama? ¿Cuál es tu casa, y cuál tu vestidura? Tu vestidura es la desnudez, y una púrpura de escarnio. Tu casa es estar en público al sol y al aire; y si otra busco es un establo de bestias. Las raposas tienen cuevas, y los pájaros del aire nidos; y Tú, Criador de todas las cosas, no tienes sobre qué reclinar la cabeza.
¡Oh curiosidades y demasías, cómo sois vosotras; acogidas en tierra de cristianos! O bien seamos cristianos, o bien desechemos de nosotros todos estos regalos y demasías, pues nuestro Señor y Maestro no solo desechó de sí todo lo demasiado, sino también lo necesario. La cama, Señor mío, me queda por ver qué tal es. Dime, oh dulcísimo Señor, ¿dónde yaces? ¿Dónde duermes al medio día? Aquí me pongo a tus pies, enséñame lo que debo hacer, porque esta sensualidad mía no quiere bien entender el lenguaje de tu cruz. Yo deseo la cama blanda, y si despierto a hora de rezar, déjome vencer de la pereza, y aguardo el sueño de la mañana, por dar a mi cabeza reposo. Dime tú, Señor, ¿qué reposo tuviste en esa cama de la Cruz? Cuando estabas ya cansado de estar acostado sobre un lado, ¿cómo te volvías del otro para mejor descansar?
¿Aquí no revienta el corazón? ¿Aquí no muere toda sensualidad? ¡Oh consuelo de pobres! ¡Oh confusión de ricos! ¡Oh esfuerzo de penitentes! ¡Oh condenación de regalados y sensuales! Ni la cama de Cristo es para vosotros, ni su gloria. Dame, Señor, gracia para que a ejemplo tuyo mortifique yo esta mi sensualidad; y si no me la das, suplícote se acalle en esta hora mi vida, porque no se sufre, que estando tú en esa Cruz recreado con hiel y vinagre, busque yo sabores y regalos; y estando Tú tan pobre y desnudo, ande yo perdido tras de los bienes del mundo; y teniendo Tú por cama un madero, busque yo la cama blanda y el regalo del cuerpo.
Avergüénzate pues, oh ánima mía, mirando al Señor en esta Cruz; y haz cuenta que desde ella te predica y te castiga, diciendo: oh hombre, yo por ti recibí una corona de espinas; ¿y tú traes en desprecio mío una guirnalda de flores? Yo por ti extendí mis manos en la Cruz; ¿y tú las extiendes a los placeres y bailes? Yo no tuve, muriendo, una sed de agua; ¿y tú buscas preciosos vinos y manjares? Yo estuve en la Cruz, y en toda la vida que viví, lleno de deshonras y dolores, ¿y tú andas toda la tuya perdido tras de las honras y deleites? Yo me dejé abrir el costado para darte mi Corazón; ¿y tú tienes él tuyo abierto para vanos y peligrosos amores?