La revolución bolchevique: un siglo de fracasos. Por Carlos Alberto Montaner
Hace 100 años triunfó la revolución
bolchevique en Rusia. Para quien quiera entender qué sucedió y cómo,
todo lo que debe hacer es leer Lenin y el totalitarismo(Debate, 2017), un
breve ensayo histórico, lleno de información y juicio crítico lúcido,
publicado por el profesor chileno Mauricio Rojas, ex militante marxista,
quien descubriera en Suecia el error intelectual en el que había
incurrido.
La revolución rusa fue uno de los
momentos estelares del siglo XX. Muchos intelectuales y grandes masas de
trabajadores se llenaron de ilusiones. Se hizo invocando las ideas de
Karl Marx, en lo que parecía ser la primera vez en la historia que la
racionalidad y la ciencia orientarían las labores del gobierno.
Supuestamente, el pensador alemán había
descubierto las leyes que explican el curso de la sociedad por medio del
materialismo dialéctico e histórico.
Se había percatado de la funesta
división en clases que se adversaban para hacer avanzar la historia por
medio de encontronazos. Denunció, indignado, la forma de explotación
empleada por los dueños de los medios de producción a los proletarios, a
quienes les extraían cruelmente la plusvalía. Al mismo tiempo, señaló
la inevitabilidad del triunfo de los trabajadores en lo que sería el
final de una etapa histórica nefasta y el comienzo de la era gloriosa
del socialismo en el trayecto hacia el comunismo definitivo.
Era la época de las certezas
científicas. Darwin había explicado el origen evolutivo de las especies.
Mucho antes, Isaac Newton había contado como se movían los planetas y
formulado la Ley de Gravitación Universal. Dios había dejado de ser
necesario para entender la existencia de la vida. Todavía no habían
comparecido la física cuántica ni el Principio de Indeterminación de
Werner Heisenberg. Cada hecho tenía su causa y su antecedente. Marx,
simplemente, había extendido esa atmósfera al campo de las Ciencias
Sociales.
Con
el objeto de consumar el grandioso proyecto de transformar la realidad,
Lenin asumió con dureza la necesidad de establecer una dictadura para
el proletariado, dirigida por la cúpula del partido comunista, como fase
inicial del camino hacia una sociedad sin clases, feliz y solidaria,
como prometía Marx al final del proceso revolucionario. Una sociedad, en
la que no serían necesarios ni los jueces ni las leyes, porque las
conductas delictivas eran producto del sistema de las relaciones de
propiedad capitalista de la malvada era prerrevolucionaria.
Sin embargo, el experimento comunista se
saldó con millones de muertos, prisioneros, torturados y exiliados, en
medio de un indiscutible atraso material relativo evidenciado en casos
como las dos Alemania y las dos Corea. Sencillamente, los sueños se
frustraron en un sinfín de fracasos y violencias, mientras las ilusiones
se transformaron en un cinismo petrificado por el doble lenguaje que
obligaba a esconder todos los horrores y errores en nombre de la
sacrosanta revolución.
La planificación centralizada por el
Estado resultó ser infinitamente menos productiva que el crecimiento
espontáneo generado por el mercado y los precios libres, como había
advertido que ocurriría Ludwig von Mises en sus ensayos publicados,
precisamente, en los primeros años de la revolución bolchevique, acaso
con el objetivo de señalarle a Lenin cuál sería el obstáculo insalvable
de su vistosa (y sangrienta) revolución.
Finalmente, a principios de los años
noventa del siglo XX, el experimento comunista implosionó, se deshizo la
Unión Soviética, los satélites europeos rectificaron el rumbo,
retomaron el curso democrático, privatizaron las empresas del Estado,
optaron por el mercado y se encaminaron, cada uno a su ritmo, por la
senda trazada por la Unión Europea.
En
todos los casos la puerta electoral quedó abierta para el regreso de
los comunistas al poder por la vía democrática, pero, hasta ahora,
ningún país ha incurrido en ese loco retroceso, aunque hay en ellos un
pequeño porcentaje de comunistas irredentos, casi todos ancianos, que
sienten cierta nostalgia por un pasado en el que ellos fueron relevantes
a costa de los sufrimientos indecibles de la mayoría.
¿Por qué todo salió tan mal?
Seguramente, porque el punto de partida era erróneo: los seres humanos
estaban dotados de una cierta naturaleza que no encajaba con el pobre
esquema marxista. Eso explica que las revoluciones comunistas hayan
fracasado en todas las latitudes (norte, sur, trópico) en todas las
culturas (germánicas, latinas, asiáticas) y bajo todo tipo de líderes
(Lenin, Mao, Castro). Es una regla que no admite excepciones. Siempre
sale mal. Hace 100 años comenzó esa tragedia.
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