MEDITACIONES DE LOS MISTERIOS DE LA PASIÓN Y MUERTE DE NUESTRO REDENTOR
Fray Luis de Granada
Hecha la señal de la Cruz con la
preparación necesaria del acto de contrición etc., se ha de contemplar
en el lavatorio de los pies, e Institución del Santísimo Sacramento.
EL TEXTO DE LOS EVANGELISTAS DICE ASÍ:
Como se allegase ya la hora de la cena, asentóse el Señor a la mesa, y los doce Apóstoles con Él, y díjoles: con deseo he deseado comer con vosotros esta Pascua antes que padezca. Y estando ellos cenando dijo: en verdad os digo que uno de vosotros me ha de vender. Y entristecidos mucho con esta palabra, comenzaron cada uno a decir: por ventura ¿soy yo, Señor? Y respondióles diciendo: el que mete conmigo la mano en el plato, ese me venderá. Y el Hijo de la Virgen va su camino, así como está escrito de Él; más ¡ay de aquel hombre por quien Él será vendido! Bueno le fuera no haber nacido. Y respondiendo el mismo Judas, que le había de vender, dijo: por ventura ¿soy yo Señor? Respondió el Señor: tú lo dijiste.
Acabada la cena, levantóse de la mesa, y quitóse las vestiduras; y como tomase un lienzo, ciñóse con él, y echó agua en una bacía, y comenzó a lavar los pies de sus discípulos, y a limpiarlos con el lienzo que se había ceñido. Llegó pues a Simón Pedro. Díjole Pedro: Señor, ¿Tú me quieres lavar los pies? Respondióle Jesús, y díjole: lo que yo hago no lo sabes tú ahora, saberlo has después. Dice Pedro: nunca jamás Tú me lavarás los pies. Respondióle Jesús, y díjole: si no te lavare, no tendrás parte en mí. Dice Simón Pedro: Señor, de esa manera, no solamente los pies, sino también las manos y la cabeza. Dice Jesús: el que está lavado no tiene necesidad que le laven más que los pies, porque todo lo demás está limpio. Y vosotros ya estáis limpios, aunque no todos. Sabía Él quién era el que le había de vender, y por eso dijo no todos. Pues como acabó de lavar los pies, tomó sus vestiduras, y tornándose a sentar díjoles: ¿entendéis esto que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y bien decís, porque de verdad lo soy. Pues si os he lavado los pies siendo vuestro Maestro y Señor, vosotros debéis también unos a otros lavaros los pies; porque ejemplo os he dado en esto para que como lo hice, así vosotros lo hagáis.
Acabado el lavatorio, tomó el pan, y bendíjole, y partiólo, y diólo a sus discípulos, diciendo: tomad, y comed, esto es mi cuerpo. Y tomando también el cáliz, dio gracias, y entrégaselo diciendo: bebed todos de este cáliz; porque esta es mi sangre del nuevo Testamento, que por muchos será derramada en remisión de los pecados. Y todas las veces que esto hicieres, hacedlo en memoria de mí.
Matth. 26; Marc. 14; Luc. 22; II. Cor. II.
MEDITACIÓN
sobre estos pasos del texto.
EL LAVATORIO
Contempla, pues, oh ánima mía, en esta
cena a tu dulce y benigno Jesús, y mira el ejemplo de inestimable
humildad que aquí te da, levantándose de la mesa, y lavando los pies de
sus discípulos.
¡Oh buen Jesús! ¿Qué es eso que haces? ¡Oh dulce Jesús! ¿Por qué tanto se humilla tu Majestad?
¿Qué sintieras, anima mía, si vieras allí
a Dios arrodillado ante los pies de los hombres, y ante los pies de
Judas? ¡Oh cruel! ¿Cómo no se te ablanda el corazón con esa tan grande
humildad? ¿Cómo no te rompe las entrañas esa tan grande mansedumbre? ¿Es
posible que tú hayas determinado de vender este mansísimo cordero? ¿Es
posible que no te hayas ahora compungido con este ejemplo?
¡Oh blancas y hermosas manos! ¿Cómo
podéis tocar pies tan sucios y abominables? ¡Oh purísimas manos! ¿Cómo
no tenéis asco de lavar pies enlodados en los caminos y tratos de
vuestra Sangre? Mirad, ¡oh espíritus bienaventurados! qué hace vuestro
Criador: salid a mirar desde esos cielos, y lo veréis arrodillado ante
los pies de los hombres; y decid si usó jamás con vosotros de tal linaje
de cortesía.
Señor, oí tus palabras, y temí: consideré
tus obras, y quedé espantado. ¡Oh apóstoles bienaventurados! ¿Cómo no
tembláis viendo esta tan grande humildad? Pedro, ¿qué haces? por ventura
¿consentirás que el Señor de la Majestad te lave los pies?
Maravillado y atónito San Pedro, como
viese al Señor arrodillado delante de sí, comenzó a decir: ¿Tú, Señor,
lavas a mí los pies? ¿No eres Tú el Criador del mundo, la hermosura del
cielo, el paraíso de los Ángeles, el remedio de los hombres, el
resplandor de la gloria del Padre, la fuente de la sabiduría de Dios en
las alturas? ¿Pues Tú quieres lavarme los pies? Tú, Señor de tanta
majestad y gloria, ¿quieres entender en oficio de tan gran bajeza? ¿Tú
que fundaste la tierra sobre sus cimientos, y la hermoseaste con tantas
maravillas? Tú que encierras el mundo en la mano, mueves los cielos,
gobiernas la tierra, divides las aguas, ordenas los tiempos, dispones
las causas, beatificas los Ángeles, enderezas los hombres, y riges con
tu sabiduría todas las cosas; ¿Tú me has de lavar los pies? a mí, que
soy un hombre mortal, un poco de tierra y ceniza, y un vaso de
corrupción, una criatura llena de vanidad, de ignorancia, y de otras
infinitas miserias, y lo que es sobre toda miseria, llena de pecados.
¿Tú, Señor, a mí? ¿Tú Señor de todas las cosas, a mí el más bajo de
todas ellas? La alteza de tu majestad, y la profundidad de mi miseria me
hacen fuerza que tal cosa no consienta.
Deja pues, Señor mío, deja para los
siervos ese oficio; quita esa toalla, toma tus vestiduras, asiéntate en
tu silla, y no me laves los pies. Mira no se avergüencen de esto los
cielos viendo que con esa ceremonia los pones debajo de la tierra; pues
las manos en quien el Padre puso los cielos y todas las cosas, vienes a
poner debajo de los pies de los hombres; mira no se afrente de esto toda
la naturaleza criada viéndose puesta debajo de otros pies que los
tuyos; mira no te desprecie la hija del rey Saúl viéndote con ese lienzo
vestido a manera de siervo, y diga que no quiere recibir por esposo ni
por Dios al que ve entender en oficio tan vil.
Esto decía Pedro como hombre que aún no
sentía las cosas de Dios, y como quien no entendía cuánta gloria estaba
encerrada en esta obra de tan gran bajeza. Mas el Salvador que tan bien
lo conocía, y tanto deseaba dejarnos en aquella sazón por memoria un tan
maravilloso ejemplo de humildad, satisfizo a la simplicidad de su
discípulo, y llevó adelante lo comenzado.
Aquí es mucho de notar cuánto es lo que
este Señor hizo por hacernos humildes; pues estando tan a la puerta de
su Pasión, donde había de dar tan grandes ejemplos de humildad que
bastasen para asombrar cielos y tierra, no contento con esto, quiso aún
añadir este más a todos ellos, para dejar más encomendada esta virtud.
¡Oh admirable virtud! ¡Cómo deben ser
grandes tus riquezas, pues tanto eres alabada! ¡Y cómo no deben ser
conocidas, pues por tantas vías nos eres encomendada! ¡Oh humildad
predicada, y enseñada en toda la vida de Cristo, cantada y alabada por
boca de su Madre; flor hermosísima entre las virtudes, divina piedra
imán, que atraes a ti el Criador de todas las cosas! El que te desechare
será de Dios desechado, aunque esté en lo más alto del cielo; y el que
te abrazare será de Dios abrazado, aunque sea el mayor pecador del
mundo. Grandes son tus gracias, y maravillosos tus efectos. Tú aplacas a
los hombres, agradas a los Ángeles, confundes a los demonios, y atas
las manos al Criador. Tú eres fundamento de las virtudes, muerte de los
vicios, espejo de las vírgenes, y hospedería de toda la Santísima
Trinidad. Quien allega sin ti, derrama; quien edifica, y no sobre ti,
destruye; quien amontona virtudes sin ti, el polvo lleva ante la cara
del viento; sin ti la virgen es desechada de las puertas del cielo; y
contigo la pública pecadora es recibida a los pies de Cristo. Abrazad
esta virtud las vírgenes, porque por ella os aproveche vuestra
virginidad. Buscadla vosotros, religiosos, porque sin ella será vana
vuestra religión; y no menos vosotros, los legos, que por ella seréis
librados de los lazos del mundo.
Después de esto considera como acabando
de lavar los pies, los limpia con aquel sagrado lienzo con que estaba
ceñido; y sube más arriba con los ojos del ánima, y verás allí
representado el misterio de nuestra redención. Mira como aquel lienzo
recogió en sí toda la inmundicia de aquellos pies que estaban sucios, y
así ellos quedaron limpios, y el lienzo por el contrario quedaría todo
manchado y sucio después de acabado aquel oficio.
¿Pues qué cosa más sucia que el hombre
concebido en pecado? ¿Y qué cosa más limpia y más hermosa que Cristo
concebido del Espíritu Santo? Blanco y colorado es mi amado, dice la
esposa, y escogido entre millares. Pues este tan hermoso y tan limpio
quiso recibir en sí todas las manchas y fealdades de nuestras ánimas;
conviene a saber, las penas que merecían nuestros pecados; y dejándolas
limpias, y libres de ellas, Él quedó como ves, en la cruz amancillado y
afeado con ellas.
Por esto con mucha razón se maravillan
los Ángeles de esta tan extraña fealdad, y preguntan por Isaías
diciendo: ¿Porqué, Señor, traes teñidas las vestiduras de color de
sangre, y manchadas y sucias como las de los que pisan uvas en lagar?
Pues si esta sangre, y estas manchas son ajenas, conviene a saber, de
nuestras culpas; dime, Rey de gloria, ¿no tuvieran mejor los hombres su
merecido que no Tú? ¿No estuviera mejor la basura en su muladar que no
en Ti, espejo de hermosura? ¿Qué piedad te hizo desear tanto la limpieza
de mi ánima, que con tal costa y detrimento de tu hermosura me la
dieses? ¿Cuál es el hombre que con un lienzo labrado de oro se pusiese a
limpiar un plato sucio y desportillado? Bendito seas Tú, Señor Dios
mío, y bendígante tus Ángeles para siempre, pues quisiste venir a ser
como un estropajo del mundo, recibiendo en ti todas nuestras fealdades y
miserias, que son las penas de nuestras culpas, para dejarnos libres de
ellas.
Después de esto considera aquellas
palabras con que dio fin el Salvador a esta historia, diciendo: ejemplo
os he dado para que como yo hice, así vosotros hagáis. Las cuales
palabras no sólo se han de referir a este paso y ejemplo de humildad,
sino también a todas las obras y vida de Cristo; porque ella es un
perfectísimo dechado de todas las virtudes, especialmente de la que en
este lugar se nos representa, que es humildad, como lo declara muy
copiosamente el bienaventurado mártir Cipriano en un sermón por estas
palabras: “primeramente obra fue (dice él) de grande paciencia y
humildad que aquella tan alta Majestad quisiese descender del cielo a la
tierra, vestirse de nuestro barro, y que disimulada la gloria de su
inmortalidad se hiciese mortal, para que siendo Él inocente y sin culpa,
padeciese pena por los culpados. El Señor quiso ser Bautizado del
siervo; y el que venía a dar perdón de los pecados quiso ser lavado con
agua de pecadores. El que mantiene todas las criaturas ayunó cuarenta
días en el desierto, y al cabo padeció hambre, porque los que la
teníamos de las palabras de Dios y de su gracia, fuésemos abastecidos de
ella. Peleó con el demonio que le tentaba; y contento con haber vencido
su enemigo, no le quiso hacer más mal que de palabra.
A sus discípulos nunca despreció cómo
señor a siervos, sino con caridad y benevolencia como hermano los trató.
Y no es de maravillar que de esta manera se hubiese con los discípulos
obedientes, pues pudo sufrir a Judas hasta el fin con tan larga
paciencia, y comer en un plato con su enemigo, y saber en lo que andaba y
no descubrirlo, ni desechar el beso del que le vendía con tan falsa
paz.
¿Pues cuál fue la paciencia que tuvo con
los judíos hasta aquella hora? ¿Cuánto trabajó por inclinar aquellos
corazones incrédulos a la fe con sus palabras? ¿Cuánto procuró por traer
a sí a aquellos desconocidos con buenas obras? ¿Cómo respondía a los
que le contradecían con mansedumbre? ¿Cómo soportaba a los soberbios con
clemencia? ¿Con qué humildad daba lugar a la ira de sus enemigos y
perseguidores? ¿Cómo trabajó por recobrar aquellos que habían sido
matadores de profetas, y rebeldes contra Dios hasta la hora de la cruz?
Pues en la hora de ella (antes que viniese al derramamiento de Sangre, y
de su muerte cruel) ¿qué tan grandes fueron las injurias que los oyó
con tanta paciencia? ¿Qué tantos los escarnios que padeció? ¿Cómo
recibió con tanta paciencia el escupir de aquellas infernales bocas el
que con la saliva de la suya poco antes había esclarecido los ojos del
ciego? ¿Cómo sufrió azotes aquel en cuyo nombre sus siervos azotan con
poderosa virtud a los demonios? ¿Cómo es coronado de espinas el que a
sus mártires corona con flores eternas? ¿Cómo es herido en la cara con
palmas el que da la palma de la victoria a los vencedores? ¿Cómo es
despojado de la ropa terrena el que con ropas de inmortalidad viste los
santos? ¿Cómo es amargado con hiel el que nos dio el pan de los cielos; y
abrevado con vinagre el que nos dio el cáliz de la salud, aquel tan
inocente, aquel tan justo?
Mas antes, la misma inocencia y la misma
justicia es contada con los ladrones, y la verdad eterna es acusada con
falsos testigos, y el Juez del mundo es juzgado de los malos; la palabra
de Dios callando va a recibir sentencia de muerte. Y como en la hora de
la cruz y muerte del Salvador se oscurezcan las estrellas, y se turben
los elementos, y tiemble la tierra, y la noche encubra el día, y el sol,
por no ver tal crueldad, desvíe sus ojos y rayos del mundo; Él no habla
ni se mueve, ni en el mismo trance de la muerte descubre la gloria de
su majestad, sino hasta el fin continuadamente sufre aquella tan larga
contienda, para dejarnos ejemplo de perfecta paciencia.
Y después de todo esto, si aquellos
mismos carniceros y verdugos de su Cuerpo se convierten a penitencia, en
ese punto los recibe, sin cerrar a nadie las puertas de su Iglesia.
¿Pues qué cosa puede ser de mayor benignidad y paciencia que dar vida la
Sangre de Cristo al mismo que derramó la Sangre de Cristo? Tal es, y
tanta la paciencia de Cristo, la cual si tal y tanta no fuera, no
tuviera hoy a San Pablo la Iglesia.”
Hasta aquí son palabras de San Cipriano.