LA HERÉTICA ESJATOLOGÍA DE FRANCISCO
Por Sandro Magister
Cosas del fin del mundo. Los “novísimos” según Francisco
En el importante diario “la Repubblica” del cual es fundador, Eugenio Scalfari,
autoridad indiscutida del pensamiento laico italiano, el 9 de octubre
pasado volvió a referirse así a la que él considera una “revolución” de
este pontificado, recogida de la viva voz de Francisco en el transcurso
de los diálogos frecuentes que tiene con él:
“El papa Francisco ha abolido los lugares donde deberían ir las almas después de la muerte: el infierno, el purgatorio, el paraíso. La
tesis sostenida por él es que las almas dominadas por el mal y no
arrepentidas dejan de existir, mientras que las que fueron rescatadas
del mal serán llevadas a la felicidad contemplando a Dios”.
Y observa inmediatamente después:
“El
juicio universal que se sostiene en la tradición de la Iglesia se
encuentra entonces privado de sentido. Permanece como un simple pretexto
que ha dado lugar a espléndidos cuadros en la historia del arte. No es
nada más que eso”.
Hay que dudar seriamente que el papa Francisco quiera realmente liquidar los “novísimos” en los términos descritos por Scalfari. [N. Pero en el Vaticano nadie ha desmentido a Scalfari]
Pero
en su predicación hay algo que inclina a un efectivo empañamiento del
juicio final y de los destinos opuestos de beatos y condenados.
*
El miércoles 11 de octubre, en la audiencia general en la plaza San Pedro, Francisco dijo que no hay que tener miedo a ese juicio, porque “al final de nuestra historia está Jesús Misericordioso”, y en consecuencia “se salvará todo. Todo”.
Esta
última palabra, “todo”, en el texto distribuido a los periodistas
acreditados en la sala de prensa vaticana estaba resaltada en negrita.
*
También en otra audiencia general
de hace pocos meses, la del miércoles 23 de agosto, Francisco dio una
imagen completa y consoladora del fin de la historia humana: la de “una inmensa tienda, donde Dios acoge a todos los hombres para habitar definitivamente con ellos”.
Imagen
que no es suya, sino que está tomada del capítulo 21 del Apocalipsis,
pero de la que Francisco se cuidó de [no] citar las posteriores palabras
de Jesús:
“El
vencedor heredará estas cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo.
Pero los cobardes, los incrédulos, los depravados, los asesinos, los
lujuriosos, los hechiceros, los idólatras y todos los falsos, tendrán su
herencia en el estanque de azufre ardiente, que es la segunda muerte”.
*
Y también, al comentar en el Angelus del
domingo 15 de octubre, la parábola del banquete nupcial (Mt 22, 1-14)
leída ese día en todas las Misas, Francisco evitó cuidadosamente citar
los pasajes más inquietantes.
Tanto aquél en el que “el rey se indignó, mandó su ejército, hizo matar a los asesinos y entregó su ciudad a las llamas”.
Como también aquél en el que, al ver “a
un hombre que no utilizaba el traje apropiado para una boda”, el rey
ordenó a sus siervos: “aten sus manos y sus pies y arrójenlo afuera, a
las tinieblas; allí habrá llanto y rechinar de dientes”.
*
El
domingo anterior, el 8 de octubre, otra parábola, la de los viñadores
homicidas (Mt 21, 33-43), había sufrido el mismo tratamiento selectivo.
En el Angelus,
al comentar la parábola, el Papa omitió decir qué hace el dueño de la
viña a esos labradores que mataron a sus siervos y por último a su hijo:
“A esos malvados les dará una muerte miserable”. Ni mucho menos
citó las palabras conclusivas de Jesús, referidas a sí mismo como
“piedra angular”: “El que caiga sobre esta piedra será destrozado; y
sobre quien ella cayera, lo aplastará”.
Más aún, el papa
Francisco insistió en defender a Dios de la acusación de ser vengativo,
como si quisiera mitigar los excesos de “justicia” reconocidos en la
parábola:
“Aquí
está la gran novedad del cristianismo: un Dios que, incluso
desilusionado por nuestros errores y nuestros pecados, no pierde su
palabra, no se detiene y sobre todo ¡no se venga! Hermanos y hermanas,
¡Dios no se venga! Dios ama, no se venga, nos espera para perdonarnos,
para abrazarnos“.
*
En la homilía de la solemnidad de Pentecostés, el pasado 4 de junio, Francisco polemizó, como hace muchas veces, con “el que juzga“.
Y al citar las palabras de Jesús resucitado a los apóstoles e
implícitamente a sus sucesores en la Iglesia (Jn 20, 22-23) las ha
cortado voluntariamente por la mitad:
“Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados serán perdonados“.
Quitando lo siguiente:
“A los que no se los perdonen no serán perdonados“
Que
la amputación fue deliberada está probado por su reiteración. Porque un
corte idéntico a estas palabras de Jesús Francisco lo había hecho
también el 23 de abril anterior, en el rezo del Regina Coeli del primer domingo después de Pascua.
*
También el 12 de mayo pasado, en su visita a Fátima,
Francisco mostró que quería liberar a Jesús de la fama de juez
inflexible al final de los tiempos. Por eso puso en guardia ante la
siguiente falsa imagen de María:
“Una
María bosquejada por sensibilidades subjetivas que la ven manteniendo
firme el brazo justiciero de Dios pronto a castigar. Una María mejor que
Cristo, vista como juez implacable“.
*
Se agrega a ello que la libertad con la que el papa Francisco corta y cose las palabras de la Sagrada Escritura
no se refiere sólo al juicio universal. Ensordecedor, por ejemplo, es
el silencio en el que él siempre ha envuelto la condena hecha por Jesús
del adulterio (Mt 19, 2-11 y pasajes paralelos).
Con
sorprendente coincidencia, esta condena estuvo contenida en el pasaje
del Evangelio que se leía en todas las iglesias del mundo justamente el
domingo en que comenzó la segunda sesión del sínodo de los obispos sobre
la familia, el 4 de octubre de 2015. Pero ni en la homilía ni en el Angelus de ese día el papa Francisco hizo la mínima mención.
Y ni tampoco la mencionó en el Angelus del domingo 12 de febrero de 2017, cuando esa condena fue leída de nuevo en todas las iglesias.
No sólo eso. Las palabras de Jesús contra el adulterio no aparecen ni siquiera en las doscientas páginas de la exhortación post-sinodal “Amoris laetitia“.
Así
como no aparecen ni siquiera las terribles palabras de condena de la
homosexualidad escritas por el apóstol san Pablo en el primer capítulo
de la Epístola a los Romanos.
Primer
capítulo leído también – otra coincidencia – en las Misas feriales de
la segunda semana del sínodo del 2015. A decir verdad, sin que esas
palabras figuraran en el Misal. Pero en todo caso sin que el Papa u
otros jamás las citaron, mientras que en el sínodo se discutía el cambio
de los paradigmas del juicio sobre la homosexualidad:
“Por
eso, Dios los entregó también a pasiones vergonzosas: sus mujeres
cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza.
Del mismo modo, los hombres dejando la relación natural con la mujer,
ardieron en deseos los unos por los otros, teniendo relaciones
deshonestas entre ellos y recibiendo en sí mismos la retribución
merecida por su extravío. Y como no se preocuparon por reconocer a Dios,
él los entregó a su mente depravada para que hicieran lo que no se
debe. Están llenos de toda clase de injusticia, iniquidad, ambición y
maldad; colmados de envidia, crímenes, peleas, engaños, depravación,
difamaciones. Son detractores, enemigos de Dios, insolentes, arrogantes,
vanidosos, hábiles para el mal, rebeldes con sus padres, insensatos,
desleales, insensibles, despiadados. Y a pesar de que conocen el decreto
de Dios, que declara dignos de muerte a los que hacen estas cosas, no
sólo las practican, sino que también aprueban a los que las hacen” (Rm
1, 26-32).
*
Además, algunas veces el papa Francisco se toma también la libertad de reescribir a su modo las palabras de la Sagrada Escritura.
Por ejemplo, en la homilía matutina en Santa Marta, el 4 de setiembre del 2014, en un cierto punto el Papa atribuyó textualmente a san Pablo estas palabras
“que escandalizan”: “Me jacto solamente de mis pecados”. Y concluyó
invitando también a los fieles presentes a “jactarse” de sus propios
pecados, en cuanto perdonados por la cruz de Jesús.
Pero en ninguna de las cartas de san Pablo se encuentra una expresión similar. Más bien el apóstol dice de sí mismo: “Si es necesario jactarse, me jactaré de mis debilidades” (2Cor 11, 30), después de haber detallado todas las adversidades de su vida: las encarcelaciones, las flagelaciones, los naufragios.
O bien: “no me jactaré de mí mismo, sino de mis debilidades” (2Cor, 12, 5). O también: “Él
me dijo: ‘Te basta mi gracia; en efecto, la fuerza se manifiesta
plenamente en la debilidad’. Me jactaré entonces con gusto de mis
debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo” (2Cor 12, 9), con alusiones de nuevo a los ultrajes, a las persecuciones y a las angustias sufridas.
*
Volviendo al juicio final, también el papa Benedicto XVI reconocía que “en la época moderna, la idea del juicio final se ha desvaído”.
Pero en la encíclica “Spe salvi“,
escrita totalmente por su mano, reafirmó con fuerza que el juicio final
es “la imagen decisiva de la esperanza”. Es una imagen que “exige la
responsabilidad”, porque “la gracia no excluye la justicia”, más bien,
la cuestión de la justicia “es ciertamente un motivo importante para
creer que el hombre esté hecho para la eternidad”, porque “sólo en
relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no
puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente
convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva”.
Y también:
“La
gracia no convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que
borra todo, de modo que cuanto se ha hecho en la tierra acabe por tener
siempre igual valor. Contra este tipo de cielo y de gracia ha protestado
con razón Dostoievski en su novela ‘Los hermanos Karamazov’. Al final
los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la
mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada”.
[Resaltados propios]