miércoles, 24 de octubre de 2018

PÍO XII Y LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

                                                            

PÍO XII Y LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

[publicado en 2017 en esta misma fecha]

El Papa Pio XII durante la Segunda Guerra Mundial – Mary Ball Martinez


“Y conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres” 
(Juan 8,32)


  Desde los 60’s, ha estado cada vez más de moda condenar a Pio XII (Eugenio Pacelli) – quien fue Papa desde 1939 hasta 1958 – por su supuesta indiferencia respecto del destino de los judíos de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. El rabino Marvin Hier del Centro Simon Wiesenthal de Los Ángeles, por ejemplo, recientemente declaró: “…El Papa Pio XII se sentó sobre el trono de San Pedro en un silencio pétreo, mientras los trenes estaban llevando a millones de víctimas desprevenidas a través de Europa camino a las cámaras de gas. 
  …Ni una vez el Papa alzó su voz con términos inequívocos para protestar contra las deportaciones y el homicidio de los judíos…”
  Para estar seguro, el Vaticano no fue el único objetivo de tal crítica. Los líderes en tiempos de guerra de los Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países han sido blanco de ataques similares, y cada vez mayores en los últimos años por su supuesta indiferencia respecto de a los judíos de Europa durante la guerra. A decir verdad, como ha señalado el Dr, Arthur Buts, el Papa Pio XII – junto con los gobiernos Aliados e incluso con organizaciones judías internacionales más importantes – no hicieron eso, actuando como si creyeran seriamente en las historias sobre exterminios masivos de judíos. (Ver: A. Butz, “The Hoax of the Twentieth Century”, apéndice E y suplemento B)


  Las críticas como la del rabino Hier muestran una cruel ingratitud respecto de la inmensa ayuda del Vaticano hacia judíos perseguidos durante los años de guerra. En el de 1967 libro, “Three Popes and teh Jews, Jewish historican and Israeli government” el oficial Pinchas Lapide defiende enérgicamente a los registros del Vaticano. “La Iglesia Católica, bajo el pontificado de XII de Pio, fue el instrumento de salvamento de al menos 700.000 y hasta probablemente 860.000 judíos”, escribe Lapide.

  En el siguiente ensayo, una experimentada observadora vaticana toma un sorprendentemente diferente punto de vista respecto del papel desempeñado por el Vaticano durante la guerra. Contrariamente a la percepción extensamente sostenida, ella argumenta que Pio XII se opuso enérgicamente a la Alemania Nacional Socialista, hizo todo lo que tenía en su poder para ayudar a los judíos perseguidos en Europa, y ayudó activamente a la causa Aliada durante la guerra.
Mary Ball Martinez fue una acreditada miembro del cuerpo de prensa Vaticano desde 1973 hasta 1988, reportando para el “National Review”, The American Spectator” y “The Wanderer”. 
Este ensayo ha sido adaptado por ella de una sección de su libro: The Undermining of the Catholic Church”

  El persistente mito de la indiferencia vaticana respecto del destino de los judíos en Europa durante la Segunda Guerra Mundial tuvo su origen en los 60s, y particularmente en la obra dramática “El Diputado”, del autor alemán protestante Rolf Hochhuth, y en un libro del historiador judío Saul Friedländer.

  Respondiendo a estas acusaciones, el Papa Pablo VI abrió los registros del tiempo de guerra en los archivos vaticanos, para ser estudiados por cuatro historiadores jesuitas, permitiéndoles seleccionar documentos para su publicación. El estadounidense entre ellos, Robert A Graham, ordenó un gran número que fueron divulgados finalmente en una serie de volúmenes. Estos documentos de peso muestran claramente que antes del brote de hostilidades en 1939, el Secretario de Estado Pacelli, futuro Papa, estuvo profundamente involucrado en la promoción de asistencia social a los Judíos de Europa.

  Adolf Hitler había sido Canciller de Alemania por menos de seis meses cuando el Cardenal Pacelli estaba instando al Papa Pio XI a dar alojamiento en la Ciudad del Vaticano a judíos ilustres que lo requirieron. En 1937, mientras llegaba al puerto de Nueva York a bordo de la linea italiana Conte di Savoia, pidió al Capitán de la embarcación que izara hasta arriba un improvisado estandarte con la estrella de seis puntas del futuro Estado de Israel en honor, dijo, a los seiscientos judíos alemanes a bordo. Un año después, los ciudadanos de Munich quedaron asombrados al ver que la Torah y otros objetos rituales eran removidos de la Sinagoga principal de la ciudad “para su custodia” en la limusina del Arzobispo, y enterarse que la transferencia había sido ordenada por el Cardenal Pacelli en Roma. Uno de sus últimos actos antes de convertirse en Papa en 1939, fue notificar a los obispos estadounidenses y canadienses de su disgusto por la resistencia de las universidades católicas a aceptar más estudiantes judíos europeos y a científicos en su personal, e instó a los obispos a remediar esta situación.

Apoyo al Sionismo

  Pío XII, Eugenio Pacelli entendió desde el principio la importancia de Palestina para el alma judía. En 1939, mientras las noticias llegaban a Roma sobre el avance alemán a Polonia, telegrafió al Nuncio Pacini en Varsovia para “tratar de organizar judíos polacos para un pasaje a Palestina”. Mientras tango Pio XII ordenó al Nuncio Angelo Roncalli (el futuro Papa Juan XXIII) en Estambul que prepare miles de certificados de bautismo para los judíos que llegan con la esperanza que estos documentos hagan que la policía británica en Palestina les permita entrar al país.

  Roncalli protestó. “Sin duda”, le escribió al Papa, “un intento de revivir los antiguos Reinos de Judea e Israel es utópico. ¿No expondrá al Vaticano a acusaciones de apoyo al sionismo?” El Secretario de Estado, el Cardenal Maglioni, no estuvo menos preocupado. Le preguntó al Papa, ¿Con qué criterio puede justificar históricamente traer de regreso a un pueblo a Palestina, territorio que dejaron hace 19 siglos? Seguramente hay lugares más adecuados para que los judíos se establezcan”.

No neutral

  A mitad de camino en su proyecto, el padre Graham le dijo al Washington Post: “Estaba estupefacto con lo que estaba leyendo. ¿Cómo podría uno explicar acciones tan contrarias al principio de neutralidad?” Durante los primeros meses de la guerra, descubrió Graham, que el nuevo Papa en persona era el autor de los textos intensamente antialemanes emitidos en todo el mundo por Radio Vaticano. Aunque la participación personal de Pío XII no se conocía en ese momento, estas declaraciones fueron tan enérgicas y partidistas que provocaron vigorosas protestas del Embajador de Alemania en la Santa Sede e incluso de los obispos polacos. Como resultado, la transmisión se suspendió, para disgusto del gobierno británico, que perdió lo que el padre Graham llama “una formidable fuente de propaganda”.

  Pío XII también estableció el Comité Católico de Refugiados en Roma, que colocó a cargo de su secretario, el padre Leiber, y su ama de llaves, la Joven Madre Pasqualina. En su libro Pie XII avant l’Histoire, Monseñor Georges Roche informa que este comité permitió a miles de judíos europeos ingresar a los Estados Unidos como “católicos”, proporcionándoles un eficiente servicio de documentación, que incluye certificados de bautismo, ayuda financiera y otros arreglos transnacionales. El historiador francés estima que en 1942 más de un millón de judíos estaban siendo alojados, por órdenes del Vaticano, en conventos y monasterios en toda Europa. El historiador británico Derek Holmes informa que tanto los judíos como los partidarios italianos de los movimientos guerrilleros clandestinos estaban vestidos como monjes y monjas, y se les enseñó a cantar cantos gregorianos.

  El propio Papa dio ejemplo cuidando a unos 15,000 judíos y disidentes italianos en Castel Gandolfo, la residencia de verano del Papa, así como a varios miles en la Ciudad del Vaticano. Entre los que fueron ayudados estaba el líder socialista italiano, Pietro Nenni, que necesitaba un escondite después de su regreso de la España desgarrada por la guerra, donde había servido como comisario de las Brigadas Internacionales.

  Mientras tanto, en Francia, bajo la propia nariz del llamado gobierno de Vichy, el Cardenal Tisserant trabajó con el Comité de Distribución Conjunta para facilitar la emigración judía. Su secretario, Mons. Roche, ha descrito una imprenta subterránea en Niza, protegida por el alcalde de la ciudad y el arzobispo, donde se produjeron 1.915 documentos de identidad falsos, 136 permisos de obras falsos, 1.230 certificados de nacimiento falsos antes de que la operación descubriera.

  En Hungría, el padre Giovanni Batista Montini, el futuro Pablo VI, estaba trabajando con las autoridades en un plan que garantizaría la seguridad de los 800,000 judíos del país con la condición de que se sometieran al bautismo.

Complot contra Hitler

  Para su asombro, los cuatro historiadores jesuitas se encontraron con documentos que documentaban la participación personal de Pío XII en un complot para derrocar a Hitler. En enero de 1940 fue contactado por el agente de una cierta camarilla de generales alemanes, que le pidieron que dijera al gobierno británico que se comprometerían a “eliminar” a Hitler si se les aseguraba que los británicos se reconciliarían con un régimen alemán moderado. Pío XII le transmitió este mensaje a Sir D’Arcy Osborne, enviado de Gran Bretaña ante la Santa Sede. La oferta fue rechazada

El factor soviético

  Las preferencias papales por el bando aliado se hicieron más difíciles de defender después de junio de 1941, cuando este se convirtió en el bando soviético. Para entonces, la “Fortaleza Europea” de Hitler era abrumadoramente católica. Alemania misma incluía las regiones predominantemente católicas de Austria, el Sarre y los Sudetes, así como Alsacia-Lorena y Luxemburgo. Además, los países aliados alemanes de Italia, Eslovenia, Eslovaquia y Croacia eran completamente católicos, y Hungría también lo era principalmente. Francia -incluida la zona norte ocupada por los alemanes y el sur dirigido por Vichy- cooperó con Alemania. Del mismo modo, la España católica y Portugal fueron simpatizantes.

  Un sacerdote católico, Josef Tiso, había sido elegido presidente de la República de Eslovaquia, respaldada por Alemania. En Francia, que prohibió el Eje de la Francmasonería, se pusieron crucifijos en todos los edificios públicos, y en las monedas francesas se reemplazó el antiguo lema oficial de la Revolución Francesa, “Libertad, Igualdad, Fraternidad” por “Familia, Patria, Trabajo.”

  Así, el Papa Pío XII se encontró en la incómoda posición de aliarse con la atea Rusia soviética, la abrumadoramente protestante Gran Bretaña (con su vasto imperio, principalmente no cristiano) y los Estados Unidos predominantemente protestantes, contra la ampliamente católica “Fortaleza Europea”. “Su apuro llegó a su clímax después del ataque de diciembre de 1941 a Pearl Harbor y la entrada completa de Estados Unidos en la guerra mundial. La mayoría de los católicos estadounidenses, incluidos los itálicos, irlandeses, alemanes, húngaros, eslovenos, croatas y eslovacos, se consideraban a sí mismos “aislacionistas”. Además, las atrocidades comunistas contra sacerdotes, monjas e iglesias durante la Guerra Civil española (1936-1939) seguían frescas en sus mentes.

  Como diplomático experto que era, Pío XII se enfrentó al desafío. Designó al joven y dinámico obispo auxiliar de Cleveland, Michael Ready, para encabezar una campaña para “reinterpretar” la Divini Redemptoris, la encíclica antimarxista del Papa anterior, Pío XI, y difundir la idea de que el dictador soviético Stalin estaba abriendo el camino a la libertad religiosa en la URSS.

El silencio de la guerra del Papa

  Que le costó algo al jefe de la Iglesia Católica enfrentar a tantos millones de católicos europeos como entusiastas defensores de sus enemigos, es evidente a partir de una conmovedora carta que Pacelli escribió a Myron C. Taylor, quien había sido su anfitrión en Nueva York y ahora era el enviado de Roosevelt a la Santa Sede. En parte, a pedido del presidente Roosevelt, el Vaticano dejó de mencionar al régimen comunista. Pero este silencio pesa sobre los líderes que continúan la persecución contra las iglesias y los fieles. “Que Dios conceda que el mundo libre no lamente un día mi silencio”. Hubo un “silencio de Pío XII”, pero no fue el silencio inventado por Hochhuth y Friedländer. 

Cooperación Vaticano-Comunista

  Aun así, los esfuerzos del Papa continuaron. Cuando se supo que las tropas alemanas ocuparon Roma, ordenó que se tallara el sello papal en la puerta de entrada de la Gran Sinagoga de Roma, y en julio de 1944 autorizó un encuentro entre su mano derecha, Mons. Montini, y el líder indiscutible del comunismo italiano, Palmiro Togliatti, que había regresado recientemente de 18 años en la Unión Soviética.

  Según el documento JR1022, publicado hace algunos años por los sucesores de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) en tiempo de guerra de los Estados Unidos.

  … las conversaciones entre Mons. Montini y Togliatti fueron el primer contacto directo entre un alto prelado del Vaticano y un líder del comunismo. Después de haber examinado la situación, reconocieron la posibilidad potencial de una Alianza contingente entre católicos y comunistas en Italia que daría a los tres partidos -cristianos demócratas, socialistas y comunistas- una mayoría absoluta, lo que les permitiría dominar cualquier situación política. Se redactó un plan tentativo para establecer las bases sobre las cuales se podría llegar a un acuerdo entre las tres partes.

  Ese “plan tentativo”, forjado hace 49 años, se convirtió en la base de la impía Alianza que descristianizó a grandes sectores de la población italiana, trajo varias décadas de sangrienta confusión en las escuelas y fábricas y abrió la nación a la mafia, culminando hoy en la demanda nacional de una amplia reforma sociopolítica llamada “Mani Puliti”, Manos limpias.

“Crusada” Rechazada

  En su primer discurso importante después de la guerra, el Papa defendió la actitud unilateral que había mantenido a lo largo del conflicto. Le dijo al Colegio de Cardenales, “nosotros como cabeza de la Iglesia nos negamos a llamar a los cristianos a una cruzada”. Estaba refiriéndose a la visita en tiempo de guerra a Roma del cardenal francés, Boudrillat, para pedir una bendición papal para los regimientos voluntarios de franceses, españoles, italianos, croatas, húngaros, eslovenos -católicos casi en su totalidad- que partieron con las fuerzas armadas de Alemania y sus aliados para conquistar la Unión Soviética o, como dijo el cardenal, “liberar al pueblo ruso”. “Junto con los “Cruzados” iba a ir un considerable contingente de sacerdotes de lengua rusa y ucraniana, jóvenes graduados del Russicum, el seminario ruso de Roma, que esperaban abrir iglesias cerradas por mucho tiempo de esa manera.

  Las expectativas del Cardenal se desvanecieron rápidamente cuando el Papa exigió una retirada inmediata de la solicitud de una bendición. Además, Boudrillat no tendría contacto alguno con la prensa.

  A medida que la guerra se prolongaba, se ejerció más presión sobre Pío XII para resistir el avance del Marxismo. El Nuncio Roncalli escribió desde Turquía para expresar “pánico” por la ofensiva soviética. Había intentado en vano, según informó, averiguar de su visitante reciente, el cardenal Spellman de Nueva York, respecto de cuánto le había prometido Roosevelt a Stalin. Desde Berna, el Nuncio Bernardini informó que la prensa suiza, “hasta ahora preocupada por la hegemonía alemana, de repente ha comenzado a tener en cuenta un peligro mortal mucho mayor, el de Alemania cayendo en manos soviéticas”. Abogando en nombre de la Mayorías católicas en Polonia y Hungría, le suplicaron al Papa que respaldara cualquier iniciativa de paz razonable.

  En marzo de 1944, el Secretario de Estado Maglione – debe suponerse sin el conocimiento del Papa – estaba instando al enviado de Gran Bretaña a la Santa Sede para tratar de convencer a Churchill de que el Imperio necesitaba una Alemania no comunista en una Europa estable. Finalmente, en abril, el Primer Ministro de Hungría, Dr.Kalyal, vino a Roma con un ruego desesperado a Pío XII para que se pusiera “a la cabeza de una iniciativa de paz capaz de detener el avance soviético que estaba a punto de envolver a los pueblos cristianos de Europa.”

  Pío XII, como se jactaría en 1946 ante el Colegio de Cardenales, resistió todas las presiones y rechazó todas las súplicas, y dio su razón: “El Nacional Socialismo ha tenido un efecto más ominoso en el pueblo alemán que el Marxismo en el ruso, entonces que solo una reversión total de las políticas alemanas, particularmente de aquellas relacionadas con los judíos, podría hacer posible cualquier movimiento por parte de la Santa Sede.”

  “… particularmente los relacionados con los judíos”. Ahí radica la respuesta a la pregunta planteada por Robert Graham durante la entrevista del Washington Post: “¿Cómo podría uno explicar acciones tan contrarias al principio de neutralidad?”

Uno de cada diez italianos rechaza la historia del Holocausto

  Uno de cada diez italianos (9,5 por ciento) cree que la historia del exterminio del holocausto es una “invención de los judíos”, según una encuesta de opinión pública. Además, el 42 por ciento de los encuestados critica a los judíos por “sobreactuar” la historia del holocausto, particularmente después de medio siglo. Los resultados de la encuesta, que fue realizada por la revista italiana de gran circulación Espresso, se hicieron públicos a principios de noviembre de 1992.

The Journal of Historical Review. Volume 13, Number 5. September/October 1993.