Nicolás Márquez. Entrevista crítica por el P. Javier Olivera Ravasi
Post-post: este post ha sido modificado; se ha colocado la entrevista de Márquez completa de una sola vez.
Cuentan que, en
tiempos del arrianismo, donde muchos ponían en duda la divinidad de
Cristo, era normal oír en las termas, las plazas o los comercios las
siguientes afirmaciones: “el Verbo es engendrado”, “el Padre, es mayor que el Hijo” o “el Hijo es inferior al Padre” etc. Es decir: se discutía y se debatía, pero por algo más que el precio de la carne, la política económica o la subida del dólar.
Es que el debate
o la confrontación de ideas no debe ser por sí mismo despreciado cuando
se intenta alcanzar la verdad. Y en nuestros ámbitos eso se ha perdido.
Basta con que uno plantee una diferencia de criterios o alguna sana
confrontación para que alguno diga:
– “¡Ahí están los aguafiestas de siempre!
– ¡Ya tienen que salir a criticar a los que hacen algo!”.
El texto que publicamos ahora nació como una entrevista a Nicolás Márquez,
alguien a quien conocemos desde hace años, especialmente desde su lucha
por desmitificar los políticamente incorrectísimos mitos acerca de la
década del ’70 en la Argentina (su último libro acerca del Che Guevara es sólo una muestra).
Todos conocen hoy la lucha contra la ideología de género que tantos problemas le ha traído (gracias a un obsequio de Nicolás, reseñamos su libro aquí) y los logros que ha conseguido con sus valientes debates.
Pero sus planteos, aunque ponderados, no implican de por sí exención de error. Más de una vez, sin ir más lejos hemos debido responder a ciertas consultas que nos hacían respecto de algunas afirmaciones suyas (o de Agustín Laje, su compañero de armas) sobre sus tendencias marcadamente liberales e incompatibles con el magisterio católico tradicional; fue esto lo que nos motivó a redactar una nota donde proponíamos tomar lo bueno y dejar de lado lo malo.
Decidimos entonces –pensando principalmente en los más jóvenes- publicar la presente entrevista con las acotaciones del Padre Federico Highton, SE, abogado, misionero en el Himalaya y gran conocedor de la Doctrina Social de la Iglesia.
Y lo hicimos.
Pero luego de su publicación,
algunos buenos amigos nos dijeron que el formato no era el adecuado
pues Márquez no podía responder a las acotaciones del P. Federico por lo
que, habiendo pasado apenas unas horas de su publicación, hemos modificado el presente post publicando, ahora, la entrevista completa a Nicolás Márquez.
En la siguiente
entrada, daremos a conocer esta misma entrevista con las acotaciones del
P. Federico Highton, SE a Márquez quien si lo desea, podrá responder
también en este portal con total libertad.
“Examinadlo todo y quedaos con lo bueno”.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
PS: la respuesta a esta entrevista puede verse aquí
Nicolás Márquez.
Entrevista crítica del P. Javier Olivera Ravasi
Javier Olivera Ravasi:
1)
Sabemos que, conforme a la doctrina de la Iglesia, los católicos
debemos obedecer a las autoridades constituidas siempre y cuando no
contradigan la ley natural o la ley de Dios. Sin embargo, también
sabemos que todo católico tiene la obligación buscar la conformación de
un Estado católico, que tienda al bien común espiritual y temporal ¿Qué
opinión le merece, hoy en día, este planteo? ¿Considera que, dadas las
circunstancias actuales, sería mejor un gobierno, ateo/laicista?
Nicolás Márquez:
¿La
pregunta apunta al hecho de si habría que armar un partido católico o
un partido fundado en la doctrina de la Iglesia? Pues esa podría ser una
de las alternativas conforme al orden político existente, pero también
es cierto que hay pensadores católicos como Antonio Caponnetto que van a
decir que no se debería armar un partido católico, puesto que ello
implicaría cohonestar con el sistema, y dado que para él el sistema
democrático es intrínsecamente perverso, cualquier modo de participación
sería un acto inaceptable. Pero no voy a entrar en esa discusión
doctrinaria.
Lo que sí puedo decir es que yo fui formado en el espíritu pedagógico del Opus Dei (formación
recibida entre mis 20 y 28 años de edad aproximadamente), y de allí lo
que siempre aprendí es que uno tiene que buscar la santificación de
manera individual, tanto sea en el trabajo profesional como en el
cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano. Luego, creo que un
buen católico en materia política tendría que tratar de influir, votar o
militar por aquellos candidatos o partidos consustanciados con dicha
doctrina, o también llevar adelante una actividad social, cívica,
política, periodística, o cualquier otra acción ciudadana que influya en
la opinión política en coincidencia con esos principios con los cuales
uno está consustanciado.
Ahora
bien, si la pregunta apunta a la obligación apostólica de ir trabajando
en aras de “la construcción de un Estado Católico”, insisto en que yo
estoy mucho más consustanciado con la idea del apostolado individual en
los quehaceres personales y así tratar de influir y trabajar
cristianamente en el mundo con todo aquello que inmediatamente nos
rodea, obviamente con las muchas limitaciones del caso, que en el mundo
secular que vivimos hoy son más que evidente.
Ahora
si cambiamos el paradigma y si lo que Ud. me pregunta es si un “Estado
católico” sería lo mejor respecto de un estado laicista, lo que
seguidamente me pregunto sería esto: ¿qué implica un Estado católico en términos actuales? Porque que me ponga Ud. como ejemplo un Estado del siglo XV a mí no me dice nada. La realpolitik es
un principio que no podemos soslayar porque como bien lo decía Santo
Tomás: “en política la ingenuidad es pecado”. Entonces insisto: ¿Qué sería un estado católico? ¿Por ejemplo qué país actual? ¿Qué ejemplo cercano?
Tenemos que hablar en concreto, porque definir al Estado católico en
abstracto constituiría una discusión académica muy interesante pero que
no tendría ninguna consecuencia práctica al no contar con ejemplos
atendibles, edificables o palpables.
Por
otro lado Ud. Me pregunta por la opción de un Estado laicista/ateo y
vuelvo a otra pregunta: ¿qué es un Estado ateo? ¿Acaso el comunismo? Es
decir, ¿Un estado que niega la existencia de Dios deliberada y
explícitamente y que en consecuencia prohíbe y persigue la actividad
religiosa? Pues en esto último estoy en absoluto desacuerdo, claro.
Ahora bajemos a tierra. Creo que dadas las circunstancias, algo a lo
cual hoy se podría arribar, y sería en aspirar a un Estado cuya
constitución y legislación reconozca el orden natural, pero que la
reconozca de verdad, es decir en términos de la acción política
concreta. Porque si hablamos de “Estado católico” en meros términos
formales, tendríamos que concluir que la Argentina lo es ¿O acaso la
Constitución de nuestro país no reconoce a Dios como “fuente de toda
razón y justicia”? ¿O acaso no también que el Estado tiene que sostener
el culto católico en el art. 2? A pesar de contar con una normativa tan
expresa, lo cierto es que nuestros gobiernos (tanto el macrismo, como el
kirchnerismo y el grueso de los anteriores) no han hecho mucho más que
conspirar en diferente medida contra los principios que caracterizarían a
un Estado católico.
Pero
además hay otro punto de orden práctico que quiero señalar: Yo tengo
mucha desconfianza acerca de lo que hoy se entendería por “Estado
católico” (sé que esta afirmación sacada de contexto puede escandalizar a
más de uno), en el sentido de que cuando el Estado sostiene a la
Iglesia, ésta se burocratiza, se adormece en el subsidio, pierde
militancia y se desvanece el apostolado. Los evangélicos por ejemplo,
como no tienen ese sustento económico salen a la calle, hacen marchas,
hacen actividades, crecen en arrojo e iniciativa, ganan espacios en
todos lados. En cambio, cuando se mete el Estado a financiar a la
Iglesia Católica, ésta se desnaturaliza y adquiere los vicios propios de
las dependencias del Estado ¿O acaso la subvención no condiciona la
opinión de los curas, de los obispos, o la enseñanza en los colegios
católicos? Eso es de público conocimiento. Me pasó a mí el otro día: Fui
a dar una conferencia a un colegio católico y dije que el travesti
conocido como Flor de la V es un hombre disfrazado de mujer, y se armó
un escándalo de proporciones. Luego, en medio de la batahola una de las
docentes me llamó aparte diciéndome que tengo que ser prudente en mis
afirmaciones, puesto que el colegio recibe financiación del Estado, el
cual como sabemos promueve en la escolaridad la superchería del género.
Entonces para mí, realmente, un Estado que está financiando a la Iglesia
es un Estado que acaba colonizando a la Iglesia y la envilece: la
burocratiza, la inmoviliza y la condiciona doctrinariamente.
Me dirán: “bueno, no, en realidad a lo que aspiramos es a que el Estado y la Iglesia operen en armonía”. Pues bien, entiendo el planteo, pero eso luego no se da en la práctica y yo hablo de la política real y no de utopismos.
Además, no me parece justo que un protestante, o un ateo, o un
agnóstico tenga que estar financiando mi religión. La tengo que
financiar yo y trabajar yo por ella. Entonces, vuelvo al principio: el
Estado subsidiando a la Iglesia acaba generando la situación actual de
la Iglesia y sobre todo de la Iglesia argentina que es la que más
conozco. Y lo que conozco de la Iglesia argentina es a una institución reducida a la cobardía, a la vacilación,
que pierde terreno a diario, que no se impone, que no tiene
determinaciones, que no quiere quedar mal con el poder de turno, y veo
además (salvo excepciones) a curas y obispos acobardados, escondidos y
sometidos. Yo mismo he visto con Agustín Laje en nuestras giras cómo
sacerdotes que nos llevaban a dar conferencias a sus comunidades
parroquiales eran sometidos a llamados telefónicos vergonzosos e
insultantes por parte de sus obispos que los regañaban. ¿Y por qué los
obispos reaccionaban así? Porque lo que nosotros decíamos en nuestras
charlas era contrario al gobierno de turno que a su vez le daba el
cheque al Obispo. En suma, el Estado al financiar a la Iglesia a la
primera institución que perjudica es a la Iglesia misma.
P. Javier Olivera Ravasi:
2) Hay
una muletilla que muchos, quizás sin pensarlo demasiado e incluso
llamándose católicos, utilizan como slogan políticamente correcto y es
el siguiente: “cada uno puede hacer en su vida privada lo que quiera
siempre y cuando no perjudique al prójimo”. ¿No cree que este slogan
niega el deber que todo bautizado tiene de hacer la voluntad de Dios
expresada por Nuestro Señor Jesucristo?
Nicolás Márquez:
No
creo que niega ningún deber de ningún bautizado. Simplemente es un
principio fundado en la tolerancia y en el hecho de que efectivamente
las acciones privadas de los hombres están reservadas a Dios pero no
deben ser sometidas a una autoridad terrenal o temporal; me
refiero a las acciones que no dañan a terceros y son ejercitadas por
mayores de edad dentro del marco de un acuerdo voluntario.
Ahora, el hecho de que haya que respetar los actos privados y
voluntarios llevados a cabo por mayores de edad que no dañen a terceros
no implica que los mismos sean intrínsecamente buenos.
Al
contrario, que esos actos deban tolerarse no sólo no tienen por qué ser
aplaudidos, sino que si esos actos son disvaliosos, me parece justo y
oportuno sindicarlos como tales. En “El libro negro de la nueva
izquierda” que hicimos con Agustín Laje yo escribí un capítulo más o
menos largo que habla de la autodestrucción homosexual y pone de manifiesto desde el punto de vista científico (no teológico ni bíblico), lo insano y desaconsejable que es esa conducta.
O sea que el hecho de que una conducta sea privada, llevada adelante
por un mayor de edad y no dañando derechos de terceros, no quiere decir
en absoluto que esa conducta sea buena per se. Lo que sostengo es que el Estado no debe promover esas conductas, pero tampoco las tiene que perseguir.
Lo
que sí tiene que hacer el Estado en materia de políticas públicas es
orientar a la población para que ésta se sienta seducida y propensa a
practicar hábitos operativos buenos. Vamos a poner un ejemplo fuera del
mundo de la ideología de género, para que se entienda de otro modo: una
persona tiene que tener derecho a fumar un cigarrillo de tabaco, pero
eso hace mal, es insano, daña la salud. Ahora el Estado lo que tiene que
hacer es tolerar que esa persona fume, aunque colocando
reglamentaciones (impidiendo fumar en un espacio público, por ejemplo,
porque ello dañaría derechos de terceros que se convertirían en
fumadores pasivos o involuntarios), pero el Estado sí tiene que tolerar
que esa persona fume en su casa o en espacios privados. ¿Eso quiere
decir que fumar está bien? No, es un hábito objetivamente malo ¿Eso
quiere decir que uno por tolerar esa conducta pierde todo discernimiento
entre lo sano y lo insano? No. El estado tiene que aclarar que eso es malo, tiene que desalentar o desaconsejar que la gente fume y a contrario sensu,
tiene que aconsejar y alentar por caso el deporte, es decir un hábito
operativo bueno y antagónico al cigarrillo, pero no por ello prohibirle
al fumador su vicio. Y esto no quiere decir caer en una suerte de
indiferentismo o indistinción entre lo bueno y lo malo o, por eso,
arrastrar al católico a que no con cumpla con aquello que le
correspondería cumplir según sus convicciones.
P. Javier Olivera Ravasi:
3) Sabemos,
como lo ha señalado la Iglesia y la historia lo ha demostrado, que el
comunismo es una ideología intrínsecamente perversa. Sin embargo muchos
desconocen (o silencian) que el motor de capitalismo liberal es la usura
y que, como tal, el sistema termina por destruir a las patrias y a las
familias. ¿Cree que es posible y hasta deseable una economía que
reniegue del capitalismo liberal y del comunismo como única solución a
los problemas económicos?
Nicolás Márquez:
Entiendo
por capitalismo el sistema donde lo que prevalece es la voluntad de las
partes de ejercitar el comercio, o de poder llevar adelante acuerdos y
así entonces, poder ejercitar una profesión comercial lícita sin
intervención estatal o con la menor intervención estatal posible. O en
suma, si entendemos al capitalismo como un sistema que sostiene la
vigencia de la propiedad privada y en donde prima la libre iniciativa,
entonces no encuentro razón para suponer que eso destruye patrias o
familias. Al contrario, nunca hubo tanta prosperidad ni
abundancia en el mundo como la hay ahora, y esa prosperidad es gracias
al capitalismo. Y la prosperidad ni destruye familias ni patrias. Al contrario.
Hoy
un pobre del Siglo XXI vive muchísimo mejor en un sistema capitalista
que un rey en la Edad Media. Por empezar vive el doble: tiene agua
caliente, luz, teléfono, internet, medicamentos, información, va al
trabajo en buses cómodos, calefaccionados, trabaja de una manera
muchísimo más cómoda y saludable que cualquier noble de hace cinco
Siglos. O sea que la calidad de vida superior lograda gracias al capitalismo
no creo que sea materia que hoy tengamos que discutir seriamente con
ningún nostálgico. ¿Esas mejoras destruyen patrias y familias? No, en
absoluto. En todo caso las familias se están destruyendo por falta de
valores, lo mismo que las patrias. Las cuales en todo caso se están
destruyendo además por políticos inescrupulosos, por malas
administraciones o por un sinfín de razones diversas que acá no podemos
analizar.
En cuanto a la usura,
creo que habría que ver bien a qué cosa nos estamos refiriendo; porque
si entendemos por usura el hecho de obtener un empréstito a una tasa
elevada, y cuyo coeficiente está por encima de las tasas de interés del
mercado, y entendemos que dicho acuerdo fue realizado voluntariamente por las partes:
¿por qué habría que decir que ello es intrínsecamente malo? ¿Por qué
tendría que venir un tercero arrogándose una autoridad que nadie le dio a
entorpecer un acuerdo que dos personas o dos instituciones o países
pactaron con todos los requisitos del caso como ser la aprobación legal
de cada país y la venia de sus respectivas instituciones? ¿Quién es ese
tercero que se autodetermina un superdotado y que dice “yo sentencio que
lo que acordaron ustedes está mal y entonces decido romper o modificar
ese contrato”?
Si
eso es la usura, si a eso se le llama usura, vale aclarar que tal
transacción constituye además un sistema de excepción. El 99,9% de las
transacciones comerciales que cada uno de nosotros hacemos a diario en
el mercado las hacemos con los precios medios del mercado; Ahora bien,
puede ser que alguna de dichas operaciones sean más caras de lo habitual
pero también hacemos otras más baratas de lo habitual: de esa no nos
quejamos. Es factible también que puedan existir defectos o desvíos en
dichas operaciones y que una de las partes, aprovechándose de la
desesperación, necesidad o ansiedad del otro, saque una especial ventaja
en el acuerdo. Pero ¿de dónde surge que los acuerdos libres y
voluntarios no tienen un margen de error o visos de aparente
desproporción? ¡Claro que los tienen! Es el costo que hay que pagar para que la libertad y la vida en comunidad funcionen,
porque mucho peor sería el costo que se paga cuando se le otorga poder a
un tercero burocratizado en una economía centralizada, y éste
oficinista viene y nos dice qué es lo bueno, qué es lo malo, qué es un
acuerdo justo y qué es un acuerdo injusto. En el extremo de eso se llegó
al comunismo, en donde la URSS llegó a imponer listas de precios
máximos de 8 millones de productos al año. En menor escala y bajo el
régimen de Raúl Alfonsín esto ya lo hemos padecido en Argentina ¿Y
cuáles fueron los resultados de ese intervencionismo?
Hay
otro aspecto de su pregunta que no quiero dejar pasar. Si alguien
quisiese plantear una tercera posición al capitalismo y al comunismo
¿cuál sería ese sistema mixto me pregunto? ¿Por ejemplo la de qué
gobierno? Porque en Argentina hace décadas que estamos soportando esa
“tercera posición” y cada vez nos va peor. El peronismo fue el
abanderado de tal consigna. Hoy somos el país número 60 del mundo pero
en 1943 éramos el país número sexto, tiempos aquellos en los cuales no
teníamos el patriotero fetiche de la “tercera posición” sino una
economía de mercado. Bueno hoy sí tenemos “tercera posición”. ¿Cómo nos
está yendo?
P. Javier Olivera Ravasi:
4) La
llamada democracia actual, como sistema de gobierno, permite llegar al
poder a cualquier partido o personaje que, finalmente, termina actuando
contra la misma población. ¿Qué opina de este sistema de gobierno? ¿Es
la partidocracia aceptable o la única posible para poder actuar en la
vida política como católico?
Nicolás Márquez:
Yo
tengo una particular desconfianza en el sistema democrático. Tengo una
especial aversión por el grueso de los políticos, una suerte de
antipatía que muchas veces y en la mayoría de los casos deriva en
desprecio. No siento en general respeto por los políticos: son
vividores, mentirosos, figurones, poco cultos y en suma, los considero
gentuza. El político no produce nada, ni siquiera un alfiler. El
político es un cazador de votos, un demagogo, una suerte de especulador
profesional sometido a las encuestas de coyuntura. Suele ser un
relacionador público que vive pendiente de “la rosca” y así ver si al
final va a renovar o no su banca. Sin producir un tornillo vive con
autos lujosos, choferes, secretarias por doquier, alquila “gatos caros” a
los cuales muchas veces convierte en esposas paródicas y encima cuenta
además con un aparato de aplaudidores y alcahuetes que le festejan sus
infértiles extravagancias: pero todo lo dicho no es lo realmente grave.
Lo más grave es que toda esa onerosa frivolidad e improductividad se la
financiamos nosotros con los impuestos.
Así que yo creo que la democracia es algo que no divinizo y de la cual desconfío. Dicho
esto, debo agregar que tampoco se conocen sistemas actuales superadores
y en todo caso, sí tenemos que ir a la historia a buscar tales
contrastes, no sólo esa historia dependerá de quien la cuente sino que
además no hay modo de transpolar dichos sistemas a tiempos actuales.
¿Armamos una monarquía? Quién elije al monarca? Supongamos que un grupo
selecto de electores eruditos: ¿y quién elige a su vez a tan calificados
electores? A mí no me parece nada productivo divagar en política sin
apego a la realidad.
Entonces yo lo que trataría de hacer dada la coyuntura actual, es por ejemplo tender a calificar el voto de varias maneras;
exigiría al votante determinados requisitos, cualidades o virtudes. Yo
buscaría perfeccionar el sistema purificándolo de diferentes maneras.
Por empezar no lo haría al voto obligatorio sino libre. Cuando el voto
es obligatorio hay una suerte de masificación compulsiva en donde la
masa amorfa va a votar en función de criterios rectores muy endebles, no
a ejercer un derecho con alguna cuota de convicción sino arrastrados
irreflexivamente por una suerte de trámite clientelar. Y aquí va otra
reforma que haría para pulir el sufragio: el que cobra un plan social no
debería tener derecho al voto, porque esa persona está absolutamente
contaminada y condicionada a votar por el dirigente, funcionario o
puntero que lo extorsiona con el plan social para sufragar a favor del
dador de la limosna institucionalizada. El votante debe ser un juez
imparcial, y un mendigo clientelizado no puede ser jamás imparcial, sino
que es rehén del aparato político de turno.
P. Javier Olivera Ravasi:
5)
La raza anglosajona se caracteriza por su tenacidad en el logro de
metas arduas. Eso muchas veces torna atractivos a los países
anglosajones, sin embargo, no todo es allí color de rosa: sabemos que
sus vicios y errores son indefendibles (desde el protestantismo al
activismo, desde el consumismo al naturalismo olvidando la misma
eternidad) ¿Qué críticas y elogios se le pueden hacer a países, como los
Estados Unidos?
Nicolás Márquez:
Yo
no catalogaría a los Estados Unidos como un país protestante ni mucho
menos de “raza anglosajona”. Es cierto que es un país que tiene una
influencia protestante muy fuerte, pero también tiene una importante
grey católica compuesta hoy por 70 millones de fieles y prueba de ello,
es que hasta ha tenido presidentes católicos. Es un país además en donde
hay Estados que son mormones (como en Utah), hay Estados donde priman
los cuáqueros, otros el puritanismo, y en contraste, también hay
ciudades donde prima la promiscuidad y la sodomía, como San Francisco.
Más aún, hay Estados o ciudades en donde la influencia latina es tan
fuerte que casi ni siquiera se habla inglés (quizás Miami sea el leading case
de ello). Obvio, también están los ámbitos donde prevalece el estilo
norteamericano más tradicional e incluso en clave WASP. Pero en suma, lo
que hace grande a Estados Unidos no es una “raza” puntual sino las
bases institucionales sólidas que tiene y sus reglas fundantes de
convivencia. Pero es un país tan terriblemente cosmopolita que yo no me
animaría a reducir a EE.UU como un país protestante. Porque si EE.UU es
un país protestante y lo encuadro así, entonces tengo que decir con ese
mismo criterio que Argentina es “un país católico”. ¿Cómo funciona uno y
cómo funciona el otro? A mi EE.UU no me parece que funcione bien por
ser protestante ni Argentina que funcione mal por ser un país católico.
Calificar las cosas de ese modo me parece un reduccionismo.
Yo creo que EE.UU es un país extraordinario, indudablemente con cosas malas (máxime
con una política exterior muchas veces cuestionable), pero las cosas
buenas superan a las malas, por eso a ellos les va como les va y por eso
el grueso de los inmigrantes del mundo lo eligen para ir a vivir. Yo
creo que es una suerte que hayamos estado de este lado del hemisferio,
podríamos haber caído bajo la guerra del comunismo si hubiésemos estado
ubicados en otro lado, o bajos las garras del Islam o incluso bajo el
yugo de primitivismos africanos. De modo que aun con las muchas
imperfecciones del caso, es una buena noticia que nuestro hemisferio
esté influenciado por Estados Unidos y no por otras formas de
civilización menos avanzadas y menos prósperas. Estados Unidos es además
una sociedad tendencialmente conservadora que rescata la vida de
familia, tiene una alta dosis de religiosidad y hoy está a la vanguardia
en la lucha contra el aborto bajo la administración Trump. Yo sé que
muchos me van a objetar y decir que a la Argentina le va mal por culpa
del “imperialismo norteamericano” que la oprime. Afirmación trillada a
la que no adhiero, aunque ello merecería una charla aparte.
P. Javier Olivera Ravasi:
6)
Para comunicar la verdad a los jóvenes ¿cómo evitar que un testimonio
evite el tono de vejestorio sistémico y, a la vez, el tono del show
televisivo que lo haga superficial? ¿Dónde cree que se encuentra el
justo medio?
Nicolás Márquez:
Estamos
viviendo en una etapa en donde asistimos a la “civilización del
espectáculo”, parafraseando al libro de Mario Vargas Llosa (autor cuya
manera de pensar detesto pero le rescato esa frase). El tema del punto
medio constituye un equilibrio muy difícil de poder definir. Yo creo,
que en los programas de TV donde prima el espectáculo y te invitan a
participar, hay que ir. Eso no quiere decir que uno se ponga a bailar el
caño; ello no implica travestirse y dar la vuelta carnero en Bailando
por un Sueño. Pero uno puede ir a ciclos de TV filo–faranduleros y
dentro de las limitaciones del caso, dar su testimonio, exponer su idea y
dejar un precedente o una influencia.
Además,
ese tipo de programas de televisión masivos y glamorosos suelen estar
manejados por conductores y panelistas de bajo vuelo intelectual, por lo
que es bastante fácil desacreditar al elenco bienpensante allí
presente, al mismo tiempo que millones de personas pueden verlo a uno y
escucharlo, y con ello adquirir otro paradigma. Creo que no ir por
prurito o mojigatería constituye un error político inconmensurable: “Yo
no voy a tal programa porque es un escándalo, es superficial, hay
mujeres en paños menores, yo no me presto al show” alegaría un católico
de microclima. Pues bien, con ese razonamiento le estamos dejando esa
banca, esa silla, ese espacio a otro agente del sistema para que el
envilecimiento cultural se siga homogeneizando y para que el progresismo
se siga imponiendo de manera redundante, monopólica, generalizada e
incontrastada. Entonces yo creo que hay que ir.
Si
uno no va “porque eso sería cohonestar o coparticipar de un programa
inmundo”, eso sería para mí una auto–justificación para no levantarse de
la confortable poltrona e ir a poner la cara en lugares incómodos,
donde te van a atacar o ridiculizar, pero en donde a su vez uno puede
dar un buen testimonio a millones de personas. No ir constituiría un
mecanismo psicológico falsamente ascético para justificar la pereza
personal de uno mismo, porque es mucho más cómodo hablar en un círculo
donde te aplauden cien tipos que piensan exactamente igual que vos.
Acudir a la TV panelística es incómodo pero el combate por sí es
incómodo, pero yo creo que en esos lugares –que es donde hoy se
encuentran los grandes campos de batallas – el que siendo invitado se
niega a ir, está actuando como un irresponsable o lo que es peor, como
un cobarde al dejarle el espacio libre al enemigo.
Javier Olivera Ravasi:
7)
Sabemos que cada cual debe hacerse responsable de las palabras que
dice, sin embargo, su cercanía con Agustín Laje nos obliga a hacerle
esta pregunta. En una entrevista publicada en el año 2016, Laje dijo
textualmente que estaba de acuerdo con la unión civil de homosexuales
(un eufemismo del “matrimonio” gay) y agregó: “lo que cada quien haga
con su sexualidad es un tema íntimo, en el que nadie puede intervenir”.
¿No le parece desacertada esta afirmación?
Nicolás Marquez
Respecto de lo que le extrajeron a Agustín Laje como título malicioso en una entrevista, el propio Agustín aclaró luego la posición. Él está en contra de la unión civil, lo aclaró expresamente y además está aclarado en el libro que escribimos, y la publicación del libro es previa a esa frase que le fue sacada de contexto. Nosotros damos conferencias y notas en giras agotadoras: son quince, dieciséis, diecisiete horas por día de trabajo durante veinte días o un mes consecutivos. De hotel en hotel, de avión en avión; es desgastante. Si a mí me quisieran sacar alguna afirmación desacertada, fuera de contexto, lo van a lograr con mucha facilidad porque es agobiante la exposición en auditorios, en la televisión, en radios, notas en programas de internet, es muy fatigoso.
Le
pongo un ejemplo, el otro día en un debate público (y eso que lo
recalco en todas las conferencias), dije sobre el aborto, (y después me
retracté ahí mismo), que tal cosa es la “interrupción del embarazo” (y
el aborto no es la interrupción del embarazo). Y sin embargo, subrayo
que el aborto no es la “interrupción del embarazo” todo el tiempo, lo
escribo, lo sostengo en las conferencias. Lo destaco siempre para poner
de manifiesto cómo se manipula el lenguaje. ¿Cómo se llama eso? “Fatiga
mental”. Si alguien quiere sacarlo y ponerlo y editarlo como si fuera
una contradicción mía y ridiculizarme, puede hacer eso y puede hacer
otras muchas cosas. Fue una deliberada mala fe atacar a Agustín Laje por
esa frase aislada, negada en el libro y después aclarada por él.
Yo creo que es un tema terminado.
Javier Olivera Ravasi:
8)
Por último: la Iglesia ha condenado desde hace siglos la ideología
liberal planteando la incoherencia que implica para un católico
auto–denominarse así. Porque el liberalismo es pecado, desde el momento
en que el hombre se pone en el lugar de Dios, para decir qué está bien y
qué está mal. ¿Qué opinión le merece esta afirmación?
Nicolás Márquez:
Primero
tendríamos que definir qué es el liberalismo, porque el liberalismo se
usa para cualquier cosa. Al gobierno de Macri, estatista y socialista,
se lo acusa de liberal, insólito. Eso lo hace mucha gente con
habitualidad. No sé si lo hace por mala fe, a sabiendas que el
liberalismo en Argentina tiene mala propaganda, o lo hace porque no
tiene la más pálida idea acerca de lo que es un sistema
político–económico liberal. Quizás hay un poco de las dos cosas.
El
liberalismo no es la autoconstrucción del hombre, no es “ponerse en el
lugar de Dios”. Eso no es cierto. ¿De dónde surge eso? Lo debe haber
escrito algún antiliberal con precarios conocimientos sobre liberalismo.
Y además ¿de qué liberalismo hablamos? ¿Del liberalismo de la
revolución francesa y la guillotina de los jacobinos? (que yo execro y
desprecio), ¿del liberalismo austríaco de Mises? ¿O del anglosajón de
Edmund Burke? Yo mismo escuché y leí a autores católicos de cuño tomista
como Héctor Hernández definir como liberales a tradicionalistas de
estricta observancia como el gran Plinio Correa de Oliveira ¿A qué le
llamamos liberalismo entonces?
En
la Argentina se utiliza la misma palabra liberal para etiquetar a ese
destacado General que fue Julio Roca (quien en sus campañas le recuperó a
la Argentina doscientos treinta mil kilómetros cuadrados que estaban en
manos de la barbarie indígena) pero también para sindicar a un
intrascendente figurón transitorio como Marcos Peña, avezado cultor de
la “buena onda” eco–progresista.
Pero
volvamos a la pregunta inicial: Ud dice que “el liberalismo es pecado,
desde el momento en que el hombre se pone en el lugar de Dios, para
decir qué está bien y qué está mal”. Yo le diría que es al revés. El liberalismo lejos de pretender hacer del hombre un Dios parte de un principio opuesto,
que es justamente un principio cristiano inherente al concepto de la
naturaleza caída: como el hombre es defectuoso, darle todo el poder al
monarca es algo sumamente peligroso. Entonces precisamente como el
hombre tiene una naturaleza caída, el liberalismo descree del hombre
providencial queriendo limitarlo a través de la ley, a través de la
división de poderes, a través de la periodicidad del mandato, justamente
porque se desconfía de la impecabilidad humana. Y si entendemos que el
liberalismo es un sistema político que respeta la libertad individual,
no veo qué punto en la doctrina cristiana pueda estar en desacuerdo con
ello. La libertad es un instrumento para que uno pueda conducir su vida
sin otro límite estatal que el de dañar los derechos de terceros ¿Es ese
un principio anticristiano acaso?
Ahora
bien, uno a la vida la puede conducir bien o la puede conducir mal. Con
mi libertad puedo vivir en el casino y en el cabaret. Y esos son
hábitos operativos malos, o sea que puedo vivir siendo un tipo infértil,
perezoso y vicioso. Pero también puedo utilizar mi libertad para
trabajar, para educar, para hacer el bien, para participar en la
comunidad política activamente con buenas obras. La libertad es un medio
para que el hombre pueda desarrollar su proyecto de vida. Ese proyecto
de vida puede ser bueno o malo; eso es otra cosa.
También vale diferenciar al liberalismo de los liberales.
En Argentina, las nuevas generaciones de los que se dicen liberales no
suelen ser mucho más que una estudiantina de chicos espiritualmente
débiles y confundidos, frecuentemente funcionales al marxismo cultural.
Yo prefiero asumirme y definirme no como liberal sino como una persona
de derecha, justamente para que no se me confunda con estos últimos.
Asimismo,
hay otro error adicional al interpretar al liberalismo, y es aquel que
pretende hacer pasar a la ideología de género como algo propio del
liberalismo, porque si el liberalismo es un sistema político–económico
que respeta la libertad del individuo, la ideología de género justamente
arrasa contra la libertad del individuo: condiciona la libertad
religiosa. Hoy hay pastores, curas, obispos perseguidos por el Estado
por cuestionarla. La ideología de género atenta además con el derecho de
los padres de educar a sus hijos, y así se viola el principio de la
Patria Potestad, porque se impone esta insana superstición en los
colegios desde la más tierna infancia en los alumnos. La ideología de
género impide también la libertad de expresión del hombre común y para
tal fin existe la policía del pensamiento en Argentina: el INADI.
La
ideología de género es la que ha generado además todas esas leyes
“contra la discriminación”, verdadera porquería izquierdista propia del
marxismo cultural que busca limitar la opinión, ahora con una vuelta de
tuerca a través de esa imbecilidad conocida como lenguaje inclusivo
(otra cosa que no tardará en imponerse desde el Estado). La ideología de
género atenta asimismo contra la libertad científica ¿Qué psicólogo o
qué medico se animaría a estar en desacuerdo con los burócratas de la
OMS y decir que la homosexualidad es una enfermedad o un desorden de la
conducta sexual? A lo mejor un médico lo piensa pero no lo puede decir, y
en cuanto terapia de recuperación tampoco la puede practicar
abiertamente con un paciente; lo lincharían públicamente porque la
ideología de género atenta contra la libertad científica y contra la
libertad del paciente de someterse a un tratamiento de recuperación o
rectificación de una tendencia que no le place.
La ideología de género atenta además contra la libertad económica. Nosotros tenemos que estar con nuestros impuestos financiando tal superchería en las currículas escolares, en las campañas televisivas del Estado, en los fondos que se le dan a instituciones abortistas como la Fundación Huésped;
nosotros tenemos que pagar involuntariamente con nuestros impuestos las
operaciones de los travestis que se quieren hacer amputaciones
genitales: ¡que se las hagan con su plata! Entonces la ideología de
género le quita al contribuyente parte de su dinero no para hacer
hospitales o rutas sino para financiar este mal. Como corolario, la
ideología de género atenta contra un principio fundante de los derechos
individuales que deberían ser un poco la carta de presentación del
liberalismo: que es el derecho a vivir (derecho imprescindible sin el
cual no cabría el derecho a ejercer libertad alguna), a través de la
implementación del aborto que no solamente es un homicidio sino que si
se aprueba la ley que está en disputa, vamos a financiar los
infanticidios nosotros con nuestros impuestos y allí se atentará contra
la vida, además de contra la objeción de conciencia del médico y
finalmente contra la libertad económica.
La
ideología de género precisamente avanza porque viene acompañada y
apañada por el Estado, y justamente el liberalismo desconfía de la
presencia del Estado. Y si no fuese por la prepotencia del Estado no
habría ideología de género, sino apenas inservibles pandillas de
conflictuados tan minoritarios como bulliciosos, sin mayor trascendencia
que la de generar algún esporádico desfile en algún carnaval
celebratorio del orgullo a la falo–adicción:
En suma, no hay ideología de género sin estatismo.
FIN
17 de Octubre de 2018