miércoles, 25 de octubre de 2017

¡VIVA ROSAS!

¡VIVA  ROSas!
“Cunningham Graham alcanzó a ver a los últimos gauchos, en las fronteras del sur, clavar su facón en el mostrador de las pulperías, echar un trago de caña y, mirando al gringo pulpero de reojo, exclamar con rabia y con protesta: ¡VIVA ROSAS!.

Excelente comentario del Presbítero Don Francisco Compañy, ( de Córdoba), publicado en la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas,, Nº 5, de julio 1940.
Hoy con Macri y ayer  con los KK, y desde  Rivadavia, ininterrumpidamente,  el Régimen liberal aplica  su política  anti-popular y anti-nacional. Las consecuencias están a la vista y nos avergüenzan a todos.

“Para desdicha nuestra, el país ha sufrido desde sus primeros días la influencia nefasta del  estadista liberal, inhumano, atosigado de doctrinas, desconocedor pasmoso de la realidad confiada a sus cuidados”.

¡REPUDIADO POR EL PUEBLO, que permaneció rosista!
 
 

 LEGISLAR PARA EL HOMBRE

I
ROSAS Y LA MORALIDAD PÚBLICA.

U
no de los aspectos más inhumanos del liberalismo resulta un tanto difícil de descubrir  precisamente porque oculta su tiránica ausencia de consideración al hombre detrás de la palabra “libertad”.
      Es cosa evidente que  la vida es anterior al ejercicio de la voluntad y por eso mismo a la opción que la libertad ofrece entre dos o más términos de acción.
De tal manera que antes de brindar al hombre la libertad sería razonable crear para él condiciones  externas y espirituales de vida, que fueran realmente favorables al despliegue espontáneo y a la vez juicioso de sus energías.

    
  Pero el liberalismo es inhumano porque sin preocuparse en absoluto de condicionar la vida para un ejercicio adecuado de la libertad, proclama y brinda un conjunto de franquicias, que conducen forzosamente a la represión de las leyes.

      Por donde el gobernante liberal viene  a  parar    en un déspota impotente frente a la anarquía, en vez de ser el sabio moderador de las voluntades, que conduce a su pueblo.

      Para desdicha nuestra, el país ha sufrido desde sus primeros días la influencia nefasta del estadista liberal, inhumano, atosigado de doctrinas, desconocedor pasmoso de la realidad confiada a sus cuidados.

      Rosas representa una saludable reacción. Pocas palabras suyas más incisivas que aquellas en que rinde homenaje a los “talentos” liberales, que han gobernado el país antes que él, reservándose, sin embargo, el derecho de proceder según su “sistema particular”. Este consiste en gobernar  en beneficio exclusivo del hombre y no de las doctrinas venidas  en la papelería de ultramar.

      Por esto la mentalidad del pueblo es su preocupación. Con relación a los maestros de escuela, por ejemplo, le interesa su competencia como tales, pero antes y en mayor grado su moralidad y religión. “Ningún particular, decreta, podrá establecer dentro del territorio de la Provincia, escuela pública de primeras letras, sin permiso del Inspector General de Escuelas, previa las justificaciones necesarias sobre su moralidad, religión y suficiencia”. (Decreto del 8 de febrero de 1831).

Por el mismo decreto se ordena disolver y cerrar “toda escuela de primeras letras establecida por algún particular, para varones o mujeres, en cualquier punto de la provincia, cuyo director, maestro y ayudante no tengan bien acreditada su moralidad y suficiencia, o no sea tenido o reputado públicamente por católico o no destine de ahora en adelante el sábado de cada semana a la enseñanza de la doctrina cristiana…” (Artículo 2º).

Bien sabemos que los “talentos” liberales de hoy día, tan miopes como los de antaño, no apreciarán la importancia que, a favor del  buen uso de las libertades públicas representa, en las raíces del libre albedrío, el riesgo saludable de la doctrina cristiana.

Ello no interesa a los fines del presente artículo, que servirá tal vez para explicar a muchos católicos la razón profunda de la  tenaz oposición de los historiadores liberales a la memoria del Ilustre Restaurador.

Se ha pretendido presentarle como un gobernante inhumano y cruel, mientras los documentos, al ver la luz, proclaman con elocuencia que el gobernador general Don Juan Manuel de Rosas, hombre de ideas claras en punto a independencia y organización nacional, no lo era menos en orden a las condiciones indispensables para el reinado del orden y la dignidad en los pueblos libres.

      Resulta ilustrativo, al respecto el “Acuerdo” de fecha 3 de octubre de 1831, prohibiendo la venta de libros contrarios a la religión y a las buenas costumbres. Dice así: “Teniendo entendido el gobierno  que se pretende dar una  mala inteligencia a la orden del 3 de septiembre de  1821, sobre la introducción de libros, pinturas y grabados,  acuerda se haga entender por los periódicos de esta ciudad,  habilitados para las publicaciones oficiales, que será considerado y castigado como criminal,   según la gravedad y circunstancias del delito, el que vendiese por menor, transmitiese o hiciere circular de cualquier otro modo, libros que manifiestamente tiendan a atacar la   Moral del Evangelio, la verdad y santidad de la Religión del Estado y la divinidad de Jesucristo, su Autor, e igualmente los que vendiesen  o circulasen del mismo modo pinturas, grabados o esculturas obscenos  hiciese uso de ellas, poniendo estas o aquellas a la vista, sin que favorezca al autor  de tales crímenes el que se hayan introducido por la Aduana, previos los permisos correspondientes….” (Colección de Leyes y Decretos, tomo 2, página 1103).

Igual preocupación se nota en el “Decreto” de fecha 27 de julio de 1836, instituyendo una Comisión Inspectora de los programas de enseñanza de los establecimientos de educación pública, cuyo art. 3º reza así: “La Comisión examinará y decidirá si las obras adoptadas para la enseñanza y los programas de ésta son conformes a la doctrina ortodoxa de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, a la moral, al orden, al sistema político del Estado y al progreso de las ciencias y  de las bellas  artes”.

Huelgan los comentarios. Baste decir que en las escuelas argentinas de hoy se omite enseñar a los alumnos, por parte de los maestros católicos o no, que en la “época de la tiranía”, el gobierno personal de Rosas dictaba leyes sanas y sabias, que redundaban en provecho espiritual de la comunidad  humana a la cual se ordenaban.



II

CONTRASTE DE DOS SISTEMAS.



Es indudable que cuando Rosas recibió en su despacho al agente del Estado oriental, don Santiago Vásquez, y le hizo aquellas confidencias de carácter político, que el diplomático se apresuró en transmitir a su gobierno, en el rostro despejado y varonil del Restaurador se dibujaba una sonrisa inteligente. “Yo, señor Vásquez, le dijo, he tenido siempre mi sistema  particular: conozco y respeto mucho a los talentos de muchos de los señores que han gobernado el país y especialmente de los señores Rivadavia, Agüero y otros de su tiempo…”.

Pero es  indudable también que los talentos de los señores, atiborrados de Rousseau, estaban muy lejos de ver       la realidad argentina con la clarividencia de aquel hijo de una antigua familia de la Colonia, formado en el campo, lejos de las salas de redacción y de los clubs, en contacto intenso y estrecho con los hombres.

Su “sistema particular” brotaba de su sólida cultura hispánica, de su extraordinaria experiencia y de su infinito respeto por la sagrada personalidad del hombre.

También es difícil de hacer comprender que ésta se hiere menos con las represiones enérgicas de la rebelión convertida en sistema, que con el sistema de abandonar desguarnecido al hombre frente al asalto de doctrinas, intereses y ambiciones que arteramente concurren a reducir a la nada sus reservas morales.

Mucho se ha hecho, por desgracia, para aniquilar en nuestro país la noción del Estado-Providencia y substituirlo por ese Estado Monstruo de los jacobinos, que mientras invoca la libertad a cada paso, traga y digiere sin saciarse los derechos más sagrados de las personas.

De ahí que el gobernante que personifica al Estado se encuentre colocado en una posición antihumana, porque su doctrina política le obliga a ignorar la realidad humana, la realidad del hombre mismo, como persona y como miembro vivo de una comunidad familiar  y de una comunidad religiosa que son esencialmente anteriores al Estado.

Sugiere estas consideraciones la lectura comparada de los textos de dos decretos acerca de la inhumación de los cadáveres, el uno de Rivadavia y el otro de Rosas; de Rivadavia, el liberal y de Rosas el “tirano”; de Rivadavia a quien la familia argentina ha elevado  al honor de los altares de la Patria y de Rosas relegado a los calabozos de la historia y sometido al flagelo de los historiógrafos oficiales, a quienes debemos que desde niño se nos haya enseñado a maldecir su nombre. Digamos de paso que algún día se le bendecirá más sinceramente que a ciertos “intocables”, porque esas bendiciones brotarán del corazón argentino “contrito y humillado”.

Si hay, desde el punto de vista humano, una cosa grave y respetable, ésta es la muerte, y por eso no hay quien no se descubra reverente ante un cadáver, ni quien no respete el dolor de un hogar enlutado.  Esto es elemental.

La religión manifiesta este respeto con lujo de providencias y trata de dulcificar el dolor por medio de ritos, salmos y oraciones y el derecho, escrito o no, de los más antiguos pueblos se inclina ante una de las cosas más humanas del vivir, cual es el rito religioso de la inhumación de los cadáveres.

Pero los liberales ignoran de oficio el valor de los sentimientos que remueve la muerte; ellos sólo saben y pueden repetir vanamente la palabra “libertad”.

Confrontemos los dos decretos de referencia. El Reglamento para el Cementerio del Norte, dictado por Rivadavia, de fecha  17 de julio de 1922,  establecía lo siguiente:  “Art. 18.- Los carros levantarán los cadáveres en la casa mortuoria y los conducirán directamente al Cementerio a la hora que el Administrador acuerde con los interesados”.

El Decreto firmado por Rosas, de fecha 20 de diciembre de 1830, reza del siguiente modo: “Art. 2º.- La familia que quiera conducir el cadáver de alguno de sus deudos a la Iglesia para celebrar  misa de cuerpo presente, queda en libertad de hacerlo, acordando antes  con el  encargado de los carros fúnebres la hora en que deba trasladarse al cementerio para que la demora no perjudique al servicio público”.

Una simple lectura de ambos textos demuestra un contraste violento entre Rivadavia, gobernante liberal, que resulta arbitrario, inhumano, y Rosas, dictador, respetuoso de la libertad y de los sentimientos más sagrados del hombre.

Para Rivadavia no hay más que carros, cadáver e interesados: para Rosas la familia, el cadáver de un deudo y el posible y lógico deseo de celebrar el rito religioso que acompaña a la inhumación, todo lo cual el legislador contempla y debe considerar también  el encargado del servicio público, a quien se ordena conciliar las exigencias de la familia en duelo con las de la comunidad.

Curioso resulta que sea el dictador precisamente quien pronuncie en la emergencia la palabra libertad. Es indudablemente el momento de pronunciarla. La muerte. si bien se mira, es un dictado de la naturaleza: es lo irrevocable, lo inapelable, irremediable. Lo que arrastra con todos los bienes de la vida y, entre ellos, con el muy noble y bello de la libertad. La muerte destruye violentamente vínculos de carne y sangre,. Es cuando la libertad ha sufrido un tal sacudimiento cuando el gobernante debería atemperar en lo posible el dictado de las disposiciones legales, siquiera para no ponerse de parte de la muerte misma, dictado ciego, sino de lo que, a pesar de ella sobrevive, un dolor, una esperanza, un hogar.

      El decreto de Rivadavia dispone que los cadáveres sean llevados directamente al cementerio, a la hora que el Administrador acuerde con los interesados. Los familiares no existen para el decreto: son ignorados ellos, su dolor y su fe. Rosas, por el contrario, deja en libertad a la familia para conducir el cadáver a la Iglesia, en el caso que quiera hacerlo, como para fijar la hora del entierro.

      Queda señalado el contraste. El lector juzgará. Peo ¡cuánto más humano se nos presenta en su mesurado decreto el dictador Rosas con su sistema particular de gobernar al hombre que el gobernante liberal! Rivadavia, con su inhumano despotismo, que en el duelo de una familia argentina y cristiana ve sólo “carros, cadáver e interesados”.+