MEDITACIONES DE LOS MISTERIOS DE LA PASIÓN Y MUERTE DE NUESTRO REDENTOR
Fray Luis de Granada
DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO,
y de las causas por qué fue instituido
Una de las más principales causas de la
venida del Salvador al mundo fue querer encender los corazones de los
hombres en amor de Dios. Así lo dice Él por San Lucas: fuego vine a
poner en la tierra, ¿qué tengo de querer sino que arda? Este fuego puso
el Salvador con hacer a los hombres tales y tan espantosos beneficios, y
tan grandes obras de amor, que con esto les robase los corazones, y los
abrasase en este fuego de amor. Pues como todas las obras de su vida
santísima sirvan para este propósito, señaladamente sirven las que hizo
en el fin de la vida, según lo que significa el Evangelista San Juan,
diciendo: como amase a los amigos que tenía en el mundo, en el fin
señaladamente los amó; porque entonces los hizo mayores beneficios, y
les dejó mayores prendas de amor; entre las cuales una de las más
principales fue la institución del Santísimo Sacramento, la cual podrá
entender muy a la clara quien atentamente considerare las causas de su
institución. Más para esto abre Tú, clementísimo Salvador, nuestros
ojos, y danos luz para que veamos cuáles fueron las causas que movieron
tu amoroso corazón a instituirnos, y dejarnos este tan admirable
Sacramento.
Para entender algo de esto, has de
presuponer que ninguna lengua criada puede declarar la grandeza del amor
que Cristo tiene a su Esposa la Iglesia, y por consiguiente a cada una
de las ánimas que están en gracia; porque cada una de ellas es también
esposa suya. Por esto una de las cosas que pedía y deseaba el Apóstol
San Pablo era que Dios nos diese a conocer la grandeza de este amor; el
cual es tan grande, que sobrepuja toda sabiduría y conocimiento criado,
aunque sea el de los Ángeles.
Pues queriendo este Esposo dulcísimo
partirse de esta vida, y ausentarse de su Esposa la Iglesia; porque esta
ausencia no le fuese causa de olvido, dejóle por memorial este
Santísimo Sacramento, en que se quedaba Él mismo, no queriendo que entre
Él y ella hubiese otra menor prenda que despertase esta memoria que Él.
Y así dijo entonces aquellas dulces palabras: cada vez qué esto
hicieres, hacedlo en memoria de mí, para que os acordéis de lo mucho que
os quise, y de lo mucho que voy a hacer y padecer por vuestra salud.
Quería también el Esposo dulcísimo en
esta ausencia tan larga dejar a su Esposa compañía porque no quedase
sola, y dejóle la de este Sacramento, donde se quedaba Él mismo, que era
la mejor compañía que le podía dejar.
Quería también entonces ir a padecer
muerte por la Esposa, y redimirla y enriquecerla con el precio de su
Sangre. Y porque ella pudiese cuando quisiese gozar de este tesoro,
dejóle las llaves de él en este Sacramento; porque (como dice San Juan
Crisóstomo) todas las veces que nos llegamos a él, llegamos a poner la
boca en el costado de Cristo, y nos ponemos a beber de su preciosa
Sangre, y hacernos participantes de este soberano misterio.
Mira pues cuáles sean los hombres, que
por un poco de pereza dejan de llegarse a este tan alto convite, y de
gozar un tan grande y tan inestimable tesoro. Estos son aquellos
malaventurados perezosos, de quien dijo el sabio: esconde el perezoso la
mano en el seno, y dejase morir de hambre, por no llevarla hasta la
boca. ¿Qué mayor pereza puede ser que por un tan pequeño trabajo como es
la disposición para este Sacramento, dejar de gozar de un tal tesoro,
que vale más que todo cuanto Dios tiene criado?
Deseaba otrosí este celestial Esposo ser
amado de su Esposa con grande amor, y para esto ordenó este misterioso
bocado con tales palabras consagrado, que quien dignamente lo recibe,
luego es tocado y herido de este amor. ¡Oh misterio digno de estar
impreso en lo íntimo de nuestros corazones! Dime, hombre, si un príncipe
se aficionase tanto a una esclava, que viniese a tomarla por esposa, y
hacerla reina y señora de todo lo que él tiene; ¿qué tan grande diríamos
que había sido el amor del príncipe que tal hiciese? Y si por ventura,
después de hecho ya el casamiento, estuviese la esclava resfriada en el
amor de tal esposo, y entendiendo él esto, anduviese perdido buscando
algún bocado que darla a comer con que la enamorase de sí, ¿qué tan
excesivo diríamos que era el amor del príncipe que hasta aquí llegase?
Pues, ¡oh Rey de gloria! que no se
contentaron las entrañas de tu amor con tomar mi ánima por esposa,
siendo como era, esclava del enemigo, sino que viéndola aun con todo eso
resfriada en tu amor, ordenaste de darla este misterioso bocado, y con
tales palabras le transformaste, que tenga virtud para transformar en Ti
las animas que le comieren, y hacerlas arder en vivas llamas de amor.
No hay cosa que más declare el amor que el desear ser amado; y pues Tú
tanto deseaste nuestro amor, que con tales invenciones le buscaste,
¿quién de aquí adelante estará dudoso de tu amor? Cierto estoy, Señor
mío, si te amo, que me amas. Cierto estoy que no he menester buscar
nuevas artes para traer tu Corazón a mi amor, como Tú las buscaste para
el mío.
Quería otrosí aquel Esposo dulcísimo
ausentarse de su Esposa, y como el amor no sufre la ausencia del amado,
quería de tal manera partirse, que del todo no se partiese; y de tal
manera irse, que también se quedase. Pues como ni a Él convenía
quedarse, ni la Esposa podía con Él por entonces irse, dióse medio para
que aunque Él se fuese, y Ella quedase, nunca jamás de entre sí se
partiesen. Pues para esto ordenó este divino Sacramento, para que por
medio de Él fuesen las ánimas unidas e incorporadas espiritualmente con
Cristo, con tan fuerte vínculo de amor, que de entrambos se haga una
misma cosa. Porque así como del manjar, y del que lo come se hace una
misma cosa, así también en su manera se hace del ánima y de Cristo; sino
que como Él mismo dijo a San Agustín, no se muda Él en las ánimas, sino
las animas en Él, no por naturaleza, sino por amor y semejanza de vida.
Quería también asegurarla, y darla
prendas de aquella bienaventurada herencia de la gloria, para que con la
esperanza de este bien pasase alegremente por todos los trabajos y
asperezas de esta vida. Porque en hecho de verdad, no hay cosa que tanto
haga despreciar lo de acá como la esperanza firme de lo que gozaremos
allá, según que lo significó el mismo Salvador en aquellas palabras que
dijo a sus discípulos antes de la Pasión: si me quisieses bien, holgaros
habíais de mi partida, porque voy al Padre; como si dijera: es un tan
gran bien ir al Padre, que aunque sea ir a Él por azotes, espinas,
clavos y cruz, y por todos los martirios y trabajos de esta vida, es
cosa de inestimable ganancia y alegría. Pues para que la esposa tuviese
una muy firme esperanza de este bien, dejóla acá en prendas este
inefable tesoro, que vale tanto como lo que allá se espera, para que no
desconfiase que se le dará Dios en la gloria, donde vivirá toda en
espíritu, pues no se le negó en este valle de lágrimas, donde vive en
carne.
Quería también a la hora de su muerte
hacer testamento, y dejar a la Esposa alguna manda señalada para su
remedio; y dejóla ésta, que era la más preciosa y provechosa que se
pudiera dejar. Elías cuando se quiso ir de la tierra dejó la capa a su
discípulo Eliseo, como quien no tenía otra hacienda de que hacerle
heredero; nuestro Salvador cuando se quiso subir al cielo, dejónos acá
su sagrado Cuerpo en este Sacramento, haciéndonos aquí herederos, como a
hijos de este tan gran tesoro. Con aquella capa pasó Eliseo las aguas
del río Jordán sin ahogarse y sin mojarse; con la virtud y gracia de
este Sacramento pasan los fieles por las aguas de las vanidades y
tribulaciones de esta vida, y sin pecado y sin peligro.
Quería finalmente dejar a nuestras ánimas
suficiente provisión y mantenimiento con que viviesen; porque no tiene
menos necesidad el ánima de su propio mantenimiento para vivir vida
espiritual, que el cuerpo del suyo para la vida corporal. Sino, dime,
¿por qué causa ha de menester el cuerpo su ordinario mantenimiento cada
día? Claro está que la causa es porque el calor natural gasta siempre la
sustancia de nuestros cuerpos; y por eso es menester que se repare con
el mantenimiento de cada día lo que con el calor de cada día se gasta;
porque de otra manera se acabaría presto la virtud del hombre, y luego
desfallecería.
¡Oh si pluguiese a Dios quisiesen por
aquí entender los hombres la necesidad que tienen de este divino
Sacramento, y la sabiduría y misericordia de aquel que le instituyó! ¿No
está claro que tenemos acá dentro de estas entrañas un calor
pestilencial, que nos vino por parte del pecado, el cual gasta todo lo
bueno que en el hombre hay? Este es el que nos inclina al amor del
siglo, y de nuestra carne, y de todos los vicios y regalos y con esto
nos aparta de Dios, nos entibia en su amor, y nos entorpece para todo lo
bueno, y aviva para todo lo malo. Pues si tenemos acá dentro tan
arraigado este perpetuo gastador, ¿no será razón que haya quien siempre
repare lo que siempre se está gastando? Si hay continuo gastador, y no
hay continuo reparador, ¿qué se puede esperar sino continuo
desfallecimiento, y después cierta caída?
Basta para prueba de esto ver el curso
del pueblo cristiano, el cual en el principio de la primitiva Iglesia,
cuando comía siempre este manjar, vivía con Él, y tenía fuerzas, no solo
para guardar la ley de Dios, sino también para morir por Dios; mas
ahora, si está tan flaco y descaecido es porque no come; y así
finalmente viene a perecer de hambre, como lo significó el profeta
cuando dijo: por eso fue llevado mi pueblo cautivo, porque no tuvo
conocimiento de Dios; y los nobles de él murieron de hambre, y la
muchedumbre de ellos pereció de sed.
Pues para esto ordenó aquel tan sabio
médico (el cual tan bien tenia tomados los pulsos de nuestra flaqueza)
este Sacramento, y por eso lo ordenó en especie de mantenimiento, para
que la misma especie en que le instituía nos declarase el efecto que
obraba, y la necesidad que nuestras animas tenían de Él.
Mira pues ahora si se pudiera dar en el
mundo otra mayor muestra de amor que dejarte Dios su misma carne y
sangre en mantenimiento y en remedio. En muchas historias leemos de
algunas madres que viéndose en necesidad y estrecho de hambre, echaron
mano de las carnes de sus propios hijos para mantenerse de ellos; y con
el amor grande de la vida quitaban a los mismos hijos la vida por vivir.
Esto hemos leído muchas veces; mas ¿quién jamás leyó que diese de comer
la madre al hijo que perecía de hambre con su propia carne, y se
cortase un brazo para dar de comer a su hijo, y fuese cruel para sí, por
ser piadosa con él? No hay madre en la tierra que tal haya hecho; pero
aquel más que madre, que te vino del cielo, viendo que perecías de
hambre, y que no había otro medio para sustentarte que darte Él su misma
carne en mantenimiento, aquí se entrega a los carniceros y a la muerte,
para que tú vivas con este manjar. Y no solo hizo esto una vez, sino
perpetuamente quiso que se hiciese, y para ello ordenó este Sacramento,
para que tú por aquí entendieses otro grado mayor de amor: el cual es,
que así como te da la misma comida, así está aparejado para hacer la
misma costa si te fuere necesaria.
Sobre todo esto has de considerar, que
quiso este santísimo Reformador del mundo restituir al hombre en su
antigua dignidad, y levantarle tanto por gracia, cuanto había caído por
la culpa; y así como la caída fue de la vida que tenia de Dios a la vida
de bestias; así por el contrario quiso que fuese levantado de la vida
de bestias en que había quedado, a la vida de Dios que había perdido.
Pues para este fin ordenó la comunión de este divino Sacramento;
mediante la cual viene el hombre a hacerse participante de Dios, como lo
significó el Salvador en aquellas palabras que dijo: quien come mi
carne, y bebe mi sangre, él está en mí, y yo en él: y así como por estar
mi Padre en mí, la vida que yo vivo es en todo conforme a la de mi
Padre (que es vida de Dios); así aquel en quien yo estuviere por medio
de este Sacramento, vivirá como yo vivo; y así ya no vivirá vida de
hombre, sino vida de Dios. Porque este es aquel altísimo Sacramento, en
el cual Dios es recibido corporalmente, no para que Él se mude en los
hombres, sino para que los hombres se muden en Él por amor y conformidad
de voluntad.
Porque este divino manjar obra en quien
dignamente le recibe lo que en Él se obra, y representa cuando se
consagra. Porque así como por virtud de las palabras de la Consagración
lo que era pan se convierte en sustancia de Cristo nuestro Señor, así
por virtud de esta sagrada comunión el que era hombre se viene por una
maravillosa manera a transformar espiritualmente en Dios. De manera, que
así como aquel sagrado pan una cosa es, y otra parece, y una era antes
de la consagración, y otra después; así el que come de Él una cosa es
antes de la comunión, y otra después, y una cosa parece en lo de fuera,
más otra muy mas alta y excelente es en lo de dentro; pues el ser tiene
de hombre, y el espíritu de Dios.
Pues ¿qué gloria puede ser mayor que
esta? ¿Qué dádiva más rica? ¿Qué beneficio más grande? ¿Qué mayor
muestra de amor? Callen todas las obras de naturaleza, y callen también
las de gracia, porque esta es obra sobre todas las obras, y esta es
gracia singular. ¡Oh maravilloso Sacramento! ¿Qué diré de Ti? ¿Con qué
palabras te alabaré? Tú eres vida de nuestras animas, medicina de
nuestras llagas, consuelo de nuestros trabajos, memorial de Jesucristo,
testimonio de su amor, manda preciosísima de su testamento, compañía de
nuestra peregrinación, alegría de nuestro destierro, brasas para
encender el fuego del amor divino, medio para recibir la gracia, prenda
de la bienaventuranza, y tesoro de la vida cristiana. Con este manjar es
unida el alma con su Esposo, con éste se alumbra el entendimiento,
despiértase la memoria, enamórase la voluntad, deléitase el gusto
interior, acreciéntase la devoción, derrítense las entrañas, ábrense las
fuentes de las lágrimas, adormécense las pasiones, despiértanse los
buenos deseos, fortalécese nuestra flaqueza, y toma con él aliento para
caminar hasta el monte de Dios. ¿Qué lengua podrá dignamente contar las
grandezas de este Sacramento? ¿Quién podrá agradecer tal beneficio?
¿Quién no se derretirá en lágrimas cuando vea a Dios unido consigo?
Faltan las palabras, y desfallece el entendimiento, considerando las
virtudes de este soberano misterio.
Pues ¿qué deleite, qué suavidad, qué
olores de vida se sienten en el ánima del justo en la hora que le
recibe? No suena entonces allí otra cosa sino cantares dulcísimos del
hombre interior, clamores de deseos, hacimientos de gracias, y palabras
suavísimas en alabanza del amado. Porque allí el ánima devota, por
virtud de este tan venerable Sacramento, es toda interiormente renovada,
es llena de gozo, es recreada con devoción, mantenida de paz,
fortalecida en la fe, confirmada en la esperanza, y atada con lazos de
caridad con su dulcísimo Redentor. De aquí viene cada día a hacerse más
ferviente en el amor, más fuerte en la tentación, más presta para el
trabajo, más solícita en el bien obrar, y mucho más deseosa de la
frecuencia de este sagrado misterio.
Tales son tus dones, ¡oh buen Jesús!
tales las obras y deleites de tu amor, los cuales sueles comunicar a tus
amigos por medio de este divino Sacramento, para que con estos tan
grandes y tan poderosos deleites menosprecien todos los otros vanos y
engañosos deleites. Pues abre desde ahora, ¡oh melifluo amor! abre, ¡oh
divina luz! los ojos interiores de tus fieles, para que con rayos de fe
viva te conozcan. Y dilata sus corazones para que Te reciban en sí, para
que enseñados por Ti, busquen a Ti por Ti, y descansen en Ti, y sean
finalmente por medio de este Sacramento unidos contigo, como miembros
con su cabeza, y como sarmientos con su vida; para que así vivan, por
tu, virtud, y gocen de las influencias de tu gracia en los siglos de los
siglos. Amén.