El Papa Pio XII durante la Segunda Guerra Mundial - Mary Ball Martinez
“Y
conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres”
(Juan 8,32)
Desde los 60's, ha estado cada vez más de
moda condenar a Pio XII (Eugenio Pacelli) - quien fue Papa desde 1939 hasta
1958 - por su supuesta indiferencia respecto del destino de los judíos de
Europa durante la Segunda Guerra Mundial. El rabino Marvin Hier del Centro
Simon Wiesenthal de Los Ángeles, por ejemplo, recientemente declaró: “…El Papa
Pio XII se sentó sobre el trono de San Pedro en un silencio pétreo, mientras
los trenes estaban llevando a millones de víctimas desprevenidas a través de
Europa camino a las cámaras de gas.
…Ni una vez el Papa alzó su voz con términos
inequívocos para protestar contra las deportaciones y el homicidio de los judíos…”
Para estar seguro, el Vaticano no fue el
único objetivo de tal crítica. Los líderes en tiempos de guerra de los Estados
Unidos, Gran Bretaña y otros países han sido blanco de ataques similares, y
cada vez mayores en los últimos años por su supuesta indiferencia respecto de a
los judíos de Europa durante la guerra. A decir verdad, como ha señalado el Dr,
Arthur Buts, el Papa Pio XII - junto con los gobiernos Aliados e incluso con
organizaciones judías internacionales más importantes - no hicieron eso, actuando
como si creyeran seriamente en las historias sobre exterminios masivos de judíos.
(Ver: A. Butz, “The Hoax of the Twentieth Century”, apéndice E y suplemento B)
Las críticas como la del rabino Hier muestran
una cruel ingratitud respecto de la inmensa ayuda del Vaticano hacia judíos
perseguidos durante los años de guerra. En el de 1967 libro, “Three Popes and teh
Jews, Jewish historican and Israeli government” el oficial Pinchas Lapide
defiende enérgicamente a los registros del Vaticano. “La Iglesia Católica, bajo
el pontificado de XII de Pio, fue el instrumento de salvamento de al menos
700.000 y hasta probablemente 860.000 judíos”, escribe Lapide.
En el siguiente ensayo, una experimentada
observadora vaticana toma un sorprendentemente diferente punto de vista
respecto del papel desempeñado por el Vaticano durante la guerra.
Contrariamente a la percepción extensamente sostenida, ella argumenta que Pio
XII se opuso enérgicamente a la Alemania Nacional Socialista, hizo todo lo que
tenía en su poder para ayudar a los judíos perseguidos en Europa, y ayudó
activamente a la causa Aliada durante la guerra.
Mary Ball Martinez fue una acreditada miembro del cuerpo
de prensa Vaticano desde 1973 hasta 1988, reportando para el “National Review”,
The American Spectator” y “The Wanderer”.
Este
ensayo ha sido adaptado por ella de una sección de su libro: The Undermining of
the Catholic Church”
El persistente mito de la
indiferencia vaticana respecto del destino de los judíos en Europa durante la
Segunda Guerra Mundial tuvo su origen en los 60s, y particularmente en la obra
dramática “El Diputado”, del autor alemán protestante Rolf Hochhuth, y en un
libro del historiador judío Saul Friedländer.
Respondiendo a
estas acusaciones, el Papa Pablo VI abrió los registros del tiempo de guerra en
los archivos vaticanos, para ser estudiados por cuatro historiadores jesuitas, permitiéndoles
seleccionar documentos para su publicación. El estadounidense entre ellos,
Robert A Graham, ordenó un gran número que fueron divulgados finalmente en una
serie de volúmenes. Estos documentos de peso muestran claramente que antes del
brote de hostilidades en 1939, el Secretario de Estado Pacelli, futuro Papa,
estuvo profundamente involucrado en la promociona de asistencia social a los
Judíos de Europa.
Adolf Hitler
había sido Canciller de Alemania por menos de seis meses cuando el Cardenal
Pacelli estaba instando al Papa Pio XI a dar alojamiento en la Ciudad del
Vaticano a judíos ilustres que lo requirieron. En 1937, mientras llegaba al
puerto de Nueva York a bordo de la linea italiana Conte di Savoia, pidió al Capitán de la embarcación que izara hasta
arriba un improvisado estandarte con la estrella de seis puntas del futuro
Estado de Israel en honor, dijo, a los seiscientos judíos alemanes a bordo. Un
año después, los ciudadanos de Munich quedaron asombrados al ver que la Torah y
otros objetos rituales eran removidos de la Sinagoga principal de la ciudad “para
su custodia” en la limusina del Arzobispo, y enterarse que la transferencia
había sido ordenada por el Cardenal Pacelli en Roma. Uno de sus últimos actos
antes de convertirse en Papa en 1939, fue notificar a los obispos estadounidenses
y canadienses de su disgusto por la resistencia de las universidades católicas
a aceptar más estudiantes judíos europeos y a científicos en su personal, e
instó a los obispos a remediar esta situación.
Apoyo
al Sionismo
Pío XII, Eugenio Pacelli entendió desde el
principio la importancia de Palestina para el alma judía. En 1939, mientras las
noticias llegaban a Roma sobre el avance alemán a Polonia, telegrafió al Nuncio
Pacini en Varsovia para “tratar de organizar judíos polacos para un pasaje a
Palestina”. Mientras tango Pio XII ordenó al Nuncio Angelo Roncalli (el futuro
Papa Juan XXIII) en Estambul que prepare miles de certificados de bautismo para
los judíos que llegan con la esperanza que estos documentos hagan que la
policía británica en Palestina les permita entrar al país.
Roncalli protestó. “Sin duda”, le escribió al
Papa, “un intento de revivir los antiguos Reinos de Judea e Israel es utópico.
¿No expondrá al Vaticano a acusaciones de apoyo al sionismo?” El Secretario de
Estado, el Cardenal Maglioni, no estuvo menos preocupado. Le preguntó al Papa, ¿Con
qué criterio puede justificar históricamente traer de regreso a un pueblo a
Palestina, territorio que dejaron hace 19 siglos? Seguramente hay lugares más
adecuados para que los judíos se establezcan”.
No
neutral
A mitad de camino en su proyecto, el padre
Graham le dijo al Washington Post: “Estaba
estupefacto con lo que estaba leyendo. ¿Cómo podría uno explicar acciones tan
contrarias al principio de neutralidad?” Durante los primeros meses de la
guerra, descubrió Graham, que el nuevo Papa en persona era el autor de los
textos intensamente antialemanes emitidos en todo el mundo por Radio Vaticano.
Aunque la participación personal de Pío XII no se conocía en ese momento, estas
declaraciones fueron tan enérgicas y partidistas que provocaron vigorosas
protestas del Embajador de Alemania en la Santa Sede e incluso de los obispos
polacos. Como resultado, la transmisión se suspendió, para disgusto del
gobierno británico, que perdió lo que el padre Graham llama “una formidable
fuente de propaganda”.
Pío XII también estableció el Comité Católico
de Refugiados en Roma, que colocó a cargo de su secretario, el padre Leiber, y
su ama de llaves, la Joven Madre Pasqualina. En su libro Pie XII avant l'Histoire, Monseñor Georges Roche informa que este
comité permitió a miles de judíos europeos ingresar a los Estados Unidos como “católicos”,
proporcionándoles un eficiente servicio de documentación, que incluye
certificados de bautismo, ayuda financiera y otros arreglos transnacionales. El
historiador francés estima que en 1942 más de un millón de judíos estaban
siendo alojados, por órdenes del Vaticano, en conventos y monasterios en toda
Europa. El historiador británico Derek Holmes informa que tanto los judíos como
los partidarios italianos de los movimientos guerrilleros clandestinos estaban
vestidos como monjes y monjas, y se les enseñó a cantar cantos gregorianos.
El propio Papa dio ejemplo cuidando a unos
15,000 judíos y disidentes italianos en Castel Gandolfo, la residencia de
verano del Papa, así como a varios miles en la Ciudad del Vaticano. Entre los
que fueron ayudados estaba el líder socialista italiano, Pietro Nenni, que
necesitaba un escondite después de su regreso de la España desgarrada por la
guerra, donde había servido como comisario de las Brigadas Internacionales.
Mientras tanto, en Francia, bajo la propia
nariz del llamado gobierno de Vichy, el Cardenal Tisserant trabajó con el
Comité de Distribución Conjunta para facilitar la emigración judía. Su
secretario, Mons. Roche, ha descrito una imprenta subterránea en Niza,
protegida por el alcalde de la ciudad y el arzobispo, donde se produjeron 1.915
documentos de identidad falsos, 136 permisos de obras falsos, 1.230
certificados de nacimiento falsos antes de que la operación descubriera.
En Hungría, el padre Giovanni Batista
Montini, el futuro Pablo VI, estaba trabajando con las autoridades en un plan
que garantizaría la seguridad de los 800,000 judíos del país con la condición
de que se sometieran al bautismo.
Complot
contra Hitler
Para su asombro, los cuatro historiadores
jesuitas se encontraron con documentos que documentaban la participación
personal de Pío XII en un complot para derrocar a Hitler. En enero de 1940 fue
contactado por el agente de una cierta camarilla de generales alemanes, que le
pidieron que dijera al gobierno británico que se comprometerían a “eliminar” a
Hitler si se les aseguraba que los británicos se reconciliarían con un régimen alemán
moderado. Pío XII le transmitió este mensaje a Sir D'Arcy Osborne, enviado de
Gran Bretaña ante la Santa Sede. La oferta fue rechazada
El
factor soviético
Las preferencias papales por el bando aliado
se hicieron más difíciles de defender después de junio de 1941, cuando este se
convirtió en el bando soviético. Para entonces, la “Fortaleza Europea” de
Hitler era abrumadoramente católica. Alemania misma incluía las regiones
predominantemente católicas de Austria, el Sarre y los Sudetes, así como
Alsacia-Lorena y Luxemburgo. Además, los países aliados alemanes de Italia,
Eslovenia, Eslovaquia y Croacia eran completamente católicos, y Hungría también
lo era principalmente. Francia -incluida la zona norte ocupada por los alemanes
y el sur dirigido por Vichy- cooperó con Alemania. Del mismo modo, la España
católica y Portugal fueron simpatizantes.
Un sacerdote católico, Josef Tiso, había sido
elegido presidente de la República de Eslovaquia, respaldada por Alemania. En
Francia, que prohibió el Eje de la Francmasonería, se pusieron crucifijos en
todos los edificios públicos, y en las monedas francesas se reemplazó el
antiguo lema oficial de la Revolución Francesa, “Libertad, Igualdad,
Fraternidad” por “Familia, Patria, Trabajo.”
Así, el Papa Pío XII se encontró en la
incómoda posición de aliarse con la atea Rusia soviética, la abrumadoramente
protestante Gran Bretaña (con su vasto imperio, principalmente no cristiano) y
los Estados Unidos predominantemente protestantes, contra la ampliamente
católica “Fortaleza Europea”. “Su apuro llegó a su clímax después del ataque de
diciembre de 1941 a Pearl Harbor y la entrada completa de Estados Unidos en la
guerra mundial. La mayoría de los católicos estadounidenses, incluidos los
itálicos, irlandeses, alemanes, húngaros, eslovenos, croatas y eslovacos, se
consideraban a sí mismos “aislacionistas”. Además, las atrocidades comunistas
contra sacerdotes, monjas e iglesias durante la Guerra Civil española
(1936-1939) seguían frescas en sus mentes.
Como diplomático experto que era, Pío XII se
enfrentó al desafío. Designó al joven y dinámico obispo auxiliar de Cleveland,
Michael Ready, para encabezar una campaña para “reinterpretar” la Divini Redemptoris, la encíclica
antimarxista del Papa anterior, Pío XI, y difundir la idea de que el dictador
soviético Stalin estaba abriendo el camino a la libertad religiosa en la URSS.
El
silencio de la guerra del Papa
Que le costó algo al jefe de la Iglesia
Católica enfrentar a tantos millones de católicos europeos como entusiastas
defensores de sus enemigos, es evidente a partir de una conmovedora carta que
Pacelli escribió a Myron C. Taylor, quien había sido su anfitrión en Nueva York
y ahora era el enviado de Roosevelt a la Santa Sede. En parte, a pedido del
presidente Roosevelt, el Vaticano dejó de mencionar al régimen comunista. Pero
este silencio pesa sobre los líderes que continúan la persecución contra las
iglesias y los fieles. “Que Dios conceda que el mundo libre no lamente un día
mi silencio”. Hubo un “silencio de Pío XII”, pero no fue el silencio inventado
por Hochhuth y Friedländer.
Cooperación
Vaticano-Comunista
Aun así, los esfuerzos del Papa continuaron.
Cuando se supo que las tropas alemanas ocuparon Roma, ordenó que se tallara el
sello papal en la puerta de entrada de la Gran Sinagoga de Roma, y en
julio de 1944 autorizó un
encuentro entre su mano derecha, Mons. Montini, y el líder indiscutible del
comunismo italiano, Palmiro Togliatti, que había regresado recientemente de 18
años en la Unión Soviética.
Según el documento JR1022, publicado hace
algunos años por los sucesores de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) en
tiempo de guerra de los Estados Unidos.
... las conversaciones entre Mons. Montini y
Togliatti fueron el primer contacto directo entre un alto prelado del Vaticano
y un líder del comunismo. Después de haber examinado la situación, reconocieron
la posibilidad potencial de una Alianza contingente entre católicos y
comunistas en Italia que daría a los tres partidos -cristianos demócratas,
socialistas y comunistas- una mayoría absoluta, lo que les permitiría dominar
cualquier situación política. Se redactó un plan tentativo para establecer las
bases sobre las cuales se podría llegar a un acuerdo entre las tres partes.
Ese “plan tentativo”, forjado hace 49 años,
se convirtió en la base de la impía Alianza que descristianizó a grandes
sectores de la población italiana, trajo varias décadas de sangrienta confusión
en las escuelas y fábricas y abrió la nación a la mafia, culminando hoy en la
demanda nacional de una amplia reforma sociopolítica llamada “Mani Puliti”, Manos
limpias.
“Crusada”
Rechazada
En su primer discurso importante después de
la guerra, el Papa defendió la actitud unilateral que había mantenido a lo
largo del conflicto. Le dijo al Colegio de Cardenales, “nosotros como cabeza de
la Iglesia nos negamos a llamar a los cristianos a una cruzada”. Estaba
refiriéndose a la visita en tiempo de guerra a Roma del cardenal francés,
Boudrillat, para pedir una bendición papal para los regimientos voluntarios de franceses,
españoles, italianos, croatas, húngaros, eslovenos -católicos casi en su
totalidad- que partieron con las fuerzas armadas de Alemania y sus aliados para
conquistar la Unión Soviética o, como dijo el cardenal, “liberar al pueblo ruso”.
“Junto con los “Cruzados” iba a ir un considerable contingente de sacerdotes de
lengua rusa y ucraniana, jóvenes graduados del Russicum, el seminario ruso de
Roma, que esperaban abrir iglesias cerradas por mucho tiempo de esa manera.
Las expectativas del Cardenal se
desvanecieron rápidamente cuando el Papa exigió una retirada inmediata de la
solicitud de una bendición. Además, Boudrillat no tendría contacto alguno con
la prensa.
A medida que la guerra se prolongaba, se
ejerció más presión sobre Pío XII para resistir el avance del Marxismo. El Nuncio
Roncalli escribió desde Turquía para expresar “pánico” por la ofensiva soviética.
Había intentado en vano, según informó, averiguar de su visitante reciente, el
cardenal Spellman de Nueva York, respecto de cuánto le había prometido
Roosevelt a Stalin. Desde Berna, el Nuncio Bernardini informó que la prensa
suiza, “hasta ahora preocupada por la hegemonía alemana, de repente ha
comenzado a tener en cuenta un peligro mortal mucho mayor, el de Alemania
cayendo en manos soviéticas”. Abogando en nombre de la Mayorías católicas en
Polonia y Hungría, le suplicaron al Papa que respaldara cualquier iniciativa de
paz razonable.
En marzo de 1944, el Secretario de Estado
Maglione - debe suponerse sin el conocimiento del Papa - estaba instando al
enviado de Gran Bretaña a la Santa Sede para tratar de convencer a Churchill de
que el Imperio necesitaba una Alemania no comunista en una Europa estable. Finalmente,
en abril, el Primer Ministro de Hungría, Dr.Kalyal, vino a Roma con un ruego
desesperado a Pío XII para que se pusiera “a la cabeza de una iniciativa de paz
capaz de detener el avance soviético que estaba a punto de envolver a los
pueblos cristianos de Europa.”
Pío XII, como se jactaría en 1946 ante el
Colegio de Cardenales, resistió todas las presiones y rechazó todas las
súplicas, y dio su razón: “El Nacional Socialismo ha tenido un efecto más
ominoso en el pueblo alemán que el Marxismo en el ruso, entonces que solo una
reversión total de las políticas alemanas, particularmente de aquellas
relacionadas con los judíos, podría hacer posible cualquier movimiento por
parte de la Santa Sede.”
“... particularmente los relacionados con los
judíos”. Ahí radica la respuesta a la pregunta planteada por Robert Graham
durante la entrevista del Washington Post: “¿Cómo podría uno explicar acciones
tan contrarias al principio de neutralidad?”
Uno
de cada diez italianos rechaza la historia del Holocausto
Uno de cada diez italianos (9,5 por ciento)
cree que la historia del exterminio del holocausto es una “invención de los
judíos”, según una encuesta de opinión pública. Además, el 42 por ciento de los
encuestados critica a los judíos por “sobreactuar” la historia del holocausto,
particularmente después de medio siglo. Los resultados de la encuesta, que fue
realizada por la revista italiana de gran circulación Espresso, se hicieron públicos a principios de noviembre de 1992.
The
Journal of Historical Review. Volume 13, Number 5.
September/October 1993.
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista